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Baja California e Insurgentes
Eduardo Ibarra Aguirre
eduardoibarra@prodigy.net.mx

 
 

Jaime, Luis y César supieron de sus mutuas existencias en la Escuela Superior de la Juventud, en la periferia de Berlín, y trabaron una buena amistad durante 1967-68 en que estudiaron juntos y compartieron el mismo techo, aula, comedor y cafetería-bar.

Marciano, el tarasco, compartió lo mismo que el trío de jóvenes, pero fue incapaz de integrarse con sus paisanos y cada vez que las buenas cervezas alemanas servidas en tarros y con la espuma hasta casi derramarse, al michoacano le brotaba lo agresivo porque, decía, “todos me discriminan”. Y cuando las bellas colegas alemanas pretendían apapacharlo por discriminado, también le brotaba lo huraño, agresivo. De tal suerte que varias ocasiones lo sometieron literalmente entre varios, porque la parranda estudiantil tenía límite y él no los conocía.

Tras el encarcelamiento de buena parte de los dirigentes de la Juventud Comunista de México, durante el movimiento estudiantil-popular del 68, el trío de compañeros en Bogensee fue convocado para integrarse a las tareas de la organización juvenil.

La tenaz pero sorda, selectiva represión policiaca y militar del gobierno de Gustavo Díaz Ordaz tras la masacre en la Plaza de las Tres Culturas convirtió en irrespirable el clima político en todo el país, no sólo en la capital, donde los muchachos realizaban una parte de sus tareas en medio de una penuria económica superior a la que padecían los prisioneros políticos.

Jaime Alcaraz tenía una motocicleta color verde que usaba para transportarse, y habitaba en la colonia Santa Julia. Luis Arámbula vivía en Observatorio, delante de la Preparatoria de la UNAM. César dormía en la calle de Madrid, casi esquina con Insurgentes, en un edificio que ya derribaron y que hacía espaldas con el después famosísimo Run Run.

Una noche Jaime pidió a César que lo acompañara para llevar a Luis a su casa en la calle de Gelati. Esbeltos, los tres cupieron en la pequeña motocicleta, pero por alguna razón empezó a fallar y era necesario empujarla.

La falla los venció y en Baja California e Insurgentes, a la tercera parte del trayecto a recorrer, Jaime decidió que César lo esperara allí, donde ahora se encuentra una sucursal de Banamex, el banco que vendió el magnate Roberto Hernández a Citibank en una fabulosa cantidad de millones de dólares y sin pagar un solo centavo de impuestos. Ventajas del capitalismo salvaje, pero de compadres.

Partieron Jaime y Luis, el tamaulipeco se instaló en la esquina indicada y a los pocos minutos le llamo la atención que se estacionaran coches a unos cuantos metros de él con las luces intermitentes encendidas y sin que nadie descendiera de ellos.

Otro de plano acercó el auto, bajo la ventanilla y dijo:

–¡Buenas noches joven! Gusta que lo lleve a algún lado.

–Muchas gracias, señor, espero a un amigo que no tarda y me llevará a casa –respondió el matamorense, sin malicia alguna, a uno y otro señores perfectamente trajeados y con automóviles de modelo reciente y bien equipados, nada del coche de pueblo o popular, llamado Volkswaguen que empezaba a predominar en las calles del Distrito Federal.

La insistencia por brindarle un aventón de parte de ocho automovilistas, unos sólo con los cuartos encendidos y a señas, otros verbalizándolo de manera demasiado amable, hizo caer en la cuenta al formado en su infancia en el mundo de las cantinas de Matamoros y de Brownsville, que había gato encerrado, como cuando aquella señora treintañera le dijo: –Hijo, si me acompañas a mi casa te doy 10 dólares”.

Enhorabuena llegó Jaime y se trasladaron al departamento de Arquímedes Morales, el biólogo que después dirigió la Universidad Autónoma de Guerrero, y en los caldos Plata platicó la odisea sobre los señores gay que apenas empezaban a salir del closet en la oscuridad de la noche y en búsqueda de jovencitos y hasta menores de edad como entonces era César.

Jaime simplemente lo festinó: –Ya encontramos la solución a nuestros graves problemas económicos, podremos comer tres veces al día.

Por fortuna ni lo escuchó ni se enteró el tesorero Armando.

Remembranzas, de Eduardo Ibarra Aguirre
Primera edición digital: Octubre de 2012
© Eduardo Ibarra Aguirre
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Diseño de portada e interiores:
Héctor Quiñonez Hernández

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