Literatura latinoamericana
 

Lo bueno, si breve, Monterroso
por Jorge Lafforgue

 
 

BREVE, oblicua, también rigurosa e insólita son adjetivos a los que con harta frecuencia y justicia ha echado mano la crítica para caracterizar la obra de Augusto Monterroso. En los últimos meses su trayectoria de escritor ha merecido un doble reconocimiento: por un lado, se le ha otorgado el Premio Juan Rulfo -la mayor recompensa literaria mexicana y una de las más altas del idioma- y, por otro, Alfaguara acaba de reeditarle gran parte de sus textos narrativos. Es oportuno entonces preguntarse por qué ambas decisiones.

CIUDADANO DE NINGUNA PARTE. La tormentosa tarde del 21 de diciembre de 1921 nacía en Tegucigalpa, capital de Honduras, Augusto Monterroso. Este simple hecho instaura en nuestro personaje un futuro inequívoco: su triple y/o incierta nacionalidad. Sabemos que se lo ha llegado a confundir con un narcotraficante -profesión rentable- o con un espía -profesión en desuso- cuando en verdad él ha practicado de manera casi exclusiva la apacible y nada violenta profesión de escritor, si bien no resulta difícil percibir en sus textos una violencia subterránea, solapada. Pero esto es harina de otro costal.

Su familia, que exhibe cercanos antecedentes de militares y abogados -lo que entonces se traduce en políticos- se mueve entre Honduras y Guatemala, hasta que decide establecerse, cuando el niño aún no ha cumplido cinco años, en la ciudad capital de esta última.

Proveniente de un hogar de clase media acomodada, su padre muestra una peligrosa inclinación por el mundo de las artes y las letras: puntualmente irá fundiendo una imprenta, un cine-teatro, revistas, periódicos y otros emprendimientos de parecida índole, ("sus entusiasmos eran breves como eran largas sus esperanzas" ), a la vez que se esfumaba el dinero de su madre. "Las empresas fallidas de él, junto con la gradual extinción de la fortuna de ella, habían comenzado a hacerse sentir y nuestro nivel de vida social era cada vez más difícil de sostener aún en apariencia".

Su adolescencia se hace más dura, y tempranamente debe trabajar. Salvo los primeros grados de la escuela primaria, Monterroso no sigue estudios regulares, aunque pronto se convierte en un lector voraz y escritor en ciernes. Así a comienzos de los '40, será fundador del círculo literario y de la revista Acento. En ella y en el diario El Imparcial aparecen sus primeros trabajos literarios. Por estas circunstancias y su obra posterior, no hay antología, panorama o historia de la literatura centroamericana[1] que no lo considere uno de los grandes escritores guatemaltecos, a la par de Miguel Ángel Asturias y Luis Cardoza y Aragón, con quienes comparte el carácter de exiliado perpetuo, pero no por cierto sus escrituras torrenciales.

Monterroso mantiene por esos años una sostenida oposición al gobierno de Jorge Ubico, en el poder desde 1931; firma el manifiesto de los 311 que, entre otras cosas, exige su renuncia. Cuando en 1944 el dictador cae, funda con un grupo de amigos el periódico El Espectador. Pero ese mismo año es detenido por la policía; escapa y solicita asilo en la Embajada de México. Poco después ocupa un cargo menor en el consulado guatemalteco en este país. Los aires políticos han cambiado en Guatemala: Juan José Arévalo y Jacobo Arbenz se han de suceder al frente del gobierno. Pero, pese a sus buenos vínculos con esas gestiones, Monterroso ha fijado su tercera residencia: México.

Los desplazamientos de su infancia y juventud, o las consecuencias de tales avatares, lo llevarán a reflexionar años después: "No ser de aquí ni de allá. Con los años, no-sí hondureño, no-sí guatemalteco, no-sí mexicano. ¿Tiene importancia? Finalmente, no soy ciudadano del mundo sino ciudadano de ninguna parte. Nunca voté. Jamás he contribuido a elegir un presidente, un simple concejal: en Honduras, por no tener la edad; en Guatemala, porque en tiempos del dictador Jorge Ubico no había elecciones sino plebiscitos fraudulentos en los que yo no participaba; en México, porque como exiliado no tengo esa facultad. Vivo con la incertidumbre de mi derecho a pisar ni siquiera los treinta y cinco centímetros cuadrados de plante en que me paro cada mañana".

