La virtud

por Dr. Feliciano Hernández Cruz

1. Concepto de Virtud

El tratado de la virtud es fundamental para la ética y la moral porque nos adentra al fascinante mundo de los principios y valores que debe poseer la persona humana en el quehacer individual y social.

Para conocer, entender y comprender el significado de la palabra virtud es conveniente exponer las formas y maneras en que se ha abordado el concepto, partiendo de su origen etimológico y de la evolución que ha tenido a través del tiempo.

La palabra virtud proviene del griego areté y del latín virtus que significa viril, fuerza de carácter, capacidad, aptitud, excelencia, dinamismo, arrojo bélico, valentía, cordialidad, perseverancia. Se trata de habilidades que el hombre va adquiriendo con esfuerzo personal y añadiendo a su naturaleza que lo hace ser distinto de los demás. He ahí la importancia del tema de las virtudes en el saber ético, ya que uno de los modelos éticos más enraizados en la conciencia moral occidental ha sido el del hombre virtuoso. Al recorrer de los años este concepto se ha definido como cualidad personal que se considera buena y correcta; capacidad de producir un efecto determinado; buena conducta; comportamiento que se ajusta a las normas o leyes morales; capacidad para obrar o surtir efecto y herramientas importantes para alcanzar el éxito[1].

Si entendemos a la virtud como cualidad humana, desarrollada en la persona como buena y correcta entonces podemos afirmar que tal sujeto tiene la virtud de la paciencia. Cuando es entendida como buena conducta, comportamiento que se ajusta a las normas o leyes morales entonces se afirma que la persona siguió con una vida de virtud. Cuando es entendida como capacidad para obrar o surtir efecto se afirma que este preparado posee virtudes calmantes.

Dentro de las filosofías practicas de la vida la virtud es “el esfuerzo que domina las pasiones. Para que exista debe de haber lucha y no debe confundirse jamás con la honradez, la benevolencia ni con la beneficencia. La primera se halla a menudo en los apáticos, la segunda, en los débiles y la tercera puede maridarse y ningún apático, ningún débil, ninguno que delinca es virtuoso” [2]

En sentido estricto la virtud se concibe como la fuerza interior que permite a la persona llevar a término las decisiones correctas y adecuadas en las situaciones más adversas para tornarlas a su favor; es una cualidad positiva de un ser, persona o cosa[3].

La virtud como fuerza, principio y valor se concretiza en la persona humana por ser elemento esencial en todo quehacer social y cultural. De esta forma, podemos afirmar, que el virtuoso es el que está encaminado a ser sabio en experiencias, conocimientos, saberes, y además, le permite desarrollar capacidades, habilidades y destrezas para saber cómo alcanzar sus metas planteadas; es el que sabe remar contra corriente; es el alma y el espíritu del ser o no ser en cada persona usando su corazón como el supremo mediador.

La virtud es considerada como hábito o manera de ser de una cosa y, en último término, su perfección. En el hombre, es el poder propiamente humano, basado en su racionalidad, refiriéndose a todas las actividades humanas, teóricas y prácticas.

En la filosofía sistemática antigua se ha abordado el tema de la virtud como elemento fundamental para el quehacer humano, donde los filósofos le han dado matices propios de su forma de pensamiento y de ver a la realidad.

Sócrates es el primer pensador griego que aborda el tema y afirma que la virtud nos permitirá tomar las mejores acciones, y con ella, podremos distinguir entre el vicio, el mal y el bien. Además la virtud se puede alcanzar por medio de la educación fundamentada en nuestra moral y en nuestra vida cotidiana.

En la antigua Grecia Platón plantea que el ser humano posee y dispone de tres grandes y poderosas herramientas para la vida: el intelecto, la voluntad y la emoción, por lo que para cada herramienta existe una virtud: La sabiduría para identificar las acciones correctas, saber cuándo realizarlas y cómo realizarlas. El valor para tomar estas acciones a pesar de las amenazas, y defender los ideales propios. El autocontrol para interactuar con los demás seres y ante las situaciones más adversas cuando estamos realizando lo que debemos hacer para lograr nuestros propios fines. Y a estas tres añade una más: la justicia para respetar las ideas de los demás, sin abandonar las nuestras, para compartir los frutos de nuestras acciones y ayudar a los otros a realizar las suyas.

