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Con Gabriel García Márquez

De la ficción a la política
Brook Larmer - Tim Padgett - David Schrieberg

 

CUANDO SONÓ el teléfono, muy temprano en la mañana, Gabriel García Márquez reconoció de inmediato esa voz. Era el mismo hombre cuyo relato sobre el secuestro de su mujer había llevado al novelista, Premio Nobel, a escribir un libro de no-ficción sobre el violento mundo de la droga en Colombia. Pocas horas antes había enviado al editor las pruebas corregidas y finales de ese libro, titulado Noticia de un secuestro . Quien llamaba estaba comunicando sin embargo la noticia de otro secuestro, esta vez la del hermano del presidente César Gaviria. Los secuestradores, dijo, terminaban de hacer una extraña propuesta en carta enviada a la prensa. Querían que García Márquez fuera presidente de Colombia. La carta decía: "Gabo, déjanos decirte, con un nudo en la garganta: ¡Nobel, por favor salva a la patria!".

García Márquez colgó el auricular, se sentó en la cama y se maravilló de sí mismo: "Estoy viviendo mi propio libro!". La vida tiene cierta forma de imitar al arte en el complicado mundo de la más poderosa figura en la literatura latinoamericana. Igual que el imaginativo paisaje descrito en títulos ya clásicos como Cien años de soledad y El otoño del patriarca , se trata de un mundo en el que la política y la prosa se entrelazan y donde la verdad puede ser más extraña y más vigorosa que toda ficción. El pedido de aquellos secuestradores, pese a que fuera implausible para el mundo exterior, no parecía tan absurdo en Colombia, donde Gabo está considerado un tesoro nacional. El episodio simplemente mostraba cómo García Márquez, a los

69 años, permanece en la cumbre de su energía, esgrimiendo tanto su genio creativo como su política izquierdista. Mientras la nación le escuchaba, rechazó el pedido de los secuestradores, pero les ofreció un consejo cortante: " Entierren las armas, quítense las máscaras, salgan y promuevan sus ideas.., bajo un orden constitucional ".

En otras palabras: " Chicos, vivan en la realidad ".

Ese es un consejo que García Márquez se toma en serio con una exuberancia que desafía a su edad. Durante casi tres décadas este hijo de un operador telegráfico colombiano ha definido la voz de América Latina con su "realismo mágico", un estilo que combina fantasía y realidad tan fluidamente que parece perfectamente natural que un cura se eleve en el aire cuando bebe chocolate o que toda una ciudad sufra de insomnio. Su novela Cien años de soledad, publicada en 1967, vendió más de veinte millones de ejemplares en más de treinta idiomas. Ese relato épico ayudó a Gabo a ganar en 1982 su Premio Nóbel, así como admiradores en Europa, África y Medio Oriente. Aún hoy, "García Márquez es el autor más popular en el mundo árabe", dice Riad el-Rayyes, un editor del Líbano. Parte de la fascinación proviene de su política anti-imperialista, pero es el espíritu de sus novelas, ensoñador y revolucionario, el que atrae a más lectores. Para los árabes, dice el-Rayyes, "Es como si él fantaseara por cuenta de ellos".

Pero las fantasías de Gabo están bajando hacia la tierra. Su actual explosión creativa despliega una sensación más profunda de realismo y una dosis menor de magia. En una serie de entrevistas exclusivas con Newsweek , García Márquez insistió en que no ha cambiado su filosofía sino que sólo la está adaptando a realidades cambiantes. Sus admiradores en todo el mundo le perdonarían si se retirara a la hamaca más próxima, viviera de sus derechos de autor y comenzara a escribir sus memorias. Pero él se niega a ese descanso. El mes pasado terminó ese libro de No-Ficción, Noticia de un secuestro , completó una película poderosa, Edipo alcalde , que se exhibiría en Cannes, trabajó en tres novelas de amor, dirigió un taller de periodismo, supervisó su instituto cinematográfico en Cuba, se reunió con antiguos enemigos en el ejército colombiano y conversé con diversos presidentes sobre el manejo de las crisis políticas.

¿Qué es lo que hace correr tanto a este hombre laureado y maduro? En parte se trata simplemente de que García Márquez, un hombre bajo y corpulento, con un bigote espeso y una nariz que un escritor calificó como "de coliflor", está hirviendo siempre con ideas, palabras e imágenes. No puede evitarlo. "Si me detengo me muero", dice. Pero su energía se completa con cierta sensación de inseguridad que procede de su infancia, cuando debió perder la apariencia exterior del chico provinciano, mal vestido y de dudoso gusto. Ahora Gabo quiere estar en control de sí mismo, sea cuando susurra algo al oído de un presidente o cuando interpreta lo que sus amigos dicen de él. "Hablar de Gabo es muy difícil", señala un amigo. "Quiere tener los derechos de autor. Ha dicho que hablar de él es correr el riesgo de perder su amistad". Pero García Márquez no puede controlar al tiempo. Y mientras éste corre, él corre aún más, persiguiendo sus dos mayores obsesiones: rescatar el arte de la narración y conservar su propio legado.

