El mito de la Malinche en la obra reciente de escritoras hispanoamericanas  

Ensayo de Márcia Hoppe Navarro

mnavarro@portoweb.com.br
Universidad Federal de Rio Grande do Sul

 
La Malinche Doña Marina. Malintzin. Huilotlan (México), c. 1500 – Ciudad de México (México), c. 1527

Nombre y voz, memoria y deseo, nos permiten hoy darnos cuenta de que vivimos rodeados de mundos perdidos, de historias desaparecidas. Esos mundos y esas historias son nuestra responsabilidad: fueron creados por hombres y mujeres. No podemos olvidarlos sin condenarnos a nosotros mismos al olvido. Debemos mantener la historia para tener historia. Somos los testigos del pasado para ser los testigos del futuro. Entonces nos damos cuenta de que el pasado depende de nuestro recuerdo aquí y ahora, y el futuro, de nuestro deseo, aquí y ahora. Memoria y deseo son imaginación presente. Éste es el horizonte de la literatura.

(Fuentes, 1992: 49)

Las palabras de Carlos Fuentes, en Valiente Mundo Nuevo, nos muestran cómo el pasado depende de nuestro recuerdo, que es nuestra responsabilidad recuperar los mundos perdidos en la historia y cómo la literatura tiene una función primordial en esa recuperación. Pensando en ello, mi objetivo en esa presentación es trazar un rápido perfil sobre la reescritura del mito de la Malinche en la narrativa latinoamericana contemporánea, examinando cómo éste se inserta en una propuesta más general, la de mirar con nuevos ojos no sólo su papel, sino el de la mujer en la historia a través de la literatura[1].

Se enfatiza aquí el sentido del mito que a través de la crítica feminista es re-elaborado y deconstruido como algo que soma, que recupera y que adiciona un lado olvidado de la historia. Esa perspectiva renovada, al incorporar dimensiones siempre solapadas, olvidadas y marginadas, asume el punto de vista del género antes excluido de cualquier subjetividad en el discurso ideológico hegemónico, marcado por la negación de las alteridades, sean ellas de género o de etnia, lo que ha significado históricamente la desaparición de otras identidades culturales que no son la del hombre blanco, heterosexual, perteneciente a la élite social (Navarro, 1995: 18).

Malinche o Malintzin; Malinalli o Marina -india, esclava, concubina y traductora de Hernán Cortés- es la madre del hijo del conquistador, Martín, quien es considerado "el primer hispanoamericano", símbolo de la mezcla de razas que formó el continente. Hija de un Tlatoani azteca de Painala, o sea, una princesa de la nobleza indígena, fue regalada al conquistador de México, Hernán Cortés, como esclava. Además de su idioma, el náhuatl, ella conoce el maya y aprende el español. Como traductora e intérprete de Cortés colabora de forma decisiva para la victoria de la Conquista, hecho que la ha convertido en el mito de la mujer traidora, que se vende al extranjero. Se sabe que ella fue bautizada cristiana, con el nombre de Marina, y luego de nacer su hijo Martín, fue abandonada por Cortés. Designada como "Marina La Lengua" (de acuerdo a sus capacidades lingüísticas) posibilitó al conquistador el contacto, el conocimiento y la interpretación de la vida de aquellos a quien él quería conquistar. Malinche asume la alianza con los españoles como posibilidad de establecimiento de un nuevo orden, sin la presencia de un Imperio (azteca) que consideraba tiránico. Según los historiadores de la Conquista, ella fue motivada por el sentimiento de venganza en contra de su noble familia azteca (que había negado sus derechos después de la muerte de su padre, por ocasión de las nuevas bodas de su madre). De ese matrimonio fue generado un hijo, medio hermano de Malinche, a quien sería destinado el trono, razón por la cual la presencia de ella fue vista como una amenaza. De esa forma, fue vendida como esclava a los mayas, que posteriormente la ofrecieron como regalo a los conquistadores españoles. Es así como aprendió varios idiomas, algo raro en esta época.