El tema de la virtud en Platón incluye dos cuestiones fundamentales: la relativa al modo en que se puede poseerla virtud y la relativa a su esencia o naturaleza. En cuanto a la primera cuestión vemos en este filósofo la huella del punto de vista intelectualista de su maestro Sócrates: quien posee una virtud posee un cierto conocimiento: no se puede hacer el bien o la justicia si no se sabe qué es el bien y la justicia, del mismo modo que no se puede hacer un trabajo físico determinado, levantar un puente o construir una mesa si no se tiene un conocimiento de ello. En cuanto ala segunda cuestión, el tema de la esencia de la virtud, Platón la concibe como el estado que le corresponde al alma en función de su propia naturaleza. Como en el alma humana encontramos varias partes, a cada una de ellas le convendrá un tipo de virtud determinado: así, la virtud de la parte racional es la sabiduría o prudencia que consiste en el conocimiento de los fines verdaderos de la conducta humana, en el conocimiento de lo que se debe hacer en cada ocasión particular; a la parte irascible le corresponderá la virtud de la fortaleza, disposición de la voluntad merced a la cual podemos realizar la conducta que la prudencia enseña como adecuada en cada momento, realización que pasa en muchas ocasiones por la renuncia a placeres y beneficios propios; finalmente, a la parte concupiscible le corresponderá la virtud de la templanza: disposición moderada de los apetitos que le permite al alma no ser perturbada continuamente por deseos abundantes y excesivamente intensos[4].

Para Platón, la dialéctica y el amor son los caminos hacia las ideas. Pero por sí mismos no bastan: es necesaria la virtud, que también es el camino hacia el Bien y la Justicia. Además, el hombre aislado no puede ser bueno ni sabio: necesita de la comunidad política (el Estado). Así, la virtud y el Estado permiten el acceso a las Idas. Pero éstas, a su vez, son su fundamento último.

La ciudad platónica se compone de tres clases sociales que se corresponden con las tres partes del alma, a cada clase, se le asigna una tarea y una virtud. La organización social se encuentra estrictamente jerarquizada ya que no todos los hombres se encuentran dotados por la naturaleza ni deben ocuparse de las mismas tareas.

Cada clase social manifiesta el predomino de una parte del alma y por lo tanto debe ser educado de acuerdo con las funciones que deba desempeñar. El estado platónico es una institución educativa. La existencia de los ciudadanos, se entiende en función del bien de la comunidad. Platón prevé un comunismo total par ala clases sociales superiores: abolición de la propiedad privada y de la familia, de este modo, gobernantes y guerreros estarían a salvo de los peligros de su ambición personal o las de su casta.

En el cristianismo tomó importancia su aspecto moral, como hábito de obrar bien. En la filosofía moderna, la virtud se siguió definiendo, en general, como la disposición de obrar conforme a la intención moral o como la fortaleza moral en el cumplimiento del deber según (Emmanuel Kant). 

2. Las virtudes

La Virtud no puede decirse que existe un concepto estable de virtud para la filosofía platónica sino conceptos que se complementan entre sí:

Virtud como sabiduría: Es el concepto socrático, sólo que ahora es de orden superior: refiere al conocimiento de las Ideas de Bien, Justicia, Valor, Piedad... de este modo, Platón intenta superar el relativismo de la virtud tal como lo entendían los sofistas y realizar una unificación de todas las virtudes en la idea de Bien.

Virtud como purificación: El hombre virtuoso es el que purifica su alma y la desprende del cuerpo para poder acceder a las Ideas. Se observa en este concepto la influencia pitagórica. En el Filebo, Platón admitirá sin embargo que una vida "buena" y virtuosa es una vida "mixta" en la que hay que saber aceptar también el placer con cierta moderación.

