El retorno a la escritura dramática

Juan Claudio Lechín Weise

"Desconfío, pues, del presente y de su forma suprema, vacía por excelencia, que es el periodismo. Puedo decir que encontré (en la historia colonial de México) más explicaciones de los males presentes de nuestro país que en el registro de sus catástrofes cotidianas que narran los periódicos, con su inmediatez desmemoriada y su exageración profesional".

La guerra de Galio 
Héctor Aguilar Camín

Tengo la misma impresión que el personaje de Aguilar Camín. Además, confieso que siempre me ha atraído la posibilidad de demostrar, como un feroz agitador político, al periodismo debido a la soberbia de su omnímodo y caprichoso poder, y levantar el estandarte curativo de la literatura para asegurar que, aunque herida o en retroceso, sigue siendo el mejor vástago de la escritura. En esta ocasión perdería, empero, la oportunidad de indagar lugares que desconozco y donde quizá haya cosas de interés para la escritura, tal vez caminos. Intentaré pues organizar una idea, a partir de observaciones, intuiciones, dudas y flashes, y lo haré a medida que escribo. No dudo que, en esta reciente amalgama, incurra en errores y oscuridades inevitables.

Debo confesar, ante todo, que, hace ya veinte años, me alejé de la política y, al mismo tiempo, de su marquesina promocional, el periodismo. Miro a ambos de reojo y de manera ocasional.

A pesar de esta mirada de soslayo, no hay que ser un dómine para saber que ambas escrituras, la literaria y la periodística, sufren una dura crisis de popularidad, más dura cuando el ego de la escritura vive de ser leído. Comparativamente con la cantidad de habitantes de cada país del continente, ambos venden muy poco, y su escaso mercado objetivo son las élites o fragmentos de éstas. Este revés con frecuencia se le ha achacado a la pujanza de los formatos de imagen en movimiento y los del éter, es decir, al cine, a la televisión, al internet y al súbito rejuvenecimiento de la radio. Pero quisiera, por ahora, desechar este aserto y buscar en la propia escritura el motivo del desdén popular.

Tradicionalmente la literatura le ha servido al ser humano para exaltar su imaginación y para sublimar sus anhelos y su cotidianidad. No solamente ahí ha quedado la utilidad de la ficción. También ha sido muy útil para que los pueblos llenen sus charlas, construyan opinión, pongan en juego su histrionismo durante el rac’conto y puedan transferirla al drama propio; en fin, la literatura ha entregado sabiduría de vida y cosmovisión.

Sin embargo, a principios del siglo XX la literatura europea buscó nuevos rumbos donde Bretón y la escritura mecánica, Joyce, Ionesco y varios otros fueron puntos importantísimos de inflexión. Estas vanguardias se afanaron en desestructurar aquella literatura, llamémosle clásica, o quisieron convertirla en una versión particular de las disciplinas del pensamiento: sociología, psicología y filosofía. Como todo cuerpo que deja de tener combustible, la literatura europea propuso, con estas transformaciones, un diálogo más exclusivo, un diálogo de iniciados, fácilmente apropiable por la academia que luego dio nacimiento a esa forma su¡ generis de la filosofía o del pensamiento que es el análisis literario. En todas estas transformaciones la palabra, la revelación de sus significados y su preciosismo, pesaron más que la narración de las acciones. Se le dejó, pues, al cine, a la “literatura comercial” y a la prensa sensacionalista la función de proveerle ficción dramática a los pueblos. En América Latina, por su condición de importador cultural, estas corrientes vanguardistas europeas hicieron abolengo, dando origen a lo que tentativamente podemos llamar “literatura culta”.  Debo hacer un paréntesis para decir que América Latina también fabricó el Realismo Mágico, zaga moderna de nuestras crónicas de descubrimiento y conquista. Pero, antes que la estética del Realismo Mágico (que es también una lógica) hiciera toda su carrera, la literatura culta, que inicialmente la había ovacionado, la mató con el argumento más cruel, el de su agotamiento, su senectud, cuando aún no había rebalsado hacia el cine, hacia la pintura, con casi la centena cumplida, los cultos adujeron para cancelar nuestro rostro que apenas rondaba la edad de Gardel. Cierro paréntesis. La literatura culta se fue alejando de la demanda de ficción que hacían los pueblos, demanda de historias, de personajes que pudieran ser apropiados y utilizados por su imaginario.