Que Malinche sea prácticamente la única mujer indígena, en la época de la Conquista, a ser nombrada en los documentos históricos, no debe sorprender. Basta recordar, como Inga Clendinnen en Aztecs: An Interpretatio (1991), que la Conquista fue a male affair (asunto de hombre) y que, como resultado, su historia también sólo fue contada por hombres (Clendinnen, 1991: 41). Son varios los cronistas, historiadores, ensayistas, novelistas y dramaturgos que mencionan o presentan a la Malinche. Están los de su misma época, como Bernal Díaz de Castillo (1983), Bernardino de Sahagún (1981), Bartolomé de las Casas (1996), López de Gómara (1964), y el propio Hernán Cortés (1973), hasta los contemporáneos como Octavio Paz (1984) y Rodolfo Usigli (1973), entre otros. Y su figura parece haber sido en gran parte de los casos disminuida, rebajada o vista negativamente. Sin embargo, en el caso de las mujeres que escribieron sobre Malinche, como Rosario Castellanos (1975), Sabina Berman (1985), Laura Esquivel (2006, 1995), Elena Garro (1993) y Lucía Guerra (1991), entre otras, la tentativa en general fue de desconstruir paradigmas obsoletos de los procesos sociales e históricos, sustituyéndolos por nuevas Malinches; imágenes renovadas que ofrecen a aquella mujer específica, y quizás, por extensión, a las mujeres en general, un papel y una voz en la Historia.

La figura de la mujer indígena como signo de sumisión, de no-resistencia e, incluso, de fascinación por la presencia del otro (europeo), desde los tiempos de los primeros discursos del Descubrimiento hasta nuestros días, ha habitado no solamente los libros de historia como buena parte de la literatura y, de cierta forma, el imaginario colectivo. Sin embargo, en el caso de Malinche, esa figura adquiere una complejidad más grande: no se trata, simplemente, de una víctima del terror y de la sumisión impuesta por la experiencia de la Conquista. Malinche ayuda los invasores, su participación como intérprete de Cortés tuvo un papel fundamental para la empresa de los españoles y, consecuentemente, para la derrota de su pueblo.

Octavio Paz dice que Malinche es "símbolo de la entrega', de una pasividad abyecta, ya que "[...] no ofrece resistencia a la violencia, es un montón inerte de sangre, huesos y polvo. Su mancha es constitucional y reside, según se ha dicho, más arriba, en su sexo' (Paz, 1984: 32). Las palabras del poeta repercutieron en la cultura mexicana y durante mucho tiempo la figura histórica fue asociada a la traición. Malinche, en Hispanoamérica, y principalmente México, se transformó en sinónimo, o símbolo, de traición. "Doña Marina se ha convertido en una figura que representa a las indias, fascinadas, violadas o seducidas por los españoles. Y del mismo modo que el niño no perdona a su madre que lo abandone para ir en busca de su padre, el pueblo mexicano no perdona su traición a la Malinche' (Paz, 1984: 30). El texto de Paz reafirma el mito de la traición y discute la problemática de "los hijos de Malinche'. El mestizaje es visto como resultado de la violación por parte del padre y la pasividad de la madre; y el mestizo acaba por tornarse un rechazado.

Mucho se ha escrito sobre la Malinche, que es considerada la madre de los hispanoamericanos, pero hasta hace poco no se había hecho justicia a la complejidad de ella y de otras mujeres indígenas representadas literariamente, que tienen otros nombres pero el mismo rol simbólico. En lo que concierne a este trabajo, examino a la "Malinalli' de la novela Malinche (2006) y menciono a la india "Citlali' de la primera parte de La ley del amor (1995), ambas de la escritora mexicana Laura Esquivel. Examinaré también a la india "Niniloj' del cuento "De brujas y de mártires', en Frutos extraños (1991) de la chilena Lucía Guerra, que tiene como escenario las tierras de Guatemala en la época de la Conquista y a la "Laura' indígena en el cuento "La culpa es de los Tlaxcaltecas' en La semana de colores (1989), de la escritora mexicana, Elena Garro. Como eje de la discusión está la figura histórica de la Malinche que, muchas veces recuperada por la literatura, se transformó en mito.

Laura Esquivel, Lucía Guerra y Elena Garro parecen caminar a contramano de Octavio Paz y otros como él, que ven en la Malinche el símbolo de la traición. Aunque sufran el peso de este mito postcolonial, sus narrativas proponen un rescate más profundo de la trágica experiencia de la Conquista. Sobrepasan el estereotipo, dedicándose a la cuestión de la identidad violada del Nuevo Mundo. Este rescate es fundamental pues la culpabilidad, rechazo, pasividad y la traición son elementos negativos asociados a los orígenes de lo latinoamericano, son revistos y subvertidos.

