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El nivel axiomático en la cultura
Jorge Ángel Hernández
jorgeangelhdez@gmail.com

El nivel axiomático, cuarto y último del método de análisis cultural, se encarga de producir un nuevo texto que proponga las bases de un sistema otro, dotado de identidad por su propia condición de producto, aunque no sea posible sin las referencias que se procesan en los niveles anteriores. Al ser conclusivo, corre el riesgo de plantear sus presupuestos de modo absoluto, lo que suele ocurrir en relación directa con los modos dominantes del pensamiento analítico, ya sea porque se ajusta a sus cánones, ya porque los desafía. Y al ser además demostrativo, debe enfrentar constantemente el conflicto que le plantean las relativizaciones y, principalmente, los determinismos.

Ciertas tendencias de la sociología materialista han absolutizado la visión socioeconómica en las esferas del arte y, sobre todo, en las de la cultura general, han creado supuestos determinismos de la realidad en la creación artística y literaria y hasta han decretado para las expresiones del folclor, un discriminatorio mimetismo estructural. Es el caso de la concepción que concede origen religioso a muchas manifestaciones de la cultura popular, como La Parranda cubana, cuando en verdad y desde su propia fundación, se separaba de lo religioso por concepto, aunque seguía utilizando parte de su instrumental ritual. Cuando las normativas culturales dominantes imponen sus prácticas ideológicas concretas, las reglas de los dominados se metaforizan, empleando, instrumentalmente para sus objetivos, la parafernalia del dominador.

Al ver en la estructura de los fenómenos culturales una traducción más o menos precisa de las estructuras económicas de la sociedad y convertir el reflejo de lo social en la cultura en un dictado permanente, sobre todo en el ámbito de los estudios del folclor, este tipo de análisis se deja someter por concepciones que han hecho la taxonomía del fenómeno a partir de previas conclusiones, en lugar de alcanzar esas ideas luego de la inspección. Se desarrolla la tesis para confirmar la hipótesis, no para cuestionarla mediante la indagación. Tales sistemas metodológicos generan por tanto un apriorismo que, como sucedió con el realismo socialista, no le queda otro remedio que dogmatizarse cada vez más para sobrevivir, lo cual logra, desde luego, por tiempo limitado. Y es necesario, además, no dejarse seducir por el éxtasis de los extremos idealistas, para evitar terminar desligando por completo, de las estructuras económicas y los sistemas sociales aspectos específicos de producción y reproducción cultural.

De hecho, las transnacionales del gusto popular reproducen un producto ligero, banal, superficial, bajo el falaz argumento de que así lo reclama la mayoría. El fetichismo de este aserto parte de las bases ideológicas del liberalismo económico y gana su partida alienatoria de la masa una vez que la mayoría, focalizada por su propia industria cultural, queda forzosamente imbricada en el fenómeno, ya sea por dependencia del mercado del trabajo, ya por las normas estructurales del consumo cultural. El caso de la escritora británica J. K. Rowling, autora de la saga de Harry Potter, ilustra esta cuestión, por cuanto se trata de un producto que, si bien partía de una ingenua manera de ingeniería literaria, fue tomando en su avance de popularidad mediática el cariz de lo apriorístico, al servicio de los cánones reproductivos de la industria del entretenimiento. Y este nivel del análisis en la cultura puede sufrir los embates del apriorismo conceptual, aun cuando se haya desplegado un arduo trabajo previo de investigación. No pocos debates de escuelas y tendencias suelen centrarse más en la defensa a ultranza de sus presupuestos básicos antes que en las problemáticas del objeto de estudio o, incluso, en los estamentos de los casos que les sirven ejemplo en la comparación demostrativa.

Así pues, el nivel axiomático define la incidencia de los resultados en el conjunto general de la ciencia. Tiene carácter de resumen, puesto que en él cristalizan las conclusiones adquiridas en los niveles anteriores. Si la percepción tradicional es la fuente directa del nivel aprehensivo, la instrumentación teórica conforma la base del axiomático. Como debe estar proyectado hacia la comunicación y, obviamente, funcionar dentro de sus esquemas básicos, está forzado a recoger, en su línea discursiva, cada una de las aristas y pilares en los cuales se sustenta, aunque fuere, desde luego, de manera implícita. Esto ha sido obviado, o quizás perdido de vista en la necesidad de alcanzar la meta en medio de la profusión del bosque, por la actualización creciente del discurso científico que cerraba el siglo XX, y ha contribuido a que en diversos sectores que se dedican al análisis cultural rechacen en bloque el instrumental teórico, no solo en la entendible consecuencia de que decline la posibilidad de utilizarla, sino también en el punto extremo de negar valor a todo aquel que, en definitiva, se atreva con la aplicación. Gracias a ello, quedan aislados del proceso de comprensión cultural sectores que pudieran ser receptores potenciales de esos presupuestos teóricos. Sus renovadores conceptos muestran con frecuencia rasgos inmanentes de interpretación del mundo, que pueden ser desconstruidos teóricamente.

Son, una vez más, manifestaciones de uno de los más lacerantes prejuicios del pensamiento cubano, y en sentido general también latinoamericano, al cual se une otro, de vivo espíritu de protección tribal, que se fundamenta en el rechazo a todo aquello que parta del viejo continente. Sin embargo, tales tendencias del conocimiento suelen negarse a reconocer que, ante una asimilación en extremo simbólica del arsenal cognoscitivo, se simplifican igualmente sus conceptos básicos, en tanto mediante una aprehensión metafórica a ultranza, se crean procesos de traslaciones abruptas que, o bien dificultan o bien abortan la cristalización básica de la evolución en el conocimiento. Aunque es cierto que las teorías dominadoras no han estado libres de prejuicios y discriminaciones, asimismo lo es que en su mayoría surgen de la necesidad de suplir insuficiencias de teorías precedentes y de la voluntad de contribuir a la emancipación humana.

