Multiculturalidad y género
Por Edna Iturralde

En un siglo en el que las historias locales y regionales se borran y las huellas de lo íntimo, de lo perteneciente a determinados grupos étnicos es asunto de pocos o de nadie, una literatura que teja historias imaginarias e ingeniosas pero basadas en una seria investigación y que, a través de las ficciones lo documente y proyecte, es altamente trascendente. No hay nada más universal que la multiculturalidad. La comprensión de lo desconocido, la tolerancia y la aceptación a lo diverso son los objetivos aún pendientes, derroteros para la sociedad del siglo XXI.

La multiculturalidad es un concepto surgido de una revisión histórica de la orientación multicultural, llevada a cabo en Estados Unidos de América a mediados del siglo XX, imponiéndose por las décadas de los años 60 y 70 y llegando a su mayor desarrollo en los últimos veinte años. Es la aceptación social de un fenómeno de diversidad cultural, de un convivir de diversas culturas en un determinado espacio geográfico e histórico. La socióloga española Elvira Repetto afirma lo siguiente sobre un estudio de orientación cultural:

… con el término multiculturalismo se designa lo que hoy se considera, ante todo, un hecho social y una tendencia en la propia evolución de la sociedad. Su propia estructura léxica pone de relieve la existencia de diversas culturas, bien en un mismo momento histórico, bien en un determinado espacio geográfico. Es el fenómeno o realidad que encontramos en países donde su alto número de habitantes, la extensión geográfica y la antigüedad de sus culturas favorecen una realidad multicultural con raíces en un pasado remoto.

En una época de globalización, hablar de literatura infantil multicultural y étnica, más bien dicho, escribir una literatura que tiene como meta irrumpir y recuperar espacios que fueron relegados al olvido por la cultura dominante de un país; donde lo étnico se vuelve políticamente correcto y folclórico, pero nada cambia debido a un profundo desconocimiento de "quiénes somos", y a una garrafal indiferencia por averiguarlo, es un desafío.

Nosotros y ellos, ellos y nosotros. Así nos referimos a pesar de ser los mismos; raíces de un mismo árbol, raíces africanas, indígenas y europeas. Pero alguien me puede contradecir: "Mire los afiches, los letreros (esos letrerotes que causan la tremenda polución visual en la que vivimos), allí está representada la riqueza multicultural y étnica de nuestra patria". Pero yo les cuestiono: aparte de las fotos con fines turísticos y políticos, ¿qué sabemos sobre nosotros mismos, los ecuatorianos? ¿Qué sabemos de los llamados argonautas o balseros del Pacífico? Les aseguro que no es un equipo deportivo, sino que se relaciona con la navegación más antigua que se conoce en el continente americano; nuestros antepasados de la Costa conquistaron el océano Pacífico hace tres mil años en embarcaciones construidas con troncos del árbol de balsa, con velas tejidas de algodón y los famosos timones múltiples, las guaras, tablas de madera que introducidas en distintos lugares de la embarcación actuaban como aletas de pez. Una de estas balsas está descrita, con asombro, en el informe de Francisco de Xeres, transcrito por Juan de Sámano y conocido como la Relación Sámano/Xerez en 1526, producido treinta y seis años después de que Cristóbal Colón plantara el pendón de Castilla en la isla Guanahaní. Más tarde, en el siglo XVIII, Jorge Juan y Antonio de Ulloa, marineros españoles, dicen maravillados, al referirse a estos timones múltiples, que "otra hubiera sido la historia de la navegación española de haber poseído este conocimiento". En estas balsas realizábamos el comercio de las sagradas conchas spondylus. Así fuimos, por el Norte, hasta México, al golfo de Tehuantepec, de ida y vuelta durante siglos y hasta Perú, al Sur.

