Las mujeres escriben sobre mujeres Ensayo de Alejandra Herrera Galván |
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La bondad y la maldad forman parte de la esencia humana, no son privativas de un solo sexo. La historia está colmada de héroes y antihéroes cuya clasificación se da con base en el papel que desempeñaron en su tiempo. Una historia paralela y subterránea es la de las mujeres. También las hay buenas y malas, pero es un hecho que, salvo algunas excepciones, las mujeres no han sido tomadas en cuenta sino hasta este siglo, y desgraciadamente no en todo el planeta. Claro que para llegar a este momento, se ha dado una larga lucha soterrada, y las mujeres que tomaron parte en ella, por su atrevimiento, pagaron precios muy altos. Las siguientes páginas están dedicadas a comparar dos textos de mujeres escritos por mujeres: Mujeres maravillosas, de Guadalupe Loaeza, e Historias de mujeres, de Rosa Montero, la primera mexicana y la segunda, española. Pese al tema en común, las diferencias que ofrecen estos libros son abismales, en cuanto a contenidos y tratamientos, en aciertos y desaciertos. Dado que la apariencia es una preocupación muy femenina empiezo por la de las ediciones. Mujeres maravillosas es una edición pretenciosa, revela el cuidado que se tuvo en ella. Ilustra su cubierta un espléndido cuadro de la pintora yugoslava Duska Markotic: se trata de un pañuelo cuya punta de frivolité lo convierte en un primor y que contrasta con las pinzas de ropa que lo sostienen en un tendedero. El fondo de la cubierta y la contracubierta son negros con cenefas plateadas y dentro del marco, en la parte superior de la primera, se leen el título y el nombre de su autora. En las páginas abundan fotografías, acercamientos y viñetas. En los márgenes de las páginas pares, de manera vertical, aparece el título del libro y en las nones, aparece del mismo modo el nombre del capítulo. Al hojearlo no se puede más que admirar el cuidado con el que está hecho. Por último, en el marco encenefado de la contracubierta aparece, en la parte superior, un close up de los ojos tocados por el tiempo pero alegres de la Sra. Loaeza. El libro de Rosa Montero, Historias de mujeres, tiene de una edición más sobria: el fondo sugiere una tela color paja con simétricos dibujos de flores delineadas apenas de color blanco, casi ni se notan. Lo que destaca verdaderamente en la cubierta son los acercamientos a seis ojos de mujeres que equilibradamente se reparten y se separan en pares por el título y el nombre de su autora. Identifico por lo pronto los de Isabelle Eberhardt y María Lejárraga, pero eso es lo de menos, porque en esos ojos separados de sus rostros se advierten el misterio y la profundidad del universo femenino con todas sus venturas y desventuras, equilibrios y desequilibrios, sumisiones y rebeldías. El interior del libro se ilustra con las fotografías, a todo lo largo y ancho de las páginas pares, de las mujeres aludidas. Nada más. Después hablan los textos, abren puertas y penetran hondamente en la vida e intimidad de esas mujeres contemporáneas y lejanas que han creado a fuerza de luchas y coraje el espacio que ahora disfrutamos. En cuanto a los títulos también caben las diferencias. Mujeres maravillosas exhibe desde luego un adjetivo que califica al sustantivo. El lector entiende mediante las posibilidades que permite la lectura explorativa que todas las mujeres que se reúnen en el libro son realmente maravillosas por lo menos para la que enuncia el adjetivo. Quizá es una característica femenina el uso de adjetivos, pero con frecuencia esto nos aleja de la sustancia y nos deja en esos juicios subjetivos tan difíciles de sustentar con razones. Más paradójico resulta aún que el adjetivo englobe a mujeres que no son tan maravillosas. Y es que maravilloso sugiere algo realmente fuera de lo cotidiano, rutinario, normal; implica siempre grandeza, magnificencia, incluso