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¡Qué asco!
Eduardo Ibarra Aguirre
eduardoibarra@prodigy.net.mx

 
 

Decían en los años 70 del siglo pasado: “Hay comunistas sin credencial y credenciales sin comunista.

Los cubanos lo referían y aún lo dicen de manera más claridosa, sin matices.

–¿Comunista?

–¡Es un comemielda!

Era el verano de 1963. En el agobiante calor de Monterrey, la madura vecina y el púber, que en forma temporal vivía en casa de su hermana Yolanda, conversaban con frecuencia.

Contaba con 13 años el lavaplatos que en turnos agotadores, primero cargaba las amplias charolas repletas de loza. Verlo era contrastante, cuestión de apostar en qué momento sucumbiría bajo el peso del cargamento, colosal para su pequeña humanidad.

Enseguida quitaba los residuos alimenticios a las montañas de platos lisos y hondos, cubiertos y tazas. Después los ordenaba: platos con sus pares, cubiertos con cubiertos, en una operación que demandaba la concentración física y mental a lo largo de la ardua tarea diaria.

Fuera del microcosmos de la cocina, negocio propiedad del novio de la hermana, estaban la casa y la vecindad. Amante sería la denominación convencional. Pero amantes son los que se aman.

Una madura vecina cubierta del tobillo al cuello, en el seco calor regiomontano, le aligeraba las horas de descanso con pláticas que bien podría resumir con la frase que recientemente le prestó Giovanna, la activista guatemalteca quien presentó una denuncia documentada sobre la violencia intrafamiliar.

–Somos machos, mochos y muchos.

La vecina hacía honor a la máxima feminista, sólo que desde su condición de mujer.

De aquellas conversaciones, a lo más recuerda una pregunta empanizada de interrogantes y una respuesta adobada con admirativas. Ambas, surgidas de los labios de la misma persona.

–¿Comunista? ¿Camarada? –Interrogó a boca de jarro al muchacho.

Sorprendido no alcanzó a hilvanar respuesta, porque la vecina empezó a hacer movimientos con la boca como si retuviera limón con sal.

De la boca ocupada en retener la presunta acidez, un escupitajo fue a dar directamente a los zapatos del lavaplatos, ya en horario de descanso, dentro del vecindario ubicado a unas cuadras de las torres de retransmisión televisiva.

–¡Qué asco! –profiere enseguida la señora de modales y pensamientos lejanos, no digamos de la convivencia intergeneracional, sino del catolicismo beatificante que decía practicar.

Dio la media vuelta y durante varios días no le dirigió la palabra al joven que aún no olvida aquellas torres. Tampoco a la vecina adolescente que siempre se enfrentaba a los rigores climáticos con camisones que traslucían piernas firmes y caderas con redondeces en formación, y que mejor mostraban los pequeños y erectos senos adolescentes.

La vecina no entendía un ápice del entonces maldecido comunismo, metamorfoseado dentro de su cabeza en el peor de los calificativos, igual que ahora sucede con el llamado populismo, pero defendió fanáticamente su descalificadora presunción. Ésta devino, tres años después, en compromiso orgánico de largo aliento para el adolescente agraviado.

Y siempre que escucha aquella frase de la canción ¿Por qué se fue y por qué murió? Por qué el Señor me la quitó, reaparecen los camisones trasluciendo piernas, caderas y pechos de la joven y las torres; ¡nada más!

Remembranzas, de Eduardo Ibarra Aguirre
Primera edición digital: Octubre de 2012
© Eduardo Ibarra Aguirre
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Diseño de portada e interiores:
Héctor Quiñonez Hernández

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