Trascendencia
y actualidad de una obra utópica reveladora por M. Sc. Bertha Alicia Guerrero Sáenz |
Empezó
siendo un ideal y sigue siendo un ideal. América es una utopía[1]. Alfonso Reyes |
Para
Vasconcelos, América fue una gran utopía, realizable mediante la educación.
A pesar que a veces se ve su apriorismo estético como rey Midas[2],
su realismo práctico lo condujo a aterrizar para resolver los
problemas candentes de México y América. La
educación, si no pierde su razón utópica realista, tendrá un papel
fundamental y una responsabilidad decisiva en este nuevo siglo. Es
necesario y urgente religar los saberes y conocimientos separados si
queremos enfrentar adecuadamente los problemas que bloquean el avance de
la humanidad para construir una nueva civilización acorde con las nuevas
realidades. Es evidente que una reforma de los sistemas educativos
necesita un nuevo tipo de formación para los formadores, para los
enseñantes, conducente a una reforma del pensamiento y las mentalidades[3].
Es
preciso dialogar y crear una nueva forma de conciencia en las nuevas
generaciones, y esa es la intención de esta visión educativa de
transformación. La vitalidad de la vida intelectual en América
Latina y la experiencia de las insuficiencias o de los fracasos de las
teorías unilaterales o mutiladoras hacen que este continente haya
heredado y enriquecido, con su propia genialidad, las aportaciones
del pensamiento europeo y creo que es capaz, a diferencia de la Europa
calcificada, de encabezar un nuevo Renacimiento que significa la
esperanza de lo posible. En
las condiciones actuales de México, las concepciones filosófico-pedagógicas
de Vasconcelos, sin olvidar nuestro contexto real, conservan vigencia y
actualidad en cuanto al problema de la enseñanza de la Filosofía y de
las ciencias, en general, pues su filosofía educativa marcó nuevas
pautas para la formación humana.
Su ideario filosófico–pedagógico, sirve de cauce orientador por
los principios en que se funda y las ideas que le sirven de sostén: la
unidad conocimiento – valor, visión transdisciplinaria de la educación,
la educación como formación humana, fundada en principios y valores, la
educación comunitaria, la vinculación del mundo de la escuela con el
mundo de la vida y el trabajo, la
relación entre la ciencia y la técnica, entre la teoría y la práctica,
entre otros. Según
Pablo Guadarrama: “Vasconcelos
le sugiere a la filosofía en
América Latina no sólo reivindicar la filosofía
asiática, abiertamente, sino le plantea una tarea al filosofar en
América Latina: “ser una síntesis teórica de todos los sistemas filosóficos
hasta ese momento existente, tanto de los europeos como de los orientales,
hasta de los africanos”[4].
Considera que hay que estudiar la filosofía de la misma forma en que el músico
interpreta sus pasiones, sentimientos, deseos. Por eso sin temor sostiene
que la filosofía tiene que basarse en la emoción[5].