Por su parte, el periodismo, desde la época cuando empezó a pavonearse la razón y sus hijos, hizo soñar a la gente de otra manera. La alimentó con información, con estadísticas, colaboró con la participación política de las mayorías, permitió denuncias y contribuyó a darle noción de las grandes ficciones del siglo XIX y XX: las ideologías.

Este periodismo, llamémosle señorial, hacia los 80, aproximadamente fue, paulatinamente, empujado por el mercado hacia un lugar que había despreciado, fue empujado hacia el periodismo de parvenues, de nacos, de niches, de cholos, sobresaturado y sensacionalista, lleno de sangre, copucha barata y desnudos, hacia la prensa amarilla, llamada también roja, y hoy “prensa chicha”. No puedo olvidar cuán lejos de la prensa señorial estaba ese cómic mexicano de los 60, Casos de alarma: crónicas de la vida real. Hoy toda prensa se parece mas a Casos de alarma de esa época que a si misma, en esa época. Hoy, los accidentes o crímenes con más muertos, aún de lugares desconocidos y por los cuales no abrigamos ternura ni interés, ganan obligatoriamente las portadas.

Cuando me enteré que el sensacionalista The Sun de Inglaterra había comprado al archiconservador Times de Londres, supe que se trataba de una señal por demás inequívoca de esta transformación. The Sun, rebosante de público y billetes, a pesar de su truculencia, compraba al Times en virtual bancarrota, a pesar de su flema. Cosa similar había sucedido ante nuestros ojos en América Latina. Los periódicos chicha capturaban muchos más lectores que la prensa señorial. Tal vez eran de lectores de clase B, pero esa diferencia cualitativa no aumentaba ingresos ni potencia comunicacional, porque los lectores “B” son el mercado ampliado, además de ser el imaginario de las naciones. Por otra parte, se puede argumentar que el factor precio fue el factor desequilibrante, pero el capitalismo nos ha demostrado que el precio, lejos de ser un obstáculo, es un importante indicador y hasta un estímulo para las acciones empresariales.

Las transformaciones mayores operadas en el siglo XX en la literatura y el periodismo, daban como resultado tendencias distintas. El cambio hacia lo que hemos dado en llamar literatura culta redujo lectores, y el cambio hacia el periodismo chicha los aumentó. ¿Por qué?

¿Es que las colectividades gustan de la truculencia? ¿O es que los formatos chichas donde incluyo autoayuda y literatura comercial tocan temas de interés del pueblo: amores emblemáticos de su moderna nobleza (ricos, deportistas y farándula), secuestros, corrupción, asaltos, muertes; es decir, dramas, arquetipos profundamente humanos que no pasan de moda?  De pronto parece que las colectividades necesitan de la ficción de siempre, aunque con escenario, vestuario y lenguaje de actualidad.

Los chichas - hijos pobres, ignorantes y bastardos de la escritura-, empezaron, sin embargo, a proveer eso que la literatura culta había dejado de proveer, una dramaturgia de la vida cotidiana, un espejo de las propias angustias, brotes épicos, y sobre todo hicieron vivir al lector el entorno y sus vicisitudes, aunque en verdad lo hacían vivir la dramaturgia de siempre, la clásica.

Pareciera que Joyce, Faulkner y demás innovadores, o los desestructuradores como los surrealistas y el absurdo o la novela, fueron productos revolucionarios y novedosos de la Europa del siglo XX, pero no le sirvieron al alma colectiva de América Latina como instrumentos de explicación y catarsis de su propia existencia.