EL AUTODIDACTA ENSEÑANTE. Las señales de su vida pública pueden sintetizarse, a partir de entonces, en su cargo de secretario y cónsul en La Paz (Bolivia) en 1953-54 y, al ser derrocado Arbenz por la intervención norteamericana, su renuncia y consecuente exilio chileno en Santiago, hasta su regreso en 1956 a México. Desde ese momento ha trabajado allí como profesor, becario, investigador y editor en distintas instancias e instituciones: la UNAM, el Colegio de México, el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología, etc. Sobre las señales de su vida privada sólo apuntemos sus matrimonios con la mexicana Dolores Yáñez (1953), la colombiana Milena Esguerra (1962), con quien tiene una hija, María, y la mexicana Barbara Jacobs (1976), su compañera de hoy.

Triple nacionalidad o ninguna, tres matrimonios reconocidos; sin embargo, no se trata de un narco ni de un personaje de John Le Carré. Aunque su actividad principal, aquella que le ha dado fama y gloria, no deja de tener ciertas concomitancias con ambas profesiones. Autodidacta, lector agudo e infatigable, experto filólogo y traductor riguroso, nadie como este escritor en nuestro idioma, husmea en los textos, los pone cabeza abajo, descubre sus mecanismos secretos, sus latencias subterráneas, con una sonrisa que apenas se insinúa, segura y distanciada, lo que ellos -los otros, los otros textos- se esfuerzan por no decir. Espionaje y tramas ocultas son algunos de sus elementos comunes, como también lo son las conductas subversivas frente al orden canonizado.

Si se indaga en su profesión, todo en ella es muy decantado y, según el ritmo de publicación de sus obras, muy pausado. Nada que ver, por ejemplo, con el caudaloso río Asturias, cuyo curso arrastra un poco de todo, un poco mucho. Los escritos monterrosianos más bien semejan un arroyo de aguas cristalinas con meandros y piedras fantásticas en su lecho.

Escribe desde los '40; pero en esos años sólo publica unos pocos textos en diarios y revistas (se suele mencionar "El hombre de la sonrisa radiante", un relato de 1941 no recogido en libro, como su primer texto). En la década siguiente se anima con un par de plaquetas: El concierto y El eclipe (1952) y Uno de cada tres y El centenario (1953), que contienen los cuatro cuentos de ambos títulos, los que junto con otros nueve integrarán su primer libro: Obras completas (y otros cuentos), que en 1959 editará la Universidad Nacional Autónoma de México. Pasan diez años hasta la aparición del segundo y sin duda el más difundido de sus libros: La oveja negra y demás fábulas (México, Joaquín Mortiz, 1969). A ese título seguirán Movimiento perpetuo (1972), Lo demás es silencio (La obra y la vida de Eduardo Torres) (1978), Viaje al centro de la fábula (1981), La palabra mágica (1983), La letra e (Fragmentos de un diario) (1987), Esa fauna (1992) y Los buscadores de oro (1993).

Sus casas editoras han sido México, además de Mortiz y la UNAM, Era, Martín Casillas y el Fondo de Cultura Económica.

En España, desde comienzos de los '80, simultánea o sucesivamente lo incluirán en sus catálogos Seix Barral, Alianza, Muchnik, Cátedra, Anagrama y Alfaguara. A estas editoriales cabe agregar la colombiana Norma y la cubana Casa de las Américas. Correspondiendo a este creciente movimiento, desde hace cuarenta años, en aquellos parajes mayas y aztecas, Monterroso es conocido, respetado y premiado: el Rulfo es la vuelta de tuerca final. Si bien en tierra española su reconocimiento es más reciente resulta igualmente firme. Sin embargo, a orillas del Plata, su repercusión ha sido escasa, y sólo en los últimos años -en buena medida por el embate de las ediciones españolas- la situación ha ido cambiando.

Que este justo reconocimiento sea aquí tardío resulta aún más extraño cuando comprobamos -como lo ha hecho Juan Antonio Masoliver Ródenas- que Monterroso "está más cerca de la literatura sudamericana (...) que de la centroamericana"[2]. Pero no hay que olvidar las excepciones que confirman la regla: el precursor artículo de Ángel Rama a mediados de 1974 titulado "Un fabulista para nuestro tiempo"; los trabajos críticos de dos rioplatenses trasplantados al Norte, el argentino Saúl Sosnowski y el uruguayo Jorge Ruffinelli; la asistencia de Monterroso a un encuentro de escritores del continente que se realizó en Buenos Aires en noviembre de 1990, con las consecuentes entrevistas; la labor pro Monterroso del matrimonio Tununa Mercado y Noé Jitrik[3].

