María Meleck Vivanco: el misterio y lo maravilloso
Raúl Henao

Todo el deslumbramiento y la fascinación que despertara inicialmente en mi la poesía surrealista francesa parte no de aquel encuentro fortuito del paraguas y la maquina de cocer sobre la mesa de disección del Conde de Lautréamont,  sino de la lectura de la Antología de la Poesía Surrealista de Aldo Pellegrini: poeta y traductor soberbio y multifacético, fundador del grupo surrealista argentino: primer grupo de habla española y seguramente el primer grupo surrealista en un idioma distinto al francés[1]. A quien en su momento, el poeta Juan Antonio Vasco, amigo y colaborador cercano, calificara como su  padre mítico (…)  encarnación de la antipoesía y  la ética surrealista en grado extremo.

 

La lectura de la Antología mencionada -libro iniciático como pocos en el panorama de la poesía viva hispanoamericana -  me concedería el privilegio o la gracia de acceder en su conjunto, en esa perspective cavalière del agrado de André Breton,  a uno de los movimientos espirituales capitales de nuestro tiempo, donde el mapa y el territorio representado se conjugan en una sola aventura artística y poética emancipadora y libertaria…Explosivo-fija, erótico-velada, mágico circunstancial.  Tal como reza la formula encantatoria consignada en el Primer Manifiesto del Surrealismo.

 

Dicha perspectiva panorámica nos permite de igual modo acercarnos a la poesía de María Meleck Vivanco, musa e inspiradora de ese primer grupo argentino que Pellegrini  conformara  a mediados del siglo pasado, con poetas de la importancia de Enrique Molina, Francisco Madariaga, Carlos Latorre, Juan Antonio Vasco, Juan José Ceselli y  Julio Llinás.  Es cierto que en ese conjunto de altísimos poetas todavía por darse a a ver a la generalidad de los lectores hispanoamericanos, la poesía de María Meleck  brilla en un tono menor, a la sombra recatada de la violeta y no a la plena luz de la rosa, nos dice Marco Denevi… Pero no por menos luminosa y resplandeciente, sino por la distancia  remota que recorre su luz a lo largo de toda una vida, cuya suerte en repetidas ocasiones se ha mostrado adversa y poco favorable al estro poético de la autora.

 

A través de sus siete libros publicados y otros tantos inéditos, María Meleck,  -que en turco significa ángel o reina, nombre que le pondría su padre en homenaje a cierto personaje femenino de Las Desencantadas de Pierre Loti-  ha perseverado en el ejercicio de la escritura automática en la que Breton veía encarnarse todo lo mediúmnico o alucinatorio del primer surrealismo y que - no sobra volverlo a repetir-  definiera de una vez por todas como aquel “automatismo psíquico puro por cuyo medio se intenta expresar tanto verbalmente como por escrito o de cualquier otro modo, el funcionamiento  real del pensamiento (…) con exclusión de todo control ejercido por la razón y al margen de cualquier preocupación estética o moral”.

 

Pero nos engañaríamos al pensar que para la poetisa cordobesa el automatismo poético en algún momento se constituye en acto deliberado o programado con antelación, porque en ella  -que escribe en cualquier momento, sin un tema puntual, y que jamás se priva de de incorporar en su escritura las travesuras que le dicta el inconciente total, como sucede en otros poetas surrealistas más ortodoxos,  la escritura automática se confunde con la inspiración,  una inspiración de la más clara impronta romántico alemana …  Movimiento poético y literario decimonónico que en muchos aspectos y posturas se adelanta al movimiento francés de entreguerras.

 

Es en este sentido -contrariando la opinión de la misma poeta y varios de sus críticos- que en razón del esclarecimiento de su poesía nos negamos a hablar de misterio,  ese ingrediente muchas veces ficticio o decorativo del que tanto abusa en la actualidad una New Age voluntariamente mistificadora;  porque lo que aflora en las aguas veladas y aterciopeladas de su Balanza de Ceremonias o en Las Alucinaciones del Azar , es ese maravilloso puramente surrealista,  regido por los código del amor, como nos lo recuerda oportunamente el autor de Lo maravilloso contra el misterio:

 

El misterio buscado por sí mismo, introducido voluntariamente –a todo trance- en el arte como en la vida, no sólo no podría tener más que un valor irrisorio, sino que además aparece como la confesión de una debilidad, de un desfallecimiento. El simbolismo sólo se sobrevive a sí mismo en la medida en que, al romper con la mediocridad de tales cálculos llega  a hacerse una ley del abandono puro y simple a  lo maravilloso,  por residir en este abandono la única fuente de comunicación eterna entre los hombres.  ( André Breton, Puertas al campo. Página 14)

 

No resulta entonces exagerado afirmar que en su obra poética tardía, poblada de corazones de viudas y restos coralinos, de aves desaladas y  reyes oscuros, de jardines donde florece una rosa blanca y púrpura. María Meleck Vivanco consigue ya ese abandono a lo maravilloso que nos dictaran las leyes del corazón. Y a semejanza de los poetas y pintores Zen, chinos y japoneses, persigue  ahora en su escritura  sólo el camino de la corriente de agua  que  -nos asegura  Alan Watts-  jamás comete errores de estética. Por fin, María  parece lograr lo imposible: hacer un ombú de un bonsái… Reconciliar el arte y la naturaleza.  

 

Nota: Prólogo de la proxima "Antología" de su poesía

 

Referencias:  

 

[1] Aldo Pellegrini entrevistado por Stefan Baciu: Vida pasión y muerte del surrealismo argentino. Surrealismo Latinoamericano / Preguntas y respuestas. Cruz del Sur. Valparaíso. Chile. 1979.

Raúl Henao

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