Aquiles Nazoa, poeta enhumorado Edición Conmemorativa Centenario 1920 /2020 Prólogo de Earle Herrera
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Aquiles Nazoa es el amor hecho arte. Cada expresión artística que cultivó el poeta de las cosas más sencillas estuvo inspirada y moldeada por el más alto sentimiento humano. Escribir sobre este, siempre es riesgoso, por aquella advertida cercanía de lo sublime y lo ridículo. Para ilustrarlo o explicarnos, recordemos que la precaución no fue ajena a dos personajes históricos de caminos distintos, aunque no distantes: un poeta y un guerrillero. El primero, el genial Rubén Darío, llegó a preguntarse: “Quién que es, no es romántico”. El segundo, Ernesto Che Guevara, afirmó: “Déjenme decirles, a riesgo de parecer ridículo, que el verdadero revolucionario está guiado por grandes sentimientos de amor”. Si somos, estamos condenados a ser románticos. Si amamos, corremos el riesgo de parecer ridículos. En el primer caso, nos salva la poesía. En el segundo, la revolución, cuando es auténtica. El amor, a la vez que es un camino de perfección, hace de la poesía, el teatro o el humor, obra de arte. Este es el sendero que traza Aquiles Nazoa y lo plasma en su obra. Ese amor a todo lo que hace lo lleva al estudio, la investigación, el análisis y el trabajo, hasta considerar acabado el fruto de su elevado sentimiento. Luego, el amor es sacrificio y entrega. No hay, para el creador, género menor, a despecho de cierta preceptiva que establece jerarquías entre las distintas formas de expresión. La obra de Aquiles Nazoa está ungida y recorrida íntegramente -transversalizada, me corregiría un politólogo moderno- por la poesía y el humor, más allá de la forma literaria en que la misma esté expresada. Hay humor en su creación poética y hay poesía en su prosa humorística. Tenemos una imagen del poeta que nos las trae el título de uno de sus libros: El transeúnte sonreído[1]. Ese es Aquiles Nazoa, el viandante que pasa, observa y sonríe, con amor a la ciudad, sus costumbres y su gente. Sonríe, anota y memoriza. Después cuenta, compone, plasma y comunica sus observaciones y percepciones, también con una sonrisa. Cuando cuenta, Aquiles Nazoa canta y encanta, en forma y contenido. Sea en prosa o en verso, la sonrisa del transeúnte es contagiosa. Cuando recurre a la estructura teatral, el autor desaparece detrás del escenario. Los personajes cobran vida propia, diría un crítico inmune a la crítica de los lugares comunes. Si estos preocupan demasiado, digamos entonces que dichos personajes se independizan de su creador. A partir de aquí, asistimos a esos diálogos populares y refinados, de mercado libre o de salón, vulgares o cultos, o a unas desenfadadas mezclas de unos y otros que se resuelven en un efecto (iba a escribir “constructo”) humorístico. En unos casos, sobreviene la carcajada cómplice y celebratoria. En otros, la sonrisa que alimenta al espíritu. El escritor recurre al humor en verso en correspondencia con una larga tradición en Latinoamérica y España. Nos narra las anécdotas con métrica y rima. Aquiles Nazoa es un magistral y exquisito versificador. Conoce la técnica y estructura de cada forma poética. Escribe décimas, sonetos, cuartetos, en octosílabos o alejandrinos, con frescura, facilidad y precisión. Lejos de lo vulgar, lo artificial y rebuscado. A veces el tema es tan cotidiano y la forma tan elegante y precisa, que provoca decir, a lo Nazoa (sea Aquiles o Aníbal): “Cónchale, eso es mucho camisón para Petra”. Aunque Petra también tenga derecho a ponerse su vestido dominguero. Que lo diga Aquiles. Y lo dice, en la larga galería de personajes populares que habitan su obra poética y humorística, siempre tratados con la ternura del poeta y el respeto del humanista. Aquiles Nazoa humaniza e insufla vida y espiritualidad a las cosas, a los pueblos, las ciudades, la naturaleza, los juguetes, las muñecas de trapo, las plantas y los animales: su humor es una festiva arca de Noé. Si el mandamiento católico reza: “Amar a Dios sobre todas las cosas”, Aquiles Nazoa pareciera decir en cada una de sus obras: “Amar todas las cosas por amor de Dios”. Ese amor por todo y para todos es el que inspira y nutre este volumen que busca presentar la obra de Aquiles Nazoa desde lo que fue el alimento de su espíritu creador: el amor. De nuestro transeúnte sonreído, dice el novelista, dramaturgo, ensayista y también humorista, Luis Britto García: Graduado en la prestigiosa academia del autodidactismo, Aquiles Nazoa nos convida al pan de la sabiduría, ahorrándonos las preceptivas enfadosas del escalafón y la academia (.) Entre tantas profesiones de supervivencia debió Aquiles haber sido guardián de un zoológico franciscano, donde gozaran de libertad los humildes animales que él tanto amó: el can corriente y moliente, el burro, el modesto cochino, y también sus mascotas entrañables: el caballo que era bien bonito, la tortuguita que de tan fea parecía hermosa, el elefante del libro Mantilla[2]. El poeta que ama es también el bardo que sufre. Su Caracas física y espiritual[3] es una larga declaración de amor y, al mismo tiempo, un testimonio del dolor que le causan las arremetidas contra su ciudad por parte de gobiernos y urbanizadores incultos e ignorantes. Dolor que se traduce en desquite humorístico en sus versos y prosa cuando retrata a esos personajes y sus “obras” depredadoras y “urbanicidas”. Caracas pudo haber sido otra [alega Luis Britto García], nosotros debimos haber sido diferentes. Aquiles rescató para la memoria de esta representación lo menos imperdonable. La ciudad diariamente se remienda a sí misma con la paciencia de una vieja señora que sabe que ya pasó la edad de los estrenos. Por la urdimbre de sus pespuntes seguimos el tejido precario de la cotidianidad. Allá avanza su aguja para coser retazos de pasado amarillento como el Pasaje Capitolio con futuros tan infortunados como el Cubo Negro[4]. El humorista es un Quijote del verbo y la palabra, empeñado en desfacer entuertos con la lanza en ristre de su arte. También es Aquiles Nazoa un caballero de triste figura visto por sí mismo en su “Retrato 1940” . Sus versos lo delinean: “Esta figura mía/ de tan flaca da ganas de reír/ parece una lección de anatomía/ con flux de casimir”. Caballero andante de la poesía y el humor que, como al de Cervantes le granjearon palizas, a él le depararon cárceles y exilio. ¿Arte en ristre dije? La preceptiva académica no lo destaca y ubica como poeta ni dramaturgo y es un exiliado de las antologías de esos géneros. Pero leamos la opinión de un poeta, filósofo y ensayista de excepción, Ludovico Silva: No es exagerado decir que el venezolano Aquiles Nazoa es, en la actualidad, uno de los más grandes -si no el más grande- de los poetas humorísticos de nuestra lengua. Sin duda es el poeta que en Venezuela goza de más auténtica y dilatada popularidad. Sus recitales en el Aula Magna de la Universidad Central (cuando esta no se encuentra allanada militarmente) han constituido acontecimientos de impresionante magnitud. Es el único poeta venezolano que ha hablado directamente a los desheredados, a los marginales, a los miserables y también a esas clases medias que tienen un pie en el barro y el otro en el primer peldaño de la escala social[5]. Pero, justo es decirlo, el Aula Magna de la UCV no se llenaba solo por el contenido de sus creaciones, sino también por la perfección de su verbo, la precisión de sus versos, el desenfado de su métrica y rima. Sus charlas eran verdaderas cátedras de conocimiento, erudición y cultura expuestos con una contagiosa sonrisa. Era el profesor extracátedra y extramuros al que los alumnos de otros cursos se le coleaban tan solo para escucharlo con admiración y encanto. Aquiles Nazoa sabía tanto de tanta cosas, muchas de ellas cotidianas y sencillas, que todos queríamos oírlo para aprender riendo, algo tan difícil que en él parecía tan fácil, fluido y espontáneo. Y todo con y por amor: a la literatura, al teatro, a la ciudad, a los desheredados (para decirlo con palabras de Ludovico Silva), a los animales, a la flora, al paisaje, a los niños, a su amada, a sus hijos, a la patria, al humor. Por amor a la poesía Si se nos pidiera definir a Aquiles Nazoa en una palabra, como en esos programas de entrevistas donde se nos solicita meter el mundo en un vocablo, no dudaríamos en decir: Poeta. Porque Aquiles Nazoa nació, creció y vivió en poesía. Eso era y es el transeúnte sonreído, el ruiseñor de Catuche, el poeta de las cosas más sencillas. La preceptiva se encargará de clasificarlo, de ubicarlo en escuelas o tendencias, si los tantos géneros que cultivó el escritor lo permiten. Por lo general, se le llama poeta popular, como a Andrés Eloy Blanco; poeta humorístico, aunque su creación lírica vaya mucho más allá de estos ámbitos. Basta una selección de su obra poética, como esta realizada por Roberto Malaver, para asomarnos a un universo creativo amplio y diverso, en forma y contenido. Al iniciar el paseo antológico, abre el camino el poema “La lluvia”, propio de la literatura que canta a la naturaleza, pero en su relación con la vida cotidiana de hombres y mujeres, niños y ancianos. La reiteración del verso “ayer volvió a llover”, a lo largo del