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A propósito del evento poético internacional "Vuelven los comuneros":

"El comunero José Antonio Galán en la literatura colombiana"
Soto Aparicio lo ve como un Quijote con la mano levantada como una bandera.
por Ramiro Lagos

La literatura surgente e insurgente que se ha estado escribiendo sobre la insurrección da los comuneros colombianos allá en el año de 1781, ha arrojado luces de antorcha justiciera, no sólo para hacer énfasis con más claridad en el espíritu de la historia emancipadora, sino para sacar de la oscuridad, agigantando la dimensión procera de su verdadero precursor: José Antonio Galán, el comunero.

La insurrección comunera de la Nueva Granada en 1781, como la de Tupac Amarú en el Perú (1730), constituyen las dos el primer gran movimiento independentista de Indo América. Está llegándose ya a la conclusión de que Simón Bolívar y José de San Martín, los grandes libertadores de la América del Sur, no hicieron sino recoger a posteriori las banderas libertarías del caudillo Inca, Tupac Amarú y la del campeador mestizo, José Antonio Galán, altivo campesino de la región de Santander en Colombia. Los dos se imponen dentro del revisionismo histórico propugnado por los literatos como los precursores de la Independencia antes de que el General Antonio Nariño en Colombia y Francisco de Miranda en Venezuela insistieran en darle otro impulso vigoroso al movimiento independentista continental. De no reconocerse esas dos históricas etapas precursoras de la Independencia, descartando de plano a los dos caudillos, el cholo y el mestizo mencionados, se podría llegar a pensar con Carlos Fuentes que la Independencia de América no fue sino un relevo de mandos que pasó de la opresión de los encomenderos al gamonalismo y predominio de los criollos, si bien es cierto que con los antecedentes de lucha de Tupac Amarú y Galán, surge la gran epopeya indoamericana contra el entonces imperialismo peninsular en la cual participaron todas las razas integradas en un sólo frente: los criollos, los mestizos, los indios, los zambos, los mulatos y los negros. Fue ese gran frente racial, esa gran marea humana, la que se precipitó de las altas montañas andinas sobre Santa Fé de Bogotá, para lanzar su gran amenaza de tomarse la capital, para instaurar en los altiplanos andinos el primer auténtico territorio libre de América sin amos foráneos. Fue, precisamente José Antonio Galán, intrépido comunero, mestizo de aguileño perfil, quien alternando la comandancia con el “general” populista D. Francisco de Berbeo, criollo de pura sangre, compartió con él la misma meta: tomar a Santa Fe. Diríase que el uno para pactar con sus progenitores españoles y el otro para rebelarse contra ellos, reclamando el derecho éste de luchar por la independencia de su raza andina. Lo primero que hace José Antonio Galán es defender a los indios y luego a los esclavos negros a quienes liberta, sin decreto, por imperativo rebelde de su voz de mando. Y al lanzar sus huestes populares a la lucha armada, la meta de este campeador andino fue aún más clara: luchar contra el sistema colonial con intención de erradicarlo hasta lo más hondo de su reivindicación social, para evitar que los criollos lo hicieran renacer mediante la implantación de un sistema semifeudal. Su empresa revolucionaria, como su cabeza, quedó trunca, pero él plantó desde su existencia procera el árbol de la libertad política y social a cuya sombra se acogen los poetas y escritores, para interpretar su espíritu revolucionario y agigantar su imagen de campeador andino como simbólico paladín de las luchas populares por una Liberamérica grande frente a todos los poderes opresores, incluyendo los poderes foráneos.

”Un campeador comunero en la literatura Colombiana", titulamos este "paper" como una contribución en los Estados Unidos a la celebración del bi-centenario de la histórica insurrección de los comuneros de la Nueva Granada, haciendo de paso. justicia al mestizo, ya que los historiadores colombianos en honor a su acendrada hispanidad, lo mantuvieron alejado de la historia patria, sustituyendo su importancia por la del criollo que capituló ante el virrey a la hora en que comenzaba a definirse el destino de Colombia. Pero si algunos historiadores con plumas elitistas se jactan de quemar incienso y pólvora ante las excelencias virreinales, paseándose ellos solemnes como dueños de sus encomiendas históricas bajo sus frondosos árboles genealógicos, las plumas de los poetas y la de los escritores libertos se han dado cita en la palestra pública, en. el canto líberado y liberador, para interpretar, no la historia de los purpurados palaciegos, sino el espíritu de una historia abrupta como los Andes en donde surge la imagen relampagueante de Galán, el comunero.