Virtud como armonía: La Justicia es considerada como la virtud fundamental y consiste en el acuerdo de las tres partes del alma, exactamente como los tres términos de una armonía, el de la cuerda grave, el de la alta y el de la media. La armonía surge cuando "cada parte hace lo propio" de tal manera que dominen o sean dominadas entre sí conforme a la naturaleza.

Nos podemos preguntar ¿soy o eres virtuoso? Es posible que podamos contestarnos: es posible o no del todo, pero el intento lo hacemos para vivir y llevar una vida digna y ordenada como todo hombre de bien. Pero es fundamental concebir la virtud, desde la óptica religiosa, como el hábito o cualidad permanente del alma que da inclinación, facilidad y prontitud para conocer y obrar el bien y evitar el mal. Por ejemplo, si tienes el hábito de decir siempre la verdad, posees la virtud de la veracidad o sinceridad. Si tienes el hábito de ser rigurosamente honrado con los derechos de los demás, posees la virtud de la justicia.

Cuando logramos adquirir una virtud por nuestro propio esfuerzo, desarrollando conscientemente un hábito bueno, denominamos a esa virtud natural. Supón que decidimos desarrollar la virtud de la veracidad. Vigilaremos nuestras palabras, cuidando de no decir nada que altere la verdad. Al principio quizás nos cueste, especialmente cuando decir la verdad nos cause inconvenientes o nos avergüence. Un hábito (sea bueno o malo) se consolida por la repetición de actos. Paulatinamente nos resulta más fácil decir la verdad, aunque sus consecuencias nos contraríen. Decir la verdad es para nosotros una segunda naturaleza, y para mentir tenemos que ir en sentido contrario de la luz que nos proporciona la verdad. Cuando sea así podremos decir que hemos adquirido la virtud de la veracidad. Y porque la hemos conseguido con nuestro propio esfuerzo, esa virtud se llama natural.

Dios, sin embargo, puede infundir en el alma una virtud directamente, sin esfuerzo por nuestra parte. Por su poder infinito puede conferir a un alma el poder y la inclinación de realizar ciertas acciones que son buenas sobrenaturalmente. Una virtud de este tipo -el hábito infundido en el alma directamente por Dios- se llama sobrenatural. De estas virtudes las importantes son las que llamamos teologales: fe, esperanza y caridad. Y se llaman teologales porque atañen a Dios directamente: creemos en Dios, en Dios esperamos y a El amamos.

Las tres virtudes teologales, junto con la gracia santificante, se infunden en nuestra alma en el sacramento del Bautismo. Incluso un niño, si está bautizado, posee las tres virtudes, aunque no sea capaz de ejercerlas hasta que no llegue al uso de razón. Una vez recibidas, no se pierden fácilmente.

La virtud de la caridad, la capacidad de amar a Dios con amor sobrenatural, se pierde sólo cuando deliberadamente nos separamos de El por el pecado mortal. Cuando se pierde la gracia santificante también se pierde la caridad. Pero aun habiendo perdido la caridad, la fe y la esperanza permanecen. La virtud de la esperanza se pierde sólo por un pecado directo contra ella, por la desesperación de no confiar más en la bondad y misericordia divinas. Si perdemos la fe, la esperanza se pierde la confianza en Dios y por lo tanto no creemos en El. La fe a su vez se pierde por un pecado grave contra ella, cuando rehusamos creer lo que Dios ha revelado.

De las tres grandes virtudes teologales o divinas, existen cuatro virtudes sobrenaturales que, junto con la gracia santificante, los creyentes del mundo cristiano afirman que, se infunden en el alma por medio de la administración del sacramento el Bautismo. Como estas virtudes no miran directamente a Dios, sino más bien a las personas y cosas en relación con Dios, se llaman virtudes morales. Las cuatro virtudes morales sobrenaturales son: prudencia, justicia, fortaleza y templanza.

Las cuatro virtudes morales además se les denomina cardinales, porque el adjetivo cardinal se deriva del sustantivo latino cardo, que significa gozne, y se les llama así por ser virtudes gozne, es decir, que sobre ellas dependen las demás virtudes morales. Si un hombre es realmente prudente, justo, fuerte y templado espiritualmente, podemos afirmar que posee también las otras virtudes morales. Podríamos decir que estas cuatro virtudes contienen la semilla de las demás. Por ejemplo, la virtud de la religión, que nos dispone a dar a Dios el culto debido, emana de la virtud de la justicia. Y de paso diremos que la virtud de la religión es la más alta de las virtudes morales.

