Alice Munro: maestría y sencillez en cada cuento

por Jorge Ángel Hernández
jorgeangelhdez@gmail.com

La entrega del premio Nobel de literatura a Alice Munro en 2013, intensificó el foco de atención que ya su obra atraía en buena parte del Orbe y dio pie, además, para que las opiniones se expresaran con menos contención acerca de las dimensiones de su maestría literaria. De paso, y en medio del filón que las ventas proponían, llamarían la atención sobre las posibilidades del cuento, género que va a la saga de la narrativa en la industria cultural. La mayoría de las historias de Alice Munro son novelas compactas, sintetizadas por la extensión del relato, pero expandidas por la cadena de sucesos que estructuran el sentido profundo de la narración. No hay solo anécdota, o conflicto, sino además vidas, tiempo transcurrido, reflexiones agudas que parten de lo cotidiano y se insertan en un sutil y magistral manejo de la estructuralidad del relato. Sin alardes lingüísticos o filosóficos, aunque sí tras un esfuerzo esmerado de volver a la frase, al pasaje, al relato en su totalidad y al conjunto de historias que van a conformar cada libro, incluidas las compilaciones. Cuando el punto y aparte nos propone un espacio mayor que el de la línea siguiente, transitamos el tiempo reversible de una elipsis que condensa la historia y la prolonga, no solo a través de la lectura lineal y progresiva, sino en la imprescindible reflexión que su final induce. El cierre, con frecuencia impactante y sorpresivo, como corresponde al cuento, sugiere que en ese recorrido de las peripecias que cuenta, se ha concentrado una novela, por breves que fueran sus páginas. Es eso, a mi juicio, lo que da vitalidad y hondura a un cuento.

Firmas relevantes la elogiaron al calor del reconocimiento, agradecidas de que en esa edición el Nobel honrara a la literatura y no al escándalo, o a la provocación. Su obra era vasta, desde que en 1968 publicara su primer libro, Dance of the happy shades, ganador del más importante premio canadiense del momento, hasta Dear life, en 2012, justo antes de recibir el controvertido y siempre añorado galardón. Se había traducido a varios idiomas y en español podían hallarse casi todos sus libros.

También la crítica se había ocupado de su obra, identificando virtudes y posibilidades de las diversas dimensiones que sus cuentos proponen. La revista especializada Journal of the Short Story in English, le dedicó su número 55, en el otoño de 2010, luego de haber publicado varios ensayos críticos acerca de su obra en ediciones anteriores. La revista Studies in Canadian literature / Études en littérature canadienne, había incluido, sistemáticamente, aproximaciones de diversos críticos y estudiosos a su narrativa. Se habían publicado acercamientos a su obra en varios idiomas –no pocos en castellano– y en todos se le valoraba altamente, aunque, justo es decirlo, aún sin el desborde elogioso que vendría tras el Nobel. Al recibirlo, Munro no era una desconocida, por el contrario, gozaba de reconocimiento universal, aunque llevara el san Benito de escribir solo cuentos. Tenía lectores de categorías diversas, sobre todo en el ámbito común, o sea, en aquellos que solo buscan un buen libro para disfrutarlo.

Dos de sus colecciones, Lives of girls and women, de 1971, y Who do you think you are?, de 1978, –publicado en los Estados Unidos como The beggar maid–, están compuestas de historias interconectadas, lo que ha hecho que críticos y editoriales las consideren novelas, sin serlo realmente. La vida de las mujeres, como se publicó en castellano, ganadora en 1971 del premio del lector canadiense, ha sido asumida por buena parte de la crítica como propia de ese género y, en el proceloso mundo de la comercialización, aún se presenta como tal. Quién te crees que eres, como aparecería en castellano, cuenta también con el coqueteo híbrido de lo genérico, sobre todo en los ámbitos del consumidor general. La academia sueca consideraría a Alice Munro una maestra del cuento al otorgarle el galardón, desde mi perspectiva, con total justicia. Es ejemplar su capacidad de narrar con todas las de la ley, uniendo en un texto historia a seguir, conflicto, reflexión y hasta distanciamiento irónico del punto de vista, por muy implicada que se halle la autora con la voz narrativa, o mucho que se proponga denunciar una conducta, o rechazarla.