TRAMAS, COARTADAS Y DESPLAZAMIENTOS. Con una proclamada filiación borgeana ("Me gustaría pensar que todo lo que he publicado es un homenaje a Borges"), Augusto "Tito" Monterroso se inscribe en esa familia heterogénea y heterodoxa, que díscola y desordenadamente emerge en diversos puntos de nuestro continente y que, entre otros, integran el uruguayo Felisberto Hernández, los mexicanos Julio Torri y Juan José Arreola, el chileno Nicanor Parra, sin excluir al viejo "zorro", al "terco" Juan Rulfo. Con muchos de ellos comparte su empeño proteico y elusivo tanto como su lapidaria brevedad. Con el uruguayo, la "inusual costumbre de mirar al sesgo"; con Parra, el humor cáustico e irónico; con su maestro Borges, el ambiguo alarde erudito y la abigarrada intertextualidad, así como el pasaje sin barreras del cuento al ensayo, el constante vapuleo de las reglas genéricas. En la serie de "correspondencias" uno y otro comparten también una trama inglesa: Shakespeare, Swift, Sterne, Lewis Carrol, T.S. Eliot... y la admiración por ciertos padres fundadores: Cervantes, Kafka...

Pero Augusto Monterroso, como todos y cada uno de ellos, deja ver en el orillo su marca intransferible. Esa marca está allí, en su escritura, a la vista. Sin embargo, no es fácil de definir. Quizá porque la escritura de Monterroso, precisa e imaginativa, plasma textos fuera de toda norma; o mejor, textos que juegan y desenmascaran las normas consagradas, esas normas regularmente aprendidas para ser regularmente respetadas.

Glosando al propio autor podríamos decir que la intensa narratividad de sus textos está tensionada por tres verbos: contar, parodiar, recuperar. Ellos indican tres "direcciones" que las más de las veces se superponen o entrecruzan, aunque a la vez permiten trazar el camino de la escritura monterrosiana. Este camino -antes que recto, lleno de vueltas y recovecos- muestra un predominio del cuento (erosionando sus formas tradicionales) en sus dos primeros libros. Hay un pasaje -a través de esa bisagra fundamental del Movimiento perpetuo hacia la parodia, que eclosiona, junto con su sesgado e incisivo humor, en la obra de Eduardo Torres, vecino ilustre de San Blas, hasta que se desemboca en la recuperación de problemas, temas y labradores de la literatura, para decirlo sin conflictos. Tal vez llegado este punto, el remanso autobiográfico de los buscadores de oro convoque a la síntesis.

Pero señalar la acentuación del aspecto reflexivo y ensayístico en detrimento del relato ficcional, quizá resulte "exterior", como lo ha señalado Jitrik, para quien "lo que mueve toda su obra es, por un lado, una inequívoca reacción contra la idea de géneros, y correlativamente, una clara preocupación por la escritura como problema y como posibilidad. Siempre dramatizada, en el poder y no poder escribir, siempre obstaculizada por el límite que impone la palabra, la paradoja del escribir se resuelve, con infinita gracia, en una exaltación tal de la lectura que llega a aconsejar la supresión de la escritura. "Escribir es un acto redundante, puesto que todo está dicho ya, incluso esta última frase", dice con toda impavidez, desafiándose a sí mismo y, ni que decirlo, a quienes se miran en lo escrito y se creen que lo han hecho verdaderamente"

