Ernesto Cardenal: el poeta que halló las partículas de Higgs  
Oscar Hidalgo
ohr52@hotmail.com

“Cuando los monjes cantan en coro están cantando en nombre de la creación entera, porque también todo en la naturaleza, desde el electrón hasta el hombre, es un solo salmo. Y nosotros no podemos descansar hasta hallar a Dios. Sólo entonces se aquietará en nuestro corazón la gran angustia cósmica, se aquietará este inmenso amor que oprime el pequeño corazón del hombre con toda la fuerza de la gravitación universal: hasta que nosotros encontremos este Tú al que tienden todas las criaturas”.

Estas palabras entresacadas del volumen Vida en el amor,  resumen la obra literaria de su autor, Ernesto Cardenal Martínez, sobre todo porque él mismo ha sido uno de esos monjes que cantaban en coro y en realidad él no ha dejado de serlo desde que hizo juramento de dedicación a Dios, de por vida.

Esta “creación entera” de la que escribe debe ser entendida dentro de la tradición cristiana, que es a lo que se refiere el poeta como el objeto del cántico del coro monástico. Pero también es evidente la marca del siglo XX en la intertextualidad que incorpora el electrón, la visión cósmica y la gravitación universal, como marcas en un un palimpsesto que en la base tenía los libros canónicos sagrados.

1. Cosmología, Etnología e Historia

Por ser el cosmos una obra divina, tiene dos componentes que son indispensables y complementarios de la escritura del Padre Cardenal, los indígenas de las culturas mesoamericanas y el medio ambiente. Ambos los vamos a encontrar una y otra vez en el conjunto de la obra de Cardenal.

Por lo precolombino, dos títulos nos dan idea acerca del alcance de este compromiso del sacerdote poeta, Homenaje a los indios americanos (1969) y Quetzalcoatl (1985). Pero también alude el Padre Cardenal de un modo muy destacado a la naturaleza, como el segundo componente de su obra,  entendida dentro de la totalidad de la creación, a partir de las espirales de las galaxias y llegando hasta las semillas y el polen, las anémonas marinas, el copeópado y la diatomea, sintetizando la cosmogonía del Viejo Testamento y las teorías de los físicos del siglo XX y del siglo XXI . 

Para ello postuló una cosmología que abarca lo más contemporáneo de la astrofísica (“…al asomarnos al macrocosmos en el telescopio contemplamos una imagen de la infinita grandeza de Dios”), la expansión del universo (“Hacia El se mueven todos los astros y la expansión del universo es hacia El, hacia El de donde han salido todos los astros y de donde salió el primer gas original, y sólo en El descansará el universo”) y la multiplicidad de universos  (“…tal vez hay civilizaciones / transmitiendo mensajes / a nuestras antenas de radio”). Luego ha dirigido su palabra a lo mínimo pero esplendoroso, y entonces le basta el ambiente selvático en las orillas y las islas del lago donde se radicó, desde mediados de los sesenta.  Su mirada va “desde el electrón hasta el hombre”,  aunque con su intuición se ha adelantado a los científicos del CERN de Ginebra que han hallado las partículas de Higgs: “…también puede decirse que Dios es más pequeño que un electrón”. Igualmente dirá en el Salmo 150, que titulara El cosmos es su santuario:

                                              “…alabadle por las galaxias

                                              y los espacios inter-galáxicos

                                              alabadle por los átomos

                                              y los vacíos inter-atómicos…”

A este sacerdote que se ha dedicado a la vida contemplativa en el archipiélago de Solentiname, en el lago Cocibolca de Nicaragua, este año se le ha extendido el Premio de Poesía Reina Sofía de España.  

Esa primera cita que pusimos arriba es asimismo el compendio de una manera panteísta de entender el mundo, una forma mística de manifestarse con admiración ante el cosmos y es, también,  la palpable exteriorización de una sensibilidad religiosa.