Al rectificarse la historia con la dimensión que cobra la hazaña comunera con su Cid andino, marcase con signo rebelde el origen de la literatura popular colombiana, cuyos indicios épicos y temáticos campean en “El héroe Panche" de Juan de Castellanos. En torno a nuestros héroes colectivos de indios o mestizos circularon estrofas anónimas, que si no dan la versión peninsular de un master de juglaría, al menos si originan en tierras colombianas un master de rebeldía hispanoamericano. Citase como punto de partida de la literatura popular, el primer romance anónimo comunero, cuyo autor pudo ser la pluma del clero rebelde solidario con la lucha comunera frente a los llamados “chapetones“, dueños del poder feudal implantado en la colonia. No existió, pues, dentro de la literatura colonial un Master de juglaría a lo castizo ni hubo un Cid hidalgo, pero sí hubo un campeador andino, cuyas hazañas cantan los poetas modernos con la característica rebelde y de protesta con que se inició la literatura popular, escrita en ocasiones por la clerecía. Agréguense otras manifestaciones protestatarias como pasquines, panfletos y las conocidas "Cédulas del Pueblo", que contribuyeron a crear el ambiente propicio para mantener al pueblo en pie de lucha, estimulándolo con sus manifiestos en verso, por lo cual se hizo patente como actividad de protesta un nuevo master: el de rebeldía. Pero un master que marca ritmos calientes tanto en las octavas reales de fray Ciriaco de Arcilla como en los atambores revolucionarios del primer romance anónimo que aún se escucha con eco de manifiesto popular:

"Acallen los atambores
y vosotros sedme atentos,
que este es el romance fiel
que dicen los comuneros:
Tira la cabra pal monte
y el monte tira pal cielo,
y el cielo no sé pa onde,
ni hay quien lo sepa ahora mesmo.
El rico le tira al pobre
y al indio que vale menos,
ricos y pobres le tiran
a partirlo medio a medio".
En lo que tuvo de indio Galán, hijo de padre gallego y de madre mestiza, es fácil colegir que por su pigmento bronceado se le hubiese mirado con desdén, no como acostumbraba a mirar la raza guane: de igual a igual sin agachar la cabeza. Pero en su región, Santander y en la otras comarcas colombianas, el rico le ha tirado al pobre y al indio que vale menos como lo sugiere el verso anónimo, plantando desde entonces ese problematismo andino de la desigualdad y de la suplantación del miserable, que por serlo, tendrá que ser mirado como un indio, como algo que debe ser exterminado, lo cual exasperaba a Galán. 

Portavoz de las primeras protestas verbales en defensa de los indios guanes, Galán ya desde 1774 había encabezado una sublevación en Charalá por el exterminio oficial de los aborígenes. Año más tarde se volvía a sublevar, organizando sus huestes indígenas, para trabar lucha armada contra sus verdugos. Estos y otros hechos de la beligerancia justiciera de Galán en defensa de los guanes, fueron ocultados o minimizados por los historiadores, para opacar su imagen, en tanto que se le daba más importancia a hechos posteriores en que la figura del criollo se imponía más fácilmente dentro de sus círculos sociales más altos. Así. fue como en un principio Francisco de Berbeo capitalizó la nombradía de gran adalid de la insurrección comunera proclamándosele oficialmente como jefe en El Socorro. Pero la chispa ya había prendido en Charalá en el año de 1774 y fue el mestizo Galán quien levantó la primera. antorcha reivindicatoria, habiendo sido antes el héroe de los guanes, Chicamocha, y posteriormente los cosecheros del tabaco y de los amargos labrantíos.

