El match
Sebastián Jorgi

El campeón del mundo movió el caballo y el challenger paró el reloj. Eran las 17.15 de un día de primavera que lo sumía en el compungimiento de la derrota. Apenas saludó al ganador. Podía haber seguido la partida un rato para especular con algún eventual error del adversario. Pero algo —no precisaba qué— lo impelió a dejar la sala en donde se desarrollaba el match. Toda una vida preparándose para conseguir la corona de campeón mundial de ajedrez. Si hubiera jugado alfil cuatro dama en la movida 21, habría logrado una mejor posición en el medio juego. Un raro presentimiento lo urgía y corrió hacia su casa. Le dijo al taxista:

—Acelere, por favor.

El hombre lo miró por el espejito retrovisor. Lo reconocía.

—¿Pedirá la revancha?

El ajedrecista siguió con su obstinado mutismo hasta caer en la cuenta de que pasaba por descortés.

—No me importa la revancha en este momento. Acelere. Hay cosas en la vida mas importantes que el ajedrez —dijo.

—Pronto llegaremos, no se aflija. Un triste día de primavera éste...

Al doblar la esquina de su casa, pudo ver a su mujer con su hijo menor en brazos, en medio de la calle. Trataba de parar un taxi. Algo malo pasaba.

—Esa mujer está en dificultades, señor, si me permite...

—Es mi mujer. Pare. —Tenemos que ir al hospital —le dijo su mujer, un tanto sorprendida al verlo—. Pablito tiene mucha fiebre. Menos mal que viniste. ¿Te avisaron que te llamé?

La miró, extrañado.

—No.

—Entonces...¿cómo llegaste tan rápido? Sé que perdiste...

—No sé, algo me hizo venir urgente.

—La clave de la partida estaba en la jugada 21 —dijo de golpe el taxista—. Yo la estaba siguiendo por radio. Con alfil cuatro dama usted tenía más chance.

El ajedrecista lo miró.

—Sí —admitió.

—Y si después doblaba las torres en la columna rey, su posición era más fuerte —insistió el hombre.

—¿A qué hora le subió la fiebre? —le preguntó a su mujer.

—A las 17.15.

El taxista siguió hablando sobre distintas variantes. Sin duda, era un aficionado que entendía.

Un día después de este trance, con Pablito a salvo, el ajedrecista le comentaba a su mujer:

—Menos mal que se me apareció ese taxista, estaban todos ocupados, ¿sabés? Parecía todo un experto en ajedrez.

—Te dio una tarjeta, agradecéle.

—Me había olvidado. Tío raro el tipo. Claro que la movida clave era alfil cuatro dama en la jugada 21.

—No nos quiso cobrar —recordó la mujer.

El ajedrecista sacó la tarjeta del bolsillo. Absorto, leyó: Paul Keres, gran maestro internacional de ajedrez. El color mudó de su cara. La mujer, preocupada, le preguntó si se sentía mal. Vio como se preparaba un whisky.

—No puede ser Paul Keres. Murió hace más de diez años —casi gritó el ajedrecista—. Todo un grande del ajedrez, un campeón del mundo sin corona.

La mujer sonrió.

—¿Cómo que murió hace diez años? ¿Me estás contando un cuento fantástico o me estás tomando el pelo?

Veinticinco años después

Pablo se había hecho ajedrecista, como su padre. Había ganado el Interzonal de San Sebastián y ostentaba el título de gran maestro. Le había ganado a Fischer, a Spassky y a Luboievic en varios torneos europeos y era el candidato a jugar contra el campeón mundial. El match era en el Luna Park. Los padres abordaron el taxi. El chofer arrancó sin esperar la indicación de sus pasajeros.

—Vamos al Luna Park.

—Sí, ya lo sé.

Los dos pasajeros se miraron.

—¿Cómo lo sabe, eh? —casi se burló el ajedrecis-ta—. ¿Es adivino?

—Todo el mundo va al Luna Park a ver el match.

La mujer lo miró con detenimiento.

—¿Acaso lo conocemos de algún lado, señor?

—Casi con seguridad, señora —dijo el taxista—. Uno anda por tantos lados... ¿Están nerviosos, no? Claro, no es para menos.