¿Qué sabemos de los bamberos, los seres míticos que cuidan al bosque húmedo tropical de Esmeraldas? Aquellos que llegado el atardecer salen a pedir cuentas de qué árboles se han talado y cuántos animales se han cazado innecesariamente. ¿Y el abuelo Zenón? Él es el espíritu de sabiduría del Pueblo Negro ecuatoriano, es decir, de nuestro país, quien dice: "Quien no sabe de dónde viene, no sabe adónde va y, si no sabe adónde va, ya está perdido". Pero desgraciadamente fuera de la cultura afroecuatoriana, no se conoce al abuelo Zenón.

De la cultura montubia no nos llega su riqueza, sino apenas un burdo programa de televisión donde se humilla a la mujer y al hombre montubios, olvidando que son la encarnación del espíritu de la campiña costeña, donde su presencia simboliza identidad regional e importante elemento de pluriculturalidad ecuatoriana.

De las etnias de la Amazonía, en peligro de extinción, tampoco sabemos mucho. ¿Qué es la felicidad para un niño achuar? ¿Qué conocemos de su fantástica medicina natural, sus creencias de que cada árbol, cada animal, cada río tiene su anent, espíritus con los que no solo se convive, sino respeta? En este mundo al borde de la destrucción ambiental, es una visión diferente y refrescante.

¿Conocemos la razón por la cual el hombre indígena de la serranía mantiene puesto su sombrero en público? Les adelanto que no es por rebeldía ni falta de modales ni por llevar la contraria a nadie, sino que está enmarcado dentro de un simbolismo antiguo, en la transmutación de la historia; lo impuesto sobre lo existente. Abordado desde conceptos claros sobre el mestizaje, la transculturación, el pasado histórico de Ecuador —entrelazado a veces con el de otros países iberoamericanos—, la construcción de historias inventadas que respeten el trasfondo de datos reales para rescatar líneas que se pierden en el mito o que se han postergado en una visión "oficial" de los hechos, se convierten en etnohistoria. La etnohistoria es un término compuesto por dos palabras de origen griego: etnos que, según la Nueva Enciclopedia Larousse, es la noción de pueblo que comparte una cultura, reconoce los códigos de ella y se define sobre la base de éstos; por otra parte, la historia, que recoge testimonios para narrar y describir hechos. Citaré al antropólogo mexicano Miguel A. Rodríguez Lorenzo

El término "etnohistoria" al integrar dos tipos de conocimiento sobre el ser humano, el etnológico y el histórico, alude a la reconstrucción de hechos que se suceden en el tiempo y a la comparación de sociedades en su forma de constituirse culturalmente, sin considerar a ninguna "superior" o "inferior" a las otras, en pro de comprender al Ser Humano Universal como entidad compleja y plurifacética.

Y así uniendo la etnohistoria con la narración literaria, existe la etnohistoria narrativa, que es parte de la literatura multicultural. Yo percibo este género narrativo como un medio fundamental e importantísimo en la delicada tarea de recuperación de datos para que los eventos reales o míticos de una etnia o cultura puedan ser conocidos. En nuestro país, por ejemplo, la historia del Pueblo Negro se ha limitado al naufragio al frente de las costas de Esmeraldas de un barco mercante, que en 1553 zarpó desde Panamá, con destino a Perú, llevando a veintitrés africanos esclavizados que luego formarían el primer palenque, liderados por Alonso de Illescas, convertido en el primer cimarrón, término con el que se conocía a los africanos esclavizados que lograban escapar. Pero nada se cuenta sobre personajes como Francisco de Arrobe, Martina Carrillo, Ambrosio Mondongo, Bernarda Loango, Cristóbal de la Trinidad, heroínas y héroes de movimientos libertarios en contra de esa lacra de nuestro pasado, la esclavitud. Lo curioso es que no existen narraciones orales sobre estos personajes, pero este fenómeno también está presente en otros pueblos, culturas y etnias.