poema, provoca la sensación en el texto de la caída de la lluvia: la sentimos, la escuchamos. Desde la poesía, como lo hace con frecuencia en su obra, critica a los “poetas sentimentales” que le cantan a la lluvia en los cristales, pero no “a la lluvia en los tejados”. El poeta es también el cronista que registra los efectos del aguacero en la ciudad y aquí asoma el humor del “transeúnte sonreído” que camina en puntillas, pasa por barriales, increpa el carro de algún cretino que lo salpica o ve al muchacho que se da un resbalón al deslizarse su alpargata. Aquí la observación social, sin caer en el panfleto: unos van en carro y otros en alpargatas. Y si el humor siempre se asoma en sus escritos, también lo hace el niño que es Aquiles: “Mi corazón/ es un niño arrullado por el son/ de la lluvia de plata,/ que cae desde el cielo en una lata -tin, tan, ton- bajo el alero roto del balcón”. Poesía infantil, o mejor, poesía para niños, en la que una bella imagen, “la lluvia de plata”, es de inmediato, traviesamente, familiarizada: “cae desde el cielo en una lata”. Constante en la poesía y creación de Aquiles Nazoa es bajar hasta nuestros pies lo que se eleva, vulgarizar lo culto y hacer cotidiano lo extraordinario (¿no dijo alguien que esto es revolución?). La onomatopeya del ruido de la lluvia en el balcón, su imitación sonora -tin, tan, ton- es también un recurso que siempre Aquiles Nazoa emplea con eficacia. Sí, “ayer volvió a llover”. ¿Quién que es, no es sentimental?[6] Ninguna pena nos embarga al parafrasear al gran Rubén Darío. En lo que no cae Aquiles Nazoa es en el sentimentalismo, antesala de la cursilería. Como poeta con mirada de niño, esa etapa a la que siempre estará regresando de la única manera posible, viajando en la palabra, en su obra creativa siempre estará presente la Navidad, esos días mágicos y de ensueños que marcan la infancia para siempre. Aunque criticara que los personajes de los cuentos de Navidad siempre fueran pobres, los mismos van a estar presentes también en sus poemas. No podía ser de otra manera, no por populismo lírico, sino por el carácter autobiográfico que alimenta su creación. Y a esa biografía la define lo que Aquiles Nazoa expresara en una de las tantas entrevistas que se le hicieran: “Mi infancia fue pobre, pero nunca triste”. La frase lo acerca y lo distancia del Panchito Mandefuá de José Rafael Pocaterra, cuento clásico de nuestra literatura navideña. En “Alegrías pasadas”, con un epígrafe de Jorge Manrique que nos anuncia que imitará la estructura de sus poemas, se pasea por toda la alegría que a la ciudad traen las fiestas navideñas, para convertirse pronto en pasado, en flores marchitas y en hallacas frías en los mostradores. Los poemas “Diciembre”, “Navidad” y “Llegó la Navidad” transitan el mismo paisaje humano en una mezcla de gozo efímero, nostalgia y humor. Metáforas de un alto lirismo logradas con eficacia, se resuelven en imágenes sencillas, a veces sarcásticas, a veces cómicas. Diciembre es una “espada azul bajo las cejas”, como “el amor con una niña: la mañana”, frente a “un poeta de agua: el tinajero”, pero es también el niño pobre que muere sin cobija. La Navidad es “coche de luz”, donde hay niños con “carros de plata” y los hay con “carritos de lata”. Las pascuas no eliminan las diferencias sociales. Y mientras hay chiquillos que piden al Niño Jesús regalos muy caros, los hay con que se conforman que les pongan otra suela a sus zapatos rotos, como en el breve poema titulado “Cuento de Navidad”. Pero no todo es reclamo y nostalgia. El poeta le canta a nuestro plato tradicional de Navidad en “Elogio informal de la hallaca”, para entregarnos en versos una crónica costumbrista de la Caracas “de los techos rojos”, de la “ciudad que se nos fue” o dicho con sus propias palabras, “de la que ya no quedan ni las ruinas”. Pero la hallaca sobrevive. En este poema gastronómico el poeta hace gala de sus conocimientos de cocina y de su gusto de buen comensal, dote que ya había exhibido en su poema “Sopa de cebolla”, en el que se pasea por todas las sopas que ha probado, para decretar que la de cebolla es inigualable. Humor, poesía y erudición en un poema sencillo, en el que la sopa de cebolla es además aderezada con gestas históricas como la de Juana de Arco o la toma de La Bastilla o los cuadros de Goya o Murillo. Sopa tan exquisita que exalta los sentidos hasta trocar “a Teresa Panza en Dulcinea”. Poesía humorística, sensual y sensitiva para degustar, saborear y sonreír. Hacer broma, burla, ironía de sí mismo, dicen los estudiosos de la materia, es la más alta expresión del humor. Primero me convierto en blanco de mis dardos, para luego apuntar a los demás. No todos los humoristas alcanzan ese estadio o dimensión. Aquiles Nazoa es implacable cuando está bajo su propio punto de mira o al hallarse sobre una mesa de disección y tener en su mano el escalpelo. “Retrato 1940” es quizás el ejemplo más acabado de la anterior afirmación. Es un retrato escrito de sí mismo, como los hablados de los cuerpos judiciales, pero con una diferencia: la gravedad de quien relata y la del que dibuja en el caso policial, frente a la sonrisa de quien escribe con humor sobre su propia figura, que “de tan flaca da ganas de reír”. Se trata de una magistral descripción en versos libres, en la que mezcla imágenes de alto y a veces lúgubre lirismo, “yo parezco la sombra de un suicida”, con la inmediata burla que nos devuelve a la cruel y prosaica realidad: “y sueño en relación con lo que como”, para lograr un efecto humorístico al colocar al poeta frente a su precaria situación, también pasto de su humor. El retrato escrito de Aquiles Nazoa parece una de las caricaturas elaboradas por su viejo amigo y compañero de aventuras periodísticas y humorísticas, Leoncio Martínez (Leo). Combina bella y logradas imágenes con la cotidiana realidad existencial del poeta. En su descripción, el retratista va uniendo lo físico con lo humano y lo humanístico, entregándonos así un retrato vivo: la flaca figura “parece una lección de anatomía”, “toda costillas, sombra y discusiones”. ¿Discusiones? ¿Quién y qué es el personaje del retrato? ¿Un periodista, un político, un inconforme o un picapleitos? La última parte del poema no lo define, pero agrega otras características (pistas, diría un detective) del retratado: ¡Esta figura mía llena de versos, huesos, amargura, es una complicada antología de hambre, bilis, amor, literatura y odio a la barbería! El inesperado verso final matiza la bilis, el hambre y la amargura y su ruptura hasta en la forma (acorta el número de sílabas en forma abrupta), provoca el efecto humorístico. Pero también en esa “flaca figura” que “da ganas de reír”, hay versos, amor y literatura, es decir, poesía. En este orden de ideas, diría un lugarcomunista, el texto “Aquiles autobiográfico” vendría a completar, más en serio pero con el mismo humor y además en prosa poética, el “Retrato 1940”. La sorna recorre la autobiografía, y las burlas que tan burlesco personaje provoca en los parroquianos, “me sirven a las mil maravillas para sazonar lo que escribo”. He allí la fuente de muchos de sus temas y su humorismo: en la cotidianidad del “transeúnte sonreído” que va oyendo, observando y anotando (o memorizando). En “Elegía a Aquiles Nazoa” retorna sobre sí mismo, pero a una etapa exis-tencial que lo acompañará toda su vida: la infancia. Y el tono elegíaco es porque algo va a terminar, va a morir: sus días de colegio, un acontecimiento tan trascendente que lo versifica como “el entierro de mi niñez”. La nostalgia vendrá después, con los años y los recuerdos, ahora es la tristeza de las despedidas y el duelo de la pérdida de algo, en este caso, los días de colegio, la escuela que se deja y un Aquiles que se entierra en o con ella. Un bello poema de alto lirismo y elevado humorismo. Una pieza magistral que llega al alma con sus versos finales. Para completar lo que sería un Aquiles Nazoa físico y espiritual, dibujado o escrito en cuerpo y alma por sí mismo, está “Rezo el credo o Credo de Aquiles Nazoa”. He allí en toda su dimensión humana y humanística el poeta, en un poema en prosa que se inscribe en la mejor tradición de esta forma escritural, no muy cultivada en la literatura venezolana, si exceptuamos los nombres de José Antonio Ramos Sucre; de Rafael Cadenas en Los cuadernos del destierro; el Orlando Araujo de Compañero de viaje y Crónicas de caña y muerte, y los textos de la columna periodística de Adriano González León, bautizada Del rayo y de la lluvia. Recurre Aquiles Nazoa en lo formal a la estructura de la oración católica por excelencia (junto con el Padre Nuestro, por supuesto). Las oraciones son escritas para ser rezadas, de allí su oralidad, su clasificación en lo que se denomina literatura oral, desde los antiguos juglares hasta los cuentacuentos modernos de parques, plazas y bulevares. De allí, también, su comunión con Dios o con los dioses, con lectores y oyentes. Es un rezo. Es una confesión. Es un desnudamiento espiritual. Este o esta soy yo. Heme aquí. Ante ustedes. Ante vosotros. Las dos principales oraciones católicas le han servido de inspiración, soporte estructural y forma expresiva a grandes artistas del planeta: pintores, poetas, narradores, dramaturgos, cineastas. En el caso de la literatura, a los poetas cuando escriben sobre grandes personajes de la historia, como es el caso del Libertador Simón Bolívar, cantado por dos premios Nobel: Pablo Neruda, quien recurrió a la oración del Padre Nuestro para exaltarlo en su “Canto a Bolívar”, y Miguel Ángel Asturias, quien le dedicó su “Credo”. Aquiles Nazoa nos entrega su autobiografía espiritual en su “Rezo el Credo o el Credo de Aquiles Nazoa”. Es también su confesión humanística y artística, si se quiere, su Ars Poetica. No voy a hablar aquí de prosa poética, sino sencillamente y de una vez, de poesía, en el más elevado sentido de la palabra. A lo largo del texto, Aquiles Nazoa en todas sus edades, desde el niño que cree “en las monedas de chocolates que atesoro secretamente debajo de la almohada de mi niñez” y en el “gato risueño de Alicia en el País de las Maravillas” y “en el loro de Robinson Crusoe”, hasta el adulto que cree en “Pablo Picasso todopoderoso”, “en Charles Chaplin, hijo de las violetas y de los ratones” y “en el amor y el arte como vías hacia el disfrute de la vida perdurable”. Poesía, filosofía, confesión, religión íntima, solidaridad, entrega, humanismo. Manifiesto artístico, confesión espiritual, proclama humanística y oración ética y estética, cuando la lista de sus asombros, encantos y maravillas concluyen en un canto al amor y a “los poderes creadores del pueblo”. En su celebrado y recitado poema, “Las uvas del tiempo”, el vate Andrés Eloy Blanco dice a su madre: “.. .Para ti, soy grande; cuando dices mis versos / yo no sé si los dices o los rezas”. En boca de su madre, los versos son un rezo. Hay algo de oración y rezo en todo poema, incluso en los imprecatorios. Eso es el “Credo” de Aquiles Nazoa: un rezo, una oración, su oración. Y cuando el lector la dice o la reza, está sencillamente comulgando con Aquiles Nazoa. De la oración cristiana, la elegía, la sátira o la gastronomía, el poeta Aqui-les Nazoa nos pasea por el mundo grande y diverso. Con ternura entra la literatura para niños o poesía infantil en el poema “Letra para la primera lección de piano”, que se recita y canta en las escuelas y los parques. Su amor a la naturaleza, a los animales, se hace fábula en “Exaltación del perro callejero” y en el simpático poema “Buenos días, tortuguita”, donde bellas imágenes destellan en sus versos porque la tortuguita es “periquito del agua”, “abuelita del agua”, “payasito del agua”, “borrachito del agua” y “filósofo del agua”. Delicias literarias para los lectores más pequeños de la casa. Por supuesto, hay cosas que pueden entristecer incluso al “transeúnte sonreído”, como fue la muerte de su amigo y compañero de aventuras periodísticas y humorísticas, el destacado poeta y narrador Francisco Pimentel, mejor conocido con su seudónimo de Job Pim. Al amigo que parte, le dedica su “Elegía a Job Pim”, un género cuyos secretos conoce muy bien, como todas las formas poéticas. Alguna remembranza nos llega del Pérez Bonalde del poema “Vuelta a la patria”, cuando este escribe: “Solo traigo que ofrecerte pueda/ esta flor amarilla del camino/ y este resto de llanto que me queda”. En su “Elegía”, Aquiles Nazoa le escribe a Job Pim: “Y solo puedo darte en tu partida/ este verso, esta flor, mi despedida”. Despedida que disipa la tristeza al saber que el amigo tiene “la posibilidad de ser un día/ signo, aroma, color de poesía/ savia, tronco o raíz de alguna rosa”. Es decir, seguirá dando vida. En verso o en prosa, Aquiles Nazoa es un cronista, uno de los grandes del género en lengua española. En su “Poema rigurosamente parroquial” lo patentiza, como también su manejo dentro de la corriente literaria conocida como costumbrismo. Con el pretexto de irse un buen día a algún pueblito, escribe en tiempo futuro la descripción del mismo, lo que pasará o no pasará, su cotidianidad, la rutina, es decir la vida de cualquier población de la Venezuela rural. Todo es tan predecible que incluso llega a predecir su muerte, su entierro y la elegía de algún bardo que dirá que “ha muerto el secretario del Juez Municipal”, sorpresivamente el autor del poema parroquial. Poesía, costumbrismo y humorismo. Volvamos con Rubén Darío y su pregunta en “La canción de los pinos”: “¿Quién que Es, no es romántico?”, si todos lo somos, mucho más un poeta tan sensible como Aquiles Nazoa. Romántico en el sentido de amar y ser amado, de estar en la vida, de vivir y convivir. No es casual que haya titulado la más completa y reeditada antología de su obra Humor y amor de Aquiles Nazoa. Amor que reitera en su “Credo”: “Creo en el amor y en el arte como las vías hacia el disfrute de la vida perdurable”. Confesión con que cierra su poema: “.y, en fin, creo en mí mismo, puesto que sé que hay alguien que me ama”. En el curso de la vida, el amor toma nombre y apellido. En el caso de Aquiles Nazoa se llama María. Lo revela, o mejor, lo canta en su poema “Dedicatoria”, un soneto que expresa en su último terceto: “Y no es mi voz sino el amor quien canta/ como espiga sonora en mi garganta/ cuando yo digo el nombre de María”. Y vuelve a cantar el amor en “A María con su vestido de flores”, trajeada así porque es diciembre y el aire de la mañana se llama María. En otro largo poema, titulado simplemente “María”, hace una descripción física y espiritual de la amada. Aquiles Nazoa le canta al amor de su vida y al amor de otros. La máxima y más sublime expresión de esta afirmación nos la entrega en el poema “Balada de Hans y Jenny”, dedicado al amor sin happy end, pero eterno, del célebre y famoso escritor de cuentos para niños Hans Christian Andersen y la virtuosa soprano Jenny Lind, el "Ruiseñor de Suecia”. Un canto de amor, un himno al amor, una balada de amor. Un sentido y bello poema. El amor da para la chanza, la broma, como en “Serenata a Rosalía”, donde los amantes se pelean el estrecho espacio de la cama o el amor al padre, el héroe que se admira, el que “lleva la poesía como una violeta en el sombrero”, el que con su pobreza podía comprarte un mundo mágico y feliz, el de “zapatos conmovedores”, el que te paseaba junto a tu hermana en su “bicicleta de flores”, el que los arropaba a los dos en su pecho cuando llovía y ustedes oían latir su corazón “bajo la tempestad”. Todo eso y mucho más es el humor y el amor de Aquiles Nazoa. Como decir, su poesía. Si decimos poeta, la preceptiva no podría encasillar a Aquiles Nazoa en ninguna escuela ni corriente lírica, en métricas ni rimas. Su extensa producción va de lo festivo a lo elegíaco, de lo romántico a lo comprometido, de la canta llanera al polo oriental, ya en soneto, décima o versos libres. Militante de la vida y las causas progresistas, su pluma no estaría ausente de la llamada literatura comprometida. El poema “Isla cautiva, Puerto Rico”, es un canto de solidaridad con Borinquen, con el estado libre asociado encadenado y su condición de enclave colonial en el Caribe. Es, aquí y allá, el compromiso sin ambages del poeta, en pensamiento, palabras y obras. Aquiles Nazoa tuvo, escrituralmente hablando, oído musical. Esto lo patenta en forma maravillosa en sus poemas infantiles, o para niños, como prefieran. Musicalidad en la forma, en el decir y escribir, en la palabra que se oye y las frases que compone. En “Polo doliente” nos introduce en la acuarela musical del oriente venezolano, tan rica en ritmos y matices, con su honda nostalgia marinera. Lo han interpretado desde Gualberto Ibarreto hasta Morella Muñoz, esta última en la versión de Antonio Estévez, el fundador del Orfeón Universitario de la Universidad Central de Venezuela. También lo proyectó por el mundo el conjunto chileno Inti-Illimani. No menos suerte ha corrido su “Galerón con una negra”, recitación casi obligada en todos los actos culturales de las instituciones educativas de todos los niveles. Es una composición en décimas, una forma versificada que Aquiles Nazoa maneja con maestría y humor festivo. Conocimiento del llano, sus costumbres, bailes, retos y lugares despliega el poeta en su galerón, siempre cantado o declamado en mangas de coleo, galleras, canchas de bolas criollas, caneyes y parrandas de la Venezuela adentro. La versatilidad de Aquiles Nazoa en formas y métrica le dificulta el trabajo a la preceptiva que lo quiera encasillar en escuelas, tendencias o géneros. Del llano adentro pasa con soltura al poema urbano, a la ciudad del nuevo-rriquismo y la cultura impostada, para satirizar al empresario del texto “Profesión banquero”, como a la citadina del poema “Lo que abunda”, quien ostenta en su barrio o urbanización cuanto cachivache (“línea blanca”, lo llaman) adquiere al contado o a crédito y que le sirve para enrostrar a las vecinas su poder adquisitivo o las carencias de estas. Le hace un guiño al surrealismo en “Murmuraciones de sobremesa con Jacques Prévert”, actor y dramaturgo francés, que se paseó por el movimiento que fundara André Breton. Luego de este poema donde ve en un cuadro de Picasso a “una muchacha comiéndose el corazón de un caballo”, pasa al ámbito épico para escribirle “A Bolívar en un libro de lectura”, poema en décima donde todos los prodigios de la naturaleza se llaman “Bolívar Libertador”, como todo lleva su nombre en el célebre “Canto a Bolívar” de