—Juega nuestro hijo —dijo el ajedrecista.

—El muchacho gana si inicia la partida con peón cuatro rey —aconsejó el chofer—. Dígale que juegue peón cuatro rey... va a ver que el otro responderá con una defensa siciliana o francesa, va a ver...entonces su hijo se sentirá cómodo en esa apertura.

—Mi hijo conoce muy bien la apertura inglesa, señor —refutó el ajedrecista.

El taxista rió.

—Ganará sólo si juega peón cuatro rey, señor, acuérdese lo que le digo.

La mujer se llevó las dos manos a la mitad de la cara. ¿Era posible que...? El taxista se dio vuelta y le dijo:

—Señora, esto es una invitación, pero por favor, usted dígale a su hijo que juegue peón cuatro rey.

Media hora después, la mujer trataba de convencer a su hijo que comenzara su partida con el peón del rey. Su marido, contrariado, le dijo que era un imposible. Ella explicó que tenía un presentimiento, como que el taxista era una especie de vidente o algo por el estilo. El muchacho no entendía esta puja entre sus padres. Ella se refirió a una anécdota de cuando él era niño y había sido llevado al hospital por un taxista que sabía mucho de ajedrez. Al sentarse frente a su contrincante, Pablo miró a su madre y la vio cómo sonreía, cómo movía la cabeza, tratándolo de convencer con gestos. El reloj en marcha y unos segundos después movió peón cuatro rey. Su padre hizo una exclamación, la que fue acompañada por el público también conmocionado por la sorpresa. Hacía años que no jugaba con blancas peón rey. Una serie de comentarios se sobrepujaron hasta que el campeón mundial respondió con la defensa francesa: peón tres rey. A esto, el padre sintió como un temblor. La imagen del taxista ya no la olvidaba. Al promediar la partida, las blancas estaban mejor. ¿Dónde había visto antes al tipo del taxi? ¿Dónde?

—Sabés...se me hace que al tipo del taxi lo hemos visto antes —le dijo a su mujer.

—Claro: es el tío aquel que nos llevó en taxi hace veinticinco años cuando Pablito se enfermó. Es el mismo. Sabía más que vos, hasta te analizó el porqué de tu derrota. ¿Te acordás?

—Ya sé, ya sé. Ahora sí. Gracias a él, que se apareció de golpe en el Centro, pudimos llevar a Pablito al hospital. Recuerdo que no cesaba de hablar sobre mi partida. Y recuerdo que...—se llevó su mano derecha a la cabeza—: era Paul Keres.

La mujer sonrió.

—¿El que había muerto hacía muchos años? Vamos, vamos, no me vengas con otra fantasía de las tuyas. Si al taxista lo acabamos de ver, vivito y coleando. Habrá dejado de jugar ajedrez, eso es todo...

—No, piensa: Paul es Pablo. ¿Acaso no relacionas los nombres? El del taxi es nomás Paul Keres que viaja en el tiempo y regresa para coronarse campeón del mundo. ¿Entendés?

—Estás loco...

—Claro: es el fantasma, digamos —siguió elucubrando él— de Paul Keres, que ayudando a Pablito, prueba su propia capacidad como campeón.

—Es una locura...

—Sí, ahora tiene que estar en el estadio.

Giró la cabeza a un lado y a otro. Imposible verlo. El estadio estaba colmado. Un silencio casi espectral se había hecho ante la jugada 33 del retador. El campeón del mundo demoraba en contestar una puesta de torre en la séptima línea.

—Sé que tiene que estar en el estadio —insistió el hombre a su mujer.

Pero fue ella la que lanzó una exclamación. El taxista estaba en la misma fila que la de ellos, en un extremo, lindando con el pasillo.

—Allá está. Es él.

—¿Dónde?

La pregunta de su marido fue contestada con el dedo índice de la mujer. Un fuerte aplauso retumbó en el Luna Park. Las negras abandonan. Fue cuando el taxista se paró y los saludó con una sonrisa y un tenue movimiento de su mano. Pablito se coronaba campeón mundial de ajedrez. Eran las 17.15 de un hermoso día de primavera.

Sebastián Jorgi 

De “Rock nena linda”

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