Pero está empujado también por una misión más elevada: la integración política, social y cultural de América Latina, un continente siempre mutilado por sus divisiones internas. Ese fue el ideal de Simón Bolívar, el unificador fracasado del siglo XIX cuyos últimos días de agonía fueran retratados por García Márquez en El general en su laberinto (1989). " Para mi lo fundamental es la ideología de Bolívar, la unidad de América Latina. Es la única causa por la que podría morir ". Ese es un viejo sueño, pero Gabo comprende que las formas más quijotescas de la política regional (la revolución) y de la literatura (el realismo mágico) ya no son aplicables. En una región que se ha movido más allá de la dictadura a una era más ambigua, donde las gorras militares han cedido su lugar a los portafolios, se requieren medios menos románticos. En política, eso significa construir una sociedad civil dentro de un ordenamiento legal; en cultura, supone mirar sin parpadeos a la realidad.

En el otoño de su patriarcado, García Márquez está corriendo hacia adelante en ambos frentes.

Los sueños bolivarianos, sin embargo, sólo convierten a su política en algo más confuso y controvertido. El imagina una América Latina que pueda mantenerse unida frente al imperialismo (léase: frente a Estados Unidos). " Nuestro gran problema es la búsqueda de una identidad. No la hemos encontrado aún ", señala. Excepto, en su opinión, en Cuba. Se ha informado que fue en su juventud un comunista afiliado -dato que él ha negado- pero quedó tan sacudido por la victoria de Fidel Castro en 1959 que pronto se unió a la agencia noticiosa revolucionaria, Prensa Latina, en cuyas oficinas de New York trabajó durante un tiempo. Sus opiniones se han moderado un poco, pero no ha abandonado a Castro, un hombre que a través de los años, compartiendo libros para leer, recetas de pescado y sesiones nocturnas de toreo, se ha convertido en "su mejor amigo". García Márquez insiste en que su amistad y sus privilegios (incluyendo una mansión oficial en La Habana y un coche Mercedes con su conductor) no han nublado su juicio. " Si no fuera por Cuba -apunta ahora con énfasis- Estados Unidos estaría ya en la Patagonia" .

Sus críticos se quejan de que la política de Gabo sigue teñida por el realismo mágico. En lo que se refiere a Cuba, hasta Gabo lo admite. "Soy parcial. La veo siempre desde un lado positivo". En eso, Gabo evita o rebaja otras feas realidades de Cuba, como la represión política, el atraso económico o el reciente derribo de dos aviones civiles. Llama a esto último "un hecho lamentable que nadie quiso, y Fidel menos". No está dispuesto a decir mucho más de Castro -frente a un grabador -"no quiero quemar mis fuentes" dice a Newsweek , sonriendo- pero en cambio no está escaso de opiniones sobre el imperialismo.

Esas opiniones extremas no han impedido a García Márquez cruzar las fronteras de la ideología: una virtud que le da un rasgo pragmático. "Posee una gran movilidad que le permite ser un interlocutor con gente muy distinta", dice Plinio Apuleyo Mendoza, embajador colombiano en Italia que se ha manifestado adversario de Castro. "Esto le convierte en un hombre muy útil". En Cuba se muestra como un admirador de Castro. Pero también ha tratado de empujar al Comandante hacia una apertura democrática. También ha apoyado los esfuerzos para sacar de la cárcel a escritores disidentes, con un punto notable al conseguir para Norberto Fuentes un pasaje a Miami en 1994 (La nota de agradecimiento de Fuentes fue un artículo periodístico mencionando a Gabo como el chico mensajero del dictador). En México, donde García Márquez ahora vive seis meses de cada año, se convirtió en el improbable confidente del ex-presidente Carlos Salinas de Gortari, un reformista neo-liberal ahora caído en desgracia. Y cuando se le preguntó si tenía algún mensaje para Marcos -el líder enmascarado de la rebelión campesina zapatista y ferviente admirador de Gabo- contestó que la época de las revoluciones al viejo estilo ya ha pasado y que los rebeldes harían bien en "construir sus propios barcos y buscar sus propios horizontes". Ese cortante consejo dejó meditando a Marcos en su refugio de la selva.