Pablo Neruda. Versos sencillos los de Aquiles Nazoa, como los requiere un libro de lectura, pero de honda sencillez, retrato del alma del poeta. La caraqueñidad le brota al poeta por los poros, la transpira. Y decir Caracas es decir monte Ávila, cerro Ávila o por su nombre indígena, Waraira Repano. Pintores, músicos, escultores, poetas, todos los artistas han tenido la montaña de Caracas como motivo e inspiración de sus creaciones. Un hijo de la parroquia San Juan, del barrio El Guarataro, nació también con ese designio. El poema “Buenos días al Ávila” es su saludo matinal al emblemático cerro, y desde su cumbre, una lectura al acontecer cotidiano de la ciudad, como si se estuviera leyendo el periódico; luego, es la crónica urbana de la capital de Venezuela. Es también la crítica risueña a un cerro al que los poetas lo siguen llamando “Sultán”, cuando ya nadie “lee a Omar Khayyam”, y a Caracas “Odalisca”, cuando ya Persia es Irán, dicho en otras palabras, han pasado los años y, con ellos, los días de “la ciudad de los techos rojos”. Nos lo dice el cronista, nos lo canta el poeta. La ciudad es otra, señor Ávila, se lo informa su bardo con humor y ternura, como quien cuenta a una rueda de niños la historia de la gran montaña de Caracas. Hasta en la prosa de un poeta está su poesía, verdad de Perogrullo. La transpira “La historia de un caballo que era bien bonito”, un relato para niños pletórico de encanto, magia y fantasía, nada extraño en un admirador y lector de Hans Christian Andersen. No es historia, es el cuento de un caballo que comía jardines, evacuaba flores, le salían pájaros por la herida que recibió en el corazón en una guerra mundial, ahuyentaba con el rabo las mariposas que lo seguían y uno de los personajes lo pintó en una carreta, y allí empieza la historia o no se sabe si el caballo existió o si era un dibujo de donde el narrador lo imaginó todo. La crítica destacaría que es un relato circular porque empieza donde termina y que, por tanto, su estructura es circular, pero seguramente a sus sensibles e inteligentes lectores lo que les interesa es que el caballo comía jardines y era bien bonito. Así lo vio y lo cantó un poeta llamado Aquiles Nazoa. Por amor a la ciudad Caracas tiene novios, sultanes enamorados, historiadores, cronistas (oficiales y oficiosos), poetas, pintores y amantes. Difícil saber dónde ubicar a Aquiles Nazoa en esa galería. Obviamente que es algo más que el transeúnte sonreído. Quizás tenga de cada uno un poco. En todo caso, no solo amó a su ciudad, sino que la conoció íntegra e integralmente. La estudió con tesón y la cantó con amor y dolor y también, cómo no, con humor. Hijo de una de sus parroquias emblemáticas -San Juan- y de unas de sus barriadas tradicionales -El Guarataro- es lo que se llama un caraqueño de pura cepa. Pero hijos, diría la crónica radiofónica sentimental, hay muchos. Aquiles Nazoa es el hijo que no se va, que siempre retorna, que le cuenta su ciudad al mundo y que la escribe para preservarla en la memoria de las futuras generaciones. La Caracas decimonónica nos la contaron los cronistas del siglo XIX, bajo la influencia risueña del costumbrismo. La colonial se la debemos a los cronistas de Indias. También a ellos y a los conquistadores y misioneros que por un momento dejaron su espada y su cruz para tomar la pluma y registrar en sus diarios lo que vieron sus ojos, lo que era la ciudad antes de ser ciudad. Allí plasmaron, en prosa sin mayores pretensiones -áspera, diría Humberto Cuenca- sus primeros asombros, encantos y estremecimientos frente a lo que Alejo Carpentier denominó “lo real-maravilloso americano”. Aquiles Nazoa, en su Caracas física y espiritual, se va a los orígenes de la ciudad, antes de que fuera fundada por Diego de Losada en 1567. Desde allí y desde entonces, empieza a estudiar la urbe física que nace combinando técnicas indígenas y españolas de construcción, y la espiritual que se fragua en cruentas batallas, asaltos y asedios entre los conquistadores, los piratas y los pueblos originarios. Desde entonces nos advierte que Losada escogió el lugar menos indicado por la arquitectura para levantar un pueblo o ciudad, pero que su preocupación, dictada por los constantes ataques de las bravas etnias ancestrales, era bélica, no arquitectónica. El cronista hurgó en los diarios de los conquistadores, los cuadernos de bitácora de los viajeros de Indias, los informes de los gobernadores a los reyes de España, y las sabrosas crónicas de los costumbristas del siglo XIX. Se metió en las hemerotecas y leyó a los cronistas del siglo XX que registraron el tránsito de la ciudad de los techos rojos a la metrópolis que empezó a crecer verticalmente presionada por lo que él llamó “perpetradores de apartamentos”. Se metió en los libros de quienes fueron cronistas oficiales de la ciudad, entre los que destacan los nombres de Enrique Bernardo Núñez y Guillermo Meneses porque, además de su oficio designados por la municipalidad, destacaron como grandes exponentes de la narrativa venezolana. Aquiles Nazoa, en la medida que nos cuenta su ciudad, nos va narrando la historia del país y su evolución económica, política y social. No escapan a su observación dos presidentes de la República que se empeñaron en cambiar la estructura física de la ciudad de conformidad con su modelo preferido. En el siglo XIX, el general Antonio Guzmán Blanco quiso hacer de Caracas una pequeña París, con sus arcos y su Santa Capilla. En el XX, otro general, Marcos Pérez Jiménez, tomó como modelo Nueva York, cruzada de autopistas, distribuidores con nombres de animales y edificios que rozaran las nubes como el hotel Humbolt, en la cumbre del Waraira Repano. El escritor nos cuenta la ciudad con humor y amor, como cuando la evolución la sigue a través de las ventanas de Caracas, en un verdadero tratado de arquitectura colonial, albañilería, mampostería, donde destaca el mal o el buen gusto. Los cambios de esas ventanas reflejan también las políticas urbanas de los gobernantes, el nuevorriquismo, la cultura auténtica o impostada, las tradiciones, las costumbres, la inmigración, e incluso la confianza de los habitantes y la seguridad de la urbe. En el cronista también aflora la ira y la protesta cuando su ciudad empieza a ser desdibujada por el progreso que impone lo que el investigador Rodolfo Quintero denominó la cultura del petróleo. La riqueza sobrevenida por la exportación de los hidrocarburos va a impactar fuertemente en una ciudad que ya no mira hacia el otro lado del Atlántico, sino hacia el norte. Empezaban a entrar los petrodólares para que este punto cardinal -New York, New York- dejara de ser una quimera, como dice la vieja canción venezolana. Además de pasearnos por la Caracas de los años 20, aquellos años locos, con la modernidad llegando desde afuera y la Venezuela del petróleo tocando a las puertas con su nuevorriquismo y su ostentación que casi le borran la sonrisa al transeúnte sonreído, Aquiles Nazoa tiene tiempo para contarnos tradiciones y costumbres de su ciudad. Quizás para vengarse del mal gusto de los urbanizadores, de la “cultura” de los nuevos ricos, se detiene a relatarnos lo que él denominó “la pava y lo pavoso”. Nos explica, por supuesto, el origen de esa especie de superstición, como es considerar de mal agüero (pavoso) a cosas y personas que tienen o les cayó una pava (especie de maleficio que, de paso, se lo pueden pegar a los demás). Ese “mal” sobrevivió al progreso y a la Caracas ingenua y se proyectó hasta nuestros días. Siguen habiendo en el siglo XXI cosas y personas pavosas, a pesar de todo el “escepticismo postmoderno”. Aquiles Nazoa es un caraqueño de su tiempo. Lejos está de ser un conservador urbanístico y un consumado tradicionalista. No sucumbe a la nostalgia de “la Caracas de los techos rojos” y de “la ciudad que se nos fue”. En su poema al monte Ávila le advierte al emblemático cerro que los tiempos han cambiado y que la urbe es otra. Pero es un artista que enfrenta el mal gusto, lo artificial, el remedo a otras ciudades del planeta, esto en lo físico. En lo espiritual enfrenta la huera cultura del petróleo, la mecanización de la cotidianidad citadina, la deshumanización de la ciudad y la impostura de un arte enlatado y manufacturado como una mercancía más. Empero, la suya fue una batalla quijotesca. Lo que el lugar común periodístico denominó “la picota del progreso” no se detendría. Los gobernantes siempre vincularon ese progreso al cemento, el asfalto y el hormigón. El poeta recurrió al arma del humor para denunciar a los terrófagos y sus financistas, los banqueros; al nuevorriquismo que al exhibir su cultura artificial, desnuda su ignorancia; a la cursilería y el gusto rebuscado. Este menú urbano fue la materia prima de su humor en prosa y verso. Pero su auténtica Caracas no sucumbía del todo, el arte y el buen gusto resistían heroicamente; la cultura popular tenía “amigos a montón” y, también, las llamadas bellas artes, con o sin apellido. Lo demás -seguro- no es monte y culebra, pero Caracas es Caracas. La Caracas de Aquiles, a la que siempre le cantó con humor y amor. Por el amor al teatro El mundo para Aquiles Nazoa era una puesta en escena. Cada quien vino aquí a representar su papel, pero cada cual