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Más Humanas
Lilia Hernández Vergara
unknow.books@gmail.com

 

Apresúrate, ya es casi la hora.

Sí, estoy listo, somos pocos.

Es mejor así, mientras menos tengamos un gen real, menos ocuparemos el trono.

Es decir, ¿el gen real es exclusivo?

Desde que tengo uso de razón que es así, si no todas las obreras tendrían acceso a ser reinas y este privilegio se nos iría encima.

Nada más que cuatro hormigas, extraordinarias, subieron en fila por el borde de la máquina de la verdad, dispuesta para mostrar al sospechoso del delito. Se acomodaron de tal forma bajo la fina plumilla del detector de mentiras, que desde arriba nadie podía verlas y, cada vez que le hacían una pregunta al acusado, las cuatro hormigas sostenían fuertemente la agujilla del polígrafo, para mantenerla firme. Un esfuerzo que casi resultó infructuoso, puesto que la saetilla de pronto vacilaba, reflejando que el imputado estaba muy nervioso, (el biólogo que las ayudaría si ellas lo ayudaban en este momento – culpado de conspirar y matar a su colega de investigación–.) Su corazón latía fuertemente, ellas podían oírlo (su gen real se lo permitía, así como también les concedía la comunicación con ciertos humanos –como aquellos que no estaban destinados a esta vida, sino a dar su vida por otros seres vivos–, ciertamente una ventaja injusta sobre otras especies.)

De esta suerte se conocieron.

No puedes publicar ese artículo, no sabes acaso que existen muchos inescrupulosos que usarán esa información para retrasar la evolución de este género – decía Morse, señalando a las cuatro hormigas.

¿Qué estás diciendo?, la especie ha evolucionado desde su origen, además es una investigación que el mundo debe conocer.

Me estás diciendo que el ser humano no se servirá de este ejemplar, una vez que sepan que nos entienden a nosotros.

Hace tiempo que se ha ido revelando hallazgos sobre los genes. ¡Es un artículo más!

¡Un artículo!, ¡Sí, que esta clase de insecto comprende lo que hablamos!, ¿Eso quieres decirle al mundo?, ¡Antes te darán por loco, hombre!

Pero sí tú también lo sabes, y ellos son testigos – dijo Grafon, indicándole a las hormigas, que les escuchaban muy atentas.

¡Me estás señalando a unos bichos como testigos!

Sí, tú sabes al igual que yo, que hablan y más aún, interpretan nuestro lenguaje.

Sí, yo te puedo entender, ¡entienden cualquier dialecto!, porque tienen un gen real y, ¿sabes lo que hará el hombre con ese conocimiento?

¿Qué puede hacer si no entiende nada?

Querrá poseer el gen real.

No puede.

Es más ¿Qué harán con nuestras hormigas?

Es así, como las hormigas que permanecían en la caja de escrutinio, oyeron esta conversación y se enteraron del valor que tenía su genealogía.

¿Qué haremos?, le preguntaron al líder que escuchaba atentamente.

¿Qué pasa si nos denuncia?

En realidad a mí también me preocupa, pero actuaremos con más astucia que estos individuos; nosotros los percibimos, pero ellos no a nosotros.

¿Y eso qué significa?

Tenemos ventaja sobre ellos.

¿Quieres decir que sacaremos provecho de nuestro don natural?

Tal como ellos intentaron hacerlo con nosotros; sólo que estos humanitos no se darán cuenta.

¿Y entonces, hablaremos con el Doctor Morse?

Claro, pero esperaremos a que el científico Grafon no esté presente. Ya sabemos la importancia que tenemos para ambos.

Mientras el polígrafo seguía emitiendo imágenes de líneas que confundían aún más a los jueces, ¿Tenía información oculta al gobierno?, ¿quién mató a su erudito colega? Y ¿con qué finalidad?, a cada pregunta la agujilla revelaba no saber nada; las hormigas la sostenían; a pesar de que poseían la fortaleza suficiente para ello –siempre la tuvieron, desde el principio de su existencia–, pero ahora con el gen real, eran mucho más fuertes y sujetaban la manecilla para que no saltara, haciendo un esfuerzo heroico para llevar a cabo su misión. Pero, la pregunta persistía ¿Quién mató al científico Grafon? ¿Realmente Morse no lo sabía?

Morse decía la verdad, realmente él no sabía qué había ocurrido con Grafon, pero estaba nervioso y la flecha seguía haciendo esfuerzos casi infructuosos por no moverse; pese a que decía la verdad, la brújula comenzó a tambalear.

¿Qué haces, hermano? ¿Estás haciendo que la aguja se mueva? ¿Acaso quieres que Morse sea acusado injustamente?

La flecha comenzó a moverse mientras los jueces satisfechos miraban a Morse, que comenzaba a sudar. Pues bien ya tenían a quién acusar, un caso más, resuelto con habilidad.

No me mires así, sólo estoy procediendo inteligentemente.

¡Estás actuando sin escrúpulos! ¡Conoces la verdad!, fuimos nosotros los que atentamos contra la vida del científico Grafon.

Y tú, sabes que podían descubrir nuestro secreto, si no lo matábamos.

¿Me estás diciendo que engañaste a Morse, haciéndole creer que lo ayudaríamos con la máquina?

¿Qué crees? ¿Qué toda la vida íbamos a permanecer encerrados en una jaula, obedeciendo órdenes?

¿No era eso lo que nos inculcaban? ¿Qué estuviéramos al servicio de la humanidad? Por lo menos deja que él sea liberado; siempre intentó defendernos.

¡A ellos no les importaría exterminarnos!, si lo encarcelan ya no tendremos que preocuparnos que alguien pueda develar nuestro secreto.

Estás faltando la ética.

Piénsalo, podemos entender el mundo sin que ellos lo sepan; sólo hago, lo que haría cualquier ser humano.

* Cuento, pertenece al libro Ficciones Detrás del Espejo (Primer Lugar en Premio Fondo Editorial Manuel Concha 2010. Edición de 500 ejemplares por Ilustre Municipalidad de La Serena, 2011. R.P.I. 206.449, ISBN 978-956-9148-01-9)

 

Lilia Hernández Vergara
unknow.books@gmail.com
Cuento incluido en el libro Ficciones Detrás del Espejo
 

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