Hay otros signos elocuentes de la evolución política de García Márquez. Sus ataques vitriólicos contra Estados Unidos, que durante años le negó una visa, se han moderado. Cuando un periodista le preguntó si le preocupaba que los intereses norteamericanos pudieran impedir el desarrollo de una verdadera cultura latino-americana, contestó abruptamente:

"Ese es el mundo. Está viviendo su progreso". En 1994 Gabo cenó con Bill Clinton y salió de allí elogiando la amplitud de los conocimientos del presidente y su curiosidad incansable. Tampoco le hizo daño que le acariciaran el ego: Chelsea, hija de Clinton, le dijo que él era su autor favorito. En Colombia también rompió otras barreras. A comienzos de abril se reunió durante dos horas con oficiales superiores del ejército: los miembros del mismo grupo que lo empujó al exilio quince años antes. Dado su desdén por lo militar, muchos viejos amigos vieron como extraño ese encuentro. Pero Gabo estaba orgulloso de esa reunión de alto nivel, como un símbolo de su nuevo realismo. Como lo escribiera en la edición colombiana de la revista Cambio 16 , " Mi obsesión con los diferentes estilos del poder es más que literaria. Es casi antropológica".

El poder y no la política es lo que realmente fascina a García Márquez. Sus novelas están llenas de tiranos, de visionarios y de tercos pilares de la resistencia.

Incluso en Noticia de un secuestro se muestra claramente fascinado por el poder de Pablo Escobar, el ya fallecido amo del cartel del narcotráfico en Medellín. "Ningún colombiano en la historia ha tenido o ejercido un talento como el suyo para moldear la opinión pública. Ningún otro ha tenido semejante poder para la corrupción".

Esta fijación con el poder, señalan sus amigos, ayuda a explicar cómo pudo ser atraído por figuras tan distintas como Clinton, Salinas, Castro o François Mitterrand. Parece igualmente hipnotizado por su propio poder, y está muy al tanto de que eso deriva más de su fama que de su personalidad. " Nadie te presta atención si no vendes un montón de libros. La persona que tiene fama tiene un papel a desempeñar (...) porque la gente le escucha y le da credibilidad ".

García Márquez acumula poder con avaricia, pero parece comprometido a esgrimirlo en apoyo de su sueño bolivariano. El camino más probable para la unidad latinoamericana, en su opinión, no está en la política tradicional sino en el terreno más espontáneo de la cultura. En ese contexto, el arte de la narración no es superfluo. Si los escritores pudieran narrar la realidad de la región, aduce, no solamente encontrarían cuentos fantásticos, sino que enfocarían problemas que requieren atención. Para él, vivir en la realidad no es sólo un servicio público sino un proceso de renovación creadora. "Se desafía a sí mismo", sostiene un amigo. "Ha llegado a un punto en el que se dice " Realismo mágico... ya he estado allí, ya hice eso, y ¿qué puedo hacer ahora para no agotarme creativamente ?"

La respuesta ha sido, cada vez más, un retomo a sus raíces en el periodismo. Aunque siempre será recordado por sus novelas, el periodismo le ha sido tan importante como la ficción. En la década de 1950, cuando trabajaba como corresponsal para el diario El Espectador de Bogotá, se desvivía por desentrañar cada detalle para cada nota. Y eso fue lo que hizo en Noticia de un secuestro , que comenzó como un proyecto de un año y se amplió hasta una obsesión de tres años. Este libro, que es el más prolongado ejemplo de periodismo directo de sus 49 años de carrera, construye la crónica de nueve secuestros -todos menos uno eran de periodistas- que ocurrieron durante 1990-1991, mientras el narcotraficante Pablo Escobar sometía al gobierno a su voluntad.

¿Se venderá? Gabo habla del libro en toda oportunidad posible. Los hechos del libro son tan extraordinarios, dice, que "lo hacen parecerse a una novela, más que todas mis novelas". Tras el reciente episodio surrealista (el pedido de que fuera presidente), ¿quién puede discutirlo? El editor colombiano del libro confía en que el libro atraerá a quienes desean ver cómo el mejor escritor del país se enfrenta con su mayor tema. Pero la perspectiva de venta para la edición en inglés, que aparecería a comienzos de 1997, es mucho menos segura. Fuera de ello, sus colegas se maravillan ya al ver cómo Gabo se ha situado, una vez más, en la vanguardia cultural. Según Epigmenio Ibarra, periodista importante de la TV mexicana y amigo de Gabo: "Ya tenemos al maestro empujándonos, con el dedo puesto en la página siguiente".