En torno a los comuneros y Galán, la literatura colombiana registra una larga trayectoria temática que abarca todos los géneros y todos los estilos. La poesía, alternando con la la prosa, nos ofrece unas nutridas muestras de literatura comunera al correr de las dos centurias: siglo XIX y siglo XX. Va desde los romances populares y artísticos hasta los poemas de avances piedracielistas, desde el poema manifiesto hasta la estrofa liberada, desde el mensaje concientizado hasta el avance contemporáneo de una épica social.

Marchantes con la poesía, el tema comunero se ha abierto paso temático en los otros géneros literarios, dejando a la novela, al teatro y al ensayo como ámbito de avanzada nacional para que aquellos comuneros legendarios habiten en espíritu más ampliamente en el corazón literario de la patria colombiana. En el campo novelístico, la primera obra comunera que se publicó en 1870, fue la de Doña Soledad Acosta, titulada José Antonio Galán. Después de esta novela sobre el campeador andino, escrita por quien se le consideraba la mejor novelista colombiana del siglo XIX. Se publicó, en el año 1891, otra novela con titulo de Galán, el comunero, cuyo autor es el santandereano Constantino Franco Vargas. Merecen registro especial en el siglo XX otras dos novelas comuneras: El alzamiento, del santandereano Luis Castellanos Tapias, y Camino que anda del renombrado escritor boyacense Fernando Soto Aparicio. Camino que anda, se considera en el siglo XX "la gran novela de la revolución comunera”, en cuyas páginas campea el héroe no sólo como paladín legendario sino como Quijote que lucha por un ideal revolucionario frente a un Sancho incapaz de piafar el brioso caballo de nuestra tierra arisca. La doble efigie de Quijote y Cid parecen que cruzara sus lanzas en riestre en la imaginación del novelista, para caracterizar a José Antonio Galán, lo mismo armado de un ideal, que cabalgando, no ya un rocinante sino un Babieca esgrimiendo su Tizona. Vesele alto y garrido, en contraste con el general criollo (Berbeo), figura de Sancho, caracterizado como incapaz e inhabilitado por su panza para cabalgar sobre las férreas cabalgaduras de la épica andina. Y así se le describe en la novela citada por boca del pueblo: “Por ahí se dice en los tenderetes que Don Juan Francisco de Berbeo será el que mande la tropa más que el disciplinado José Antonio Galán, y eso no me parece: don Francisco es viejo y barrigón y no me lo imagino montado en un caballo y con una lanza frente a un grupo de enemigos bien armados de pistolas y fusiles y esas armas cuyos nombres no conozco y que sólo tienen los chapetones, en cambio si veo a José Antonio, caballero, en un corcel bien brioso, haciéndolo caracolear por las calles de los pueblos y por los caminos de los campos, con la mano derecha levantada como una bandera que asustará a cuantos la vean agitándose desde la distancia. Porque él es más valiente que todos los socorranos y charaleños reunidos, y no me venga ahora con rezongos.....".

Agigantado el héroe en la novela y cotejado con un campeador quijotesco, la novela adquiere metales bizarros y marcha a la vanguardia de una épica social en prosa. Novela epicéntrica dentro de género de las novelas revolucionarias, la de Soto Aparicio sugiere el punto de partida de una revolución justiciera, antropocéntrica y cristiana, que reivindique para el continente "el rostro del Dios libertador a través de una denuncia valiente del dios opresor -que sigue presente- del dios militarizado, del dios político, del dios económico, del dios aliado con los usurpadores del poder". Clama el novelista, por boca de su pueblo protagonista, por la unión de los pueblos y las razas de América, para ”acabar con la pequeña fuerza que nos tiene invadidos y dominados. Porque eso sí lo dijo claramente José Antonio: “unidos seremos fuertes".