es autor de su propio drama. Lo va escribiendo en la medida que actúa en el gran escenario de la vida. Para unos, el director es Dios. Para otros, la Historia. Aquiles Nazoa escribió su propio “Credo” y allí están sus directores y el que ha de dirigir su vida y obra: “los poderes creadores del pueblo”. Escribió teatro no como pasatiempo o en los recesos de su oficio de escritor. En absoluto. Fue un dramaturgo -no se escandalicen- que creó personajes a los que dio vida con amor y humor. Cuando dictaba sus conferencias, era actor y director. Su teatralidad cautivaba al auditorio. Llevaba todos los utensilios, corotos y peroles de su utilería. Parecía que en esos momentos era el médium de su admirado Charles Chaplin, a quien exalta en su “Credo” con esta oración: “Creo en Charles Chaplin, hijo de las violetas y de los ratones, que fue crucificado, muerto y sepultado por el tiempo, pero que cada día resucita en el corazón de los hombres”. Mezclaba con el mayor desenfado el teatro clásico con el cine de barrio y las comedias radiales o televisivas. Hablaba. Actuaba. Y el público no sabía cuándo se había convertido en un personaje más de la obra de Aquiles Nazoa. El teatro ocupa un buen espacio de sus obras completas en la edición de la Universidad Central de Venezuela (tomos I y II, 1983) con selección y prólogo nada menos que del artista plástico y también dramaturgo César Rengifo. Su creación teatral no solo fue humorística y festiva, aunque este sea el rasgo fundamental. Incursionó en el drama existencial de los seres humanos, como queda retratado en la pieza “Otros lloran por mí” (Nocturno en un acto). Tres personajes coinciden en un pequeño café de la gran ciudad: la cantinera, una desconocida y un hombre taciturno que frecuenta el lugar sin intercambiar con nadie. Podría decirse que en vez de tres personas, coinciden tres soledades. En el pequeño espacio hay cambios de escenario, de planos temporales y de personajes interpretados por un mismo actor. En el transcurso de la obra, Aquiles Nazoa hace gala de sus conocimientos de la dramaturgia y del lenguaje teatral, con la descripción, el diálogo, los silencios, las interrupciones, los suspensos, la ambientación, la sicología y los estados de ánimo de los personajes. La mujer desconocida es una solitaria que arrastra un desengaño. El hombre es otro solitario que lucha con los demonios interiores que conviven en su oficio de verdugo, revelado al final a la desconocida. La cantinera entiende esas soledades como la suya propia, e intenta que se hagan compañía al menos por esa noche. El drama va ganando en intensidad en un ambiente decadente, y si el humor asoma, es un humor lúgubre de los que aceptan su condición. Es una pieza impactante y sorpresiva. El telón baja y al subir, en otra pieza, tenemos al humorista que sigue a Aquiles Nazoa como su sombra. Su obra “Martes de Carnaval” nos invita a una comparsa de máscaras y risas. Es una obra para montarla en las tablas o llevarla a la televisión. Aquí el dramaturgo se desdobla, simultáneamente, en guionista de televisión. El drama no es otro que el que ocurre todos los martes de Carnaval en la Caracas de la segunda mitad del siglo XX. Aquiles Nazoa conoce muy bien el nuevo medio que hace furor en la ciudad: la televisión. De allí que el lector de la pieza se va a encontrar con términos técnicos como: video, audio, sonido, off, fade, paneo, dolly back, panning. Es la nueva tecnología que irrumpe en una urbe que se debate entre sus tradiciones y las novedades; entre un habla que no renuncia a su viejo léxico, a veces a sus arcaísmos, y la terminología que traen los nuevos tiempos; entre lo que queda de costumbrismo y lo que poco a poco impone la cultura del petróleo. Esa mezcla de teatro y televisión, dramaturgia y guión, memoria y apuntadores, videos y escenografías, no escapan al ojo crítico de César Rengifo, hombre de teatro: Cuando Aquiles incursiona en la T.V. necesariamente su Teatro para Leer tiene que adaptarse a este instrumento. El poeta elabora y reelabora nuevas piezas, retoca y enriquece otras ya escritas, y paulatinamente logra el dominio del lenguaje televisivo. La estructura de sus piezas gana en acción y brillo y en un mayor despliegue de matices. Los personajes se muestran mejor delineados y más genuinos en el carácter; fluyen activos y espontáneos, y el asunto y la trama acusan mayor interés y atractivo. Contemplando el teatro televisivo de Aquiles, adviértense aún mucho más que al leerlo, sus vínculos con el sainete y con aquellas piezas de Rafael Gui-nand que deleitaron a las generaciones de los años 20 y 30. Por eso hemos señalado anteriormente las raíces que en el pasado del humorismo y de la comedia venezolanos tiene nuestro poeta”[7]. Aquiles Nazoa, si nos permiten la expresión, goza un puyero registrando en su teatro esa mezcolanza, goce que le transmite a sus lectores y espectadores. Junto a los neologismos de lo audiovisual, se resisten palabras y frases como: “la puyita pal malojo” (una puya era una locha y una locha era una moneda de 12 céntimos y medio, es decir, la octava parte de un bolívar), po-sicle (helado de paleta), lavativa, guá, pava (sombrero), ahí ta, polka, paltó de dril, pantalón de casimir, sombrero de pajilla. El martes de Carnaval le sirve al dramaturgo para cruzar varias historias, encuentros fortuitos, pleitos de marido y mujer, conatos de peleas, equívocos para que, al final, no tengamos claro lo que ocurre en la puesta en escena y en la realidad. “Martes de Carnaval” es una fiesta del humor, con reminiscencia de un costumbrismo que antes de disiparse en el tiempo se asoma a la pantalla chica. Como no hay Carnaval sin octavita, la fiesta del humor sigue en la pieza “La dama de las cámaras”. Se trata de una ingeniosa parodia de la célebre novela de Alejandro Dumas (hijo): La dama de las camelias. Aquí Aquiles Nazoa se divierte y nos divierte al escribir su drama en versos y combinar el teatro clásico, la ópera y la novela realista con el melodrama, las cámaras de televisión o cine. En su parodia, introduce en la novela de Dumas personajes como Garrik, el que pidió que le cambiaran la receta, así como las sonatas de Beethoven, los nocturnos de Chopin o la música cinematográfica de Alex North. Pone a una de sus personajes a imitar en su monólogo a uno del Tennesse Williams de Un tranvía llamado deseo. No se trata de pedantería intelectual, sino de inusitadas combinaciones de gran eficacia humorística y, sobre todo, es la ironía que enfila hacia la nueva clase social: el nuevorriquis-mo. El humor hace su blanco también al cine publicitario y a la televisión que abren un espacio (por lo general, demasiados espacios) “para el anuncio de Pampero”. La publicidad viene arrasando desde los tiempos iniciales del periodismo industrial, aunque todavía no se había erigido en dictadura. El observador que es Aquiles Nazoa parodia una obra del siglo XIX, sin perder de vista los modernos cambios tecnológicos, sobre todo en el mundo audiovisual. Aquella dama de las camelias, se troca, por arte y humor de Aquiles Nazoa, en “La dama de la cámara”. “Los martirios de Colón” es la puesta en escena humorística de todo lo que nos enseñó la escuela oficial del Almirante de la mar-océano. Hilarante de principio a fin, es decir, desde que zarparon de Puerto de Palos hasta el salvador grito de “¡Tierra!” de Rodrigo de Triana, cuando los amotinados marineros casi le dan matarile al atrevido navegante genovés. El autor regodea su humor en el sueño loco de Colón, su persuasión a Isabel La Católica para que empeñara sus prendas y le financiara la locura, su empeño en la redondez de la tierra y la conocida anécdota de poner un huevo de pie ante el asombro de un consejo de sabios. De Roma toma el escritor dos personajes que, por sus vidas hiperbólicas, encajan perfectamente en su visión humorística y en su divertido teatro: Ca-lígula, a quien califica de mamador de gallo por nombrar cónsul a su caballo, y Nerón, quien después de vaciar las arcas del imperio, encontró la solución a esa ruina pegándole candela a la ciudad. Los parlamentos entre el emperador y sus ministros nos remiten a cualquier reunión de gabinete de los presidentes latinoamericanos del siglo XX. Al final podemos decir que todas las risas conducen a Roma. Aquiles nos regresa a nuestra más común y moliente cotidianidad con la pieza titulada “Hogar, dulce hogar”, donde la dulzura no aparece por ningún lado en un matrimonio en el que los cónyuges se empeñan en contradecirse y llevarse la contraria, tan solo para no darle la razón al otro. Las peleas por cualquier tontería van ganando en absurda intensidad, hasta que el marido, tan histérico como la mujer, termina pegando alaridos cual Tarzán. Precisamente, un personaje como “el hombre mono” no escaparía a la dramaturgia y el humor de un crítico de aquel cine de los años 50 y 60. La mujer blanca (Miss Micaela) se empeña en civilizar a Tarzán con el libro Mantilla, y se alegra tanto de los avances en el habla y vocabulario de su enamorado discípulo, que lo elogia con estos versos: ¡Excelente! ¡Colosal! Cada vez lo haces mejor. Le has puesto tanto fervor Al cursillo audiovisual Que en un mes justo y cabal Ya está leyendo tan mal Como cualquier locutor.