Es lo mismo que se trasluce en el Salmo 18 cuando este autor exclama:

                                              “Las galaxias cantan la gloria de Dios

                                              y Arturo 20 veces mayor que el sol

                                              y Antares 487 veces más brillante que el sol

                                              Sigma de la Dorada con el brillo de 300.000 soles

                                              y Alfa de Orión que equivale

                                              a 27.000.000 de soles

                                              Aldebarán con su diámetro de 50.000.000 de kms

                                              Alfa de la Lira a 300.000 años luz 

                                              y la nebulosa del Boyero

                                              a 200.000.000 millones de años luz

                                              anuncian la obra de sus manos”.

 Paralelamente a la real premiación de su poesía, la Universidad de Huelva le ha otorgado en este 2012 un Doctorado Honoris Causa.

Su obra en prosa a partir de Vida en el amor (1970) es tan rica en múltiples dimensiones de pensamiento cristiano, teoría política y registro periodístico que completa, con creces,   la expresión poética que emprendiera Cardenal, enmarcada en la Vanguardia literaria y dentro de los procesos históricos de Nicaragua.

Por su sobria personalidad y austera trayectoria, los premios no son precisamente algo que jamás haya desvelado al Padre Cardenal -aunque los acumula desde todos los confines del mundo-. Tampoco los títulos académicos y eso que ha realizado estudios universitarios en Nicaragua, México, Estados Unidos y Colombia.

El hizo una profesión de fe y a esa creencia le ha dedicado su vida. Tal y como le había escrito a Dios:

“Te cantaré en mis poemas

toda mi vida”.

Y lo ha cumplido. En realidad su vida quedó marcada por la llamada religiosa y la decisión subsiguiente de ingresar al monasterio de Gethsemani, en Estados Unidos. Desde entonces y hasta ahora, ha vivido siempre y por sobre todas las cosas en el amor a Dios y con la expresión por medio de la palabra, bellamente escrita o vigorosamente dicha.

Ingresó en la religión bajo la enseñanza de Thomas Merton, quien fue su conductor en la vida monástica de la trapa que había escogido el entonces joven centroamericano. Escribió Merton de aquellos lejanos  tiempos de los sesenta: “Durante los diez años en que fui maestro de novicios en Gethsemani, Kentucky, nunca traté de averiguar lo que los novicios escribían en las libretas que guardaban en sus escritorios. Si deseaban hablar de ello, podían hacerlo. Ernesto Cardenal fue novicio en Gethsemani por dos años y yo sabía de sus apuntes y sus poemas. Me hablaba de sus ideas y sus meditaciones. También supe de su sencillez, su fidelidad a su vocación, su fidelidad al amor”.  

En este párrafo ha quedado retratado lo que el Padre Cardenal hizo luego. Para hacer valer la opción religiosa del retiro y la vida mística, una vez que fuera ordenado sacerdote en la Catedral de Managua, en 1965, fundó una comunidad contemplativa en las islas de Solentiname, en medio del lago Cocibolca. Ha sido indispensable el atisbo de aquel momento que dejara registrado José Coronel Urtecho. Corría el 13 de enero de 1966 cuando desde Las Brisas, en la Zona del Río San Juan, el maestro testimonió: “En una de esas islas Ernesto Cardenal va a establecer dentro de poco una comunidad contemplativa. Dudo que haya en el mundo lugar más apropiado para ese objeto, ni islas que más recuerden las ínsulas extrañas de San Juan de la Cruz por “lo muy apartadas y ajenas de la comunicación de los hombres”. El progreso las ha dejado completamente incontaminadas y fuera de sus rutas.”

Pero aquello era en 1966. Desde entonces el Padre Cardenal le imprimió novedosos rumbos a la escritura hasta acumular hoy, a sus 87 años, una amplia y sostenida labor que ha realizado con la lengua castellana, en la que ha escrito desde juveniles, livianos y agudísimos epigramas hasta las más densas páginas de teología mística.

Continuador de la escuela literaria que había sido iniciada en los años veinte del siglo XX y que sus fundadores (José Coronel Urtecho, Pablo Antonio Cuadra y Joaquín Pasos, entre otros) denominaron la Vanguardia, Ernesto Cardenal ha definido a su propia obra como poesía exteriorista. Explicaba Coronel Urtecho: “…la poesía de Ernesto Cardenal es voluntariamente refractaria a todo tipo de simbolismo, austeramente fiel a la realidad inmediata y exterior, o como él mismo suele decir, una poesía exteriorista”.