Aparte de las novelas mencionadas, aparecen en la escena varias obras dramáticas como la titulada Los comuneros (1888), escrita por el ya citado escritor Constatino Franco Vargas y las del connotado dramaturgo Oswaldo Díaz, titulada Galán el comunero, se acerca al Tolima. Menciónese, igualmente, la obra dramática sobre comuneros escrita en inglés por el autor; norteamericano Archibald McLeich. Sorprende el impacto que a este escritor extranjero le hace la vida y la heroicidad de Galán, cuando afirma. que "si se le llegase a olvidar, las mismas piedras de su tierra procera, gritarían: !Galán!”. Como si el héroe, mitificado así, hubiese llegado a ser no sólo el viento revolucionario que rodea su efigie sobre los riscos andinos, sino la piedra angular que sobre los Andes marcó las huellas de su revolución.

Los ensayistas, compitiendo can los poetas, han enriquecido la literatura comunera, destacándose entre las plumas brillantes, Germán Arciniegas, Otto Morales Benítez, Antonio García, Daniel Valois Arce, Francisco Posada, Horacio Rodríguez Plata y Luis Torres Almeida. Trascendencia internacional le da al campeador andino Germán Arciniegas, en su libro, Los Comuneros (1930), obra que posteriormente se publicó en Chile y que enriquece el abrevadero bibliográfico del peruano Daniel Valcarcel en su libro La rebelión de Tupac Amarú, en que la referencia a los comuneros se hizo inevitable. Enmarcándolo al lado de este paladín andino, el ensayista colombiano Otto Morales Benítez, glorifica la efigie de Galán en su obra Revolución y Caudillos, cuya segunda edición se publica fuera de Colombia y agigantado al lado de los grandes caudillos americanos, contribuye a mitificar aún más a este libertador de esclavos, a este gran héroe popular, señalando, como si se tratara de un Cid mestizo, que “por donde pasaba él se encendía el entusiasmo, se encendía la revolución. Germán Arciniegas lo defiende de sus detractores que lo quisieron borrar de la historia patria cuando su imagen caudillesca estaba enanizando a la de Berbeo, el inclinado caudillo criollo que se había vendido por un plato de lentejas. Galán logró cobrar más importancia como líder de la verdadera “revolución en marcha” (no la demagógica) en las obras de Daniel Valois Arce, José Antonio Galán, el símbolo y la imagen y Los Comuneros de Antonio García. Confiriéndole antorcha de reivindicador social, sostiene García que con Galán la insurrección comunera, en su segunda fase, se desdobló en revolución social, "como efecto de dos imprevistas circunstancias: la plena independencia operativa de Galán y el desencadenamiento de fuerzas antiesclavistas". Como símbolo, Galán significa la revolución truncada de América, tan trunca como su cabeza paseada así por los derroteros andinos, originalmente como escarmiento y, a posteriori, como bandera de revolución. Si ciertamente se paseó por los agrios derroteros colombianos, hoy los escritores levantan su imagen como estandarte, como bandera libertaria, cono estrella que ilumina los caminos de América. Así la ve el poeta colombiano Gerardo Valencia en su poema titulado "La Cabeza de Galán":