Trátese de sus piezas de los emperadores de Roma, la novela realista del siglo XIX o la tira cómica de Tarzán de los monos, Aquiles Nazoa siempre, por la anécdota o por el vocabulario, familiarizará el asunto o contenido de su obra con la vida política y social de la Venezuela de su tiempo. Con ello logra la empatía de sus lectores y un inmediato efecto humorístico. Por festiva que sea la obra, la crítica a la realidad siempre está allí y aflora en el lenguaje, la anécdota o el humor. César Rengifo subraya este importante aspecto de la obra del poeta: De allí que el teatro de Aquiles en su totalidad se queda en el ámbito de lo literario, del teatro para leer. Es la palabra la que domina a la acción y la que conduce con su musicalidad, al lector, hacia un clima de amplia jovialidad, pero en cuyo fondo hállase el amargo sutil de la crítica. Porque no quiso Aquiles en ningún momento hacer humorismo o literatura dramática puros; ni pretendió quedarse en el hecho simple de hacer sonreír. Su literatura dramática compromete al lector a fijar posiciones, a meditar y asumir también una actitud crítica; aun en aquellas piezas cuyo contenido es puramente anecdótico, el escritor deja acentuada la eterna contradicción entre el bien y el mal, lo bello y lo feo, lo sublime y lo chato[8]. Su excepcional conocimiento y dominio del idioma, su conciencia del lenguaje, su humorismo y visión poética del mundo y de las cosas lo libran del panfleto, la consigna y el texto mitinesco. Artista de su tiempo, estudió las técnicas y el lenguaje del cine y la televisión. Incursionó en esos medios y, en este sentido, fue pionero en la relación, no siempre armónica, entre intelectuales y creadores con el mundo audiovisual y radioeléctrico. Abrió camino para siguieran esa senda novelistas como Salvador Garmendia y dramaturgos como Román Chalbaud, José Ignacio Cabrujas e Ibsen Martínez, quienes llevaron al formato de la telenovela obras clásicas de la literatura venezolana o creaciones de su propia autoría. Hemos de señalar que si el teatro de Aquiles Nazoa fue concebido y escrito “para leer”, ello no impidió que sus obras llegaran a las tablas, montadas por directores profesionales como por estudiantes en liceos y universidades. En los festivales de teatro, en el teatro de calle, en los actos culturales escolares, al igual que en las casas de la cultura y ateneos de los pueblos de Venezuela, Aquiles Nazoa es un permanente invitado. La cultura popular lo dice y lo repite: es uno de los nuestros. O en singular: es nuestro Aquiles. Por amor al humor Una de nuestras tardes estudiantiles nos llegamos a la Sala de Concierto de la Universidad Central de Venezuela. Allí daría una conferencia el poeta Aquiles Nazoa, a quien admirábamos de lejos y en silencio. Siempre lo veíamos en su programa de televisión Las cosas más sencillas. De algunas de esas “cosas” versaba su disertación. Llegó con un perolero y empezó a colocarlo en el pódium con una seriedad que ya resultaba cómica. Con voz pausada hablaba de aquellos cachivaches con una ternura tan contagiosa que sin darnos cuenta nos íbamos encariñando con el aguamanil, la tinaja de barro, el triciclo, las muñecas de trapo y, entre otras cosas más, la piedra redonda de amolar cuchillos con su respectiva manigueta. A los pocos minutos de su charla, todos participábamos en su fantasía de niño grande con aquellos improvisados juguetes. Todos jugábamos en la rueda de su humor. Y de su amor por aquellos peroles. Ese es el Aquiles Nazoa humorista, un divertido jugador con las cosas del mundo y de la vida. Con el fondo y la forma. Nos divierte con la anécdota, la historia, con lo que nos cuenta, pero al mismo tiempo, con el carácter al que recurre para expresarlo y plasmarlo: en prosa o en verso, en drama o sainete, con el diálogo o la narración, con la parodia de personajes o la imitación de su habla o léxico. Maneja todos los recursos de la retórica, exquisita y magistralmente. ¿Cómo lo logra? No solo por conocer a fondo su lengua y ser un estudioso empedernido de las técnicas literarias, sino sobre todo por el corazón que le pone a su oficio y el amor que tiene por su arte. Aquella piedra de amolar que vi en su conferencia universitaria -y que entonces percibí como parte de su utilería y puesta en escena-, más tarde supe que, para el humorista, era algo más hondo, cuando me la encontré en ese bello poema en prosa que es el “Credo” de Aquiles Nazoa. Creo en el amolador que vive de fabricar estrellas de oro Con su rueda maravillosa. Allí estaban la piedra de amolar y el amolador, al lado de Picasso, Charles Chaplin, Isadora Duncan, Rainer María Rilke, Lord Byron y otros ángeles o dioses y diosas que habitan el firmamento imaginario de “Aquiles frente al mar”. Aquel personaje que todos los niños de su tiempo vieron como un señor que prestaba un servicio a domicilio, parte del paisaje de la infancia al igual que el heladero, el ropavejero o el botellero, el niño Aquiles lo vio y lo seguiría viendo por el resto de su vida como alguien que vivía de “fabricar estrellas de oro”. Y la ruda piedra de amolar sería una “rueda maravillosa”. Así, de esa particular forma de ver las cosas, maravillado y asombrado, surge el humor de Aquiles Nazoa. Luego, el humorismo no puede ser para nuestro autor un arte menor, un pasatiempo o el “tigrito” que se mata para añadir unos centavos a los malos sueldos, cuando los hay, del periodismo o las letras. Al definir el humorismo como “el acto de hacer pensar sin que el que piensa se dé cuenta de que está pensando”, Aquiles Nazoa le da una elevada misión y dimensión al arte u oficio de hacer humor. Va más allá de la risa o la carcajada, del chiste o la comicidad. Al destacar que hace pensar, nos remite a un ejercicio de inteligencia entre el autor y el lector, o dicho en términos comunicacionales, entre emisor y receptor. Asimismo, cuando acota que quien piensa lo hace sin darse cuenta de estar pensando, nos revela que el humorista no le está dictando cátedra a su lector u oyente, ni le está imponiendo su pensamiento, vale decir, el humorista está lejos de la proclama y la consigna. Al analizar el humorismo en Venezuela, Aquiles Nazoa hace un reclamo a quienes se acercan al género como un arte menor, e incluso, algo que se hace por no dejar. De allí lo difícil que resulta estudiar esta forma de expresión en el país. No son muchos los que la asumen como una filosofía de vida, una forma de ser y estar en el mundo, como serían los casos de Francisco Pimentel (Job Pim), Leoncio Martínez (Leo), Francisco “Kotepa” Delgado, Pedro León Zapata, Régulo Pérez y otros arriesgados que en el periodismo, la literatura, el dibujo o la caricatura dejaron una obra perdurable que nos hace más llevadera la existencia y nos da un visión más risueña del mundo y las cosas. Hizo humor y estudió el humor. Su libro Los humoristas de Caracas[9] está precedido de un ensayo sobre este arte y oficio donde plasma su concepción del humorismo desde una perspectiva amorosa y crítica. Reconoce el talento de los cultores del género, pero reclama cuando se cede en forma y fondo al chiste de ocasión o al verso fácil y rebuscado. El humor, para Aquiles Nazoa, es demasiado serio para permitirse esas licencias. En su antología, cada autor seleccionado es presentado con unas líneas críticas de su obra. En conjunto, nos entrega un estudio de esos humoristas y del humorismo en Venezuela. Esto se agradece cuando son pocos los autores que han dedicado su tiempo y conocimiento a analizar e historiar esta parte de nuestra literatura y periodismo de tanto protagonismo en la lucha política y la vida social de nuestro devenir como país. En este volumen de su obra, la selección con la que trabajamos -un esfuerzo intelectual del también escritor y humorista Roberto Malaver- intentamos invitar al lector a asomarse a las distintas facetas de Aquiles Nazoa, a ese autor que pone en función de su humor las más acabadas técnicas literarias, con quien podemos leer teatro, crónica social, crítica literaria, cuento o poesía. Un creador que cultiva todos esos géneros con tal maestría que mucha gente se pregunta por qué no hizo “literatura seria”. Es aquí precisamente donde sale, lanza en ristre, Aquiles Nazoa a responder y argumentar que el humor es arte serio. O arte, sin adjetivo, si quien lo hace o escribe así lo asume... y es un artista. También estudioso y antologista del humorismo, el tomo II de su libro Los humoristas de Caracas, abre con una entrevista que a nuestro autor le hace el periodista Emilio Santana, quien durante muchos años mantuvo una muy leída columna titulada Mini-Foro, en el diario El Nacional, de Caracas. Dos respuestas de Aquiles Nazoa nos dan el tono de ese diálogo, la fina ironía siempre presente en su conversación y su opinión sobre algunos que creen estar haciendo humor. Santana: ¿Qué opinas de los cómicos y libretistas de televisión? Aquiles: De los cómicos pienso que si ganaran menos serían mejores, aunque si fueran mejores probablemente ganarían menos. En cuanto a los libretistas, antes de responder a su pregunta tendrá que informarme. Yo no tenía noticias de que en la televisión hubiera libretistas. Santana: ¿Imagino que si podrías mencionar nuestro peor humorista? Aquiles: El peor humorista es el que se dedica laboriosamente a labrarse su parcelita de fama como gracioso, una vez comprobada su absoluta incapacidad para caer en gracia[10]. En la mira de Aquiles Nazoa como humorista siempre están lo artificioso, la impostura, el mal gusto y la cursilería. A veces, todas estas condiciones están en una misma persona, acontecimiento o institución. Entonces el humorista se da vida. El cine mexicano, que tanto aportó a la expansión de esta industria en América Latina por los años 40, 50 y 60, del mismo modo permitió colarse a verdaderos maestros del mal gusto. Este a veces lo entregaba concentrado en lo que llamaban “tráiler”, que era como un adelanto de lo que esperaba a las víctimas voluntarias y gozosas del próximo film. En la crónica “Tráiler de una película mexicana”, el autor hace una radiografía risueñamente despiadada de esos adelantos de las salas de aquellos deliciosos años. Para poner en suspenso al público, el tráiler abría con los primeros compases de la Quinta Sinfonía de