Y es que la literatura culta y la prensa señorial dialogan sobre todo con un imaginario de las patrias centrales, con una modernidad que imaginamos relevante. Este diálogo con los imaginarios centrales, sin duda, sucede también en lo político, en lo económico, en lo intelectual e incluso se produce en la señora que se yergue orgullosa distinguida al portar una cartera Louis Vutton, en diálogo con un imaginario chic que el entorno no codifica.  Se habla con los fantasmas de las patrias centrales, con los paradigmas planetarios, y no con nuestra realidad. En tanto que los chichas, de manera sensacionalista o pornográfica, precaria o torpemente, dialogan con la realidad; de ahí su popularidad.

Quizá yo no haya podido vertebrar claramente esta cantidad de retazos de evidencias, intuiciones y dudas que me han inspirado a escribir este trabajo, pero creo firmemente que América Latina, al no haber agotado su rostro y sus acciones, su estetica y su dramaturgia, la militancia en eso que de manera general he llamado literatura culta y el periodismo señorial ha alejado a las colectividades de nuestra escritura.

Considero que la literatura es uno de los oficios más difíciles del hombre, ya que se refiere a los arquetipos diseñados en la noche de los tiempos. Se refiere a lo que es permanente en el ser humano, se refiere a los instintos y a la forma, moral y estética, que la cultura les ha dado luego de la separación de la edad de la inocencia, y no se refiere a lo que está circunstancialemente de moda, o a un pensamiento que en menos de un siglo es sustituido por otro. La traición, los celos, el deseo, el poder, la mentira, el incesto, la desobediencia, la fornicación y todos los demás pecados y prohibiciones son la eterna preocupación humana, ergo, los de la literatura, que es la ciencia que se ocupa de ellos.

Es notorio que todos los aparatos racionales de la modernidad anidan en su núcleo a un drama. La economía, por ejemplo, es la acción de un hombre, desesperado por siglos, que hace lo indecible (incluso fabricar la economía), para prevenir la muerte por la escasez y el invierno. ¿O acaso en el origen de la política no está un hombre que quiere la mujer de otro, la cueva de otro, el respeto de todos para protegerse de sus inseguridades? 0 la filosofía, que es la consecuencia de un primate que no comprende el universo o la razón de su existencia. La dramaturgia, en su desarrollo, hará el pensamiento.

En lo esencial de todo conocimiento humano está un hecho dramático que lo ha inspirado y que lo sostiene, antes, ahora y siempre. Y aún hoy, con tantas respuestas, el escalofrío interior que invoca la conciencia o el miedo sigue siendo el mismo o casi el mismo.

No puedo dejar de pensar en la manera cómo los chichas han fagocitado a la prensa señorial y a literatura culta, haciéndose ellos de esos arquetipos. Sin embargo, también veo, desde hace algún tiempo, a literatos que se vuelven periodistas y viceversa, señoriales que se vuelven chicha, cultos que buscan el porno o el impacto de sangre y violencia en su escritura. Todo este movimiento está haciendo una simbiosis, donde antes, señoriales y chichas, clásicos y cultos estaban claramente diferenciados. Tal vez este mestizaje, este melange, nos lleve a una escritura latinoamericana, generalización que muchos desprecian y otros anhelan, pero que es una escritura, aunque sea hecha con estilos distintos, originales o no, destinada a exaltar, sin temor al grotesco que muchas veces somos los hijos de la colonia española, destinada a exhibir, sin avergonzarse de nuestra irrelevancia planetario en lo económico político y militar, nuestro rostro y sobre todo sus dramas; y que el tratamiento haga de los personajes de esta escritura los personajes del imaginario colectivo. Quizá allí esté el Renacimiento, quizá allí esté ésa escritura latinoamericana que revele nuestra identidad y guíe a las disciplinas pomposas, como la política y la economía, hacia la realidad y las soluciones que de ella emerjan, y no hacia la ficción desvertebrada de creerse gente que no somos.

Boletín Literario
Centro de literatura boliviana
Centro pedagógico y cultural Simón I. Patiño

Marzo, 2005
Año 3, número 6-7 Edición Especial

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