La Educación  como formación humana en José Vasconcelos

por M. Sc. Bertha Alicia Guerrero Sáenz

La filosofía de la educación vasconceliana se concreta en su visión de la educación como formación humana, donde conocimiento, valor y praxis, resultan una inseparable unidad. Por eso la educación debe ser metáfora de la vida, tal y como siempre destaca el Dr. Pupo, en sus conferencias sobre Filosofía de la Cultura y la Educación. “Todo sistema de educación esta basado sobre una filosofía de la vida con nombrar algunos filósofos como  Platón, Aristóteles, Santo Tomás de Aquino, Locke, Rousseau, Kant, Spencer, Dewey, quienes han reflexionado acerca de la educación a través de la historia. El plan más antiguo de la educación es el de Platón; Kant la analiza en base a un deber ético; William, Natorp y Durkheim la tratan a nivel sociológico. Spencer la ve más como un proceso de evolución. Dewey realiza un pragmatismo experimental y sociológico. De Houre señala los siguientes vínculos entre Filosofía y Educación:

Vínculo natural.

La concepción de la vida y la educación que se transmiten de padres a hijos.

Vínculo lógico.

La parte central de la educación se manifiesta en sus ideales determinados por la Filosofía.

Vínculo histórico.

Evidenciado por los filósofos  y pedagogos citados a través de la historia.

Vínculo social.

Haciendo hincapié de la sociedad existente entre filosofía y cultura.

Vínculo cultura.

El cual representa los ideales de la vida que son guiados por la Filosofía.

Vínculo humano.

Para lograr el desarrollo educativo del hombre siendo comprendido por la Filosofía.

Vínculo religioso.

La Filosofía de la vida se consuma con la religión y ésta se da a conocer al hombre mediante la educación”[1].

Estas concepciones, si bien resultan interesantes, son abstractas en su contenido conceptual y práctico. No se dirigen a lo esencial: la formación humana integral. 

Para Vasconcelos es necesario un nuevo tipo de hombre, con una nueva forma de vivir. La razón y la ciencia no forman los auténticos valores humanos, es la emoción la que nos hace vivir lo propiamente humano. El filósofo recomienda que los iberoamericanos debemos practicar esa forma de vida y dejemos de imitar al sajón racionalista que revive al universo en lo que tiene de material y biológico y nosotros los latinos e iberos, debemos expresarnos en términos de espíritu. Esa, la sustantivación del espíritu para

El factor constitutivo del iberoamericano es la libertad, porque “la vida artística supone a la libertad”[2], lo anterior se comprende en el sentido de que la libertad humana permite organizar lo dado y ponerlo al servicio del espíritu; hay que actuar por gusto, por entusiasmo o inspiración, y esto sólo se logra en el arte o en la religión.

Vasconcelos pone en manos del iberoamericano su filosofía del futuro, sus  recomendaciones son acerca de lo que podemos, de lo que debemos y de lo que tenemos que hacer. Su filosofía nos compromete ante un futuro no determinado, sino ante un futuro que hay que construir y potencialmente se tienen las mejores oportunidades para vivir mejor, es una utopía necesaria y posible.

La filosofía del futuro que predicó Vasconcelos la destinó para la “raza emocional” o “cósmica”, que identificó con el iberoamericano. Nuestro filósofo mexicano se erigió en defensor de la raza ibera y el portavoz de una cultura emergente. Su filosofía se convirtió en el baluarte del hombre nuevo, del hombre iberoamericano, que superará a sus enemigos los anglosajones, por el espíritu, ya que ellos no logran alcanzar conceptos y valores universales.

La filosofía de Vasconcelos pretende ser el pensamiento perenne que se eleva sobre las vicisitudes de lo concreto, su calidad de vencido le brinda la oportunidad mientras que su vencedor queda atado por los lazos de intereses que tiene que proteger y justificar[3]. La “raza cósmica”, representa la identidad de los pueblos iberoamericanos, que son forjadores de una nueva raza, gestora del hombre nuevo y prototipo de los anhelos del género humano.