Las páginas siguen pasando. Días después del libro, su último trabajo cinematográfico, Edipo alcalde , se presentaba en el festival de Cannes. Escrito por García Márquez y dirigido por su compatriota Jorge Alí Triana, el tema reitera la tragedia de Sófocles en una ciudad colombiana contemporánea. La violencia áspera del relato, que incluye a un cura furioso, extrayendo a punta de pistola la confesión de un guerrillero, no deja a nadie como héroe. Tras fracasados trabajos cinematográficos en el pasado, a García Márquez le puede ir mejor esta vez. Contó con una dirección magistral, estupenda fotografía y una atracción estelar en Jorge Perugorría, el actor cubano de Fresa y chocolate , que interpreta a Edipo. El director Triana, 54 años, confía en que su película despierte un "boom" por el cine latinoamericano que iguale al boom literario de la generación de Gabo. "Estamos hallando nuestra propia voz cinematográfica, que no es la de Hollywood ni la de Europa", dice.

El cine es parte importante del repertorio del maestro. Varias veces por año viaja a La Habana para enseñar en un seminario sobre libreto cinematográfico, en el Instituto del Nuevo Cine Latinoamericano, que ayudó a fundar hace doce años. El Instituto fue ideado como un sitio en el que los realizadores independientes, de toda la región, puedan desarrollar sus habilidades. Sus resultados ya son palpables: varios colaboradores de Edipo alcalde , incluyendo al productor Jorge Sánchez, son graduados del instituto. Para ayudar a financiar a una entidad sin fondos propios, Gabo hace grabar la continua corriente de entrevistas que da a equipos de TV de Japón, Europa y Estados Unidos. Dice cobrar cincuenta mil dólares por entrevista y envía el dinero directamente a Cuba.

Aún más reciente y ambiciosa es la "escuela sin paredes" que García Márquez inició el año pasado para los jóvenes periodistas latinoamericanos. Esta Fundación invita a periodistas -casi todos ellos menores de treinta años, para que no estén desgastados- a seguir seminarios en temas que puedan no haber aprendido en la escuela o en las redacciones, como la narración y la ética. " Salen de esas escuelas de la comunicación como si hubieran estudiado ingeniería o medicina ", dice García Márquez. " Pero no saben cómo organizar un periódico. Vienen a practicar ". La Fundación financia este año 24 talleres de trabajo, con doce participantes en cada uno. Prominentes periodistas han sido invitados: Terry Anderson, ex-corresponsal de Associated Press, que fuera víctima de un secuestro en el Líbano, dirigió un seminario sobre periodismo peligroso. El propio García Márquez dirigió cuatro sesiones.

Esos talleres de trabajo parecen simples, pero transportan un mensaje más profundo: que el cambio en América Latina puede comenzar con sueñes radicales, pero debe seguir por el difícil proceso de construir instituciones: "A veces sólo se puede comenzar ese proceso gritando en medio de la selva, como lo hizo Marcos", señala Carlos Fuentes, uno de los mejores amigos de Gabo, que ha dirigido foros sobre la democracia en México. "Pero el proceso ya no se compone de grandes ideologías sino de cosas más prácticas". Para algunos observadores, Gabo no pudo haber elegido momento más práctico para esos talleres.."Ahora que la época de las dictaduras ha llegado a su fin" -dice la mexicana Alma Guillermoprieto, una colaboradora de The New Yorker que ha enseñado en el Instituto- "la gente advierte que faltan instrumentos para construir una sociedad civil, y que uno de los más importantes es el periodismo".

Cuando Newsweek visitó recientemente a García Márquez en Cartagena, lo encontró en una mesa redonda, en un edificio colonial hermosamente restaurado, donde estaba rodeado por doce jóvenes periodistas. El editor de su libro le había insistido durante toda la semana para que finalizara sus correcciones al texto. Su equipo cinematográfico lo necesitaba en México, para algunos retoques de montaje. Las crisis políticas en Colombia, en México y en Cuba exigían su atención. Pero allí estaba, descansado y afable, comprometido en una discusión totalmente libre, al final de tres días de trabajo en el taller. Había criticado la labor de los periodistas y ahora fingía quejarse de que nadie le había criticado la selección que les había leído sobre Noticia de un secuestro .

Pero los periodistas ya no se mostraban tímidos. Lo abrumaron a preguntas y Gabo les contestaba con gracia, buen humor y un toque del pontífice. "La relación con esta generación es muy importante para mí". explicaba. "Me tranquiliza saber que puedo hacer esto". Durante algunas horas, por lo menos, eso le permite mantenerse mágicamente quieto.

Brook Larmer - Tim Padgett - David Schrieberg
Desde Cartagena para Newsweek. 
El País: traducción de H.A.T.
Suplemento Cultural 
2 de agosto de 1996

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