La creación de las cuatro personajes -de las cuatro "Malinches' (aunque ninguna se llame así)- es marcada por la presencia de la mitología indígena en la conformación de su manera de pensar, lo que hace que sean construidas muy poéticamente; y su actuación en el mundo sea un himno a la naturaleza y un canto de paz. Sin embargo, ellas son testigo de la ruptura de la paz y de la destrucción de la naturaleza que ocurrió luego de la Conquista. Mi intención es rescatar el mito de la india sumisa, prostituida y confrontarlo con la representación de mujeres indígenas fuertes, inteligentes y de gran sensibilidad en las obras mencionadas. Me parece que el rescate literario más completo y detallado sobre el personaje mítico está en la novela de Esquivel, Malinche. "Contada con el lirismo de la tradición cantarina y pictórica del náhuatl, Laura Esquivel nos brinda un mito fundacional de la cultura híbrida del Nuevo Mundo' (Esquivel, 2006: contracubierta). La autora alcanza una interpretación alternativa, que es un desafío a la mitología tradicional, narrando de forma poética, por ejemplo, la importancia de la diplomacia de Malinalli al tratar de impedir más derramamiento de sangre en los enfrentamientos entre indígenas y españoles. Muestra también su cultura, sensibilidad e inteligencia, impresionantes para una todavía niña, al ser regalada como esclava a Cortés y ser inmediatamente designada su "lengua" (traductora/intérprete) y luego su amante. De acuerdo con la novela, ella nació en 1504, por lo que tendría entonces sólo 15 años (Esquivel, 2006: 31) en 1519, año en que fue regalada a Cortés, cuando éste llegó a México.

La obra de Esquivel es resultado de una intensa investigación histórica, lo que se comprueba por la bibliografía utilizada, en el final del libro. La autora muestra que la principal razón por la que la Malinche ayuda Cortés es por creer que él rescatará a su pueblo de los sacrificios humanos, crueles y numerosos perpetrados por los aztecas. Sin embargo, en la narrativa de Esquivel, la india es siempre llamada Malinalli, mientras el "Señor Malinche" es Cortés. O sea, la connotación del término "malinchista", desaparece, o pasa a ser de Cortés y no de la mujer. Ese es un hecho histórico comentado, por ejemplo, por Todorov (1996: 193), utilizado muy bien por Esquivel. La habilidad con la que la escritora eludió llamarle a su personaje "Malinche" (que es el título del libro y, por lo tanto, nos hace pensar que Malinche es ella) ya muestra que la quiere reconstruir en otro nivel, evitando todas las implicaciones negativas que la palabra adquirió a través de la historia. En el siguiente tramo se percibe cómo la autora transfiere el nombre "Malinche" a Cortés, así como lo hacían los indios en aquella época:

Malinalli, al traducirlo, trató de ser fiel a sus palabras y para ser oída elevó lo más que pudo el tono de su voz. Habló en nombre de Malinche, apodo que le habían adjudicado a Hernán Cortés, por estar siempre a su lado. Malinche de algún modo significaba "el amo de Malinalli":

-Malinche está muy molesto [...]. (Esquivel, 2006: 91)

Una década antes, Esquivel ya había, de cierta manera, intentado rescatar el mito de la Malinche a través de una princesa azteca, Citlali, cuya historia es narrada en el comienzo de La ley del amor (1995). La india es violada por Rodrigo, capitán de Cortés, que luego la lleva a su casa para servirle de esclava sexual. Citlali tiene parecido destino al de Malinalli y de Niniloj. Son estupradas por los conquistadores, son llevadas para sus casas, cada una tiene un hijo mestizo con los mismos y las tres tienen que enfrentar los terribles celos de sus esposas españolas.

Lucía Guerra nos presenta en "De brujas y de mártires' a la india Niniloj, una de esas "Malinches'. La narración del cuento es iniciada con el relato minucioso, en primera persona, de un estupro sufrido por Niniloj, que es robada, violentada y raptada por el conquistador Pedro de Alvarado, principal responsable de la destrucción de Tenochtitlán y primer gobernador de Guatemala:

En la masa inerte de sus nalgas, ella siente los golpes de esos otros muslos que la acometen con furia de espadas y arcabuces. Indefensa vuelve la cabeza y divisa los ojos lujuriosos del enemigo, de ese hombre cubierto de sudor que se empeñó en invadir su patria y ahora se empecina en poseer su cuerpo. Aterrorizada, cierra los ojos en un gesto inútil por aniquilar la violencia. (Guerra, 1991: 33)

Alvarado, después de violentar Niniloj en un maizal, la lleva amarrada para servirle en su casa, donde ella encontrará el odio y los celos de su esposa, D. Beatriz. En la casa del invasor recibe un nuevo nombre y como principal oficio el de esclava sexual. El plan del lenguaje en el cuento "De brujas y de mártires' es construido con base en los contrastes que aparecen entre los diferentes espacios geográficos y culturales. Mientras el lenguaje del invasor es pobre, agresivo, incapaz de reflexión y de entender la exuberancia de la naturaleza y de la experiencia indígena, el lenguaje de Niniloj es rico, harmonioso, poético. Lenguaje que sólo se sostiene adentro de su mundo, pues en cuanto llega al espacio extraño de los blancos, esa voz es callada. Sin embargo, la voz silenciada durante el acto de estupro, escondida durante siglos, vuelve para reclamar las ofensas del invasor a través del derecho de contar su versión.