“Oh, José Antonio Galán!
Ya tu cabeza es bandera 
sobre los brazos erguidos; 
ya tu cabeza es estrella 
sobre los ciclos tendidos; 
ya aprendimos tu canción 
y se canta en los caminos. 
!Oh, José Antonio Galán!
Te están mirando los indios”
No en vano dice el bardo piedracielista, como si hablara a nombre de todos los poetas y juglares de América que ”ya aprendimos, Galán, tu canción y se canta en los caminos", porque la poesía comunera cuenta ya con varias antologías o selecciones de poesía alusivas a la gloriosa gesta. Autores laureados como Aurelio Martínez Mutis, autor de “La Epopeya del Cóndor”, e Ismael Enrique Arciniegas, exaltan la rebeldía del comunero sacrificado, en cuyas cenizas aún fogosas, ve el poeta Aurelio Martínez Mutis el perfil severo del Libertador. Precursor de la Independencia, queda claro en su "Romance de Galán, el comunero“ que ese es el sitio que le corresponde en la historia de la emancipación americana. Héroe de acción intrépida , el poeta romancea su estampa huracanada así:
"Frente de mística altura,
grande por fuera y por dentro
la estatura procelosa,
la color como el centeno,
los ojos como relámpagos,
agitado los cabellos 
por huracán visionarios 
y virginal el cerebro, 
de ciencias engañadoras 
en si llevaba el aliento 
del chicamocha bravío 
como si el río materno 
lleno de cabras salvajes 
y de cósmicos silencios,
le hubiera enseñado un día, 
sobrio, dinámico y fiero, 
que son hembras las palabras
y son músculos los hechos.
”La imagen procera de Galán pasa a la escena en el poema dialogado de Guillermo Córdoba Romero, de cuyo libro titulado José Antonio Galán surge también su perfil bizarro en forma romanceada, teatralizando su bronce caminante a través de varios cuadros. Acierta el poeta Guillermo Córdoba Romero a balancear los atributos y características del héroe, revelando no sólo sus rasgos broncíneos de héroe mítico sino que lo humaniza, lo saca del bronce, para hacerlo pasear por el romance como el santandereano gallardo y romántico de nuestras breñas, capaz del dardo amoroso como del desafío, levantando así la copa de aguardiente como el machete siempre altivo y arrogante, cabalgando altanerías sobre los riscos y sobre los altiplanos. 
Sigámoslo en el romance:
“Su cuerpo moroso y alto
sobre las damas descuella
y el escudo de su pecho
luce el blasón de su fuerza.
Lo mismo da un bofetón
que unos labios rojos besa.
En los caminos del aire
forma su palabra estela.
Lo mismo canta una copla
que hace reventar la arenga.
Sus ojos rompen el tiempo
con fulguración profética.
La frente pálida y alta
su coraje transparenta
y hace fuego -blanco y negro-
con la altivez de las cejas.
Hay que verlo galopar
sobre su silla jineta
ametrallando el camino
que se tiende a su carrera.
Bajo el casco de su potro
nacen simientes de estrellas,
el sol -goloso de luces-
se prende en sus charreteras
o limpia la plata blanca
que relucen sus espuelas.”
Imagen de centauro andino, cual si el poeta se lo estuviese imaginando anticipadamente como campeador de los centauros llaneros que lucharon al lado de Páez y Bolívar, cabalga Galán en el romance, aguerrido, impetuoso, aunque hay un instante en que parando su piafiante corcel sobre el altiplano, parece que el poeta lo visualiza tendiendo la mirada continental, que rompe el tiempo y el espacio, para verlo avanzar por los derroteros andinos con fulguración profética. Visionario Galán, cruzase su mirada con la de Tupac Amarú, y al interpretarse su mirada fija en el porvenir, se crea la idea entre escritores y poetas de seguirlo viendo como un precursor de la Independencia. Su misión y proyección continental la comparte otro poeta epónimo de la comarca santandereana, Rafael Ortiz González, quien destaca al héroe como el capitán de la gran epopeya andina. He ahí su ovación:
”Gran señor Capitán, José Antonio Galán.
Toda América nuestra te ama, señor Capitán.
porque fuiste primero en el épico afán, 
porque fuiste el titán
de la magna epopeya inmortal.
Porque erguiste tu puño de hierro
y tu cuerpo de estampa marcial
como un reto a la eterna injusticia del mundo, 
en un grito que rompe el humano dolor colonial".
La poesía ebanista que representan Hugo Salázar Valdez y Helcías Martán Góngora, se hace eco de las voces líricas y épicas de los poetas contemporáneos, para señalar la gesta comunera cono la primera avanzada de la antorcha libertaria. Dice así el poeta Salázar Valdes:
‘Brava de corazón y desafío
la multitud avanza amenazante:
que viva el rey y muera el mal gobierno
es el pregón de los amotinados.
Brilla por fin la llama libertaria;
enhiesta el pueblo su más alto símbolo
no volverá la noche con sus cuervos
a devorar su dulce mansedumbre.
Guerra a la tiranía, al sacrificio,
al regente falaz y a sus secuaces;
guerra y odio y despojos al foráneo,
a su caudal de zánganos viciosos;
guerra a los mentecatos, al verdugo,
a todo esquimador, al palaciego,
al déspota, al cobarde prevalido
de su vitalidad en la carroña“.
La guerra prendió su fuego en la antorcha gigante de Galán y es un fuego incendiario de revolución, que en vez de extinguirse con el tiempo toma aún más fuerza con los vientos de la injusticia social que la atizonan. Es así como la vieja y la nueva gesta continúan marchantes codo a codo con las muchedumbres de ayer y de hoy bajo el símbolo del gran campeador andino.