La
filosofía tiene que ser superior como síntesis estética de toda la
comprensión de la realidad. No se puede reducir la filosofía como hizo
el positivismo decimonónico al culto a la ciencia, a la utilidad, y a la
práctica. Por supuesto, me
refiero al espíritu general que encauza la idea, pues no podemos estar de
acuerdo con Vasconcelos que hay que convertir la filosofía en una síntesis
estética de toda la comprensión de la realidad, porque pecaríamos de
reduccionistas. Lo que no niega su idea premonitoria de la necesidad de
estetizar la realidad para hacerla más humana. Una estetización que
conduciría a la unidad bondad – verdad – belleza, rectorada por esta
última. Como
maestro, misionero del deber, la filosofía educativa de José Vasconcelos,
cultivó grandes ideas que
siguen trascendiendo la realidad mexicana actual. Es un paradigma, que
lamentablemente no se aprovecha todo lo necesario para dar respuesta a los
problemas de hoy. Se trata de
un programa educativo de proyección iberoamericana, en perenne búsqueda
del ser de nuestra América y también del mundo. Está convencido que América
posee un luminoso porvenir que irradia universalmente. Quiere que el
hombre latinoamericano acceda a la cultura
universal desde sus propias raíces. “Hay
en Vasconcelos – destaca Guadarrama - un culto a lo latinoamericano, a
lo bolivariano, a la integración de esta América, y también hay un
interés en la reivindicación de la cultura y en particular de la filosofía
latinoamericana. Mantuvo al respecto una posición muy original. No
fue Vasconcelos un defensor de una “filosofía
latinoamericana” propiamente
dicha. Más bien fue un propugnador de la idea de que los filósofos en América
Latina tienen que lograr el nivel de madurez intelectual, el nivel de
creatividad y de originalidad que produzca el reconocimiento de la
producción filosófica de Latinoamérica. No
cayó en la trampa del snob
de ser latinoamericana la filosofía por ser regionalmente concebida. Esa
es la particularidad que se aprecia
en un texto que llama "El
pensamiento iberoamericano", publicado
en su libro Indología, en
el que afirma: “Se ha dicho con frecuencia
que no existe una filosofía latinoamericana, confieso ser uno de
los que han extremado la nota hasta el punto de
afirmar que no sólo no es posible sino que no es deseable que
aparezca una filosofía iberoamericana, dado que la filosofía por
definición propia debe abarcar no una cultura sino la universalidad de la
cultura”[6].
Con
ello podemos disentir, pero sin dejar de reconocer la profundidad de su
pensamiento y el aliento utópico que lleva que impregna su discurso. Hacer
emerger el mito de la Atlántida, "cuna de una civilización que hace
millares de años floreció en el continente desaparecido y en parte de lo
que es hoy América”[7], en el conocido ensayo hispanoamericano La raza cósmica.
Misión de la raza iberoamericana (1925), antes que poner en ejercicio
una lectura excéntrica o trivial, supone situar en la escena discursiva
del texto una seria indagación sobre los móviles ideológicos y
culturales que esta referencia imaginaria guarda en relación con el
discurso utópico del mestizaje americano. A
través de la idea de que “la raza que hemos convenido en llamar Atlántida
prosperó y decayó en América”[8],
José Vasconcelos no sólo extiende la historia del mestizaje americano a
un tiempo originario y prestigioso de características míticas, paradisíacas,
sino que también concibe al mismo espacio, a la geografía física de América,
como un continente de utopías, una tierra de “antecedentes
misteriosos” que estaría predestinada a ser el lugar de un mestizaje
universal futuro de la humanidad. En
un pequeño texto de Roland Barthes dedicado al filme Continente
Perdido, habla el semiólogo francés del sentido actual del exotismo.
Afirma Barthes: "Se trata de un gran documental sobre el
"oriente", cuyo pretexto es una vaga expedición etnográfica,
visiblemente falsa por otra parte, realizada en Insulindia por tres
o cuatro barbudos italianos. El film es eufórico, allí todo es fácil,
inocente"[9] . Explica
Barthes que el exotismo de Insulindia está caracterizado por su
irresponsabilidad en el uso del color, las "bellas imágenes",
la reducción constante de la diferencia del otro y la poca
preocupación por problemas históricos o sociológicos. Insulindia surge,
según Barthes, como resultado de las operaciones meta ligüísticas
de un lenguaje deformante que deshistoriza y despolitiza la
materialidad social de los signos que organizan el filme. Insulindia
no es un lugar, sino un lenguaje, un habla despolitizada[10].