Tanto las narrativas de Esquivel como las de Guerra tratan de deconstruir la falacia de la actitud pasiva de las indígenas en el contacto con el conquistador. El substrato racista-misógino de la construcción de la identidad nacional de los países del continente, con relación a las indias, permitió que la dominación se expandiese a otro segmento racial; así como a la esclavización sexual de mujeres indígenas se constituyó como base de la nación en la mayoría de los países del continente, como ya demostró el historiador Ricardo Herren en su esclarecedor libro La Conquista Erótica de las Indias (1991). Recorriendo nuestras orígenes desde la Conquista, el autor muestra la base que constituyó el pueblo del llamado "Nuevo Mundo"; base que fue por siglos olvidada, es decir: la mezcla de las sangres europea e indígena, que se dio muchas veces de forma brutal e violenta. La aparente sumisión es sólo un recurso utilizado para sobrevivir a la fuerza bruta y al peligro de su relación con el enemigo poderoso.

Laura, personaje del cuento "La culpa es de los Tlaxcaltecas" de Elena Garro, aparece dividida entre dos experiencias históricas: entre el México de nuestros días y el México de la época de la Conquista. La vuelta al pasado surge como la necesidad de un reencuentro en busca de un sentido para la vida de una mujer mexicana que, consciente de la historia de su pueblo y del mestizaje racial que la constituye, se considera una traidora: "-¿Sabes, Nacha? La culpa es de los tlaxcaltecas. [...] -yo soy como ellos, traidora... dijo Laura con melancolía. [...] -¿Y tú, Nachita, eres traidora?" (Garro, 1993: 121 ).

La narrativa comienza en la cocina de Laura, donde ella busca la complicidad de su cocinera Nacha, confesando su culpa en la tentativa de reconciliación con la niña que fue creada por su nana indígena. Nacha es la única que puede escucharla, entenderla y compartir la experiencia del sentimiento de la traición: "La miró con esperanzas. Si Nacha compartía su calidad traidora, la entendería, y Laura necesitaba que alguien la entendiera esa noche" (Ibíd.: 121). El núcleo de la historia, que desencadena el encuentro de las dos vidas del personaje, es el siguiente: Laura y su suegra están viajando y un problema en el coche obliga a la suegra a salir en busca de ayuda mientras Laura espera en el medio de un puente que la lleva a su pasado: encuentra su primo-marido que está herido (un príncipe azteca que luchó bravamente durante el cerco y destrucción de Tenochtitán). La suegra llega con el mecánico y ambos interpretan las manchas de tierra y sangre en Laura como un estupro: "-¡Estos indios salvajes! ¡No se puede dejar sola a una señora!" (Ibíd.: 123). A partir de ese momento, Laura espera el reencuentro con su príncipe azteca (que aparece y desaparece de su vida mientras continúa luchando en contra de los españoles y sus aliados tlaxcaltecas). Laura pasa a vivir sus dos tiempos y el único eslabón entre esos mundos es Nacha, la madre indígena. Mientras el marido azteca conduce a Laura a su antigua casa, ella cierra los ojos para no ver la destrucción. Elena Garro rescata en su cuento las escenas relatadas por los cronistas de la Conquista, como Bernal Díaz del Castillo en la Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, libro leído por la Laura mexicana. La mirada de Laura revela, a través de la comparación entre sus dos maridos, la naturaleza de su conflicto: el sinsentido de un presente que desconsidera el pasado, la superficialidad que genera la decadencia de las relaciones humanas y la pérdida de la memoria. Pablo representa el olvido, la incomprensión y, en consecuencia de ésta, la inutilidad del mirar y del decir. El marido indígena representa el pasado y es prueba, como dice Carlos Fuentes, de que no podemos olvidarlo sin condenarnos nosotros mismos al olvido y que "debemos mantener la historia para tener historia' (Fuentes, 1992: 49).