El trabajo y la justicia social son valores, pero también constituían principios que apuntaban a los elementos de clase. El trabajo definía al universo de la humanidad que debía liberarse de la enajenación y la injusticia social. Lo trascendente no era el desarrollo de la humanidad ni de la comunidad, sino la orientación educativa a las clases populares lo que liberaría al pueblo mexicano; la educación prepararía para la liberación, fomentaría el trabajo y la militancia y, desde ahí, capacitaría para alcanzar una sociedad sin clases.

¿En este marco cuál era la teoría del conocimiento? Si se considera que el individualismo no tenía cabida en este sistema, es claro que a quien se debía atender no era al individuo sino la totalidad del género humano. Para este sujeto, el conocimiento surgía de la percepción y de ésta se desprendía el concepto, sancionado por la praxis que otorgaba el criterio de la verdad. Aplicar esta teoría educativa no fue posible ante la ausencia del perfil del educando al que se dirigía.

De hecho, los elementos ideologizados disminuyeron la eficiencia del modelo, la práctica educativa fue ajena al fenómeno de la educación y estuvo comprometida con la liberación del hombre inmerso en el proceso de explotación. No había realmente una filosofía educativa sino un proceso contradictorio entre concepciones clasistas, teoría de la liberación e instrumentos ideologizados que devinieron en contradicciones fundamentales.

Se lucharía porque la educación fuera más digna y coherente con las necesidades del país, más libre y más generosa con el desarrollo del individuo, a fin de que las cifras invertidas en su ejercicio se aprovecharan en favor de las nuevas generaciones. Por ello, al dilucidar sobre el contenido de la enseñanza, se inauguró una etapa educativa, donde la calidad de la enseñanza se convertiría en una preocupación constante a la par de los problemas de cobertura.

Para ello, había que fundir la teoría con la práctica, instruir no sólo con la prédica, en obvia crítica a la ideologización educativa, desprovista de un sentido coherente de la realidad, sino practicando con el alumno reglas útiles y sencillas, con base en fórmulas fáciles de aprender y de retener para elevar el nivel de la enseñanza. Una educación equilibrada entre los elementos útiles para enfrentar la vida y la motivación al talento y al dominio de la virtud.

Surgió también el interés por desarrollar un sistema educativo articulado entre todos sus niveles, pero con salidas terminales para aquellos educandos que, por razones extraescolares o por limitaciones personales, no pudieran continuar con sus estudios. En efecto, apareció por primera vez la intención política de velar porque la preparación vital del alumno, cualquiera que fuera el grado en que concluyera su enseñanza, no resultase trunca en lo concerniente a los conceptos fundamentales de la existencia.

Con esa convicción, el ministro señalaba que desde la escuela primaria el educando debía poseer una noción firme y austera del mundo en que vivía. A partir de este conocimiento, elemental sin duda, se podría edificar su preparación posterior ya fuera como autodidacta o, con el tiempo, en otras instituciones educativas con el fin de no incurrir en el analfabetismo funcional.

En ese sentido, se recomendaba que los encargados de diseñar planes y programas de estudio atendieran, sobre todo, la conveniencia de imaginar una sucesión de sistemas abiertos y coordinados. La intención era evitar que el conjunto del sistema educativo se constituyera en una estructura hermética e inflexible, sino que funcionara con escapes de derivación lateral, esto con la finalidad de que todos aquellos que no dispusieran de recursos para continuar estudiando recibieran la oportunidad de cursar carreras cortas.

Se era partícipe de la necesidad de erradicar las verdades absolutas en la enseñanza de la historia, considerando que debíamos ver nuestro pasado desde una perspectiva más amplia al articularla con la historia universal. El objetivo era tener una visión de nuestro país vinculado con el resto del mundo, en lugar de concebir a México como un escenario aislado, hermético y sin contacto con las realidades que le rodeaban.