En una de las entrevistas que conforman Viaje al centro de la fábula, Monterroso desliza: "no me gusta repetirme. Personalmente pienso que uno no debe encontrar jamás una fórmula". En sus textos se encuentran variaciones de lo mismo: "cuando se aprende a escribir sin titubeos, ya no se tiene nada que decir"; "ya hizo su papel"; "ahí paré" ... Una revisión superficial -por géneros-de su obra no haría más que confirmarlo: cuentos, fábulas, ensayos, novela, entrevistas, diario, autobiografía... Sin embargo, uno intuye que transitar por esa senda haría caer en un a de las tantas trampas (menos deliberadas que placenteras) tendidas por el autor. Puesto que de entrada uno se siente tentado de apelar a las comillas: "fábulas'' peculiares, "novela" que no es tal, y así siguiendo. Doble juego que implementa Monterroso: en cada caso se aplica a desmontar los mecanismos del género en cuestión para luego rearmarlo "a su modo", a la vez que en cada caso mantiene la unidad dinámica e intrínseca del conjunto, del libro. Sus libros breves, con un extremo cuidado del paratexto, de un rigor que trasciende largamente la preceptiva, fruos de un esfuerzo autocuestionador e interrogante.

Así, cada uno de ellos, de sus libros, desde el título mismo suele plantemos dilemas de ida y vuelta. La Oveja negra y demás fábulas, por ejemplo. Se sabe, las fábulas conforman uno de los géneros más cristalizados en la tradición cultural de Occidente, con una serie de características bien establecidas. Tienen brevedad, asunto unitario, personajes -animal, vegetal u objeto- que alegorizan o encarnan cualidades humanas, fin didáctico o moralizante. Augusto Monterroso pareciera respetar esas reglas; pareciera, porque ya el título incita a una lectura bifronte: adecuación -un animal como protagonista de la fábula emblemática- pero de inmediata transgresión de lo familiar, de lo genérico -pues la Oveja es negra-. Es en la fisura de esta convergencia/divergencia, explícita ya de arranque, que la textualidad surge como generadora de sentidos múltiples. Agradecimientos, epígrafe, viñetas, índices.., funcionan también como llamados de atención, como peculiares advertencias de la feliz transgresión que sus textos instauran. Porque este miniaturista toma un modelo: lo mira, lo explora, incluso llega a copiarlo, pero como distraído lo vuelve otra cosa, una cosa que hace un guiño al modelo, sorpresivo pito catalán. Y establece una nueva forma (no intimable), entre el humor, el escepticismo y la perplejidad.

Por las razones expuestas y probablemente por otras más convincentes, Monterroso es hoy convocado por las grandes editoriales, sus lectores se multiplican, recibe los mayores premios literarios e incluso es reconocido en otros espacios. Por ejemplo en la reciente firma de la paz entre las fuerzas del gobierno y la guerrilla en Guatemala su figura apareció destacada como uno de los garantes del acuerdo. Por tales razones también, este escritor es hoy por hoy el mejor heredero de Borges.

Notas:

[1] En este sentido el mejor trabajo es la Antología del cuento centroamericano. Selección, introducción y notas de Sergio Ramírez. San José de Costa Rica, EDUCA, 1973; 2 vols., Colección Séptimo Día. En la página 46 del primer volumen se lee" "(Augusto Monterroso es) el que fija en forma definitiva el tránsito de nuestra cuentística hacia un plano de validez universal".

[2] Juan Antonio Masoliver: "Augusto Monterroso o la tradición subversiva", en Cuadernos Hispanoamericanos, número 408, Madrid, junio de 1984, pág. 151.

[3] Una y otro han publicado prólogos, notas (p.ej. en Babel, año 1, N, 7, Buenos Aires, febrero de 1989) y entrevistas a Augusto Monterroso. En el exilio mexicano, allá por 1982/83, Tununa Mercado y Tito Monterroso trabajaron codo a codo en la revista Creación y Crítica del editor Martín Casillas.

 

Editar sobre seguro

DESDE HACE tres años Alfaguara nos viene acostumbrando a unos volúmenes fuera de serie. Si bien estos volúmenes no pertenecen a una colección específica ni responden a un modelo rígido, tienen en común ciertas características gráficas (diseño elegante, formato 15 x 24 cm, el apellido del escritor como marca privilegiada en tapa y portada, solapas, papel ahuesado) y de contenido (reúne todo un conjunto de la obra el relato breve en particular- del escritor elegido) que los vuelven fuera de serie en el mejor sentido.

Primero llegaron a estas playas los dos volúmenes de cuentos de Julio Cortázar (junto con tres de su obra crítica), a ellos siguieron los dedicados a Julio Ramón Ribeyro (750 páginas de un rescate imprescindible), Juan Carlos Onetti, Alfredo Bryce Echenique, Mario Benedetti (en España, pues en el Río de la Plata sus cuentos completos aparecen bajo el sello de Espasa Calpe) y ahora Augusto Monterroso. Pero además de estos autores latinoamericanos, Alfaguara ha publicado, siguiendo iguales pautas, a Paul Bowles y a los españoles Arturo Pérez-Reverte, Juan José Millás e Ignacio Aldecoa.