Munro sabe partir del grado cero de la escritura, como lo pidiera hace ya un tiempo Roland Barthes, para llenar de sentidos cada historia y, por ironía de los ciclos creativos, trascender las peticiones barthesianas. Sus cuentos, que lo son, se nutren de vidas que transcurren –el transcurrir es tal vez su virtud más característica– en poblaciones de escasa relevancia a pesar de que cuentan con casi todos los dones de la civilización. Ni se apegan a los ambientes urbanos de las grandes urbes que suelen garantizar éxito literario ni asumen la mitología universal de la aldea de tipo faulkneriano, con sus posteriores y abundantes variables. Alice Munro bebe, justa y provechosamente, del universo de mundos por el que su propia vida ha transcurrido, ya fuera como protagonista, o como una más de entre el conjunto de vivencias en que se ve envuelta, ya como testigo presencial que bien saca partido a esos testimonios de la alteridad.

La sencillez de su escritura no conduce, en ningún caso, a simplificar el relato, cualquiera que sea su dimensión, ni siquiera en los diálogos, a veces trabajados para que parezcan surgir en estado natural. Alocuciones que desecharían otros autores, más enfocados en exhibir la compresión literaria, sazonan la obra de Munro para cumplir funciones referentes de importancia, por lo general en apoyo de los caracteres de cada personaje en momentos de énfasis sutil, o dato que va a sostener el por qué del desenlace. Los impactos diversos de la muerte, las veleidades morales, los abundantes prejuicios, las diferencias clasistas, o cualquier otro aspecto que relacionamos más con lo social que con lo literario, tributa a su obra con autenticidad ejemplar al imbricarse en el relato como un justo elemento de trasfondo. Sin banalizarlos, o relativizarlos demasiado, se difuminan en la propia diégesis y, por paradoja del oficio, alcanzan un alto rigor estructural.

Si bien la perspectiva femenina marca, por sobre cualquier otro elemento, la narrativa de Alice Munro, no se deja arrastrar por tentativas de activismo feminista ni, importante en el contexto común de sus historias, por lamentaciones de victimización. Navega a plenitud en esos tópicos porque ellos no proceden de estatutos de modas académicas, o de ventas, sino de vivencias raigales que consigo ha llevado, ya sea como testigo de cargo, como testimoniante, o como un fajo de memoria adquirida. Su conciencia de qué se supone que debe ser lo literario, algo que aflora en varios de sus relatos, en apuntes diversos, contribuye a que todo cuanto abarca pueda convertirse en materia literaria, gracias a la cual entenderemos mejor las problemáticas humanas, sobre todo aquellas que pertenecen al mundo de lo femenino.

Y aunque la narrativa de Munro se deja leer sin esfuerzos rebuscados, y cuenta con muchos lectores en casi todo el Orbe, no es ella, propiamente, una autora de masas ni, tampoco, una escritora que haya cedido a comulgar con la complacencia de la recepción masiva, fenómeno creciente en estos tiempos de sobrevida a través de la industria cultural. Su multitud de lectores le llega porque en sí misma lo merece, fiel a las normas más auténticas de la literatura. Los análisis que inspeccionan su obra dan fe de la complejidad del trasfondo narrativo que presenta y llaman a nuevas investigaciones y razonamientos. Tal vez la mayoría de los que he podido consultar, más abundantes en inglés que en español, lógicamente, aún quedan por debajo de su propia obra, lo que sugiere que habrá tela infinita por donde cortar y ha de valer el esfuerzo que logremos tomarnos procurando esas búsquedas.

Vencidas ya dos décadas del siglo XXI, y casi una de su premio Nobel, ahítas de adelantos tecnológicos y proyectos de redes de comunicación que implican mucho más al ciudadano, no es tan difícil acceder a su obra, ya sea para explorarla en sus múltiples facetas de estudio, ya para disfrutarla como una lectura que recomiendo apasionadamente, motivo esencial que nadie ha de perder. Al ser apasionado, no puedo evitar ser absoluto, poniendo en riesgo la objetividad del análisis. Si hay maestros que admiran la indiscutible maestría literaria de Alice Munro, también hay personas que vibran al seguir sus relatos que son, cediendo más al sentir que a la epistemología, como novelas compactas, sintéticas en páginas, pero profusas en vida.

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Jorge Ángel Hernández
jorgeangelhdez@gmail.com

Publicado, originalmente, en: Cuba Literaria - 25 enero de 2022

Cuba Literaria es la editorial digital del Instituto Cubano del Libro

Link del texto: http://www.cubaliteraria.cu/alice-munro-maestria-y-sencillez-en-cada-cuento/

Autorizado por Yaremis_Cubaliteraria @yare_cubalit

 

Ver, además:

 

La “Chéjov canadiense” se despertó con el Premio Nobel - Alice Munro fue la elegida por la Academia sueca

Página12 - Viernes, 11 de octubre de 2013, por Silvina Friera (Argentina)

 

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