No
lejos de las modernas mitologías estudiadas por Barthes, los relatos
de viajero de Vasconcelos al "Brasil" y la
"Argentina", la segunda parte de La raza cósmica, exhiben
una narrativa en extremo análoga. Vasconcelos cuenta su
experiencia por estos países como si transitara por una tierra edénica,
pletórica de lugares naturales sorprendentes; mujeres hermosas y
raras; comida y frutas desconocidas; gente buena y trabajadora;
gran prosperidad industrial y urbana; pero ante todo, naciones
donde la utopía americana está viva y en ascenso. El viajero
mexicano afirma: "El Brasil será la potencia mundial del
futuro" (La raza, 142); "hoy y quizá por mucho
tiempo, la Argentina será el faro en la noche hispanoamericana. De
allá se vuelve con esperanza y con fuerza"[11]. Pero
si los relatos de Vasconcelos son adjetivantes e hiperbólicos, y los
significantes que trazan y construyen su viaje en la textura del discurso
–hombres, geografías, comidas, mujeres, ciudades– están efectivamente mitologizados, esto es,
justamente, lo que resulta singular y novedoso en su discurso cultural.
Ahora es Nuestra América y no la vieja Europa el destino cultural
del escritor americano. A
diferencia de Sarmiento y otros patricios modernizadores del siglo XIX,
–como afirma Julio Ramos–, quienes colocaron en el allá europeo o
norteamericano el orden de la civilización y la modernidad, ahora
Vasconcelos viaja hacia adentro del continente, hacia un aquí
americano y profetiza que una nueva civilización y mestizaje
universales, fruto de lo mejor de todas las razas y culturas de la
humanidad, surgirán en los trópicos[12].
Nuestra América[13]
es, para Vasconcelos, el nuevo escenario discursivo de las letras y la
geografía imaginada desde la que se ha de organizar los signos de
la nueva sociedad posrevolucionaria. Las
crónicas de viajero de Vasconcelos, en este sentido, pueden ser releídas
como una encarnación presente de esa utopía americana futura sobre la
que él discurre en la primera parte de su obra. Si la primera parte del
ensayo de La raza cósmica presenta un argumento etnológico sobre
el mestizaje y una premonición especulativa de la utopía americana; la
segunda es su verificación, el testimonio personal de su encuentro. En
el ensayo de Vasconcelos, ambas formas del viaje exótico, la arqueológica
o temporal, imaginada como viaje en retrospectiva hacia los orígenes
de la Atlántida, que “prosperó y decayó en América”[14];
y la espacial o geográfica, realizada al Brasil y la Argentina, son para
Vasconcelos la cara y el anverso de la misma medalla: el advenimiento de
una raza cósmica mestiza[15]. Afirma
Vasconcelos: “En la América Española ya no repetirá la naturaleza uno
de sus ensayos parciales, ya no será la raza de un sólo color, de rasgos
particulares, la que en esta vez salga de la olvidada Atlántida;
no será la futura, ni una quinta ni una sexta raza, destinada a
prevalecer sobre sus antecesoras; lo que de allí va a salir es la
raza definitiva, la raza síntesis o raza integral [16]. En
El laberinto de la soledad, Octavo Paz ha percibido de manera
ejemplar esta conexión profunda entre utopía moderna y búsqueda del
origen. La utopía es para Paz, al igual que para Vasconcelos, una manera
de restituir un pasado primordial perdido. "La Utopía, y
especialmente las modernas utopías, expresan con violencia concentrada, a
pesar de los esquemas racionales que las enmascaran, esa tendencia que
toda sociedad tiene a imaginar una edad de oro de la que el grupo social
fue arrancado y a la que volverán los hombres el Día de Días"[17]. Es
en función de esta edad de oro utópica que Vasconcelos mitologiza su
propia experiencia de viaje: no descubre ni conoce nada nuevo sino que,
como Colón, comprueba y reconoce lo que ya sabía: América es una
geografía de mestizajes y utopías. Y es justamente así, recordémoslo,
con la afirmación de una utopía del mestizaje americano, como empieza el
prólogo del ensayo de La raza cósmica, “(…) Es tesis central
del presente libro que las distintas razas del mundo tienden a mezclarse
cada vez más, hasta formar un nuevo tipo humano, compuesto con la selección
de cada uno de los pueblos existentes[18]. El
mito de la Atlántida en el ensayo de Vasconcelos es, hemos sugerido, una
marca discursiva, celebratoria, festiva, simbólica, del renacimiento
cultural mexicano; una prefiguración utópica de la sociedad feliz
prometida por el estado post-revolucionario emergente. Vasconcelos afirma:
“¡Cuántos distintos los sones de la formación iberoamericana! Semejan
el profundo scherzo de una sinfonía infinita y honda: voces que
traen acentos de la Atlántida”[19]. Estos
distintos sones, entendidos bajo la forma del humanismo, anti-positivismo,
antiimperialismo, clasicismo griego y americanismo, serán para
Vasconcelos las coordenadas ideológicas de dicho renacimiento cultural.