Contribuimos en alguna forma con Cantos de Gesta Comunera a actualizar el movimiento justiciero de Galán con la clara aspiración de verlo como símbolo de la Revolución indoamericana. En este sentido el poeta Rafael Díaz Borbón en su ensayo “Epica y Revolución", enjuicia los " Cantos de Gesta Comunera dentro del nuevo enfoque: ""El poeta, unas veces, desde una visión a distancia, otras participante al lado del caudillo Galán..... convoca la solidaridad del lector en abierta rebelión contra la injusticia, la miseria, los abusos del poder”, contra lo cual, revivido Galán, reaparece en las oc
tavas reales:
"Aquí estoy como un héroe colectivo
con mi gigante voz y la protesta,
poblándome de brazos; más, enhiesta, 
levanto mi cerviz de pueblo altivo 
para verme de nuevo combativo 
contra los poderosos, con mi gesta
de poder a poder, y como puedo,
si no logro vencer, no retrocedo."
"Ni un paso atrás, siempre adelante, y lo que fuere menester, ¡Sea!”. fue la consigna de Galán, de este "arcángel batallador de América“, hermano de Tupac Amarú, visto por el poeta colombiano Carlos Castro Saavedra como "cabeza estatuaria, hombre de tempestad y una fusta en la mano". El itinerario social del héroe lo describe el poeta desde la miseria del pueblo hasta donde dicha miseria y toda clase de injusticias patentizan con sangre y con dolor la tragedia de su raza mestiza. Bandera de liberación de esclavos, golpe duro contra la opresión, su largo derrotero de lucha justiciera cubre todos los caminos andinos, toda la geografía física y humana de la América mestiza. "El que había nacido de la tragedia de los negros mineros, de las cabezas sangrientas de los indios”, de las espaldas tatuadas de los mulatos y mestizos, conocía ese largo vía crucis de la tragedia social indoamericana que causada por los zápatras imperantes, y por eso el poeta Castro Saavedra como portavoz de la poesía social en Colombia, enfatiza en proponer a Galán como símbolo de la revolución de Indoamérica. Sitúalo el poeta retrospectivamente en la historia batallante con marcha hacía el porvenir, justificando su ideal revolucionario en el hecho de que él como hombre o como emblema había ya llegado "Hasta el grito callado de los muertos“, "hasta el centro mismo de la selva”, “hasta las manos turbias de los clérigos“, “hasta los virreyes bucaneros”, ‘hasta los ojos tristes de los niños”, “hasta un pueblo húmedo de lágrimas“, “hasta los humildes y los descamisados‘. Esta es la voz verdadera voz de un poeta del pueblo como Castro Saavedra que ya se le está descartando de algunas antologías elitistas.

La estatua de José Antonio Galán que mantiene en pie su gallardía escultórica en el parque de la ciudad de Bucarmanga, Colombia, recoge a perfección las recias características del héroe comunero, con su rebeldía y antorcha, casi saliéndose del bronce como para verlo marchando por las plazas públicas. En torno a su estatua biográfica, ya se le ha visto como el paladín y se ha hecho tema de copiosos ensayos y libros y ha sido estímulo del teatro popular, programaciones televisadas, de los murales de pintores y del inmenso vocerío de un pueblo que lo aclama como al héroe nacional de las viejas y nuevas gestas. Su gigante figura, vista así es de esta manera revaluada no sólo por los historiadores, dramaturgos, novelistas y poetas sino por el entusiasmo del pueblo, ávido de justicia y de esperanza.

Ramiro Lagos

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