En mis investigaciones sobre los cañari encontré que siendo los cañari la etnia que soportó la peor diáspora desde nuestra patria hacia lo que ahora es Bolivia y Perú, debido al sistema de mitimaes o mitmas que impusieron los incas, tampoco hay narraciones orales que cuenten sobre los dolorosos incidentes que debieron haber acompañado a este éxodo forzado, ni de los que partían ni de los que se quedaban. De igual manera, dentro de la denominada Cultura del cholo de la Costa, de la gente que habita la orilla del mar, tampoco existe nada referente a la extinción masiva de pueblos enteros a causa de enfermedades como la viruela. Es posible que, ante hechos dolorosos y traumáticos, los seres humanos prefiramos poner una distancia o negarlos. Esto en cuanto a la narrativa oral, ¿pero la historia? ¿Quién cuenta la historia? ¿Quién escoge qué decir y qué callar? Vuelvo al caso de la etnia cañari que ha pasado a la historia con el nefasto membrete de "traidores", porque se unieron a los españoles en contra de Atahualpa. Pero se olvida que Atahualpa casi exterminó a los cañari, que a su paso por Tomebamba cuando iba a luchar contra las huestes de Auki Atoko, general de Huáscar, mató alrededor de sesenta mil cañari, de tal magnitud fue la masacre, que dos años más tarde los cronistas españoles cuentan como aún se veían las osamentas blanquecinas a lo largo del camino. Las historias contadas a medias causan lo que yo llamo "medias uniones" o desuniones y poner epítetos negativos entre hermanos y hermanas es promover el odio. Esto no fortalece la autoestima de un país. Por esta razón, sin ser historiadora, me asomo al pasado y navego en una barca construida con estrellas, escucho las voces de caciques y soldados, la música de quenas y tambores, y estoy segura de que la literatura etnohistórica y multicultural es un medio importante y maravilloso que tiende puentes entre las personas, puentes basados en el entendimiento de realidades diferentes, para ayudarnos a vestirnos de tolerancia y para fortalecer nuestra identidad nacional.

No hay dos países con idéntica historia, por lo tanto, no pienso que existe una misma receta para tratar o trabajar la multiculturalidad. En nuestro caso, ni siquiera sabemos cuantitativamente el número de personas que pertenecen a las distintas etnias o culturas, porque apenas hace tres años se hizo un censo de grupos sociales, cuyos resultados no se dieron a conocer al público de manera oficial y general. Los censos de población en Ecuador siempre fueron de género. Esto ha causado graves contradicciones, por ejemplo, según a quién se pregunte, el porcentaje de afrodescendientes va desde el 2% al 9%. Y de los indígenas también las cifras cambian de tal manera que se ha llegado a decir que están entre 35% a un 5%. Y el porcentaje de mestizos tampoco se sabe. Aquí, en nuestro país, se da ahora una identidad itinerante, una "identidad que viaja en bus". Me explico. Durante una investigación en Saraguro, vi que para muchas personas su identidad cambiaba con la semana: de lunes a viernes, cuando se iban en bus a Loja a trabajar, vestían sudaderas o jeans, convirtiéndose, a primera vista, en mestizos. Luego, el fin de semana, ya de regreso, con su atuendo tradicional, volvían a su identidad indígena. En ningún caso esto es una crítica, es una realidad que señalo para indicar que la multiculturalidad no es estática, sino fluida como un río cuyas aguas se surten de grandes o pequeños afluentes y continúan corriendo por pampas y tabladas, montañas y valles sin perder su origen.

Creo que la literatura tiene ritmo, belleza, profundidad, creatividad, además de estar sostenida sobre un idioma claro. La literatura multicultural bien escrita cumple con todo lo dicho. Hay varias obras de escritoras famosas en que se propicia el conocimiento cultural como, por ejemplo, en la novela infantil Los sueños de Nassima, Mercé Rivas relata sobre el régimen de los talibanes que ahoga las ilusiones y la esperanza de una niña afgana y de su familia, que anhelan vivir en libertad, o La casa pintada de Montserrat del Amo, que es la historia de un niño chino campesino que intenta apoderarse de los colores que encierra el universo.