En realidad, la figuración de la Atlántida aparece en las letras
hispanoamericanas de finales del siglo XIX en autores tan notorios como
Rubén Darío, Olegario Andrade, Ricardo Rojas, entre otros. No
fue ninguna coincidencia que escritores contemporáneos como José Henríquez
Ureña o un poco más tarde, Alfonso Reyes, hayan también dedicado
diversos ensayos a esta "utopía griega" de lo americano. En La
Utopía de América (1925), Henríquez Ureña afirma que ha llegado el
tiempo en que América afirme
la fe en su "destino", su unidad histórica, política e
intelectual. "Hay que ennoblecer nuevamente la idea clásica. La utopía
no es vano juego de imaginaciones pueriles: es una de las magnas
creaciones espirituales del Mediterráneo, nuestro gran mar
antecesor"[20].
Además, no se puede olvidar que las grandes realidades siempre están
antecedidas por utopías. De ahí, el valor de la utopía. Según el Dr.
Pupo: [1]“La
utopía es parte constitutiva del devenir humano en su siempre creciente
afán de superación. Es preludiar lo futuro en lo presente para ascender
humanamente y realizar los proyectos del hombre. ¿Quién
que es, no es utópico? Todo hombre, en un grado mayor o menor, da riendas
sueltas a su razón imaginativa, a sus deseos, fines y objetivos. No se
aferra al presente incondicionalmente. Mira al pasado para enriquecer el
presente, y a éste para transitar a lo por venir y superarse a sí mismo,
trascendiéndolo” [21]
Por
su parte, Reyes escribirá algunos años más tarde que América fue
conocida, nombrada y soñada antes de ser descubierta: la presunta
existencia de la Atlántida fue una de las importantes motivaciones
espirituales que tuvo Colón para su descubrimiento.
Para Reyes, la Atlántida, continente de la utopía primitiva
perdida, fue desde siempre la misma América. Reyes afirma: "Hoy por
hoy, el Continente se deja abarcar en una esperanza, y se ofrece a Europa
como una reserva de humanidad […] Empezó siendo un ideal y sigue siendo
un ideal. América es una utopía"[22]. La
política de redención racial que Vasconcelos afirma contra la barbarie
de las poblaciones indígenas de México engendra una lógica utópica de
holocausto que intenta, usando las palabras de Stavrakakis, “purificar
la humanidad a través del exterminio de alguna categoría de seres
humanos que son concebidos como agentes del desorden, la corrupción y el
mal”[23].