Aunque la religión impone una marca en su creación literaria, de lo que da cuenta el poemario titulado Salmos (1969), Cardenal ha abordado un infaltable recuento histórico en verso que llamara El estrecho dudoso, al que en su edición de 1971 (EDUCA, San José) se le agregó un prólogo fundamental de José Coronel Urtecho. Ambos textos, el introductorio y los poemas con tono de epopeya, hacen un tomito que resulta indispensable para entender los centenarios y hasta milenarios antecedentes de las utopías, las rivalidades y las disputas internacionales en torno al río San Juan y su geografía. En el primer Canto, que trata del cuarto viaje de Colón, recapitula Cardenal que el Almirante buscaba un paso que llevara hasta las lejanías asiáticas de Catay y Cipango, y creyó encontrarlo en el río San Juan,

“Pero el Estrecho era de tierra,

no era de agua”.

Comenta Coronel Urtecho de la fórmula que resumen esas dos líneas de Cardenal: “La verdad es que el río San Juan era y no era el Estrecho dudoso. Este sólo existía como una posibilidad, es decir, como un sueño, en la imaginación de los navegantes, geógrafos, consejeros reales y primeros conquistadores españoles de Centroamérica”. Y desde ahí hasta nuestros días el San Juan persiste en las utopías canaleras.

Igual que otros intelectuales de Nicaragua, Cardenal participó intensamente en los acontecimientos políticos del siglo XX,  a los que les ha dedicado cuatro tomos con sus memorias. En esas páginas se muestra el mismo manejo certero de la lengua castellana que le ha dado hoy el reconocimiento del Premio Reina Sofía y de la Universidad de Huelva.

2. El significado de palabra, en 1969 y 1970

La opción religiosa que asumió Ernesto Cardenal para su vida, a partir de su ingreso en un monasterio en Kentucky, incluye una manera de entender la palabra y la creación literaria, que mucho tiene que ver con la vieja cuestión filosófica de la verdad. Su propia vocación lo fue llevando de la palabra como Logos y Verbo al lenguaje, y luego pasó del lenguaje al texto del discurso literario, siempre dentro de una manera de entender a los seres humanos como criaturas de Dios.

“Con Cristo somos otra vez la imagen y la palabra de Dios, porque El es el Verbo, la Palabra y la Imagen del Padre”, escribe el autor en Vida en el Amor (1970:37) al proceder a un deslinde. Y este punto de partida es el que resulta fundamental en su escritura literaria. Así entendida al trasluz neotestamentario y en la reelaboración que sale de la mano del místico panteísta que cumple la Regla de San Benito, la palabra humana se enlaza con la palabra divina y, nos recuerda el monje poeta que, con el Evangelio, es asimismo parte del Verbo, palabra de Dios y Cristo mismo.

Durante su estadía en el monasterio de Gethsemani, el entonces modesto novicio centroamericano escribió, durante los años sesenta, los primeros apuntes de lo que luego iba a dar a la imprenta como Vida en el amor. En este texto escribe sobre el momento en que sintió que nacía la decisión de tomar el hábito del cister: “Vocación quiere decir llamada y una voz en la noche. Una voz llama y llama. Uno oye y no ve. La queremos clara como el día y es profunda como la noche. Es profunda y es clara pero con una claridad oscura como la de los rayos X. Y llega hasta los huesos” (1970: 91).

En este volumen que cifra su teología mística con indelebles marcas de panteísmo, Cardenal entrelaza la creencia religiosa y su inspiración literaria con el texto evangélico. Y entonces quedan juntos e indisolublemente unidos Cristo, la palabra y los creyentes. Con una consecuencia determinante de su literatura porque, mediante esta operación de fe, se reviste a la palabra de una dignidad especial que hace pecaminosa cualquier otra opción. Y así va a desarrollarse, a lo largo de la vida de Cardenal, una expresión literaria asentada en lo que el novicio hallara a partir de la palabra en su vida monástica:

“La Palabra de Dios (el Verbo) es una palabra que sólo se nos revela en el silencio” (1970: 37).