Los ríos de ciencia impositiva y dogmatismo vulgar que acompañaron a los seguidores del marxismo en el socialismo estalinista, no condicionan, en última instancia, la validez de los principios marxistas. Por ello también de buenas interpretaciones está empedrado del camino del infierno teórico y, lo que es peor, los callejones sin salida de la especulación metafísica.

A este nivel del método de comprensión semiótica de la cultura corresponde la concertación de la unidad dialéctica entre él mismo y el sistema al cual debe integrarse. La producción de un texto otro coloca al teórico ante un sistema otro al que ha dado forma en el transcurso de su método. Ello conduce, aun implícitamente, a una nueva proyección de la metodología.

«El sujeto de cualquier actividad semiósica —escribe Umberto Eco— no es otra cosa que el resultado de la segmentación histórica y social del universo»[1].  Porque esa nueva teoría, cuanto más «puramente objetiva» pretenda presentarse, más deberá depender de actos semiósicos análogos a los estudiados. La especialización, sea por intereses de hegemonía ideológica, sea por actitud ante la ciencia, puede perder sus aportes, si no tiene en cuenta que aquello que ha aislado para su estudio sigue cumpliendo otras funciones en los diferentes ámbitos de la sociedad y, por tanto, en las relaciones culturales. La producción de un discurso en el cual los signos adquieren un orden de aparición lineal paralelo al ejercicio enunciativo, es el acto sine qua non para la transmisión del pensamiento. Insisto en la obviedad porque, según ha asegurado el propio Umberto Eco, «el sujeto de la semiosis se manifiesta como el sistema (continuo y continuamente incompleto) de sistemas de significación que se reflejan el uno sobre el otro.»[2]

Para el nivel axiomático, más que una necesidad, es una exigencia tomar en cuenta que en él se cierra el ciclo del sistema teórico y, además, que, ante la aparición de otro posterior, puede convertirse en un constructo globalizador o en un elemento nutricio de ese sentido emergente que lo suplantará. Aun cuando el sistema tienda a permanecer y se automodele en pos de su propia conservación, la aplicación siguiente del método tiene la posibilidad, y a nuestro gusto sería lo más indicado, de reordenarlo, de dinamitarlo incluso y hasta de advertir el número posible de sus probables nuevas ejecuciones. En este nivel se produce un regreso a la utilización concreta del signo como estructura permanente y permanentemente efímera, ya no para captarlo y aprehenderlo, sino para hacer uso de él, para establecer y desarrollar sus medios productivos en virtud del análisis científico; para que el signo conduzca a la estructura, ya no por tradición perceptiva, sino por la realización de un trabajo que lleva en sí la existencia operativa de su propio sujeto. En ello radican sus vínculos y diferencias con el nivel aprehensivo.

Se trata, según el mismo Eco, de reconocer a manera de «único sujeto verificable de su discurso la existencia social del universo de la significación, tal como lo muestra la verificabilidad física de los interpretantes, que son, y conviene recalcar este punto por última vez, expresiones materiales»[3]. La semiótica, así, se presenta completamente aplicable a la práctica social, no solo porque ella implica un trabajo en sí, encaminado hacia el conocimiento de los modos de expresión y comunicación social, sino también porque ese trabajo se integra a los discursos que penetran los sistemas sociales. La cultura —sistema de sistema de signos, la llama Eco— al organizar de qué forma se piensan y discuten las fuerzas y emprender ese trabajo de la producción de signos, «desencadena fuerzas sociales y, más aún, representa una fuerza social» capaz de «producir ideología y crítica de las ideologías»[4].

La unidad material del mundo permite que, en este cuarto nivel del método de comprensión semiótica para el análisis cultural, se llegue a un avance del conocimiento, con independencia de la intensidad y la extensión de los esfuerzos realizados en los niveles precedentes, puesto que todo es susceptible de ser incorporado a sistemas y subsistemas diversos dentro del sistema global de la cultura. Este proceso de síntesis y, desde luego, también de expresión cultural que reclama el nivel axiomático, debe ser entendido, incluso por el propio autor, como un constructo de sentido ante nuevos acercamientos al fenómeno y, además, como una posible circunstancia de aprehensión capaz de nutrir el ejercicio del criterio ajeno. Se trata de un proceso de continuidad dialéctica del conocimiento, para el cual las más amplias contribuciones deben ser parte de sus negaciones, de sus cuestionamientos, de sus confirmaciones y, por supuesto, de sus descubrimientos y aportes.

Notas:

[1] Umberto Eco: Tratado de Semiótica general, Editorial Lumen, Barcelona, 1988, p. 431.

[2] Ídem. Suyas las cursivas.

[3] Ob. cit. p. 433. Cursivas del autor.

[4] Ob. cit. pp. 423-425

Jorge Ángel Hernández
jorgeangelhdez@gmail.com

Publicado, originalmente, en Cuba Literaria http://www.cubaliteraria.cu/ - 23 de junio de 2012

http://www.cubaliteraria.cu/articuloc.php?idarticulo=14674&idcolumna=29

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