Para
Vasconcelos, esa humanidad diabólica a exterminar fue la identidad
heterogénea irreductible de su propio pueblo, especialmente aquel
compuesto de indígenas y campesinos pobres. La tragedia de Vasconcelos,
tan notoria después de su derrota electoral para presidente en el año
29, fue acaso la de ser un intelectual todavía apoyado con un pie en el
siglo XIX, intentando orientar las fuerzas sociales y culturales de la
primera revolución social del siglo XX. En
el comienzo de este nuevo siglo el imperialismo sigue gozando de muy buena
salud aunque pretenda cambiar su nombre para ocultarnos su oprobiosa
condición. Por lo tanto, constituye un saludable ejercicio visitar a uno
de los fundadores de la filosofía latinoamericana[24] para que, por medio de sus visiones, metáforas
o imágenes, nos indique nuevos caminos y nos ayude a repensar una
construcción social, política y cultural diferente para el mundo y, en
particular, para América. Por ello la importancia de la propuesta
realizada de estudiar al filósofo mexicano, José Vasconcelos, quien se
atrevió a pensar el destino y la misión de la cultura y raza
latinoamericana otorgándole un lugar preponderante en la historia
universal. La
recuperación de su pensamiento la realiza desde la utopía; enmarcarla en
este lugar no significa desvalorizar sus ideas sino todo lo contrario,
revalorizar sus intuiciones, conceptos o categorías más importantes para
con la libertad de “nuestra América”.
Sobre la utopía hay interesantes trabajos, escritos y polémicas
en los que por cuestiones propias del presente estudio no voy a abordar;
sino que como hemos venido haciendo, sólo mencionaré una definición
provisional aportada por Rubén Dri, quien expresa que la utopía nos
ofrece “una gran abertura hacia nuevos horizontes que nunca se alcanzan
plenamente, y que continuamente llaman a nuevas realizaciones”[25];
ella nos moviliza, vislumbra nuevos senderos y posibilita nuevas
esperanzas. La
filosofía de Vasconcelos tiene rasgos del pensamiento de Hegel, Bergson,
la fenomenología y el existencialismo, pero él no asumió ninguna de
esas posiciones filosóficas sino que se propuso recorrer su propio camino
y pensar desde América; sus ideas ejercieron una influencia importante en
la primera mitad del siglo XX en México y Centroamérica. Aunque
su pensamiento se encuentra orientado por un cierto biologicismo y
mesianismo, creo que es importante rehabilitar algunos aspectos de la
filosofía vasconceliana para repensar nuestro futuro como
latinoamericanos sin falsas profecías ni resignación. Y sobre todo su
filosofía de la educación, que superando el positivismo, aboga por la
unidad de la razón y los sentimientos, y da un excepcional valor a la
filosofía en general y a la cultura. Sin embargo, coincido con Feliciano
Hernández, que: “(…), más que la letra de la obra estética y filosófica,
en general, de Vasconcelos, nos interesa el espíritu que la animó, la
anima y la animará en el futuro, es decir, la unidad utopía – realidad[26],
en sus despliegues específicos y realizaciones, en su praxis real a través
de los grandes ideas y proyectos educativos y culturales que encauzó para
bien de México[27],
Iberoamérica y el mundo. Toda una obra, devenida orgullo de México, en
tanto funda las bases para una profunda aprehensión cultural del hombre y
la sociedad en general, así como para la eliminación progresiva de la
enajenación, a través de la educación”[28]. En
su filosofía, todas las actitudes negativas que posee el ser humano deben ser sustituidas por la
sabiduría, la bondad, la tolerancia, la justicia, como
resultado de su propio conocimiento y valores. Sólo después de
estar en paz con uno mismo se puede
aspirar a alcanzar la madurez espiritual que
da la conciencia de los actos. Una profunda filosofía de la
educación que encauza acciones, revela humanidad y despierta semillas
dormidas. Es
indiscutible que Vasconcelos fue un gran pensador y maestro que se adelantó
a su tiempo, como todo buen reformista revolucionario. Tuvo la