En esta valoración, no se trata de la palabra entendida como una simple expresión y como mero signo, tampoco es una parte más de la creación, porque la palabra se convierte en medio para la comunicación muy particular entre Dios y el mismo novicio:

“A veces parece que Dios se ha olvidado de todo el universo y que sólo quiere conversar con uno” (1970: 56).

Así se expresa quien ha sentido el llamado y se ha involucrado en cumplir con la vocación trascendente. Pero con este Verbo que también es palabra de Dios, quedan al margen las otras manifestaciones y usos de la palabra que él englobará como manifestaciones de pecado.  En forma explícita va a repudiar los usos derivados de la palabra, en lo particular aquellos que va a confrontarlos como un creyente que asume, entonces, una voz profética.

“Sus palabras son pura propaganda / y no hablan sino slogans”, escribe el poeta en el Salmo 93 y reitera en el Salmo 18 la misma idea que reduce esa pura propaganda y los meros slogans a mero lenguaje sin palabras, aunque lenguaje al fin: “Su lenguaje es un lenguaje sin palabras…”, con lo que tenemos que por una parte, la palabra es vacía en sí misma y carece de trascendencia, en esos usos múltiples.

Este empleo secularizado de la palabra como propaganda y slogan, que obviamente remite a un régimen y a una sociedad, llega hasta el extremo de que incide en la estructura completa del lenguaje, pero esta es la paradoja del pecado humano porque, por ser la palabra un producto de Dios, está llena de sentido. Y así la expresión de Ernesto Cardenal ya no será una apelación a la palabra sola ni mucho menos al lenguaje como estructura, sino a la obra completa de Dios, interpretada como una comunicación significante, e infinita, dos elementos de una singular semántica que ampara en el Viejo Testamento:

“La creación entera no es más que pura caligrafía, y en esa caligrafía no hay un solo signo que no tenga sentido” (Vida en el amor:  pág.35).

De alguna manera la palabra es una mera convención social y un simple signo cuando se emplea sin su sentido original y se la despoja de fe. El poeta observa a su alrededor lo que se ha dado en llamar el linguistic turn. O los usos derivados socialmente. Tenemos aquí a la palabra en su acepción relativista o en la concepción nominalista que han reeditado la semiótica y algunas filosofías del lenguaje del siglo XX. En su uso social, esta vertiente lleva a la vacuidad de la palabra y hasta al no decir ni expresar cuando se habla.

Pero en la poesía de los Salmos y en la teología mística de Vida en el amor, Ernesto Cardenal emplea la palabra con una densa carga de significación,y  opta por su validez en la comunicación directa y sin doble sentido ni polisemias. Eso sí, reconoce una semiosis universal:

“Toda la creación –exclama el novicio- te llama con toda clase de lenguajes” (1970: 27).

Empero, tenemos primero el punto de partida de la expresión literaria de Cardenal, que se constituye como un acto de fe: “Con Cristo somos otra vez la imagen y la palabra de Dios, porque El es el Verbo, la Palabra y la Imagen del Padre…” (1970: pág. 37).

La expresión ulterior del poeta va a imbuirse de una moderación virtuosa porque la comunicación se hace con palabras y la palabra es Verbo. “Hablaré con proverbios / y sabias palabras…”, advierte en el Salmo 48. Igualmente implora el creyente para pedir la aceptación de sus comunicaciones dirigidas al Padre: “Escucha mis palabras oh Señor”, dice en la rogativa del Salmo 5. Aún más, espera gustar y atender al Señor con sus manifestaciones: “Y séante gratas las palabras de mis poemas”, Salmo 18.

A la inversa, las palabras de Dios le llegan como lo que son, “palabras limpias”, y él las recibe, por lo que reconoce el alto valor de la comunicación divina: “Pero las palabras del Señor son palabras limpias”, Salmo 11, y por lo tanto reitera su propio compromiso de recibirlas para no malgastarlas y perderlas: “Yo guardé tus palabras”, Salmo 16.

