Cine de los ojos cerrados
Walter Iannelli

Luz y pasto verde
en la casa de tío Vicente y madrina Bárbara.
La mesa de madera rústica al fondo de la casa
bajo el alero
el pan, las sillas de paja.

Las gallinas picotean la tierra
los caballos duermen parados contra los árboles.

La calma es azul y el tío Vicente levanta en su brazo
la mulita despellejada.

Decile a papi que es conejo, si no, no va a comer —me dice mamá 
y yo asiento con la cabeza. 

Por el hueco de la puerta veo a mi madrina poner
leña en el hornillo de barro.
Sus manos se mueven aquiescentes
como el agua de lluvia que el viento inquieta 
en el fuentón de lata.

Mi viejo se sienta a la mesa
juega con un pan 
le saca la miga

todo el fulgor del mediodía
nos acusa
en el mantel
en los sonidos del campo que de tan nimios
parecen desgarrar un himen. 

Mi hermana no quiere complicidades.
Va a ver si los higos están maduros.
A mí me perturba que un bicho cambie
de identidad en la cacerola.

Mentiras que nos dice la muerte.
Mamá corta queso y salame
el tío viene con las manos limpias
me acosa con un juego de naipes.
Y entonces la distancia me mira 
como los gauchos de las fotos

puertas abiertas por donde entra frío
babas del diablo.

Madrina ríe con mamá
risas tan parecidas
vértice de una felicidad que 
vuelve
siendo otra.
Y papá aburrido de cavar túneles en el pan
pregunta por el conejo. 

Una vez comí conejo. Creo que me gustó —dice.

La luz se apaga 
siempre
en los mismos instantes. 

Y vienen los títulos.

Walter Iannelli

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