Resulta interesante señalar dos diferencias notables entre virtud natural y sobrenatural. La virtud natural se adquiere por la práctica frecuente y la autodisciplina habitual, nos hace más fáciles los actos de esa determinada virtud. Por otra parte, una virtud sobrenatural, por ser directamente infundida y no adquirirse por la repetición de actos, no hace más fácil necesariamente la práctica de la virtud. No nos resulta difícil imaginar una persona que, poseyendo la virtud de la fe en grado eminente, tenga tentaciones de duda durante toda su vida.

Podemos expresar otra manera de diferenciar entre virtud natural y sobrenatural es la forma de crecer de cada una. Una virtud natural, como la paciencia adquirida, aumenta por la práctica repetida y perseverante. Una virtud sobrenatural, sin embargo, aumenta sólo por la acción del Ser Supremo, aumento que Dios concede en proporción a la bondad moral de nuestras acciones. En otras palabras, todo lo que acrecienta la gracia santificante, acrecienta también las virtudes infusas. Crecemos en virtud cuanto crecemos en gracia.[5]

La Virtud entendida como una propensión, facilidad y prontitud para conocer y obrar el bien, nos lleva a la creación y desarrollo del buen hábito que capacita a la persona para actuar de acuerdo a la razón recta. Hace de su poseedor una buena persona y hace sus actos también buenos[6].  

Es importante puntualizar, tener presente y reconocer que las virtudes adquiridas no dependen de la fe. Una persona con el uso de la razón y con su esfuerzo natural puede llegar a ser virtuosa. Pero por la fe nos abrimos a la gracia que perfecciona las virtudes, capacitando la acción sobrenatural, el bien más perfecto.[7]
Las cosmovisiones sobre el tema de la virtud tienen puntos de convergencia cuando afirman que “Todo cuanto hay de verdadero, de noble, de justo, de puro, de amable, de honorable, todo cuanto sea virtud y cosa digna de elogio, todo eso tenedlo en cuenta” (Flp 4, 8). La virtud como disposición habitual y firme a hacer el bien, permite a la persona no sólo realizar actos buenos, sino dar lo mejor de sí misma. Con todas sus fuerzas sensibles y espirituales, la persona virtuosa tiende hacia el bien, lo busca y lo elige a través de acciones concretas. El objetivo de una vida virtuosa consiste en llegar a ser semejante a Dios. (S. Gregorio de Nisa, beat. 1).

3. Las virtudes humanas

Dentro de las clasificaciones que algunos han propuesto se encuentran las virtudes humanas son actitudes firmes, disposiciones estables, perfecciones habituales del entendimiento y de la voluntad que regulan nuestros actos, ordenan nuestras pasiones y guían nuestra conducta según la razón y la fe. Proporcionan facilidad, dominio y gozo para llevar una vida moralmente buena. El hombre virtuoso es el que practica libremente el bien en todas sus dimensiones.

Las virtudes morales se adquieren mediante las fuerzas humanas. Son los frutos y los gérmenes de los actos moralmente buenos. Disponen todas las potencias del ser humano para armonizarse con el amor divino.

4. Virtudes cardinales

Cuatro virtudes desempeñan un papel fundamental. Por eso se las llama ‘cardinales’; todas las demás se agrupan en torno a ellas. Estas son la prudencia, la justicia, la fortaleza y la templanza. ‘¿Amas la justicia? Las virtudes son el fruto de sus esfuerzos, pues ella enseña la templanza y la prudencia, la justicia y la fortaleza’ (Sb 8, 7). Bajo otros nombres, estas virtudes son alabadas en numerosos pasajes de la Escritura.