Ahora bien, también reconoce Cardenal una tercera acepción, adicional y específica, que es propia de la mística, cuando desecha el recurso a la palabra y opta por la fusión. Esta es la vía unitiva de la mística, tal y como la han explorado San Juan de la Cruz, el Pseudo Dioniso Areopagita, Santa Teresa de Jesús, el Maestro Eckart y los exponentes de la teología negativa. A unos los menciona en sus textos y de otros ha hablado en las entrevistas. Se trata sobre todo de la senda de San Juan de la Cruz y de quienes se han adentrado en la vía unitiva.

Cuando hablamos con palabras, estamos reduciendo de alguna manera a Dios porque El está más allá de los signos y trasciende esa significación. Si todo existe, y así lo afirmamos con palabras, entonces Dios es nada, porque no hay palabras para expresarlo, y si Dios existe, y lo afirmamos como lo que es en tanto que posibilidad de infinito, entonces las cosas son nada en comparación. Es con base en este dilema que el místico novicio de la trapa irá negando todo, y esta operación incluye a la palabra, el lenguaje y la estructura comunicativa. En la medida de esa negación, podrá irse aproximando a Dios. El primer paso lo marca en el Salmo 18:

“Su lenguaje es un lenguaje sin palabras (…) pero no es un lenguaje que NO SE OIGA”.

Y será en los escritos teológicos de 1970 cuando abordará el tema con mayor amplitud explicativa:

“Dios está sobre todo número, como su nombre (el Verbo) está sobre todo nombre, pues mientras todo otro verbo y todo otro nombre es una significación y un símbolo de la cosa significada, el Verbo Infinito es aquello significado, que es infinito” (Vida…, pág. 75).

Llegado a este punto sin retorno de la concepción unitiva, el teólogo se encuentra en lo más alto de lo que vive el místico en la experiencia de la fusión con Dios pues ha llegado a la anulación del lenguaje, dentro de la teología negativa.

“El ateo que niega la existencia de Dios también afirma, en parte, una verdad de Dios: la no existencia de Dios, en el sentido en que las otras cosas existen, o lo que los teólogos llaman la “trascendencia” de Dios. También Dionisio el Areopagita, el Maestro Eckart y Suso y otros místicos llaman a Dios la Nada, la Gran Nada. Porque Dios no es ninguna cosa, como son todas las cosas, sino que es Nada en comparación con las cosas. Es un No-Ser. Si llamamos existencia a la que tienen todas las cosas, Dios no existe. Y si llamamos existencia a la de Dios, entonces ninguna otra cosa existe. Sencillamente es tan diferente de todo cuanto existe que es como si no existiera. O bien, si él existe, todo lo demás es nada ante El. En cierto sentido, pues, Dios no existe, y en cierto sentido, sólo él existe”. 

Se hace patente el teólogo que escribe como Ernesto Cardenal y que también, en abierta contradicción, escribe a la vez como poeta y que hasta puede reaparecer como el poeta panteísta que ya no hace una afirmación, ni describe ni narra sino que construye su texto mediante un símil:

“Sus palabras son como las parábolas de los cometas”, Salmo 18.

Pero no es sólo el paisaje panteísta lo que conmueve al poeta sino el mensaje que siente en su intimidad más absoluta, en el yo interior en el que se comunican Dios y él, ajenos al medio cósmico:

“A veces parece que Dios se ha olvidado de todo el universo y que sólo quiere conversar con uno”, (1970: p. 56).

De alguna manera, con sus Salmos y con el tratado teológico Vida en el amor, el novicio de la trapa que reescribe al salmista hebreo ha pasado también por todos los argumentos teológicos y atravesó todas las pruebas de Dios para quedar, al final, como el gran poeta de Nicaragua y uno de los mayores escritores del cristianismo. Ya corría el año de 1971.

Oscar A. Hidalgo Ramírez
ohr52@hotmail.com

 

Ver, además:

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