sensibilidad de conocer de manera profunda la realidad de su país y de América
y elaborar proyectos racionales para bien del hombre, a través de una
pedagogía de la acción tomando al alumno como sujeto y principal actor
de su propio cambio social. No
cabe duda que su obra trascendió la realidad mexicana y sigue
trascendiendo, pues los objetivos que él encauzó aún no se han cumplido
en toda sus determinaciones y expresiones humanas. Su filosofía educativa
reveladora continúa guiando nuevos caminos para las generaciones actuales
y las por venir. Es que las obras magnas, con visión cultural, adecuándose
a los nuevos tiempos, no
mueren nunca. Continúan haciendo
y diciendo, porque son espíritu del pueblo, y encarnan sus necesidades e
intereses. Por eso, su utopía deviene realidad, y la realidad misma, es
germen de nuevas utopías y realizaciones. Notas: [1] Ver Anexo III. [2]
Midas, en la mitología griega, rey de Frigia, en Asia Menor. Por la
hospitalidad que le había brindado al sátiro Sileno, Dioniso, el
dios del vino, ofreció concederle todo lo que deseara. El rey pidió
que todo lo que tocara se convirtiera en oro, pero pronto lamentó su
elección porque hasta la comida y el agua se transformaban en ese
metal. Para liberarse del encantamiento, Midas recibió el consejo de
Dioniso de bañarse en el río Pactolo. Se decía que después se
descubrió que las arenas del río contenían oro. Midas
fue también uno de los jueces en una disputa musical entre los dioses
Apolo y Pan. Cuando Midas prefirió la flauta de Pan a la lira de
Apolo, éste transformó las orejas de Midas en otras de asno. Midas
era capaz de ocultar sus orejas a todos menos a su barbero, quien
escondió el secreto en un agujero hecho en la tierra. Cuando el
viento soplaba, las cañas que crecían sobre el agujero repetían la
historia. (Biblioteca de Consulta Microsoft ® Encarta ® 2005. ©
1993-2004 Microsoft Corporation. Reservados todos los derechos). [3]
“En los tiempos actuales la educación tiene mucho que decir y
hacer. La educación como formación humana, como “instrucción del
pensamiento… y dirección de los sentimientos”, según la concepción
martiana, deviene cauce central ante la necesidad de dar respuesta a
los desafíos del siglo XXI. Crear hombres con ciencia y con
conciencia, desarrollar una cultura del ser capaz de enfrentar la
globalización neoliberal, siendo, como sujeto, es una tarea
que la educación no puede soslayar.Sin
embargo, caben las siguientes preguntas: ¿Está la educación en
condiciones de ser guía espiritual de la formación humana? ¿Los
paradigmas en que se funda pueden modelar proyectos reales, en función
de la misión que le corresponde cumplir? ¿Ella misma no está
contaminada por el pensamiento único, los reduccionismos de corte
positivistas, el autoritarismo en la ciencia y en la docencia, la
intolerancia, el determinismo absoluto, los fundamentalismos estériles
y otros lastres de la modernidad que han quebrado por su ineficacia
heurística, metodológica y práctica? ¿Hay racionalidad en
los siete vacíos que Edgar Morin ha revelado en la educación
actual y en la propuesta de los siete saberes para revertir o atenuar
tal situación? Este
glosario de preguntas, por sí mismo, da cuenta que estamos abocados
en una crisis de la educación, que no puede resolverse desde la
educación misma. El saber educativo no puede cambiar sin
transformaciones profundas en la educación
y ésta resulta infecunda sin una reforma en el pensamiento y
en la praxis en que encuentra concreción” ( Pupo, R. Educación y
pensamiento complejo. En El ensayo como búsqueda y creación. Hacia
un discurso de aprehensión compleja. Universidad Popular de la
Chontalpa, TABASCO, México, 2007, p. 43). [4] Guadarrama, Pablo. Positivismo y antipositivismo en América Latina Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2004. p. 97. [5] Esto se puede ver con minuciosidad en sus obras “La Raza cósmica y en “Filosofía Estética” [6]
Guadarrama, P. Obra citada, p. 272 [7]