Asimismo,  se expresaba la necesidad de incorporar en la enseñanza de la historia a los sectores sociales intencionalmente olvidados, o empolvados por los vencedores; llamaba a la conciliación sin justificar acciones, a comprender más que a juzgar las razones de grupos sociales para disentir y luchar por sus ideales para enriquecer nuestro legado histórico al aceptar la diversidad social, pues como señalaba: "la amplitud del alma no es un lujo en el estudio de la historia, sino condición primordial y deber común"[4].

En cuanto a la enseñanza del civismo en secundaria argumentaba en favor de que se adquiriera en el primer año un sentido coherente de lo que era el hombre en la sociedad; en el segundo, se enfocaran los fenómenos económicos, su repercusión en la interdependencia humana y la conveniencia de dar al pueblo una orientación de progreso productivo, conociendo nuestros recursos y explotándolos para un mayor rendimiento en favor de todos los mexicanos; y, en el tercero, se enfatizaran los derechos y deberes del ciudadano, las características fundamentales de un Estado, que no terminaba por constituirse, y las diferencias que guardaban las distintas formas de gobierno que había experimentado el país y el mundo en general a partir del análisis de sus constituciones.

Para que la educación coadyuvara a crear la figura del ciudadano en tanto baluarte de la democracia, esta debía construirse rescatando a un individuo leal, honrado, limpio, enérgico y laborioso; exento de los complejos de inferioridad que tanto afectaban a los mexicanos. Un tipo de ciudadano que, al margen de consignas y corporaciones, respondiera en defensa de la soberanía, y no abdicara de sus derechos y deberes. Una aspiración que, en ese tiempo, estaba lejos de cristalizar pero que orientó el camino a seguir para arribar al México moderno.

En este afán, Vasconcelos, motivó la ampliación de responsabilidades de la educación trascendiendo los linderos de la escuela. La familia debía contemplarse como una colaboradora importante del quehacer educativo gubernamental. Educar a los niños de México para la libertad y la democracia, exigía enseñarles a ser verdaderamente libres y a gobernarse a sí mismos, por lo que se deberían de eliminar los procedimientos de mecanización y de ciega obediencia propios del totalitarismo y el dogmatismo.

La Filosofía de la Educación es base, fundamento de la formación humana, ya que tradicionalmente la educación torna a la filosofía, al amor por la sabiduría. En términos contemporáneos, pudiéramos decir, que apela a la formación, ya que en ella está presente el concepto de cultura como el proceso de su adquisición, de su aprendizaje; pues siguiendo una definición hermenéutica, su raíz traduce literalmente imagen. En este sentido formarse es el proceso de construirse, a sí mismo, una imagen, adquiriendo una cultura, es un problema de búsqueda de identidad. En ese proceso de formación, de construcción de cada quien de su imagen, la hermenéutica, en tanto interpretación, juega un papel de posibilidades infinitas.

Esto coincide o se acerca a la Filosofía de la  Educación presente en las obras del Dr. en Pedagogía y Dr. Honoris Causa en Filosofía Medardo Vitier Guanche y sistematizado por el Dr. Sc. Rigoberto Pupo Pupo. En este sentido, las preocupaciones humanistas de Vitier toman cuerpo en su artículo: “Notas sobre la formación humana”, cuyas finalidades esenciales se dirigen a cultivar “bondad genuina en el individuo y el pensamiento crítico frente a hechos y doctrinas”[5].

Se trata de un programa de carácter sociocultural antropológico, capaz de orientar la formación del hombre cubano. Por eso, al reflexionar sobre el título: ¿formación cultural?, ¿formación intelectual?, se decide por formación humana, en tanto esto, lo humano, en su criterio cualifica la esencia verdadera del hombre bueno, digno, solidario y honesto. Lo humano en Vitier es síntesis de múltiples aprehensiones éticas, estéticas, políticas y culturales. Es el hombre en su plenitud humana cuyas acciones y comportamiento no hacen más que perfeccionar una sólida cultura de los sentimientos y la razón. Esto lo aprendió de Luz y caballero, de Varona, de Martí, de la tradición cubana y de la cultura universal en general de modo original y creador.

