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Un joven comunista…
Eduardo Ibarra Aguirre
eduardoibarra@prodigy.net.mx

 
 

Con apenas 16 años y medio, al delegado más joven del II Congreso de la Juventud Comunista de México, se le vino el mundo encima cuando Armando Real con voz engolada, la vista fija, penetrante, con unos ojos rodeados, sostenidos por párpados oscuros, movimientos de manos y brazos que decían mas que sus palabras, dijo:

–¡Un joven comunista no tiene imposibles, camarada! Con las sábanas hacen un lazo fuerte y largo, y antes del amanecer abandonan el hotel sin pagar.

No olviden sus maletas.

El agobio se apoderó del muchacho que días antes sus compañeros lo distinguieron nombrándolo responsable de la delegación de Tamaulipas, compuesta por una docena de jóvenes que le habían entregado los dineros para cubrir la cuota de acreditación y los gastos del hospedaje.

Cuando realizó los procedimientos de inscripción, el adolescente cometió el error de sacar del bolsillo todos los billetes y en un dos por tres el solemne tesorero lo despojó de todo el dinero que portaba, pero bajo la promesa de devolverle lo que correspondía al pago del hotel de los delegados tamaulipecos que permanecieron en el Distrito Federal del 23 al 27 de febrero de 1966.

Fue imposible sacar de la letanía sobre las virtudes innatas de los jóvenes comunistas al señor de los jeans ajustados a un cuerpo delgado, paliacate rojo al bolsillo trasero, botas, camisa a cuadros y un rostro que recuerda cadavérico.

Se acercaba la fecha del retorno a Tamaulipas y el dirigente no mostraba la menor disposición a regresar el dinero que, con engaños de verbos excedidos, quitó al adolescente de Matamoros.

Sus compañeros de la delegación, menos imberbes y de mayor edad, le aconsejaron hablar con Celso, el paternal secretario de Organización, a quien encontró en el 186 de la calle de Mérida, en la colonia Roma, y le explicó su pesar, el agobio con el que no podía más porque al día siguiente debía pagar la cuenta del hotel.

Garza Guajardo escuchó al jovencito sin interrumpirlo, acaso se dio cuenta enseguida de la carga que traía encima, pero también del abuso cometido por el tesorero y que seguramente no le resultaba novedoso.

–¡Armando! –dijo enseguida en voz alta el popular dirigente de la JCM, nacido en Sabinas Hidalgo, Nuevo León, sin incurrir en sus característicos tartamudeos.

–¡Dime, camarada Celso –contestó solícito Real Mena, quien en cinco zancadas ya estaba con ellos.

–¡Regrésale su dinero al compañero de Tamaulipas!

Con la mirada retadora, Armando escudriñó el rostro del muchacho que apenado no tenía la menor idea de qué hacer en tales casos.

–En un momento le regreso el dinero, camarada.

–¡Ahora! –ordenó Celso y así fue.

Más tarde, el 20 de noviembre de 1968, el muchacho viajó por tercera y definitiva ocasión al DF. Quemó las naves con su patria chica y desde entonces se instaló en la megalópolis, pero viajando intensamente por todo el país los primeros cuatro años.

Lo recibió el abusado tesorero y bajo su conducción el tamaulipeco se integró a las tareas de la dirección de la JCM, porque la mayoría de los líderes fueron a parar a la prisión a partir del 26 de julio de 1968.

El señor de las ojeras pronunciadas instaló al muchacho en la sede nacional del Partido Comunista, justamente donde lo obligaron a regresarle el dinero. Peor aún, donde Mendiolea Cerecero y sus hombres cometieron, cuatro meses antes, uno de los tantos asaltos y destrozos cuando comenzó el movimiento estudiantil y popular.

–¡Estas son tus oficinas, camarada! Puedes despachar donde gustes. Aquí en la planta alta.

La casona de Mérida 186 contrastaba con la soledad en la que sólo el muchacho y Chalón, un viejo comunista de Campeche que la cuidaba, eran sus ocupantes.

El tamaulipeco viajaba por el noreste y noroeste de la república. Ciudad por ciudad llevaba las buenas nuevas y malas que determinaba la Comisión Ejecutiva y las divulgaba entre sus compañeros.

Propagaba durante el día y las noches las utilizaba para transportarse de una ciudad a otra. Tales menesteres que fueron parte de una muy bien armada rutina de trabajo, gozo y placer le permitían estar la mayor parte del tiempo en los estados y unos cuantos días en la capital.

Gracias a ello, el 26 de julio de 1969, fecha en que nuevamente la policía asaltó Mérida 186, él se encontraba en la capital de Durango. Igual, por cierto, que el Jueves de Corpus que se encontraba en Mexicali, Baja California. Y al regreso se negó con firmeza a permanecer un día más en esas oficinas donde también dormía.

Armando se resistió con su verbo grandilocuente, pero no logró embaucar al matamorense que cada día identificaba mejor los singulares arcaísmos del tesorero, sobre todo después de que tras una agotadora gira de trabajo del primero, lo recibió con expresivos abrazos y le soltó:

–Camarada, la dirección de la JCM decidió reconocer tu extraordinario trabajo y darte unas vacaciones.

–¡Muchas gracias, compañero! ¿Cuándo y a dónde salgo?

–Hoy mismo por la noche a Acapulco.

El muchacho todavía volvió a caer en el engaño, partió al puerto y se dio cuenta que se trataba de una comisión de trabajo más. Sólo que la vulgar embaucada obedeció a la urgencia de la partida. No le importó mucho porque conoció a Blanca, la joven que pocos años después se incorporó al Partido de los Pobres. También al profesor Severiano Ponce, de Río Bravo, con quien estableció una sólida amistad hasta su muerte.

Real es ahora un acreditado homeópata con posgrados que no obstaron para que abandonara la propensión a embaucar. El exmuchacho convertido en señor fue a consulta, a principios de los años 80, paradójicamente en la misma colonia Roma, pero en la calle de Aguascalientes, en un establecimiento que opera bajo el parapeto de venta de peces, por supuesto que del mar, porque esta denominación también se usó hasta 1981 para denominar a los integrantes del PCM.

El nuevo paciente tenía una aguda neurodermatitis de contacto en los empeines de los pies que jamás le revisó el homeópata durante tres citas.

–Todo lo leo través del iris de los ojos –adujo el médico ante el reclamo del paciente.

Una relación lejana fue la mejor solución a un vínculo que comenzó en Monterrey, Nuevo León, en 1966, cuando el tesorero disertó sobre las virtudes de un muchacho comunista:

–No es cualquier joven porque se distingue de todos los demás por su forma de ser, de comportarse y hasta de vestir y de caminar.

O bien cuando se reencontró con Elia Ramírez y frente al de Matamoros como testigo, disertó sobre la superioridad del socialismo frente al capitalismo.

–Son extraordinarias las bondades de los países socialistas respecto de los capitalistas, premian a las madres prolijas y no permiten que el esperma se desperdicie por la enorme riqueza humana que acumula.

Remembranzas, de Eduardo Ibarra Aguirre
Primera edición digital: Octubre de 2012
© Eduardo Ibarra Aguirre
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Diseño de portada e interiores:
Héctor Quiñonez Hernández

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