En la segunda solapa de Cuentos, Fábulas Lo demás es silencio (Prólogo: "Tampoco quiero engañarlos", por José-Miguel Ullán; México, 1996; 360 páginas) se advierte que "Monterroso. ofrece al lector la posibilidad de encontrar en un solo volumen la totalidad de los cuentos, las fábulas y la primera novela publicada hasta ahora" por él. De tal forma se endosa la selección al propio Monterroso, que habría escogido aquellos textos suyos más cercanos a la ficción que al ensayo (estableciendo un distingo que no está dicho, ni tal vez pensado). Recoge así todos los textos de sus dos primeros libros y su "novela", a la vez que selecciona catorce textos de Movimiento perpetuo y cuatro de La palabra mágica. Interminablemente podríamos discutir los criterios de exclusión. Sólo señalemos que ellos privan a los lectores de dos textos entrañables, en particular para los rioplatenses: "Beneficios y maleficios de Jorge Luis Borges" y "Las muertes de Horacio Quiroga", respectivamente de Movimiento.., y La Palabra... El resto es... inagotable placer.

 
Parentescos

Hernández y Monterroso

 

Ángel Rama

 

MENCIONAR A Felisberto Hernández a propósito de Augusto Monterroso -afirmaba años atrás Angel Rama- "no es ocioso: con él comparte esa inusual costumbre de mirar al sesgo, de incidir de una manera oblicua e imprevista sobre los temas, especialmente los comunes, generando algo más que sorpresa: desacomodo, disgusto, la inconfortable sensación de transitar sitios conocidos a contracorriente, la incomodidad de ver atendidas sensaciones u ocurrencias que la conciencia educada rechaza con disgusto. El desasosiego propio de muchos de sus temas se acrecienta por el sesgo elusivo con que se los aborda: una atención lúcida se concentra sobre parcelas aparentemente significativas o marginales de la vida, ya sean los "palindromas" del español o los problemas de la estatura o los desencuentros fastidiosos de la vida social o las situaciones públicas desairadas. (...).

Es una constelación de asuntos que lo encandila. De los trece cuentos que componen Obras completas, no menos de la mitad trata de seres fracasados o provincianos o insensibles que se ignoran a sí mismos o habla de los que chapotean en la cursilería como si se bañaran jubilosamente en la fuente Castalia. En sus libros posteriores el porcentaje no disminuye, por cierto, aunque los textos se formalizan, aparentan una abstracción mayor y por ese camino fingen versatilidad. Sin embargo, en ninguno de esos libros puede considerarse un material para exclusivo uso de literatos sino más bien un manejo de literatos para uso exclusivo del público, pues no son los problemas específicos de la creación sino las actitudes humanas en que ellos reposan las que son objeto de ácida observación y, dado que lo que mejor conoce un escritor son los escritores, éstos resultan las víctimas propiciatorias de una tarea que sólo cabe definir como satírica.

(...) Trabajando en una época estilísticamente desmelenada y actuando a contrapelo de la concepción recibida de la literatura (Monterroso),ha procurado una pulcritud que comienza por reconocer que el acto creativo es un artificio y que la propia operación literaria, enmascarándose de ilusionismo realista, no hace otra cosa que rubricar sus rígidas bases técnicas.

("Un fabulista para nuestro tiempo", de Ángel Rama, se publicó en el diario La Opinión de Buenos Aires el 5 de mayo de 1974, y al mes siguiente en la revista Eco de Bogotá, número 165)

Jorge Lafforgue
El País Cultural
21 de marzo de 1997

Editado por el editor de Letras Uruguay

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Métodos para apoyar la labor cultural de Letras-Uruguay

 

Entrevista a Augusto Monterroso por Fernando Sánchez Dragó

Publicado el 23 abr. 2014

Fernando Sánchez Dragó entrevista a Augusto Monterroso en el programa "Negro sobre blanco" (1999).

El programa "Negro sobre blanco" tuvo vigencia en la TV Española 8 años (1997-2004).

 

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