Hacia finales de la
década del veinte, las diferencias entre Vasconcelos y Rivera serán
más que notorias; en uno de los últimos murales que Rivera pinta en
la Secretaria de Educación Pública, Vasconcelos es representado
dando las espaldas a la realidad, desdeñado por el pueblo
revolucionario de México. [8]Según
la versión de Reyes, el relato platónico cuenta que "varios
millares de años atrás, existía, más allá de las Columnas de Hércules,
y frente a la entrada del Mediterráneo, en pleno Atlántico, una
enorme isla mayor que el África y la Europa hasta entonces conocidas
(...) Aquélla gran isla, la Atlántida, era el centro de un imperio
fundado por el dios del mar, Poseidón (...) Gran centro de civilización
en sus comienzos, nación donde se admiraban las ciudades más
urbanizadas, la distribución más justa de las categorías sociales,
la agricultura y la irrigación más perfectas, las industrias mejor
organizadas (...) aquélla nación fue degenerando de su primitiva
dignidad filosófica hacia el imperialismo militar, y pretendió
conquistar todo el Mediterráneo. El
amo de los dioses, Zeus, decidió castigar su orgullo (...) De pronto,
sobrevino una convulsión del planeta, la Atlántida desapareció
sorbida en el océano, y de toda aquella grandeza apenas sobrevivió
al relato novelesco que el filósofo nos ha trasmitido" (La
Novela de Platón 419-20). [9] Barthes,
Roland. Mitologías. México: Siglo XXI, 1989. P., 167. [10]
Para Barthes, los
mitos de la sociedad burguesa contemporánea funcionan como un
metalenguaje, esto es, un lenguaje mítico construido sobre la base de
las operaciones lingüísticas de otro lenguaje primero. Este
mmetalenguaje no habla del “mundo” o la “realidad”, sino de la
manera cómo el lenguaje ordinario, literal, es re-significado. [11] Vasconcelos,
José. La raza cósmica. México: Espasa Calpe Mexicana S.A.,
1966., p., 206. [12]
Más allá del
determinismo geográfico implícito a esta profecía y su cliché de
exotismo tropical, lo que se juega aquí es el interés material en el
intercambio industrial con estos países. El propio Vasconcelos
declara en una entrevista publicada en el Boletín de la Secretaría
de Educación en 1922: “La Embajada que el Gobierno mexicano envía
al Brasil no es solamente un acto de cortesía en las fiestas del
Centenario de la Independencia de la República del Brasil, sino un
medio práctico para conseguir que los sentimientos de afecto que
ligan a los dos pueblos se transformen efectivamente en
relacioVASCONCELOS O LA BÚSQUEDA DE LA ATLÁNTIDA 343 nes entre la
industria y el comercio. Ya pasó la época romántica de las
relaciones iberoamericanas y ha llegado la hora de ligar nuestros
pueblos por los lazos estrechos y constantes del intercambio de ideas
y del intercambio de productos” (Boletín de la SEP, 1922, 502). [13] Naturalmente, el término Nuestra América es acuñado por vez primera por el cubano José Martí. [14] Vasconcelos,
José. La raza cósmica. México: Espasa Calpe Mexicana S.A.,
1966., p., 15. [15]Afirma
Lily Litvak citando a Gautier: “Hay dos tipos de exotismo, el
primero da el gusto por el desplazamiento por el espacio, la atracción
por América, por las mujeres amarillas o verdes. Pero hay un placer más
refinado, una corrupción más suprema, es el exotismo a través del
tiempo” (El Sendero del Tigre 193). [16] Vasconcelos,
José. La raza cósmica. México: Espasa Calpe Mexicana S.A.,
1966., p., 30. [17] REVISTA
DE CRÍTICA LITERARIA LATINOAMERICANA Año XXX, Nº 60. Lima-Hanover, 2do. Semestre de 2004, p., 230. [18]
En el XI Congreso
de Americanistas realizado en México en 1895, Eustaquio Buelna
presenta la ponencia titulada “La Atlántida y la UltimaTule”, un
estudio etimológico que intenta demostrar no sólo la veracidad del
mito sino la raíz azteca del nombre “Atlántida”. Según Buelna,
“el nombre de la Atlántida es de filiación netamente nahoa ó
azteca, con sólo la desinencia griega” (162). De manera paralela a
la publicación de La raza cósmica, el arqueólogo Sylvanus G.
