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El cuadrico
Eduardo Ibarra Aguirre
eduardoibarra@prodigy.net.mx

 
 

El cuadrico en lenguaje fidelista, del cubanode la Juventud Comunista llegó a Tampico-Madero procedente del Distrito Federal. Viajaba con frecuencia, comisionado para atender a los comités estatales y regionales, a los clubes de la organización en el noroeste y noreste de la república. A esas ciudades siamesas que no las separa más que una calle, procuraba ir con mayor frecuencia. Pero no había pretexto que valiera, pues era un colegiado el que decidía cuándo y adónde debería viajar.

Desde que vio por primera vez a la joven delgada de los ojos verdes, senos más redondos que firmes y cara redonda, en el Instituto Cubano-Mexicano de Relaciones Culturales, algo emboscado se movió en su interior.

La conversación sostenida con un profesor que transpiraba planes guerrilleros por cada uno de sus poros, le impidió ocuparse de América. Así, como el continente, se llamaba ella.

El inicio de la conferencia del tampiqueño Marcos Leonel interrumpió la conversación que le interesaba, pero mucho más le afectaba la mirada penetrante y dulce de la dueña de aquellos verdes ojos que le había reservado, junto a ella y su esbelto cuerpo, la única silla libre.

La aparté para ti le dijo con una sonrisa traviesa la profesora de primaria, días después. Porque todo fue cuestión de horas. Al siguiente día empezaron a construir planes para que la distancia no fuera otro obstáculo más en una relación intensa, febril, de tórtolos y adolescentes.

Viajó al puerto en la primera oportunidad, y cuando le era imposible, ella acudía al Distrito Federal.

En un abrir y cerrar de ojos, verdes y color miel, estaban haciendo planes matrimoniales: sitio del enlace frente a la única ley, la del Estado, a la que ambos le otorgaban valor, después de la del amor, o lo que entendían por tal. Trámites para el cambio de plaza, de la costa al inmenso valle; ahorro, muebles y todo lo que dos muchachos necesitan y que es demasiado poco.

El asalto a una sucursal bancaria en Empalme, Sonora, fue planeado por aquel conversador alienado en sus planes discursivos de tomar por asalto el cielo, parodiando burdamente a los bolcheviques rusos de San Petersburgo, pero ejecutado no por aquél sino por Leroy, el amigo en ciernes, que perdió la vida.

El cuadrico todavía recuerda al amigable hermano de la joven de los ojos verdes.

Cuñado, ¿qué, te van a invitar de cenar huevos a ídem?

Afuera de la sucursal de Bancomer quedó el cuerpo de Leroy abatido por las eficaces balas policiacas para proteger la propiedad financiera. Sólo para eso.

Ella se lo comunicó telefónicamente.

Mataron a mi hermano. Necesito que me acompañes a identificar el cuerpo para trasladarlo a Tampico y enterrarlo. Mi madre está muy mal.

Él no era dueño ni de su tiempo ni de sus decisiones. Formaba parte desde su temprana adolescencia de un conjunto de hombres y mujeres que trabajaban por otros caminos y métodos de lucha y soñaban con transformar de raíz la arquitectura socioeconómica de la nación. No eran muchos. Acaso tres mil.

No podía, mejor dicho, no debía, poner en riesgo al conjunto. (Y sin que hiciera falta también se lo expresó Arnoldo). Por más que su necesidad personal, perentoria por el dictado de sus sentimientos, fuera permanecer junto a ella en un momento ineludible.

Así lo entendió El cuadrico. Pero reaccionó como tal y se lo transmitió a su futura esposa. Ella lo entendió y ambos convinieron en que la acompañara el mejor camarada y amigo del novio en tierras tampiqueñas.

La novia y el amigo del novio tuvieron que actuar como matrimonio a la hora de registrarse en el hotel, hacer los trámites ministeriales y acudir al forense para identificar el cuerpo, rescatarlo y trasladarlo con el fin de que la familia le diera sepultura.

En la primera oportunidad El cuadrico se trasladó a la patria chica de Marcos, el siempre tenaz y ahora más que errático subcomandante. Encontró a una madre destrozada, sumergida en un silencio acusatorio, porque de alguna manera su candidato a yerno “anda en las mismas” que el hijo perdido para siempre. Ella no estaba en condiciones de reparar en las sutilezas de las vías y los métodos para conseguir los mismos objetivos, como lo entendieron sabiamenteSalvador Allende y Ernesto Guevara, y quedó plasmado en la dedicatoria de un libro del comandante al médico.

Las madres, que nos perdone Perogrullo, son madres antes que cualquier otra cosa. El cuadrico lo sabía por experiencia propia. Tenía un hermano guerrillero o con aspiraciones a serlo. Y para doña Graciela, sus dos hijos “andan en lo mismo”.

A la novia, en cambio, la encontró admirablemente entera.

Era un viernes de verano por la noche, de luna llena. Ella le propuso primero y le exigió enseguida que precipitaran todo. Que se casaran el lunes. Le resultaría muy cuesta arriba vivir con la madre porque la señalaría como responsable por la pérdida de Leroy.

El cuadrico no supo ni pudo persuadirla. Sólo usó el recurso de que no portaba los documentos indispensables para escuchar la epístola de Melchor Ocampo, 56 horas después.

Vete al Distrito Federal por ellos y nos casamos el lunes por la mañana.

No había salida ni pretexto. La decisión de la dueña de los verdes ojos era innegociable.

Pero una tímida frase que escuchó, iluminó al candidato a esposo.

Decídete ya, por favor, porque Carlos Eduardo, nuestro camarada y tu amigo, nos está esperando a los dos en una fiesta. Yo desearía ir, si estás de acuerdo, aunque fuera sola. Pero prefiero que vayamos los dos.

Sí, claro. Ve a la fiesta.

Regresó al DF y un mes después El cuadrico fue recibido fríamente.

América le pidió, como es costumbre en adolescentes afiebrados, el anillo y los objetos que había recibido como prendas más simbólicas que materiales; y que se retirara a la brevedad, porque estaba cocinando para el camarada y amigo.

Transcurrió otro mes y regresó al puerto y fue al Instituto Cubano-Mexicano, lugar donde la de los ojos verdes lo cazó, como bella pantera, apartándole la única silla vacía. Pero las huellas de una gran fiesta nocturna eran más que visibles.

El cuadrico preguntó y afirmó a Juan, ése sí su mejor camarada y amigo, combinación casi imposible, de la localidad:

¡Ah! ¿Tuvieron fiesta anoche?

Sí.

¿Qué festejaron? No es 26 de julio.

Nada, maestro. Sólo fue una fiesta dijo Juan, visiblemente turbado.

¿Cómo que nada?

No insistas.

--Insisto.

Hubo una boda. Tú sabes quienes se casaron... y ya no me preguntes más.

Remembranzas, de Eduardo Ibarra Aguirre
Primera edición digital: Octubre de 2012
© Eduardo Ibarra Aguirre
© Forum Ediciones SA de CV
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Diseño de portada e interiores:
Héctor Quiñonez Hernández

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