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La escuela
Eduardo Ibarra Aguirre
eduardoibarra@prodigy.net.mx

 
 

–¿Cuál es el deber de todo revolucionario? –Preguntó Montes, después de sorber la tasa de café americano e inhalar el Raleigh con boquilla, y con mirada retadora dirigida a la treintena de alumnos de la Escuela Nacional de Cuadros y desplazarse por el área asignada a él.

La respuesta brotó enseguida, previo alzamiento de la mano, de los señores y de los muchachos: “¡Hacer la revolución!, camarada”.

Isaías Orozco e Irma Ramírez (de Chihuahua, capital), Rodolfo Lira e Isidoro Hernández (de Río Bravo y Matamoros, Tamaulipas), el profesor de primaria (de Navojoa, Sonora), y el de Mérida, Yucatán, y otros más coincidieron en la misma respuesta y casi las mismas palabras que hiciera famosas Ernesto Guevara de la Serna, mejor conocido como El che.

Seguro de sí mismo, el profesor retó:

–¡No, camaradas! El deber de todo revolucionario es aplicar las leyes del materialismo histórico y las del materialismo dialéctico para interpretar la realidad nacional y establecer los rumbos que conduzcan a la transformación revolucionaria de la sociedad mexicana.

La respuesta apabulló a los alumnos de las capitalinas calles de División del Norte y Prolongación Uxmal. Concluida la cátedra los convencidos con la doctrinal respuesta coincidieron a la hora de la cena:

–Este cuate es muy sólido y apenas estudió la secundaria, si acaso. Es un impresor, un obrero de la industria gráfica, muy preparado. Ninguno de nosotros supimos dar la respuesta que tiene el marxismo para una pregunta que parece fácil pero es muy compleja.

Otro conferenciante, Marcos Leonel, no tuvo piedad con su auditorio a la hora de dilucidar el significado, en julio de 1967, del muy activo e influyente Movimiento de Países No Alineados:

–En el mundo de hoy no hay más que de dos sopas, el capitalismo y el socialismo. No existen términos intermedios.

La tosquedad del esquema no reparaba en la activa participación e influencia en el numeroso movimiento político integrado por países en vías de desarrollo a la vez que socialistas, o los que entones se reconocían como tales, como eran los casos de China, Cuba y Yugoslavia, aunque impugnada ésta última por los más ortodoxos comunistas.

Cecilia, la universitaria de la Nacional Autónoma de México, proveniente de Ensenada, Baja California, registró su malestar en la reunión de balance del curso de aquel verano, pues el ingeniero petrolero de Tampico estableció la cuadratura al círculo del Noal. Ella misma era recordada porque en el II Congreso de la JCM expresó una frase inolvidable, en ese caso para reivindicar al chiapaneco Ovilla Mandujano: “Hombres de la talla y de la envergadura del camarada Juan Manuel…” Y todo para descalificar a Marcelino Perelló, Pablo Gómez, Joel Ortega...

Otro profesor, Agustín Montiel, no se complicaba tanto la vida y procedía a formular preguntas a los estudiantes y enderezar las respuestas que él consideraba erróneas, pero sin confrontarlos. En la reunión de clausura del curso veraniego tampoco salió indemne.

Lo cierto es que mucho aprendimos con nuestros dirigentes que en sus escasos tiempos libres ejercían como profesores y compartían tanto sus estrechas visiones como su amplia experiencia partidista.

Agustín se instaló en el pasado. Dos décadas más tarde convocó a uno de sus exalumnos al café Habana para invitarlo a formar “el partido para hacer la revolución”.

–¿La revolución? –Verbalizó el otrora alumno.

–¡Sí! O la transformación revolucionaria de la sociedad, si prefieres.

El esquema era hilarante. El invitado representaría a los intelectuales. Otro a los obreros, uno más a los campesinos, y Montiel sería el secretario general.

Mas lo impresionante del luchador social ya fallecido era que no sólo no traía dinero para pagar su café sino tampoco para transportarse a su casa en Ecatepec, donde vivía en condiciones de práctica pobreza extrema.

Remembranzas, de Eduardo Ibarra Aguirre
Primera edición digital: Octubre de 2012
© Eduardo Ibarra Aguirre
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Diseño de portada e interiores:
Héctor Quiñonez Hernández

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