La prudencia es la virtud que dispone la razón práctica a discernir en toda circunstancia nuestro verdadero bien y a elegir los medios rectos para realizarlo. ‘El hombre cauto medita sus pasos’ (Pr 14, 15). ‘Sed sensatos y sobrios para daros a la oración’ (1 Pe 4, 7). La prudencia es la ‘regla recta de la acción’, escribe santo Tomás (s. th. 2-2, 47, 2), siguiendo a Aristóteles. No se confunde ni con la timidez o el temor, ni con la doblez o la disimulación. Es llamada ‘auriga virtutum’: conduce las otras virtudes indicándoles regla y medida. Es la prudencia quien guía directamente el juicio de conciencia. El hombre prudente decide y ordena su conducta según este juicio. Gracias a esta virtud aplicamos sin error los principios morales a los casos particulares y superamos las dudas sobre el bien que debemos hacer y el mal que debemos evitar.

La justicia es la virtud moral que consiste en la constante y firme voluntad de dar a Dios y al prójimo lo que les es debido. La justicia para con Dios es llamada ‘la virtud de la religión’. Para con los hombres, la justicia dispone a respetar los derechos de cada uno y a establecer en las relaciones humanas la armonía que promueve la equidad respecto a las personas y al bien común. El hombre justo, evocado con frecuencia en las Sagradas Escrituras, se distingue por la rectitud habitual de sus pensamientos y de su conducta con el prójimo. ‘Siendo juez no hagas injusticia, ni por favor del pobre, ni por respeto al grande: con justicia juzgarás a tu prójimo’ (Lv 19, 15). ‘Amos, dad a vuestros esclavos lo que es justo y equitativo, teniendo presente que también vosotros tenéis un Amo en el cielo’ (Col 4, 1).

La fortaleza es la virtud moral que asegura en las dificultades la firmeza y la constancia en la búsqueda del bien. Reafirma la resolución de resistir a las tentaciones y de superar los obstáculos en la vida moral. La virtud de la fortaleza hace capaz de vencer el temor, incluso a la muerte, y de hacer frente a las pruebas y a las persecuciones. Capacita para ir hasta la renuncia y el sacrificio de la propia vida por defender una causa justa. ‘Mi fuerza y mi cántico es el Señor’ (Sal 118, 14). ‘En el mundo tendréis tribulación. Pero ¡ánimo!: Yo he vencido al mundo’ (Jn 16, 33).

La templanza es la virtud moral que modera la atracción de los placeres y procura el equilibrio en el uso de los bienes creados. Asegura el dominio de la voluntad sobre los instintos y mantiene los deseos en los límites de la honestidad. La persona moderada orienta hacia el bien sus apetitos sensibles, guarda una sana discreción y no se deja arrastrar ‘para seguir la pasión de su corazón’ (Si 5,2; cf 37, 27-31). La templanza es a menudo alabada en el Antiguo Testamento: ‘No vayas detrás de tus pasiones, tus deseos refrena’ (Si 18, 30). En el Nuevo Testamento es llamada ‘moderación’ o ‘sobriedad’. Debemos ‘vivir con moderación, justicia y piedad en el siglo presente’ (Tt 2, 12).

Vivir bien no es otra cosa que amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma y con todo el obrar. Quien no obedece más que a El (lo cual pertenece a la justicia), quien vela para discernir todas las cosas por miedo a dejarse sorprender por la astucia y la mentira (lo cual pertenece a la prudencia), le entrega un amor entero (por la templanza), que ninguna desgracia puede derribar (lo cual pertenece a la fortaleza). (S. Agustín, mor. eccl. 1, 25, 46).

5. Las virtudes y la gracia

En el ser humano las virtudes humanas son adquiridas mediante la educación, mediante actos deliberados, y una perseverancia, mantenidas siempre en el esfuerzo, son purificadas y elevadas por la gracia divina. Con la ayuda de Dios forjan el carácter y dan soltura en la práctica del bien. El hombre virtuoso es feliz al practicarlas. Cada cual debe pedir siempre la gracia de luz y de fortaleza. Amar el bien y guardarse del mal.[8]

Es fundamental ver que la virtud como fuerza, principio, purificación, sabiduría  y valor nace por la consciencia y las obras adecuadas. La persona que es consciente y obra apropiada y adecuadamente a las leyes de la conciencia y de la vida es virtuosa.