realización de la fantasía; pero también tiene una connotación positiva, algo negativo no puede ser maravilloso. Es extraño, pues, que bajo el mismo título aparezcan una neurótica, una madre ausente, otra madre iniciando a las drogas a sus hijos y una duquesa ambiciosa. Cierto es que todas pertenecen al capítulo “Mujeres dominantes”, sin embargo el título general las cobija también. En cambio, el título Historias de mujeres no revela para nada un juicio, no califica, es objetivo y prudente (ahora la que usa adjetivos soy yo), quizá menos entusiasmante, pero más sensato porque permite al lector calificar a esas mujeres a su antojo, claro que mientras éste no deje constancia escrita de sus juicios. La escritura es un asunto difícil porque implica siempre un compromiso con la inamovilidad de la palabra, una vez impresa ya no hay manera de dar un paso atrás porque “ahí dice...” Rosa Montero lo sabe, cuida sus emociones antes de ponerlas en palabras, pero no las soslaya, sólo las organiza de manera coherente para que se desplieguen en los registros que cada lector descubra. Y esto inevitablemente nos lleva al tono que emplean las autoras, el de ia señora. Loaeza es subjetivo y por tanto arbitrario; mientras que el de la señora. Montero tiende más a lo objetivo. Ya se sabe que la objetividad absoluta no existe, pues siempre se cuela el punto de vista, la misma elección del tema, etcétera; pero se hace un esfuerzo por acercarse más a la realidad del mundo exterior cuando se pretende analizar y por tanto llegar a un concepto. De este modo, Historias de mujeres se sustenta en un aparato bibliográfico que permite a la autora una solidez que no impide que se transluzca la frescura o la simpatía de la autora por las mujeres retratadas. A veces, como en los casos de Laura Riding o Simone de Beauvoir hay más entendimiento que simpatía. Los juicios son inevitables pero La Sra. Montero se cuida al emitirlos. Existen diferencias también en cuanto a la organización del material. Guadalupe Loaeza divide su Mujeres maravillosas en capítulos: “Mujeres entrañables”, “Mujeres valientes, solidarias”, “Mujeres desdichadas”, “Mujeres dominantes”, “Mujeres fuertes” y otros apartados, uno a manera de introducción, “Mis hermanas y yo” y como epílogo un texto, “Reina de Noche”, escrito por su madre, la Sra. Dolores Tovar Villa-Gordoa de Loaeza. En este volumen se reúnen familiares, amigas, maestras de la autora, actrices, cantantes, primeras damas, escritoras y hasta una premio Nobel. Todas estas mujeres de una u otra manera han estado relacionadas con la autora o son significativas en su vida. Cuando no ha habido una relación directa, Guadalupe Loaeza busca la manera de enlazarse aunque sólo sea mediante la escritura. (Véase por ejemplo cómo irrumpe en las meditaciones de Yvonne, la esposa de De Gaulle, y de María Félix pp. 83-95, 157-168, respectivamente.) El tratamiento que la autora da a sus mujeres es variado, ya que utiliza la descripción, la epístola, el relato, las memorias, para explorar en sus vidas. Quizá sea esta miscelánea lo que no permite fijar ni el carácter ni el objetivo de este libro. Para algunos esto puede ser lo que constituya su valor, como para Sealtiel Alatriste que lo prologa, para mí le quita solidez, profundidad. La autora está siempre tan presente que invade los espacios del lector o a veces no se sabe a dónde va. Por ejemplo, el texto dedicado a la escritora, Rosario Castellanos, en el que utiliza el género epistolar sorprende por su falta de unidad. La carta empieza por contarle a Rosario su propia muerte: la descarga eléctrica, !a ambulancia, el traslado a México, el entierro en la Rotonda de los Hombres Ilustres, en fin... Después viene una serie de reflexiones sobre el sentimiento de inferioridad de las mujeres en relación a los varones cuya fuente es la novela de la escritora chiapaneca, Balún Canán. La autora de la