En busca del cuento perdido
Luis D. Gutiérrez Espinoza

La verdad yo no sé dónde se me perdió la palabra, sí esa Erase con la que generalmente mi querida abuela echaba el tiempo para atrás y se arrancaba una linda parrafada y la historia andaba libre y suelta y hasta por su cuenta y esos, sus grandazos ojos azules, le brillaban de puro contenta.

¿Qué por cuántos años andaba yo en esos Erase?, pongamos que adolescentes, la cuestión es que yo ya bastante que entendía y atendía y me encantaba imaginar y escuchar cosas. Sobre todo, las de la buena anciana, efectivamente esas mismas, las de la recordada abuela bajo el emparrado de la casa vieja.

Hubo una vez que me dijo: Fíjate que yo no comprendo las cosas de ese señor Vallejo que dijo “yo nací un día que Dios estuvo enfermo”, qué pena no tenerlo al frente, sino seguro que le diría, oiga el enfermo es usted que con tanta lamentación y lástima por sí mismo, cree que alguien se la debe o en fin, que alguien tiene la culpa. ¿Y quién la puede tener?, yo creo que usted mismo que no tiene o no tuvo el valor de rebelarse ante su personal condición o el coraje suficiente, creo yo, para despojarse de su negra congoja, así que vaya usted con su tristeza a otra parte, que la vida no está para lamentos y menos para derrotas del alma, porque hombre de antemano vencido y sin espíritu ni fe, es un muerto en vida que va cargando su propio ataúd o uno al que ya ni su sombra lo acompaña, ¿entiendes qué te digo?, por eso me gusta estarme al cobijo de las uvas, para regocijarme con los vinos de tu abuelo y ver cuánto todavía la vida nos tiene por mostrar. A ti, quizás un mundo nuevo, a mí de repente y cualquier día, mi último atardecer.

Erase, en épocas que el mar ondeaba todo pródigo y la playa era más ancha, la gente no era tan indiferente como suele ser hoy, cada quien por su lado y la familia sin más lazos que un leve saludo o una simple levantada de cabeza, ya te casarás hijo y sabrás de qué te hablo. En efecto no lo supe hasta cuando me casé.

Erase entonces que poco antes me dijo: Ahora entras a otra familia y otra familia entra a la tuya y la propia, la tuya, será la juntura de esas dos, la tuya que tú dejas y la de ella que igualmente deja y así, verás que vendrán las cuñadas y los cuñados, los nuevos primos, sobrinos y tíos, los amigos y los compadres, es que de este modo es la vida como crece y florece: un rico campo de siembra donde todas las raíces se enlazan y todos los árboles verdean, donde la unión y la unidad son como el arroyo que a todos riega y a todos alegra. Y ya verás, cómo y cuánto la sonrisa les ancha la cara y la paz los alienta, dirás que hay amor y mutuo respeto, que hay bienestar y armonía, sí pero asimismo, mucha confianza y franqueza, ¿sino cómo hablar cuando deben hablar, cómo entenderse cuando deben entenderse? 

¿Viste ahora el significado de las cosas? ¿Y cuánto mejor si además de ser parientes son amigos? Y alguna vez, tal vez ellos mismos piensen o les digan a tus hijos y a sus hijos: Dios mediante, sean una buena familia semejante a nosotros…

Luis D. Gutiérrez Espinoza

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