Sin embargo, la virtud surge por la firme voluntad de vivir conforme a la Luz y el bien, pero a la vez es infundida en el alma por Dios. La virtud es el fruto de la presencia y de la acción de Dios en el ser humano y el resultado del propio trabajo espiritual. Además debe ser entendida como cualidad permanente, una disposición e inclinación inquebrantable.

Ser consciente en el quehacer cotidiano que la virtud es ser consciente y obrar adecuadamente en todas las circunstancias de nuestra vida. Sólo así se puede decir con acierto que nuestra voluntad es firme en la realización del bien.

Toda virtud debe corresponder con las demás virtudes, el ejercicio de una virtud tiene que ir acompañada con el ejercicio de las demás virtudes. Si no sucede así, esa virtud que se desarrolla en solitario deja de ser virtud para convertirse en vicio.

Al obrar adecuadamente, de manera noble y virtuosa, junto a la reflexión, la intuición y el discernimiento vienen los sentimientos. Éstos pueden ser poderosos y bellísimos.[9].

Hay que reconocer que para adquirir virtudes en el ser humano es necesario el esfuerzo diario, la repetición de actos buenos, el desarrollo espiritual y la ayuda de la Fuerza Divina.

Algunos pensadores, sabios del conocimiento y del saber hacen referencia al tema de la virtud y lo abordan según sus cosmovisiones:

 

La primera virtud es frenar la lengua, y es casi un dios quien teniendo razón sabe callarse (Catón de Útica (95 AC-46 AC) Político romano).

Lo que embellece al desierto es que en alguna parte esconde un pozo de agua (Antoine de Saint-Exupery 1900-1944 Escritor francés).

Una de las supersticiones del ser humano es creer que la virginidad es una virtud (Voltaire (1694-1778) Filósofo y escritor francés).

Nuestro gran error es intentar obtener de cada uno en particular las virtudes que no tiene, y desdeñar el cultivo de las que posee (Marguerite Yourcenar (1903-1987) Escritora francesa).

Un hombre sin virtud no puede morar mucho tiempo en la adversidad, ni tampoco en la felicidad; pero el hombre virtuoso descansa en la virtud, y el hombre sabio la ambiciona (Confucio (551 AC-478 AC) Filósofo chino).

Un hombre de virtuosas palabras no es siempre un hombre virtuoso (Confucio (551 AC-478 AC) Filósofo chino).

En las adversidades sale a la luz la virtud (Aristóteles (384 AC-322 AC) Filósofo griego).

Cuando veáis a un hombre sabio, pensad en igualar sus virtudes. Cuando veáis un hombre desprovisto de virtud, examinaos vosotros mismos (Confucio (551 AC-478 AC) Filósofo chino).

El virtuoso se conforma con soñar lo que el pecador realiza en la vida (Platón (427 AC-347 AC) Filósofo griego).

Una virtud simulada es una impiedad duplicada: a la malicia une la falsedad (San Agustín (354-439) Obispo y filósofo).

La virtud será fortaleza y luz en cada persona para construir proyectos de vida útil y conducirse con rectitud y bien en el quehacer cotidiano. De esta manera será fácil subir los peldaños de la transcendencia humana..

Notas:

[1]. Diccionario de la lengua española © 2005 Espasa-Calpe S.A., Madrid; http://www.enciclonet.com/documento/virtud http://es.wikipedia.org/wiki/Virtud

[2].  Gran Logia del Estado Restauración, liturgia de grado de Aprendiz, 8va edición, Villahermosa, México, 2004, p. 29

[3]. Diccionario Enciclopédica Vox 1,  Larousse Editorial, S.L. 2009

[4] Alasdair MacIntyre, Tras la virtud. Editorial Crítica. Barcelona, 2004; Josef Pieper Las virtudes fundamentales. Ediciones Rialp, Barcelona, 2007.

[5]  http://www.conoze.com/doc.php?doc=3382

[6] Fr. John Hardon, Modern Catholic Dictionary.

 

por Dr. Feliciano Hernández Cruz

 

 

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