carta se solidariza, más bien se identifica con ella respecto a ese sentimiento de inferioridad, para lo cual utiliza una larga cita de Mujer que sabe latín cuyo tema es el difícil acceso para las mujeres al mundo de la cultura, pues está regido únicamente por hombres. Inmediatamente después viene un apartado cuyo título es “No existo”, y aquí es donde el lector ya no sabe de qué se habla, pues la carta continúa con las experiencias personales de la joven Loaeza en las que ella no existe porque es borrada precisamente por mujeres, es decir, sus hermanas y su mamá. No por hombres, sino por mujeres. Esto estaría bien si de alguna manera se aludiera cuando menos al papel reproductor de los valores masculinos que históricamente han desempeñado las mujeres, pero aquí no hay tal, se suponía que la división de géneros en este contexto era importante y resulta que no hay desarrollo. Lo increíble es que la Sra. Loaeza está consciente de que su texto no tiene ni pies ni cabeza, pues afirma en el siguiente párrafo. “Ay, Rosario, qué extraña carta te estoy escribiendo. Empecé haciéndola con el pretexto de hablar de tu trayectoria y con el objeto de decirte algo muy importante y ahora resulta que te estoy contando mis recuerdos non-gratos.” (p. 76) Con lo cual el lector no puede menos que pensar: ahora sí ya se va a centrar, además, qué es eso tan importante que quiere comunicar, digamos que la tensión comienza a darse. Pero dura muy poco pues dos líneas más adelante Guadalupe Loaeza ruega: “Bueno, permíteme contarte uno más [otro recuerdo non grato] y ya.” (Loe. Cit.) Después viene el problema de la herencia de la biblioteca de su padre. A pesar de que ella quisiera algunos libros, los hereda el hermano por su calidad de varón. Y ahora sí viene la noticia importante: se trata del levantamiento del ezln, con lo cual tenemos nuevo giro y el centro ahora son los indígenas, sus condiciones miserables de vida, citas de Rosario Castellanos sobre el problema de los indígenas en Chiapas. El texto dedicado a Rosario, cuya protagonista es la Sra. Loaeza, cierra con la transcripción de un poema de Jaime Sabines dedicado a la escritora chiapaneca, que me incomoda porque la describe, desde luego con cariño, como un ratoncito tonto y desvalido (se trata de esos extraños mecanismos de defensa que surgen para enfrentar las pérdidas de manera agresiva). Menudo homenaje a esa mujer que tanto dio en sus libros y en las aulas de la Facultad de Filosofía y Letras a los alumnos que en los años sesenta se iniciaban en el estudio de las letras. En Historias de mujeres, la señora Montero aborda la biografía de dieciocho mujeres, casi todas ellas tienen un apartado especial, menos las hermanas Brontë y Aurora y Hildegart Rodríguez, madre e hija. La mayoría de las mujeres aquí retratadas vivieron entre los siglos XIX y XX, menos una, Mary Wollstonecraft -madre de la famosa autora de Frankenstein, Mary Shelley-, que vivió en el siglo XVIII. La mayoría son mujeres intelectuales, artistas o relacionadas con las artes. Desde la perspectiva del trabajo se abordan sus vidas. Según afirma la autora en la contracubierta del libro, publicó estas biografías en el suplemento dominical del diario español El País, las amplió con base en una bibliografía y las reunió en el volumen mencionado. Es importante señalar que a ninguna conoció personalmente, que su elección por ellas nace debido al papel que para bien o para mal desempeñaron en la historia de las mujeres. Casi todas son transgresoras del orden social que incluso hoy en nuestros días viven las mujeres. Casi todas están marcadas por sellos trágicos: la locura, el alcoholismo, la soledad, la intransigencia o desconsideración de los hombres, las enfermedades de su tiempo... En fin, ninguna de ellas tuvo un final feliz, no obstante son ejemplares, por su disciplina y por su necesidad de aventurarse a la felicidad sin otra arma que su