Beethoven, seguidos de una guaracha vulgar y rochelera. Aquiles Nazoa es un maestro para provocar un efecto risible al mezclar las bellas artes con las artes feas y lo culto con lo vulgar. Provoca la risa y deja al desnudo a los que presumen de un conocimiento artístico del que adolecen totalmente y de una cultura que termina desembocando en el disparate, en forma y fondo. Crea humor la seriedad con que el autor analiza las luces en la pantalla -su objetivo es encandilar al admirado espectador-, el tipo de letras que bailan y se van ordenando, para luego irse quemando, lo que le da un efecto voraz a lo que usted lee. Los diálogos desgarrados entre amantes infieles que se dicen cosas que solo ellos deberían saber, en fin un tráiler es una delicia de mal gusto y cursilería que Aquiles Nazoa le ofrece magistralmente a sus lectores. El poeta hace humor con el fondo y la forma. Si el relato o la historia son cómicos, el género, la estructura y la forma de expresión que escoge para narrarlos provocan la sonrisa o la risa abierta. En el texto “Las personas superiores o al que no le haya sucedido alguna vez que levante la mano”[11], ya desde el título se capta la ironía. Se supone que a las personas superiores les suceden cosas que solo a ellas les pasan, pero el título expresa que les ocurren a todo el mundo y, al que no, “que levante la mano”. Los seres que están por encima de los demás en esta pieza son un escritor y su mujer. Sin embargo, se transan en un pleito común en toda pareja empeñada en llevarse la contraria entre sí. El personaje es un poeta o narrador en cuya descripción de atormentado y predestinado para acciones superiores el humorista se esmera. El lugar de trabajo del poeta es el típico de cualquier poeta ungido por los dioses: ceniceros, cartapacios de papeles, pacas de periódicos viejos, flechas guajiras y otras cursilerías que a cualquier persona que llegue a esa casa le hace exclamar: “Aquí vive un escritor”. Ella, una intelectual incomprendida por su marido, contradictoria, llorona y permanentemente inconforme con lo que él diga o deje de decir, haga o no haga. En una discusión baladí pero insoportable de si salen o duermen se cruza una llamada telefónica, el llanto del niño que tienen y un vozarrón de alguien que toca la puerta buscando a los pasajeros que van para Barquisimeto. Aquí se cruzan varios diálogos locos de la mujer, el poeta, el chófer que busca pasajeros. Son ese aquelarre, esas conversaciones cruzadas, las que ponen el toque de un elevado humor a esta crónica magistral de Aquiles Nazoa. Lo humorístico se da también porque nos retrata, porque todos hemos pasado por ese tipo de situaciones de respuestas simultáneas y sin destino. Les sucede a los seres superiores y a los simples mortales. La ironía del autor va más allá y se mete en el territorio de los escritores experimentales que pensaban que con el cruce de conversaciones distintas y en un mismo lugar, se la estaban comiendo. Al recurrir a esas técnicas del ars combinatoria en una simple pieza teatral, Aquiles Nazoa parece decirles “Sí, comonié”. El humorista es un crítico implacable y sonreído de la cultura del nuevo-rriquismo. “Niñita tocando piano o quién fuera sordo”, en un texto breve retrata de cuerpo entero a los exponentes de la nueva clase social, si se le puede llamar así, con el permiso de los sociólogos. Una madre le compra un piano a su hija y logra que ofrezca un concierto -o un desconcierto- a otros nuevos ricos que, aunque nada saben de música ni de piano, hablan de ese arte y el instrumento con audaz desenvoltura. Ocurre, sin embargo, que cuando la niña arranca a tocar, deseaban con toda su alma ser sordos. El escritor registra el diálogo entre la madre de la niña “pianista” y un matrimonio que está a su lado, en las butacas. Indelicadezas, ignorancia cultivada, echonería culta y cursilería nutren la conversación hasta que la niña “artista” pone fin a su sádica ejecución, esponjada de artística satisfacción. El público estalla en aplausos y la madre, intuitiva y sublimada, entiende que con la ovación están pidiendo otra pieza de la virtuosa criatura. El caballero del matrimonio con el que ha mantenido una plática digna del teatro de las incomprensiones y malentendidos, le aclara: —Es que usted está tomando el rábano por las hojas, señora. Nosotros no estamos aplaudiendo para que toque otra vez, sino porque ya terminó de tocar. ¿Por qué no se enojó la madre de la niña artista ante semejante ofensa? Pues porque la entendió como un elogio del caballero y su esposa y, por el contrario, se hinchó de orgullo ante esa sincera confesión de admiración por su capullo. El ojo festivo del cronista sigue fijo en el mundo de la cultura postiza en el relato “Doctor y comiendo hervido”. Aquiles lo que hace es ponerle un espejo enfrente. Un matrimonio de recién llegados a la clase con caché, una suegra chapada a la antigua y que se niega a “civilizarse”, y una mujer de servicio respondona y criticona que no entiende a “estos ricos de Caracas”. Este cuarteto, en la quinta cursimente decorada, protagoniza el más alocado, incongruente, hilarante y tierno parlamento que retrata (o desnuda) de cuerpo entero a la gente que ha subido o trepado en la escala social. Aquiles Nazoa es un maestro en captar y plasmar el léxico de esa Venezuela en trance de dejar el ruralismo sin asumir plenamente el urbanismo, que ya no es campo pero tampoco metrópolis, y que entiende la venezola-nidad como el plato de mondongo, la arepa pelada y la bandera nacional trocada en cobija. Aquí ve el cronista la semilla de la clase media que, años después, saldrá de Disneyworld cantando el Gloria al Bravo Pueblo. Los contertulios desterraron la “s” de su habla y la “ele” y la “ere” se intercambian graciosamente. “Güeles” sustituye a “hueles”, “gufete” a bufete, “haiga” a haya, “bogao” a abogado, “dil” a ir, “manque” a aunque, “esótica” a exótica, y así sucesivamente, entregándonos un texto deliciosamente cómico. Es la suegra la que capta que en esa quinta donde viven ahora se está perdiendo el sentimiento patrio y la identidad del venezolano. Al negarse a quedarse en la sala y preferir el corral de las gallinas, sentencia que esas construcciones “carecen de alma: por ninguna parte encuentra usted un arraclán, ni una escupida de chimó, ni una arepa clavada detrás de la puerta, ni nada que hable a los sentimientos de uno el venezolano”. Aquiles Nazoa se erige o asume como el cronista de ese trance social y cultural. Lo hace con la dedicación y afán del humorista que ha encontrado una veta inagotable para sus creaciones. Ni la desperdicia, ni la maltrata. Tampoco a la Venezuela que sigue su vida sin artificios culturales ni modales importados (ni impostados) y que hace sus fiestas con la estrafalaria sencillez de “El arrocito de las López”, un sarao que transcurre con el baile en la sala, el borracho que se desata con las parejas, el disco que se pega o está rayado, los chivos del portugués vecino que corren por el techo y arman otra parranda sobre la casa, el muchacho que le mete zancadillas a los bailadores que le pasan cerca, y la infaltable pelea que se desata en todas las fiestas para ponerle sabor a la cosa, donde diálogos, insultos, música, disco rayado, tropel de chivos e inútiles llamados al orden de la dueña se cruzan y entrecruzan en una sabrosa y desquiciada algarabía. También las López tienen derecho a una crónica social de su arrocito y allí está la pluma de Aquiles Nazoa para relatarnos los pormenores del ágape. Lo hace en forma directa, sin adornos ni pajaritos. Nos cuenta la fiesta sin detenerse en los zarcillos de las invitadas, el camisón de la anfitriona, la hebilla de algún caballero, ni alguna de esas descripciones rimbombantes de la “jay”. Es como si alguien que estuvo en el baile le contara a su familia o amigos cómo transcurrió la rumba. En esa perspectiva se coloca el cronista y echa su cuento con autenticidad, gracia y humor. El periodismo es una veta inagotable en la creación humorística de Aqui-les Nazoa. Sus géneros, oficiantes, públicos, zalamerías e hipérboles no escaparon a la mirada crítica del autor. Periodista él mismo, por vivir y conocer el oficio desde adentro y al detalle, parodió la profesión con minuciosidad y humor implacable. Las secciones de política, arte, sociales y necrológicas fueron las preferidas de su pluma que, en estos casos, funcionaba más bien como un bisturí manejado por un cirujano ante la mesa de disección donde colocaba la prensa nacional e internacional. El texto titulado “Sensacional velorio de un millonario norteamericano” es una mezcla de nota necrológica y crónica social. Este cruce de dos secciones distintas suele ocurrir cuando muere un rico, pues como es sabido, la crónica social no se ocupa de los pobres, faltaba más. Desde el título, aflora la ironía de Aquiles Nazoa. El apellido del muerto remite al padre del sensacionalismo periodístico en Estados Unidos, de modo que no es gratuito titular “sensacional velorio”. Sus hijos siguieron la tradición amarillista. Como acostumbraba la prensa de la época, casi nunca faltaba un antetítulo. En este caso destaca: “Páginas inmortales del periodismo contemporáneo”. El remedo periodístico prosigue en el cabezal, y antes de entrar al lead de la noticia, un subtítulo acota: “La viuda de Randolph Hearst bate todos los récords mundiales de llanto”, y por supuesto, la identificación de la agencia que envía la crónica o el despacho, con su lugar y fecha: “San Francisco, agosto 30 (Desentarreted Press)”. Una delicia de aquel viejo y cuidado periodismo. Usted siente que está en la mesa del desayuno o esperando en la barbería con el diario abierto ante sus asombrados ojos. El cronista lo hace sentir así. La nota necrológica empieza a ser desplazada por la crónica social. El redactor le mete ojo a los detalles: Como acontecimiento, Hearst “rompió todos los récords alcanzados por muertos anteriores de su misma categoría”. Se gastó millón y medio de dólares en café y papelón. La viuda fue trasladada en un avión pintado de negro para la ocasión. El cómico Bop Hope suspendió su programa de televisión para echar cuentos en el velorio. El general Charles MacArthur (mezcla del nombre del novelista con el apellido del comandante yanqui