Laura Esquivel, Lucía Guerra y Elena Garro rescatan de las cenizas las experiencias de esas hijas de la Conquista, de esas Malinches con rostros variados, denunciando un profundo desencuentro. Desencuentro entre seres, culturas, historias, tiempos, voces y lenguas silenciadas que no sirven "para decir el otro' (López-Baralt, 2005: 19) como muestra Mercedes López-Baralt en su excelente libro del mismo título. En el cuento de Lucía Guerra, quien asume el hilo de la narrativa es la india oprimida, que sólo permite el habla del dominador con el claro propósito de desconstrución de su discurso falso. En ese sentido, el mito de la Malinche acaba por sufrir un proceso de desmitificación, pues Niniloj, al contrario que su madre azteca, se apropia del discurso del otro para contestarlo. Niniloj vivía en armonía con su realidad indígena y no llegó a comprender el universo del otro. Es más o menos lo que ocurre con la Malinalli de Esquivel a partir de la masacre de Cholula: "Ahora entendía menos lo que pasaba. Tantas palabras, tantos conceptos' (Esquivel, 2006: 96). O: "¿Para qué había nacido? ¿Para ayudar a los españoles a destruir su mundo, sus ciudades, sus creencias, sus dioses? Se negaba a aceptarlo' (Ibíd.: 98). A su vez, la relación establecida en el cuento de Elena Garro aparece igualmente revestida por el signo del silencio y de la incomprensión. El rostro blanco de Laura genera el conflicto de la culpa por la aceptación de la opresión que borra el rostro indígena perdido en la historia. La niña indígena da lugar a una mujer moderna que reconstruye la experiencia de la opresión. Pero Laura tiene la comprensión histórica de ese encuentro único dado como una Conquista del otro, hecho que la hace diferente a Niniloj. Laura acepta su participación en el mito de la traición, asume su alienación resultante del miedo que, en el pasado, la impidió de reaccionar. De cierta forma, desmitifica la presencia de Malinche al desplazarla del lugar de protagonista de la traición, pues como ella afirma, "la culpa es de los Tlaxcaltecas'. La culpa no fue de Malinche, individualmente, sino del pueblo, de la colectividad, de los tlaxcaltecas, que eligieron asociarse a los españoles.

A través del diálogo entre literatura e historia, Laura Esquivel, Lucía Guerra y Elena Garro promueven el reencuentro de identidades y alteridades en busca de una nueva significación de nuestra historia a través de esa mirada nueva sobre el mito de la Malinche. La presencia de La Malinche trasciende el estereotipo de la culpabilidad y de la traición por sí misma. Malinalli, Citlali, Niniloj y Laura operan la desmitificación a través de la resignificación del mito. Quizás estas obras nos ayuden a aceptar y entender el mito de la Malinche en su dimensión real. Como afirma Helena Usandizaga en su libro La palabra recuperada. Mitos prehispánicos en la literatura latinoamericana (2006), el mito puede aparecer "[...] para ilustrar, a la manera de un episodio emblemático, alguna idea presentada en la ficción; el mito también puede abrir puertas temáticas a veces estructuralmente tejidas con el relato, ya sean éstas históricas, existenciales, cognoscitivas o creativas' (2006: 11). En el caso de la Malinche, fue y sigue siendo usado de forma ideológica, social y histórica; y el objetivo de las obras aquí discutidas es deconstruir las motivaciones de los creadores y de los mantenedores del mito, "recuperando la palabra' en su más amplia dimensión, "[p]ara hacer suya la palabra que otros les arrebataron para nombrarlos a su conveniencia. Es, también, una manera de decirnos' (López-Baralt, 2005: 478).

Bibliografía

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Usigli, Rodolfo (1973). Corona de sombra, corona de fuego, corona de luz. México, Editorial Porrúa.

Notas:

[1] Ese trabajo es parte de una investigación para CNPq (Consejo Nacional de Investigación de Brasil), que recién empiezo, y cuyo título es Encontros, desencontros, genero e etnia: ressonancias da Conquista na cultura contemporánea.

 

Ensayo de Márcia Hoppe Navarro

mnavarro@portoweb.com.br
Universidad Federal de Rio Grande do Sul

 

Publicado, originalmente, en: Mitologías Hoy. Revista de pensamiento, crítica y estudios literarios latinoamericanos Vol. 4 invierno 2011 | 5-14

Mitologías Hoy. Revista de pensamiento, crítica y estudios literarios latinoamericanos es una revista vinculada al Departamento de Filología Española de la Universitat Autònoma de Barcelona 

Link del texto: https://revistes.uab.cat/mitologias/article/view/v4-hoppe
 

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