anhelo de ser y construirse un espacio para ello. También aparecen en el libro una introducción, “La vida invisible”, en la que se presenta un recorrido histórico por la vida de las mujeres; y una conclusión, “Para terminar”, en la que la autora confiesa las limitaciones de su libro y la recepción crítica que tuvo la aparición de los textos en el citado suplemento. Además, se propone encontrar el hilo conductor de la vida de estas mujeres extraordinarias, y menciona de paso la actividad de otras que también contribuyeron a la lucha femenina, El tratamiento que utiliza Rosa Montero para dar forma a sus semblanzas es uniforme, existe una distancia saludable entre la autora y sus biografiadas. No hay relación entre ellas ni se pretende. La voz que prevalece a lo largo del libro es la de la tercera persona, ya que se habla de alguien que no es la propia autora. A pesar de la objetividad que si se pretende en este volumen, también se translucen las afinidades con algunas mujeres; otras, la censura es inevitable, pero sí sustentada en los hechos que reporta la autora. Tal es el caso de Simone de Beauvoir. La lectura de este texto provoca un verdadero shock debido a la cercanía temporal que existe entre la compañera de Sartre y los lectores. Cómo esta mujer tan idealizada por su papel en este siglo de pronto aparece tal cual es: insensible, prepotente, calculadora, explotadora de los jóvenes que veían en la mítica pareja un nuevo modo de ser, la posibilidad de una coexistencia en pareja diferente, en !a que e! “nosotros” no existiera sino la suma solidaria de dos individualidades. Y sí, solidaridad y trabajo compartido hubo entre ellos, el abuso lo sufrieron los otros, los amantes a menudo compartidos por la pareja, los amigos, casi todos más jóvenes, pues siempre es más cómodo, cuando uno tiene el poder, el trato desigual. Hablaba líneas arriba del compromiso de la palabra escrita, y véase si no, cuando se publican los diarios íntimos y correspondencia de Sartre y Simone a su muerte, la idealización de la pareja cae por los suelos y se quedan tan humanamente mal parados que uno no puede evitar la decepción: todos los ídolos son de barro. Rosa Montero no duda en destapar la cloaca, pero lo hace con respeto, con información, para retratar a la Beauvoir primero contextualiza la época: Simone vivió su adolescencia en los años veinte, despues de una guerra, la Primera Mundial, que había acabado con la sociedad del xix. En Rusia los bolcheviques parecían estar inventándose el futuro, el mundo era un lugar vertiginoso, la revolución tecnológica cambiaba la faz de la Tierra como un viento de fuego. En medio de toda esa mudanza había aparecido un nuevo tipo de mujer, la chica emancipada y liberada, dos palabras de moda. Se acabaron los corsés, las enaguas hasta los tobillos, los refajos; las muchachas se cortaban el pelo a la garcon [...] Eran los febriles y maravillosos años veinte, los crispados e intensos años treinta, tiempos de renovación en los que la sociedad se pensaba a sí misma, buscando nuevas formas de ser. Había que acabar con la tradicional moral burguesa y en el ardor de aquellos años se pusieron en práctica todos los excesos que luego volverían a ensayarse, como si fueran nuevos, en los años sesenta: el amor libre, las drogas, la contracultura. (Historias de mujeres, pp. 77, 78.) Me interesa esta cita, no sólo por la contextualización ya señalada de Simone de Beauvoir, lo cual es importante porque la sitúa como una mujer producto de su tiempo, sino porque además me permite contrastar mejor el libro de Guadalupe Loaeza y éste. En la cita puede verse que Rosa Montero está informada sobre su tema, no está hablando una historiadora, ni una antropóloga, ni una socióloga; no, sin embargo, se revela la seriedad de su trabajo, hay lecturas, muchas lecturas previas, no saca a las mujeres de su entorno para hablar de sí misma, su objetivo es