Amigos protectores de Letras-Uruguay

 

Si quiere apoyar a Letras- Uruguay, done por PayPal, gracias!!

 
 

Penélope y Ulises se encontraron en La Habana
César Lazo
clazva@yahoo.com

 
 

E

l martes es un día que nunca olvido, señora. Antes creía que era día de mala suerte y a esta creencia supersticiosa le achacaba todo, hasta lo desafortunado que había sido cuando quise conquistar su amor sin ningún resultado posible y más bien con bajas considerables en la parte que me tocó defender. La derrota fue un desastre que puso al desbarajuste todas mis ilusiones. Caos. Confusión. Temor de entrar en ese campo minado por las frustraciones de otros. Y fue hasta el día martes, después de ese corto viaje que me di cuenta de la verdad y pude comprender señora, y me sigo preguntando como hemos podido perder el tiempo, hablando noche y día de cosas sin importancia, sin identificar cuales eran los propósitos que nos unían y que elementos negativos nos separaban. Cuantas horas perdidas y saliva gastada, para nada.

Todo se quedó allí, en el momento que crucé la calle y la miré tan seria; ese semblante hosco prendido en su rostro me provocó miedo. Para infundirme ánimo, traté de escuchar la última frase de Mario que desde el otro extremo de la calzada me gritaba: “Todo eso lo aprendí en la escuela de hambres y necesidades”. Cuando le agarré la maleta, para que usted se subiera sin tropiezos al bus, me pareció que la tierra se abría para tragarme y el sudor frío, como siempre, galopaba por mi espina dorsal. El presentimiento que me acompañaba desde temprano se hizo más agudo dentro de mi pecho. Era algo así, como cuando a uno se le atraviesa una migaja en la garganta y sentía que me ahogaba en medio de la molotera que se armó dentro del bus, porque la gente no se apartaba y nosotros empujando para llegar al asiento que yo había reservado con el temor de que usted nunca llegara.                                             

El saludo frío y la cara de repudio ante mi decisión de viajar hasta la Habana me sorprendió, porque días antes había convenido lo contrario. Pero eso no importa ahora. Qué nos queda. Sólo recordar, recordar. De vez en cuando salen a flote los recuerdos como venados perseguidos por una jauría. Sólo eso nos ha quedado. Ya ve, Señora, el tiempo se nos echó encima y las patas de gallina casi nos sacan los ojos. Todo ha quedado atrás, hasta el rencor que anduve cargando dentro del pecho por mucho tiempo. La verdad es que nunca la odié, Señora. Todo el resentimiento fue por causa de la grosería que hizo conmigo. Es un secreto que sólo usted y yo sabemos y a nadie le importa. Claro, ahora no puedo acusarla de infidelidad, porque en el fondo yo fui un cobarde que nunca pudo enfrentar la realidad. Nunca me di cuenta que había llegado tarde hasta la puerta de su casa, para llamarla y decirle que yo la quería con desesperación. De todas maneras llegué tarde, Señora. La puerta no se abrió y no supe qué hacer. Surgieron en mi mente atormentada planes y más planes y nunca aterrizaba. Cuando llegaba el momento de la verdad, huía y me escondía en una irrealidad donde nada es posible.

He recibido mi pago. Por eso dicen que el hombre hace su propio camino. Yo creo que nací después de tiempo, no he podido adaptarme a los acontecimientos. Los demás vagan sin remordimiento por la calle, toman lo que quieren si les viene en gana y yo tengo que encerrarme en la penumbra de estas cuatro paredes, para recordar un amor que se escapó como un riachuelo por un abismo insondable.

Este es el pago: Vivir solo. Vivir así no ha sido fácil. Recordar cada segundo de aquella ilusión truncada me ha costado muchas horas de insomnio. Si Mario me hubiera retenido con algún argumento convincente no hubiera sucedido nada y la ilusión que alimentaba no se hubiera roto en la víspera de aquel martes, que nunca olvido. Lo peor de todo fue subirme al bus, para que usted señora me diera la espalda y me increpara por no reconocer mi error de enamorado sin perspectiva. El bus avanzaba como viejo cargado por el pavimento y usted me taladraba el alma con su mirada iracunda  despreciativa. Al menos eso me pareció, cuando me dijo que no la siguiera, porque Ulises había regresado de su largo viaje y ya no necesitaba compañía, ni pretendientes inseguros y tarados que no llegaban ni a la suela de los zapatos de Ulises. Ese día me bajé del bus sin darme cuenta y abordé otro que venía en sentido contrario. Mi regreso fue celebrado con algarabía por mis amigos, quienes habían renegado cuando les dije de mi viaje inesperado o quizás desesperado, en aquella víspera del martes que nunca olvido. Nos fuimos de juerga y bebíamos como si nada y nadie pudo adivinar mi sufrimiento, que disimulaba abrazando a las mujeres de cada bar que visitábamos.

La borrachera no me dejó reflexionar sobre su actitud, señora. Fue hasta el siguiente día, el martes al amanecer, cuando me desperté sobresaltado y pude ver con claridad lo que pasaba. Recordé que usted me había dicho: “Ulises se va enojar”. De pronto me imagine a su amante que regresaba, después de un largo viaje por países inimaginables, cargado de promesas y más pretenciosos que nunca; entonces supe por qué, usted señora, había tirado al bote de la basura las ilusiones que fue tejiendo a mí alrededor, sin importarle que yo “tendría que arrancarme los ojos” para olvidarla. Allí mismo, en aquel bus atestado de gente, sudor y mal olor, sacó todo el desprecio que pudo y se puso una máscara gélida e impenetrable. Pero todo se paga, señora, y las cosas no le salieron como se las imaginaba, porque el tal Ulises, como siempre, volvió a sus andanzas y usted tuvo que volver a tejer de día y a destejer de noche, los vestidos de las muñequitas “barbies” que la acompañaban en su enclaustramiento prematuro.

Mientras usted recordaba a Ulises y se lo imaginaba izando o arriando velas de embarcaciones sin nombre, yo sufría, señora. No poder abrazarla en el último momento y de no poder hablarle, como lo hacía Ulises, sentados al borde de la misma cama sin pudor alguno, me provocó una amargura que anduvo correteando dentro de mí desde que supe la verdad, tan despejada como el cielo bordado de estrellas, que entró por mi ventana en aquel amanecer del día martes. Como olvidarla, señora, sí allí en cualquier lugar estaba la cara burlona de su amante viajero. Me retaba. Sentí nauseas. Las estrellas titilantes me parecieron extrañas y el viento frío me golpeaba el rostro.

Pero toda esa historia se quedó atrás, regada en el pavimento por donde pasó el bus, cuando empecé a aborrecer su amor. El tiempo ha transcurrido como siempre y se ha tragado el pasado de un solo bocado. Hoy que la miro tejiendo y destejiendo lo único que recuerdo es que usted, señora, desde la ventanilla del bus, me gritó: “Ulises me está esperando en la Habana”.    

César Lazo
clazva@yahoo.com

Ir a índice de América

Ir a índice de Lazo, César

Ir a página inicio

Ir a mapa del sitio