El cinema de Satán
Paul Guillén

A Julián Petrovick

Él ha venido a sentarse a tu costado. Sabe que debe retirar su pierna postiza. Su cojinillo guarda una tolvanera de balines anaranjados y rojos. Sus ojos secos miran el orvallo. Las miradas cruzadas, serradas las cabezas de todos los ángeles, en una salvilla llena de vasijas plateadas están servidas las cervices e iliacos. El cérvido se ufana de su potencia con la lengua para sanar sus heridas infestadas de gusanos azules. Sus patas posteriores han sido confeccionadas con varios cuerpos de perros de presa, mastines nevados, el perro de Pávlov, urogallos, ojos de manta rayas, sus patas anteriores son de cal, cinabrio, cáncamo y zinc. Sus ojos ahora están gelatinosos el magnetismo que irradian no me hace dudar de todos sus nombres. Todos sus nombres guardan su rostro. No puedes mirarlo de frente. La luz muerta que despide tiene el olor de la peste negra. Veo sus fauces, a lo lejos, llenas de sangre. Un andrógino desenrosca su miembro argénteo y lo hierve dentro de su estómago con algunos sábalos, róbalos y sabiolas. El festín empieza cuando el ángel de la S se enrosca en el bajo vientre del cabrón Y LO HACE DELIRAR. ÉL VE SU CONTINUO SERRALLO EN EBULLICIÓN DE LAS MÁS PROFUNDAS VERIJAS Y LO LAME. TODO ES ÉXTASIS EN ESE MUNDO SUBTERRÁNEO. 

Paul Guillén

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