Vitier no concibe la formación humana, incluidas la conciencia y la memoria histórica, al margen de la persona humana, como tampoco la concebía Vasconcelos . El hombre, su humanidad, encarnados en un sentido de la vida y apoyado en valores debe presidir el proceso de desarrollo nacional; y la tradición como pivote alientador del presente y memoria histórica que lo actualiza y complementa se inserta al ser nacional para cualificarlo en dirección al porvenir.

Pero siempre teniendo en cuenta que “(…) no es un compromiso total con el pasado para repetir y perpetuar los criterios de antaño. Amar la tradición – recalca Vitier – no implica adherirse sistemáticamente a las normas de períodos que tuvieron sus problemas, muy diferentes de los nuestros. Significa sentir la continuidad de las altas aspiraciones humanas y reconocer que ya antes que nosotros hubo quienes se preocuparon por elevar la condición del país. Significa sentirnos ligados en el tiempo y en el propósito a una obra de salvación nacional, aunque con medios distintos, y significa en fin, un tributo moral a la virtud de los antepasados”.[6] 

La Filosofía de la Educación, en Medardo Vitier, con sólidos fundamentos ético-humanistas capta el ser esencial humano en su movimiento histórico-cultural. Revela la esencia misma del proceso y destaca las múltiples dimensiones en que se despliega. No se queda en el pasado. Se dirige al presente con ímpetu de futuro. Valora en su recto sentido la existencia humana como un proceso infinito de enriquecimiento humano. Se apoya en Martí para cualificar lo sustancialmente humano que preside el desarrollo del hombre y la sociedad que construye. En fin, destaca el lugar y el papel de la educación en la formación humana. Una educación capaz de desarrollar sensibilidad humana y con ella, la revelación de valores, como “propensiones superiores del hombre”[7].

Es que “...la educación es un hacer total, y por lo tanto, consciente; ella comunica la formación de la personalidad de una persona a otra. No merece llamarse educación  ni la asimilación inconsciente o semiconsciente por la que los jóvenes se van asemejando a los adultos, ni el procedimiento que se limita a regular las tendencias juveniles mediante ciertas normas y disposiciones, sin preguntarse si los efectos resultantes profundizarán suficientemente en la vida espiritual del alumno y cómo se cambiarán dentro de ella en un resultado de conjunto”.[8]

En fin, el enfoque cosmovisivo  de Vasconcelos de la educación como formación humana, está lleno de implicaciones: heurísticas, hermenéuticas, metodológicas y prácticas, pues ante todo, porque le imprime carácter cultural a la educación. Aquí su filosofía humanista, independientemente de la existencia de un a priori estético  (especulativo) integrador, aterriza para conformar las bases de la educación mexicana sobre fuertes soportes, es decir, la cultura como matriz  de todos los proyectos formativos. Esto determina trascendencia y actualidad a su obra utópica reveladora.

Notas:

[1] http://wwwuniversidadabierta.edu.mx 

[2] (Villegas, 1979: 98).

[3] (Ibíd.: 70).

[4] Citado por Torres Bodet, 1944, p. 126.

[5] M. Vitier: “Notas sobre la formación humana”. Revista cubana. Enero – Dic. 1948, p. 132.

[6] M. Vitier: Valoraciones I. Universidad de las Villas, 1960, p. 246.

[7] Ver Pupo, R. Medardo Vitier y la cultura cubana. En proceso de edición por la editora Política.

 

 

por Bertha Alicia Guerrero Sáenz

aligrosa@yahoo.com.mx

 

Ver, además:

 

                     José Vasconcelos en Letras Uruguay

 

                                                        M. Sc. Bertha Alicia Guerrero Sáenz en Letras Uruguay

 

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