Las cosas cambian y las modas vienen y van. En un mundo globalizado y globalizante. Sí, algunas cosas cambian, las tendencias cambian, pero jamás dejará de ser importante la tolerancia o el respeto mutuo que se deben las personas dentro de sus diferencias, y este respeto solo nace del conocimiento de quiénes somos y qué caminos hemos abierto desde un pasado milenario. Hago hincapié al mencionar "qué caminos hemos abierto" y no solo digo "qué caminos hemos recorrido"; porque la cultura más antigua del continente americano está en Ecuador, es nuestra, es la cultura Valdivia, que existió hace cinco mil quinientos a seis mil años atrás.

Y hablando de caminos. No ha sido fácil para nosotras las mujeres abrir caminos, pero lo hemos logrado, continuamos lográndolo y cada vez que encontramos un abismo, también construimos un puente, más puentes aún.

El abismo más profundo ha sido y continúa siendo el sexismo. Es común que cuando alguien se refiere a la literatura infantil como "cosa de mujeres", definitivamente no quiere decir "escrita por mujeres", sino "algo mínimo, sin valor". Yo lo viví hace años, al principio de mi profesión como escritora y hasta tuve que escuchar cómo se comparaba mi acelerada creatividad con el acto culinario de hacer galletas, algo que no se lo hubieran achacado a un hombre. Otro abismo está al borde del relato literario, la figura de la mujer ha sido la de bruja, la de boba-bonita e indefensa, la de madrastra, entiéndase bruja, en fin ya se sabe de sobra que los cuentos tradicionales infantiles, esas joyas literarias también han tenido aristas que han causado heridas profundas y han lastimado la autoestima de las mujeres y nos han desvalorizado ante los ojos del género masculino, ya desde la infancia. A veces se encuentran personajes femeninos con papeles más o menos relevantes, pero con un álter ego masculino, es decir, la niña "marimacha", que es valiente porque se comporta como un varón y no como una "niña". Es apenas hace diez años que empieza a plantearse una reivindicación al personaje femenino. Por lo general, las niñas representaban papeles "dulces", mientras los varones jugaban deportes y vivían aventuras peligrosas, eran "lanzados", resolvían los misterios o ayudaban a los personajes femeninos a superar una situación sobre la cual giraba la trama de la narración. A pesar de todo, a nivel de educación primaria, aún se utilizan libros de lectura donde el protagonismo del personaje masculino, comparado con el del personaje femenino, es mucho mayor.

Aquí una pequeña anécdota: al leer el manuscrito de uno de mis libros, algunos miembros de la junta editorial que lo analizaban se quejaron de que la heroína de la historia no se comportaba como una niña, puesto que era demasiado valiente y decidida, que esto iba a causar malestar en el público infantil masculino, y me pidieron que "bajara el tono". Esto sucedió hace seis años. El libro se titula Caminantes del Sol. Es una novela de aventura que transcurre en 1482 durante la época de los incas. Esto me recuerda que cambiaron hasta los mitos de la creación, de identidad, para dar mayor importancia al personaje masculino. Es así que el mito de los incas nos llega en la presencia de dos hermanos, una hermana y un hermano, Mama Ocllo y Manco Capac. Ellos emergen del lago Titicaca llevando un bastón de oro entregado por su padre Inti, el dios Sol, con la consigna de caminar hasta un lugar donde el bastón se hunda en la tierra, señal de que allí deberán construir una ciudad. Por supuesto, es Manco Capac quien lleva el bastón y me imagino que Mama Ocllo le sigue a prudente distancia como corresponde a una mujer. En realidad este mito se cuenta desde el punto de vista occidental, puesto que el verdadero mito andino habla de cuatro hermanas y cuatro hermanos que salen de una cueva. Son los hermanos Ayar. Eran hijos del dios Sol y tenían la misión de fundar un reino en su nombre. El primero, Ayar Kachi, regresó a la cueva y se quedó atrapado dentro; el segundo, Ayar Uchu, se convirtió en una wanka sagrada, una piedra con poderes mágicos, y así quedó el último hermano, Ayar Manku, que cambió su nombre por Manko Capac y sus dos hermanas; Mama Okllo, la doméstica, y Mama Waka, la guerrera. Los tres empiezan a caminar en busca del lugar preciso. Pero en este relato es Mama Wako, una mujer, quien porta el bastón de oro y es ella quien, al llegar al lugar escogido, lanza el bastón de oro y ataca al jefe del poblado con tanta ferocidad, que los demás se rinden y así pueden fundar su ciudad. De igual manera, en el mito de los cañari, en el mito original de los cañari, son las guacamayas quienes deciden seducir a los dos hermanos que escapan del diluvio hacia la cima del cerro Faisañan, y no ellos quienes las atrapan. Esto en cuanto a dos ejemplos de mitos de pueblos originarios.

