Ausencias” , de Miguel Fajardo Korea :

  entre la voz catálisis y la voz cardinal  

Humberto Jarrín B.

Es sabido que en este mundo muchas cosas son inútiles, del Arte,   que se le concede,   sin   más,   toda   suerte   de   funciones, desde   catárticas   hasta    terapéuticas, –especie de hígado o de riñón espiritual por el que limpiamos el alma, como dirían los románticos –, se dice, sin mayores vergüenzas, que es inútil – y nada vamos a aludir en su defensa –, desde la perspectiva pragmática,   que todo debe ser rentable y funcional en el mundo práctico.

 

Y si esto dicen del Arte, qué no dirán de aquello que lo rodea, que lo merodea; qué no se podrá decir, entonces, de ciertos tipos de texto, entre éstos, los prólogos, que son como esas instrucciones del nuevo juguete, que nadie lee, porque se pasa de inmediato al disfrute, que contiene la etapa lúdica, imaginativa, de tener que armarlo.

Valiéndonos de estas premisas y arañando en los anaqueles que un prólogo tiene   una función, tomo bajo palabra, las palabras del libro “ Ausencias ”,   de Miguel Fajardo (Costa Rica, 1956), 

Habitan los versos del poeta centroamericano en un libro en dos apartados. “Cada día de la tierra” (que, a nuestro modo, debería ser el título del libro, por su alta raigambre de la condición humana) y el otro, apenas con las referenciales palabras «II Parte», pero con un dato sustancial: escrita en Bogotá en el año 2004.

Para aquellos que se adentren en la primera parte, han de saber que en ella el lector no se escapa; se le increpa y queda frente al interrogante poético que no pide lucidez intelectual, sino firmeza moral, exigencia axiológica. Hace parte de una redada en la que, como dice el poeta “la culpa convertida en vergüenza” nos acorrala. Y no le queda más remedio que aceptar el reto, para no ser cómplice del genocidio, sabiendo que   “Siempre habrá verdades a medias” y que “Cuesta sobrevivir”.

La voz del poeta, entonces, es aire y también áspid, se desliza, sinuoso e insinuante, por las maravillas y podredumbres de una América Latina martirizada, en la que “los desaparecidos son una estadística”, no personas, y en la que hay recordarle a los dolientes que “Nunca con el enemigo”, aunque se vista de mansa oveja, como nos ocurre a los colombianos, hoy por hoy.

En tiempos como éstos, sin compromisos, y en los que la palabra en muchos de sus frentes (la academia, la política, la filosofía…) ha sucumbido, bien a la logopirotecnia de la posmodernidad, o bien, al silencio estratégico-complaciente para no hacerse de enemigos y salvarse, quedan restos de arrestos   –a pesar de los arrestos–, en la voz del poeta verdadero. Con él, con el artista, y en tiempos como éstos, “la conciencia es un misil” y no un símil; “Después del aplastamiento se construye otra memoria”, a partir de la música y de la palabra en medio de ella dicha, “Mientras inventamos cómo vivirlos diferentes”. Así, “Vivir en paz sería un nuevo mandamiento”.

¿De qué recurso se vale el poeta para mostrarnos este escenario dramático que se escenifica “Cada día de la tierra”? La enumeración, recurso en apariencia simple, como cartas puestas a rodar, pero que puestas de cierta manera ofrecen pistas sobre nuestra realidad, verdades cifradas, que se cruzan con nombres de combatientes, de poetas, de dioses, que son llamas de verbo vivo. Y por ahí –también– la presencia de Dios, que nada puede hacer a favor de los designios de humanos, pues éstos se arrodillan más ante el fusil atormentador, que ante el Cristo redentor. Invitado de piedra.

En la segunda parte del poemario “ Ausencias ”, del autor costarricense, sin abandonar el referente social, la voz poética se repliega un poco más sobre el ser, se vuelve íntima, es como decir, tiene un diálogo   consigo mismo,   donde el yo es el yo con los otros.

El mundo se contempla con una dolorosa ternura. La vida, el cuerpo, el sexo y la voluntad son escudos dispuestos contra la guerra. Un sabio enconchamiento que permite al ser humano declararse en contra de la delación contra sí mismo: “Jamás declararemos crímenes no cometidos”, grita el poeta. Y al gritar, agita, pide, obliga, clama a ejercer la voz como un desafío para derrotar la derrota.

Así, desde estas dos perspectivas, se reconstruye el mundo en mitad de la “Ausencia”.

En   tiempos   como   éstos, cuando   se van suprimiendo cosas que no sirven para nada –como en el cuerpo las muelas del juicio y el apéndice (y ojalá no se extienda esta epidemia a otros órganos)–, vuelve la pregunta: ¿para qué sirve una presentación de un libro de poemas? Convengan conmigo que para poco o nada. El presentador puede ser visto como un advenedizo, quien no hace más que demorar lo esencial –voz catálisis–, la voz del poeta –voz cardinal–; el prologuista puede pasar por un tramposo, que recurriendo a la técnica del palimpsesto repite en la introducción la esencia de lo que el lector hallará, por su propia cuenta, tanto más rápido si estas páginas no existieran. Pero convendréis, amigos lectores, en que cumple una función diplomática, de fraternal celestinaje, de colegaje, para la edición colombiana de este libro del costarricense Miguel Fajardo .

Y como ya está hecho y no hay vuelta, no os devolváis, todo lo que vale está por delante.

¡Podéis pasar!    

Humberto Jarrín B.
Premio Nacional de Literatura
Cali-Colombia,  2008

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