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El león bueno
Ernest Hemingway

Había una vez un león que vivía en África con todos los otros leones. Los otros leones eran todos malos y todos los días comían cebras y ñus y toda clase de antílopes. A veces los leones malos también comían gente. Comían swahilis, umbulus y wandorobos, y en particular les gustaba comer mercaderes hindúes. Todos los mercaderes hindúes son muy gordos y resultan deliciosos para un león.

Pero este león, al que amamos porque era tan bueno, tenía alas en sus lomos. Y todos los demás leones se burlaban de él a causa de ello.

"Mírenlo con sus alas en el lomo", decían, y todos se reían estrepitosamente.

"Y miren lo que come", decían, porque el león solamente comía pasta y scampi debido a que era tan bueno.

Los leones malos rugían a carcajadas y se comían otro mercader hindú y las leonas bebían su sangre a lengüetazos, lap, lap, lap, como enormes gatos. Sólo se interrumpían para reírse del león bueno y gruñir ante la vista de sus alas. En verdad que eran leones malvados y perversos.

Pero el buen león se sentaba y recogía sus alas y cortésmente preguntaba si podía beber un negroni o un whisky y siempre bebía eso en vez de la sangre de los mercaderes hindúes. Un día se rehusó a devorar ocho cabezas de ganado masai y sólo comió un poco de tagliatelli y bebió una copa de pomodoro.

Esto enojó mucho a los perversos leones y una de las leonesas, que era la más malvada de todas y nunca podía limpiarse la sangre de los mercaderes hindúes de los bigotes, aun cuando se frotaba la cara contra la hierba, dijo: "¿Quién piensas que eres que te crees superior a nosotros? ¿De dónde vienes, león comepasta? ¿Qué demonios haces aquí?" Luego le gruñó y todos prorrumpieron en risas.

"Mi padre vive en una ciudad donde descansa bajo el reloj de la torre principal y mira pasar abajo a miles de palomas, que son todas sus súbditos. Cuando vuelan su aleteo semeja la corriente de un río. En la ciudad de mi padre hay más palacios que en toda el África, y frente a él hay cuatro grandes caballos de bronce que tienen siempre una pata en el aire porque le temen.

"En la ciudad de mi padre los hombres andan a pie o en bote, y ningún caballo de verdad entraría a la ciudad por temor a mi padre."

"Tu padre era un grifo", dijo la leona perversa, lamiéndose los bigotes.

"Era un mentiroso", dijo uno de los leones malvados, "no existe tal ciudad".

"Pásame un pedazo de mercader hindú", dijo otro de los leones malvados. "Este ganado masai está muy fresco."

"Eres un despreciable mentiroso e hijo de un grifo", dijo la más perversa de todas las leonas. "Y creo que voy a matarte y a devorarte con todo y alas."

Esto asustó mucho al buen león porque podía ver los amarillos ojos de la leonesa y el vaivén de su cola y la sangre reseca en sus bigotes y sentía su aliento, que era muy malo, porque jamás se cepillaba los dientes. También tenía trozos descompuestos de mercader hindú entre sus garras.

"No me mates", dijo el buen". Mi padre es un león noble y siempre ha sido respetado y todo lo que he dicho es cierto."

Justo en ese momento la leona perversa saltó hacia él, pero él se elevó en el aire con sus alas y giró por encima del grupo de leones malvados quienes rugían y le mira-ban. Mientras los miraba pensó: "Qué sal-vajes son estos leones."

Volvió a volar encima de ellos una vez más para hacerlos rugir más fuerte. Entonces descendió en picada para poder mirar los ojos de la perversa leonesa quien se paró en sus patas traseras para tratar de alcanzarlo. Pero sus garras no lo pudieron tocar. Adiós, dijo el león bueno, pues además hablaba un magnífico español, ya que era culto. Au revoir, volvió a decirles con un impecable francés.

Todos rugieron y gruñeron en dialecto león africano.

Entonces el león bueno se elevó más y más alto y emprendió el vuelo rumbo a Venecia. Descendió en la plaza y todo el

"¿Qué tal estuvo África?", dijo su padre.

"Muy salvaje, padre", dijo el león bue-no.

"Aquí ahora tenemos iluminación noc-turna", dijo el padre.

"Ya veo", dijo el buen león, como hijo respetuoso que era.

"Me lastima un poco los ojos", le confió su padre. "¿A dónde piensas ir ahora, hijo mío?"

"A la taberna de Harry", dijo el buen león.

"Dale mis saludos a Cipriani y dile que pasaré luego para ver cómo anda mi cuenta", dijo su padre.

"Sí, padre", dijo el buen león y des-cendió ligeramente, y sobre sus cuatro patas caminó hacia la taberna de Harry.

En el local de Cipriani nada había cambiado. Todos sus amigos estaban ahí. Pero él mismo se encontraba un poco cam-biado luego de haber estado en África.

"¿Gusta usted un negroni, signor barone?", le preguntó el señor Cipriani.

Pero el buen león había hecho un largo viaje desde el África y el África lo había cambiado.

"¿De casualidad no tienes sandwiches de mercader hindú?", le preguntó a Cipriani.

"No, pero puedo conseguir unos."

"Mientras envías por ellos, prepárame un buen martini seco." Añadió luego: "Con ginebra Cordón, por favor."

"Con todo gusto. Con todo gusto", dijo Cipriani.

Luego el león miró en torno suyo los rostros de toda la buena gente del lugar y supo que estaba en casa pero que también había viajado. Se sentía muy dichoso.

Ernest Hemingway
El País Cultural Nº 78
20 de abril de 1991

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