Uno de los más nefastos personajes de la literatura infantil tradicional ha sido el "príncipe azul", que las mujeres teníamos que esperar que llegara para poder realizarnos como seres humanos completos, o el rey que demanda una esposa "digna" de él, que tuviera todas las supuestas características posibles menos la de saber pensar por sí misma. Luego viene la princesa desamparada y melindrosa con ojos como estrellas, cabellos de seda y labios de rubí. Mi princesa favorita tiene "nariz de perdiz", "pies planos como hojas de bananos", "áspero cabello de cola de camello", puede "ver" con el corazón y es dueña de un gran sentido del humor que, además, lo necesita para aguantar al rey que es un niño pedante. En el libro La princesa y el pirata, del escritor español Alfredo Gómez Cerdá, la princesa Filomena, cansada de recibir como pretendientes a todos los príncipes de otros famosos cuentos, decide escaparse de su propia historia, con el pirata, para vivir su vida como le da la gana y no como se la querían imponer. En Los zapatos de fierro, del mexicano Emilio Carballido, una chica llamada María rompe el hechizo a un príncipe que estaba convertido en lechuga y atraviesa por numerosas aventuras poco usuales para las heroínas femeninas. En El diario de Carmen, del argentino Alejandro Brandes, una niña quiere ser andinista pero se encuentra con la burla y la mente cerrada de quienes creen que son "cosas de hombres". Justamente tengo un cuento de una niña que quiere concursar subiéndose a un "palo encebado", durante las fiestas del pueblo y se titula Cosas de hombres. Sin embargo, soy de la opinión que debe existir un buen equilibrio de género en la literatura infantil, pero debo admitir que en mi obra revelo una cierta preferencia por el personaje femenino, puesto a andar a partir de valores actuales sin alterar un ápice la credibilidad, con personajes fuertes, activas, que tengan iniciativas y persigan metas. Que se distingan por ser emprendedoras, perseverantes, valientes, que se midan de igual a igual con los hombres, pero con sus propios valores sin esperar concesiones por ser mujeres, porque eso no es otra cosa que volver a caer en el yugo paternalista.

Mi deseo es descubrir los velos de la identidad desconocida u olvidada, en igualdad de género, para volverla universal, situada desde esta parte de América y compartida por quienes nos reconocemos como mestizos, indios, negros y ciudadanos del mundo. Quiénes somos, de dónde venimos y adónde vamos son las preguntas que trato de responder en mis libros, con las voces de valientes guerreras y curiosos y sabios viajeros que viven las más intrépidas aventuras hacia el interior de su propio corazón: el corazón del pueblo negro, del pueblo indígena, del montubio y de las etnias de la Amazonía.

Por Edna Iturralde

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