claro: busca entender a las mujeres y su mundo, que no está aislado del de los hombres, al contrario, es el mismo sólo que se vive desde perspectivas distintas, y la femenina es la que le interesa, nada más. Veamos otra cita devastadora en la que la autora fundamenta su juicio sobre la escritora francesa: Durante la guerra, por ejemplo, Simone mantenía al mismo tiempo relaciones clandestinas con Bost, un alumno de Sartre; con Nathalie, con Louise y con Olga, y sólo Sartre sabia de la existencia de todos ellos; lo cual no sería necesariamente censurable y ni siquiera raro (¿quién no ha pasado en algún momento de su vida por épocas locas?) si no fuera por el tono insufriblemente superior, cruel y frívolo que Beauvoir y Sartre usan en sus cartas. [,,,] Ambos, después de jurar pasiones arrebatadas a la pobre Louise que los dos compartían [...], la despellejaban con total frialdad, planificando las mentiras que le dirían ‘para que sea feliz sin dar mucho la lata’. Uno de los comentarios más viles de Beauvoir es respecto a esta Louise: se queja de que la chica tiene un olor corporal apestoso que hace 'penoso’ el encuentro sexual {aunque no por eso dejaba Simone de acostarse con ella). (Ibid., pp. 81, 82.) Además de lo que a las claras se ve en la cita, yo leo aquí el compromiso de la autora de ventilar el modo de ser femenino, con sus oscuridades y tenebras y, como se observa, el juicio no versa sobre las maneras de vivir, sino sobre la hipocresía y el modo de tratar a los sujetos como objetos, las mujeres también sabemos hacerlo, pues no somos más que seres humanos. No obstante, el respeto se hace presente al cierre del apartado “Simone de Beauvoir. Voluntad de ser”: Sea como fuere, ahora su imagen es más compleja y más humana: porque todos tenemos vergüenzas e incoherencias que ocultar en nuestra vida privada. Y al final, entre tanta gloria y tanta miseria, lo que queda es la magnífica proeza de haber sido libre y responsable de su propio destino. Para bien y para mal, Beauvoir se hizo a sí misma. (Ibid., p. 85) No ocurre lo mismo en el caso de Mujeres maravillosas. Para muestra un botón: las revistas femeninas, y la sección de espectáculos de los diarios hace unos pocos años se ocuparon de difundir la noticia del abandono de Woody Alien a Mia Farrow, porque el cineasta se enamoró de la hija adoptiva de la Farrow y de! director de orquesta André Previn. Este es el tema de “Mia” que se ubica en el apartado: “Mujeres dominantes”. La fuente es una larga entrevista en la que Mia responde, pero no se menciona el título de la revista o del periódico, tampoco el nombre del entrevistador que yo creo que en estos casos es importante. De ahí se toma una larga cita, casi la mitad del texto, en el que la actriz habla fundamentalmente de sus hijos adoptivos, y de su deseo de que crezcan y se independicen. Después viene el siguiente texto de la Sra. Loaeza: La verdad es que no sé si creerle tanta generosidad y ganas de componer el mundo. ¿No se tratará realmente de una mujer manipuladora, autoritaria, o sólo desea tener su propio mundo? Tal vez ésta fue la causa de la huida de Woody Alien y Soon-Yi. ¿A qué se deberá esa obsesión por educar almas perdidas, ciegas y maltrechas? ¿Tendré razón al decir que Mia Farrovv es una neurótica? Pobre, pobrecíto de Woody Alien. (Mujeres maravillosas, p. 156) Lo curioso es que la misma autora se pregunta “¿Tendré razón ...?” Y no hace nada para tenerla, documentarse, por ejemplo, si le interesa tanto este triángulo, o para abstenerse, porque si uno no conoce las dos partes pues más vale... callarse. No hay ninguna intención de entender ni a la Farrovv ni a Alien. Parece como si se tratara de llenar páginas y páginas con afirmaciones que se pueden hacer en una reunión de mujeres (no en todas) o en el salón de belleza. No hay pues calidad en los juicios ni respeto por estas mujeres que paradójicamente se califica de "maravillosas”. Como puede verse, las diferencias que presentan estas dos escritoras no sólo son de estilos y contenidos, sino de la concepción que cada una tiene sobre la escritura. Basta con echar una mirada al texto de Rosa Montero dedicado a “Mary Wollstonecraft. Ardiente soledad”. Esta mujer inglesa en aras de la libertad llega a Francia, antes del régimen del terror y antes de la muerte de Luis XVI en la guillotina. La historia de esta desafortunada mujer se levanta en medio de las más profundas arbitrariedades, no sólo de la gente común sino de los grandes pensadores y filósofos (véase los puntos de vista de Locke, Rousseau y Kant en la p. 50) No obstante su cosmovisión puritana, descubre el amor y lo disfruta. Abandonada por el padre de su primera hija, el despecho la hace aún más femenina, aunque se trate de la parte más irreflexiva de nuestra condición. Abruma a su amante con acosos, con intentos de suicidio. Es un atenuante de esta actitud manipuladora, vivir en el siglo XVIII y estar embarazada. Después de parir a Fanny, y confesar sus preocupaciones por el futuro de su hija en una sociedad de hombres, Mary se ilustra devorando libros para formarse opiniones propias, lo consigue y de tal suerte que, además de una novela, escribe ensayos como Vindicación de los derechos de la mujer. Años más adelante, un matrimonio y una segunda hija, Mary Shelley. Diez días después del alumbramiento, Mary Wollstonecraft muere, porque en su tiempo no había los antibióticos que le permitirían continuar con su labor de mujer y ser pensante. Su prematuro atrevimiento lo pagó no sólo en vida, sino con una mala reputación post mortem, que Rosa Montero se ocupa con admiración y cariño de resarcir hoy. Y así desfilan por las páginas de Historias de mujeres la imaginación desbordada e inteligente de Agatha Christie, Zenobia Camprubí, el sostén de Juan Ramón Jiménez, Alma Malher con sus infortunios, la entereza de George Sand, la maldad de Laura Riding, el talento y la fantasía de las hermanas Brontë, las torturas físicas y mentales de Frida Kahlo y otras más que contribuyeron con sus retos y dolores a escribir la historia de todas las mujeres. Siempre que se escribe se piensa en un lector, llámese ideal o real, y éste merece ser considerado. Hay que aportarle por lo menos ganas de seguir leyendo. A estas alturas y con tantas obras clásicas resulta un acto masoquista terminar un libro por disciplina. Un libro tiene que decir algo que contribuya para conocer mejor la esencia o la realidad humanas, y de ahí invadir nuestro espacio cotidiano, el pragmatismo no es mi corriente filosófica, pero de las ¡deas y de las palabras hay que pasar a la realidad. Sábato me ha enseñado a cerrar la boca y sobre todo a creer en la esperanza; Cortázar, el sentido del humor, la fantasía y a sentir en lo más profundo de la piel; Borges, a no cometer el pecado de la infelicidad; Severino Salazar, a valorar las historias como parte de la condición humana y a enfrentar el abismo que es el vacío; y Rosa Montero a entender más y mejor a mi sexo. De pronto me doy cuenta que las mujeres aludidas en su libro, del que no están ausentes las imágenes poéticas, anidan en el ser de todas las mujeres y, silogísticamente, en el mío. Bibliografía Loaeza, Guadalupe. Mujeres maravillosas. México, Océano, 1997. (c 1997) 239 pp. Montero, Rosa. Historias de mujeres. Madrid, Extra Alfaguara, 1997. (c 1995) 241 pp. |
Ensayo de Alejandra Herrera Galván
Publicado, originalmente, en: Tema y Variaciones de Literatura, núm. Núm. No. 12 Diciembre de 1998
Tema y Variaciones de Literatura es una revista-libro de la División de Ciencias Sociales y Humanidades de la Universidad Autónoma Metropolitana-Azcapotzalco
Link del texto: http://zaloamati.azc.uam.mx/handle/11191/1510
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Rosa Montero en Letras Uruguay
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