en la segunda guerra mundial) aprovechó su discurso de pésame para culpar a Fidel Castro de la muerte del magnate (eran tiempos de la guerra fría). Pero donde el tiempo es oro, el capital no iba a perder la oportunidad para el marketing y la publicidad de sus productos. La Ford Motor Company envió un automóvil tamaño natural confeccionado con claveles, y la Standard Oil Company una corona que imitaba el óvalo de su subsidiaria Esso. En medio del duelo, sale otro despacho desde el lugar de los hechos, perfectamente identificado (San Francisco, agosto 30, Jediondo a Muerted Press) que recoge el número de muertos provocado por la muerte de Hearts, algunos “ahogados en sus propias lágrimas”, un hecho en el que Aquiles Nazoa oscila entre el culebrón de radionovela y el realismo mágico que años después marcaría la narrativa latinoamericana. Nadie dejaría pasar un velorio tan importante por debajo de la mesa, todos procuraban sacarle provecho, puesto que funerales de tanta alcurnia no ocurren todos los días. Los ricos no suelen morirse con la misma frecuencia que los pobres. La Gallup hacía los sondeos más insólitos y llevaba la estadística de los récords más estrafalarios batidos en el lugar de los hechos (o del hecho). El presidente de Estados Unidos aprovechó la ocasión para destacar el desarrollo de la industria funeraria del país y para descalificar a su enemigo de la guerra fría. De acuerdo con la crónica necro-social, el capitalismo no estaba dispuesto a dejar que el muerto descansara en paz, sin sacarle provecho (plusvalía, diría un marxista). En “Extracción sin dolor”, Aquiles Nazoa hace gala del humor negro y de la picaresca costumbrista. El título de la crónica pudiera estar en la placa de algún sacamuelas o dentista de la ciudad que, de entrada, hace una oferta engañosa que al no cumplirla traerá sus consecuencias. El registro minucioso del diálogo entre una potencial víctima (un paciente o cliente) y la secretaria del doctor está salpicada de malentendidos, dobles sentidos y contrasentidos. El diálogo como recurso para desnudar el alma citadina y, sobre todo, del nuevorriquismo, reaparece también en “Las Muñoz Marín salen de compras”. Dos damas de la high, de subcultura mayamera, con un spanglish mal cultivado, que se encuentran al azar en una de las modernas tiendas por departamento, en este caso Sears, empresa que hace rato se fue del país pero que en su tiempo atraía a damas y caballeros que buscaban afanosos los LP de “música plástica”, como solían llamar la música clásica. La seriedad con que las damas exhiben su abolengo cultural es ya un componente humorístico de la crónica. Cómicos son sus modales, su “cultura” postiza, su spanglish, su español, su mundo y sus conmovedoras ínfulas. El escritor capta todo esto al detalle y lo plasma en la escritura con maestría, genialidad y hasta con cierto regocijo. Esta clase social, bruscamente ascendente, donde está mejor retratada es en las páginas sociales de la llamada gran prensa. El cronista de esta sección maneja un lenguaje que le permite crear un mundo de fantasía en el que unos se sienten sobrados, como peces en el agua, y otros se mueren por entrar. Este sueño se los hace realidad el escribidor de fiestas, ágapes, saraos, bodas, bautizos, cumpleaños, inauguraciones, despedidas, bienvenidas, graduaciones, nacimientos y hasta funerales. El cronista social crea la fascinación y, al leerlo, es el anfitrión que le dice al babeado lector: “Bienvenido, pase adelante”. De esa ficción rosa y maravillosa hace gala Aquiles Nazoa en la parodia al género titulada “La operación de un cronista social narrada por otro cronista social”. Aquí la intervención quirúrgica no es una actividad médica, sino un acontecimiento social. La decoración del pabellón, los exquisitos guantes de las enfermeras, la vestimenta del cirujano, los instrumentos de operación, su origen, su marca de renombre, todo es detallado en el lenguaje almibarado del cronista social. El guante del cirujano que se rifa, la tripa del operado que no es una vulgar tripa o apéndice, provocan la envidia de cualquier paciente de la misma clase social o de otros cronistas de sociedad. ¿Banalidad? Tal vez, pero deja de serlo cuando se convierte en la esencia de un mundo. Y allí, detrás de la cortina, está el humorista Aquiles Nazoa para relatar el alma y el ser de los narradores de ese mundo. El cronista social parodia a su colega, mientras él es a la vez parodiado por un maestro del humor. De ese humor que hace pensar sin que el que piensa se dé cuenta de estar pensando, según sus propias palabras. El humor no es, en Aquiles Nazoa, un medio solo para hacer reír. En su caso, es un recurso para la crítica, sea esta política, social, literaria, musical o de cualquier otra naturaleza. Si bajo su visión cuestionadora pasaron algunos versos de ocasión de Miguel Otero Silva, la música y vestimenta del conjunto de Juan Vicente Torrealba, el periodismo empalagoso de los cronistas sociales, no escaparía a su disección la narrativa venezolana, específicamente la literatura para niños (llamada por algunos literatura infantil). Recurriendo de nuevo a la estructura teatral, con el diálogo como soporte, pone a los personajes de un cuento decembrino a criticarse a sí mismos como personajes de este tipo de relato y, a la vez, criticar a las narraciones de esta naturaleza. Esta crónica con formato de pieza teatral la titula “Nuestro conmovedor cuento de Navidad”. Ya está: todo relato navideño debe ser “conmovedor”. Los personajes se quejan por tener que ser tristes, sufridos y pobres de solemnidad. Y otra cosa, a los hijos de esas familias les da por querer hablar o compartir con el Niño Jesús en Nochebuena. Aquiles Nazoa deja que sean los mismos personajes los que definan esa situación: El paupérrimo marido le dice a su pobrísima mujer: “¿A ti no te parece que eso es muy cursi, mi amor?”. ¡Vaya demoledora ironía, empaquetada en una literatura que se cuestiona a sí misma! ¡Y qué forma de entrarle a un clásico de la literatura venezolana para niños! Nada más y nada menos que al cuento “De cómo Panchito Mandefuá cenó con el Niño Jesús”, del gran novelista, cuentista, ensayista y periodista José Rafael Pocaterra. Con la crítica humorística del célebre relato, Aquiles Nazoa cuestiona la sensiblería (o cursilería, según sus palabras) de casi toda nuestra narrativa navideña. Este riesgo es un acecho permanente cuando se intenta hacer literatura para niños; riesgo que en varios de sus poemas y relatos asume el mismo Nazoa. Por cierto, por ser José Rafael Pocaterra maestro de un humor sórdido, caricaturesco, desplegado en sus reconocidos por la crítica Cuentos grotescos, aquí uno se hace a un lado para decir: ¡Entre humoristas te veas! Más acá de la literatura, el humor de Aquiles Nazoa tuvo siempre bajo la mira la cultura postiza del nuevorriquismo y la transculturización del país con los valores o antivalores del modo estadounidense de vida. Su crónica “Venezuela libre asociada o la Generación del 5 y 6” es una radiografía de ese país. En el título, al calificar a Venezuela de “libre asociada” la equipara con Puerto Rico, “un estado libre asociado” de los Estados Unidos, un eufemismo geopolítico para nombrar a un enclave colonial. Ya en lo económico, el ensayista Orlando Araujo escribió un libro titulado Operación Puerto Rico sobre Venezuela. Nazoa enfoca desde la crítica humorística el aspecto cultural y social de la puertorriqueñización (valga el término), dicho con palabras más precisas, del neocolonialismo cultural. Completa el título de su crónica con la frase “o la Generación del 5 y 6”. Se refiere a la Venezuela que apuesta su destino a las carreras de caballos, al golpe de suerte, donde todo nuevo rico que se precie debe pertenecer a algún club hípico y, mucho mejor, si es propietario de algún purasangre de dudoso linaje, no importa. Lo relevante y lo que da “caché” es que se codee con la high, viaje con frecuencia a Miami, se dé sus vueltas por las “Uropas”, mande sus hijos a la “Universidad de las Hormonas” y pueda comentar con amigas y amigos sus visitas al “Museo de la Ubre”. A la poesía, a Caracas, al teatro, al humor, Aquiles Nazoa se entregó en amor, palabras y obras. El más elevado sentimiento humano también lo volcó a los animales y plantas, a su entrañable Ávila (el Waraira Repano de los pueblos ancestrales), al hombre y la mujer del pueblo humilde, a los campesinos, a las causas justas y, cómo no, a “las cosas más sencillas”. En las siguientes páginas vamos a dar algo más que un paseo por el inmenso sentimiento humano y humanista que signó la vida y obra de nuestro Aquiles Nazoa: el amor. Notas: [1] Aquiles Nazoa, El transeúnte sonreído, Caracas, Editorial Grafolit, 1945.
[2] Luis Britto García, “Creo en Aquiles Nazoa”, Columna Pare de Sufrir, Últimas Noticias (Caracas), 2019, p. 4.
[3] Aquiles Nazoa, Caracas física y espiritual, Caracas, Corporación de Turismo de Venezuela / Litografía Tecnicolor, 1977.
[4] Ibid.
[5] Ludovico Silva, De lo uno a lo otro, Caracas, Ediciones de la Biblioteca de la Universidad Central de Venezuela (EBUC), 1975, p. 106.
[6] Rúben Darío,“La canción de los pinos”, en: Poesía, Caracas, Biblioteca Ayacucho, 1985, p. 335.
[7] César Rengifo, "Literatura dramática de Aquiles Nazoa", en: Aquiles Nazoa, Teatro, Caracas, Universidad Central de Venezuela, 1978, p. 18.
[8] Op. cit., p. 10.
[9] Aquiles Nazoa, Los humoristas de Caracas, Caracas, Monte Ávila Editores, 1972.
[10] Emilio Santana, “Humor y mal humor de Aquiles Nazoa”, en: Nazoa Aquiles, Los humoristas de Caracas (Tomo II), Caracas, Monte Ávila Editores. Colección Tiempo de Venezuela, 1990, p. 7.
[11] “Las personas superiores o al que no le haya sucedido alguna vez que levante la mano” fue ampliado y modificado bajo el título “Hogar, dulce hogar”. Esta última versión es la que se encuentra en esta compilación.
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Prólogo de Earle Herrera (Venezuela)
Publicado, originalmente por Edición y Producción: Equipo editorial de Biblioteca Ayacucho Impreso en Venezuela/Printed in Venezuela
Biblioteca Ayacucho, 2020 Colección Clásica, N° 261
Link del texto: http://bibliotecayacucho.ml/libro/poeta-enhumorado/
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