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Baños de pies
Eduardo Ibarra Aguirre
eduardoibarra@prodigy.net.mx

 

Que no hay democracia, que la corrupción es omnipresente, que la nueva seguridad del Estado es una prolongación de la anterior, o que en Rumania no hubo una revolución; esas son cosas que allá no agradan".

Herta Müller, rumana radicada en la Alemania, Premio Nobel de Literatura.

 
 

Paradojas del comienzo de la última década del segundo milenio: prominentes dirigentes juveniles que en los años 70 cualquiera aseguraría que formarían parte del tránsito de los liderazgos gubernamentales de sus países al siglo XXI, se encontraban en prisión, el ostracismo, la diplomacia o ya no están entre nosotros.

En los últimos días del 89 y los primeros del 90 se produjo la detención de Nico Ceausescu, primero; el asesinato de sus padres Nicolae y Elena, después; y finalmente la detención de su hermana Elena, como momentos estelares de la resistencia ciudadana para derribar al equipo nepótico que sentó sus reales en Rumania durante tres décadas.

Conocidos los pormenores del Estado policiaco rumano hasta el estremecimiento y asombro, incluso de quienes disponían de información de primera fuente, acaso resulte políticamente incorrecto recordar momentos opuestos a la conformación dinástica del poder hecho pedazos por una revolución tan democrática que fusiló al matrimonio de la tercera edad sin mediar siquiera una caricatura de juicio.

Fue en noviembre de 1972 cuando el delegado mexicano coincidió con Nico en el Encuentro Mundial de la Juventud Trabajadora, celebrado en Moscú.

Sostuvieron un intenso diálogo político y amistoso durante dos semanas,

ajeno a los protocolos y la rigidez de la política soviética, pero bajo la rigurosa observancia de traductores y funcionarios operativos del Komsomol (abreviatura compuesta, en ruso, de la Unión de Jóvenes Comunistas Leninistas de la Unión Soviética), que hacían las veces de informantes.

Los informantes orillaron al rumano y al mexicano a la sana costumbre de hacer el recorrido a pie desde el Palacio de los Sindicatos (más tarde sede también de los funerales de Leonid Brézhnev, Yuri Andropov y Konstantín Chernenko) al hotel Rusia, para que sus conversaciones no tuvieran interferencias.

Cierto o no, Nico, responsable de Asuntos de la Juventud, desechaba utilizar el lujoso Chaika a que tenía derecho en tierras moscovitas como ministro y dirigente juvenil de un país hermano, para dar rienda suelta a la conversación callejera y ganar tiempo a los múltiples compromisos que tenía con sus homólogos de Europa oriental, Corea, Vietnam, Mongolia y Cuba.

La delegación de la Juventud Comunista de México era una más y desagradable, porque increpaba la presencia de los dirigentes de la Federación de Estudiantes de Guadalajara como parte de la Confederación de Jóvenes Mexicanos, destacados entonces por dirigir una estructura paramilitar para controlar aquella universidad en todos sus ámbitos y sectores.

En público nadie entendía la denuncia de los jóvenes comunistas mexicanos. En privado no pocos les daban apoyo moral. Los dirigentes del

Komsomol presionaron hasta lo indecible, más en privado que en público, para que archivaran su reclamo. Héctor Ramírez Cuéllar, entonces secretario general de la Juventud Popular Socialista, se limitaba a observar y ofrecía su amistad.

Pero allí estaba Nico con su afecto y comprensión ostentados. Muchos años después quedó corroborado que el parentesco de Nico con El conductor, como llamaban a Ceausescu, era cierto. No se trataba de una de las tantas bromas políticas de Paco, el delegado español, o de Zully, el dominicano que divulgaba su admiración por Narciso Isa Conde y presumía el ejercicio del beso del diablo.

Estaba, sobre todo, un vocero de una política exterior que no aceptaba la doctrina de la soberanía limitada con la que se pretendió justificar la invasión de Praga por las tropas del Pacto de Varsovia para cancelar la primavera y el socialismo con rostro humano, las presiones económicas y políticas para países que como Rumania defendían el derecho a trazar su propio rumbo en los marcos de las alianzas y las fronteras surgidas de la posguerra. Fronteras que como las de Moldavia, no les gustaban, pero como políticos realistas asumían y reconocían.

De visita por aquella república, una noche le señaló un camarada de Nico al mexicano:

Mira compañero: allí empieza nuestro país, donde se ven aquellas luces.

No pudo reprimir la candidez.

¡Pero cómo! Ahora es territorio soviético.

Son las realidades de la posguerra. Los vencedores decidieron sobre los países pequeños, como el nuestro.

Al azteca le salta a la memoria como si fuera ayer, la conclusión que en aquel fructífero diálogo moscovita le formuló Nico:

Necesitamos regresar a casa, darnos un baño de pies con agua caliente para que la cabeza se enfríe y repensar toda la situación. Te espero en Bucarest para que lo hagamos juntos.

El sentido de la disciplina hacia las tareas pendientes, hecha alienación, le impidió al de la JCM acudir a la cita.

La autoridad política y moral ganada por los Ceausescu con su orientación autonomista bien capitalizada por Occidente y estimulada con empréstitos cuantiosos hasta hacer del pago del servicio de la deuda tarea prioritaria, se metamorfoseó paulatinamente en el poder nepótico y autoritario más célebre de los 80.

Nico permaneció varios años en prisión. Fue vilipendiado por su pareja sentimental Nadia Comanecci, después de que la gimnasta disfrutara de las mieles del poder.

Y todo por no ejercitar los baños de pies para enfriar la cabeza que tanto afiebra el poder del Estado, del signo ideológico que sea, cuando se reproduce sin límites de tiempo, ni controles ciudadanos e institucionales.

Remembranzas, de Eduardo Ibarra Aguirre
Primera edición digital: Octubre de 2012
© Eduardo Ibarra Aguirre
© Forum Ediciones SA de CV
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Diseño de portada e interiores:
Héctor Quiñonez Hernández

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