Morley realiza en México una investigación financiada por el
Instituto Carnegie de Estados Unidos y también avalada por el propio
Vasconcelos, en aquel tiempo Ministro de Educación. El Proyecto Chichén
Itzá tenía el fin de probar "los orígenes atlánteos de la
civilización Maya" (Domínguez Michael 109). En Londres, Lewis
Spencer publica Atlantis in América (1925), un estudio etnológico
que "trata principalmente con la evidencia de la sobrevivencia de
la civilización Atlántida en el continente Americano" (7).
Mientras que en España, el ensayo antes mencionado de Ortega y
Gasset, Las Atlántidas (1924) pone en circulación la idea de las
culturas sumergidas o evaporadas las cuales "representan el fenómeno
más sorprendente de la historia" (38). [19]Vasconcelos,
J. La
raza, Idem, p., 31. [20]
Véase, por ejemplo, en The National Geographic Magazine: “The home
of a forgotten race” de Edward H. Thompson (Junio, 1914); “The
foremost intellectual achievement of ancient America” (Febrero,
1922); y “Chichén Itzá, an ancient American Mecca” de Sylvanus
Griswold Morley (Enero-Junio, 1925). [21]
Pupo, R. La utopía y sus
mediaciones complejas. En El ensayo como búsqueda y creación.
Universidad Popular de la Chontalpa, Tabasco, México, 2007,
p. 49. [22]
Reyes, Alfonso.
“El presagio de América”; “Capricho de América”; “El
sentido de América” en Obras Completas de Alfonso Reyes XI.
México: FCE, 1960., p., 60. [23] Vasconcelos, J.
La raza, Idem,
p., 102. [24]Arturo A. Roig y Francisco Romero ubican a Vasconcelos entre los fundadores: Roig señala su vocación antiimperialista y Romero acentúa su posición antipositivista. Cfr. Roig, Arturo Andrés; El pensamiento latinoamericano y su aventura; Bs. As., C.E.A.L., 1994, 2t, p. 136; y Romero, Francisco; Sobre la filosofía en América; Bs. As., Raigal, 1952, p.13-14 [25] Dri, Rubén; Racionalidad, Sujeto y Poder. Irradiaciones de la fenomenología del espíritu; Bs. As., Biblos, 2002, p.135 [26] En La raza cósmica, Vasconcelos realiza un utópico análisis del futuro de la humanidad, y más concretamente de Sudamérica, en el que, frente a la idea de exclusión que representa el concepto de selección natural, concede una vital importancia al argumento de síntesis que protagonizará el mestizaje. Debido a la herencia cultural que Sudamérica tiene en este sentido, será allí donde se producirá el surgimiento de una nueva civilización, una nueva raza, la que denomina “raza cósmica”, superadora, por integración, de las diferencias interraciales. Esa raza cósmica, sobre la que ejercerá un especial patronazgo España y que ubica en una ciudad amazónica a la que bautiza con el nombre de Universópolis, tendría como objetivo esencial la extensión de la enseñanza y la cultura por todo el mundo. Sin duda, este último aspecto es una prolongación de la ‘cruzada nacional’ en favor de la educación que Vasconcelos (secretario de Educación desde 1921 hasta 1924) desarrolló en su país tras cesar en dicho cargo. [27] Ver de Vasconcelos, J. La Raza Cósmica. Colección Austral Mexicana. Espasa – Calpe, Mexicana, S. A, México, 1997. [28] Hernández, F. Obra citada, pp. 109 – 110. |
por Bertha Alicia Guerrero Sáenz
Ver, además:
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