Contrato social, aporía y pos Apocalipsis en

Los perros del fin del mundo y Ciudad de zombis de

Homero Aridjis
Ensayo de Aurelio Iván Guerra Félix

Universidad de Sonora

La ficción posapocalíptica, es decir, la ficción sobre lo que sucede después del fin del mundo, suele imaginar el colapso de las instituciones básicas que permiten el funcionamiento de una sociedad con el fin de dar lugar a la reflexión sobre el contrato social. De ahí que usualmente se piense en esta ficción como un género didáctico y, paradójicamente, hasta optimista, pues nos señala qué debemos tomar en cuenta como sociedad e individuos para sobrevivir, no al Apocalipsis, sino al después del apocalipsis (Curtis 17), a la vez que alaba la capacidad de quienes logran empezar una nueva sociedad desde cero con un contrato social actualizado. Esto, por lo menos, en obras clásicas de este género.

Pero no todas las ficciones de este tipo son felices. Algunas son trágicas a su propia manera. Hay obras en las que el fin sí es el fin y la existencia continúa pero sin llegar a un nuevo contrato social. Tal es el caso en la mayoría de los textos mexicanos que podríamos incluir dentro de esta categoría. Reflexiono aquí sobre el sentir contemporáneo en torno al contrato social en México a partir dos novelas recientes de Homero Aridjis, Los perros del fin del mundo y Ciudad de zombis; dos obras muy similares entre sí y de carácter absurdo en tanto que colocan al hombre en “estado natural” participando del contrato social, según la teoría clásica de esta filosofía política. Si bien estas novelas no representan escenarios explícitamente posapocalípticos, pues en ninguna de ellos se menciona que el mundo ha terminado, mi propuesta es que la situación de vida política e individual imaginada en estas obras sólo es posible desde una lectura que perciba las cosas como en un más allá de los límites del fin.

A continuación un poco de los lugares comunes sobre la teoría clásica del contrato social. Thomas Hobbes, en Leviatán, alega que el hombre en estado natural, es decir viviendo según las leyes de la naturaleza, se encuentra en guerra perpetua (151); que la vida en esa situación es solitaria, pobre, brutal y breve (84). Por lo tanto, algunos teóricos del contrato social, incluyendo a John Locke y al mismo Hobbes, suponen que los hombres no permanecen en ese estado natural sino que, gracias a un hipotético contrato social, desarrollan instituciones sociales, civiles, políticas, etcétera (Waldron 52), que les permitan mejorar su condición de vida (Martin 246). De lo anterior se desprende una progresión en la que el hombre natural deja de serlo al pasar a formar parte de una organización social que le exige que contribuya a generar el bien común (Forsyth 43). Por supuesto que Locke y Hobbes, ambos, entendían que el hombre no pierde sus instintos naturales por el simple hecho de organizarse en sociedad, sino que afirman que el individuo se reprime, por decirlo en términos modernos, a favor de los beneficios que la sociedad aporta (Forsyth 47; Boucher 13).

Estas dos novelas de Aridjis representan una imagen sumamente pesimista de México, pues exagera mediante la acumulación de sucesos los problemas que sabemos existen en el país, es decir, el narcotráfico, la trata de personas, la extorsión, el secuestro, la corrupción política; la pérdida de valores cívicos y morales asociados con la decadencia de la familia como institución y la pobreza educativa, así como la violencia de género y como todo tipo de criminalidad y vandalismo concebible. El México de estas novelas no podría ser un sitio más distópico, ni siquiera si se representara como un mundo explícitamente posapocalíptico, pues es imaginado como un lugar en estado natural hobbesiano de “todos contra todos” y en donde la existencia, más allá de los placeres inmediatos y futiles que se puedan tener, carece totalmente de sentido.

Sin embargo sucede que, a pesar del terrible escenario que he descrito arriba, la nación continúa su vida como tal; es decir, las instituciones propias del contrato social clásico siguen visibles como telón de fondo al irse desarrollando las acciones de estas dos novelas. Por ejemplo, no solamente se cuenta con un gobierno democrático y republicano, sino que además los ciudadanos gozan de servicios de comunicación y transporte, de infraestructura urbana, de seguridad social, de seguridad pública, etcétera, servicios que en su existencia misma cancelan una lectura posapocaliptica desde las convenciones tradicionales del género. El pensamiento lógico nos impide aceptar esta situación porque sus elementos son mutuamente contradictorios.

La aporía en estas obras se da en tanto que el orden esperado del contrato social y el caos resultante de la vida del hombre en estado natural, contrarios como son, ocupan el mismo espacio. Este oxímoron, como es de esperarse, produce en la novela escenas absurdas e imposibles según el orden racional, pues se nos da de facto una organización social, pero los partícipes de esta sociedad viven y actúan más allá de los límites que permitirían mantener esa comunidad imaginada en pie. Metafóricamente se antoja como una estructura flotando en el aire sin una sola columna de soporte. Una cita tomada de la novela Los perros delfin del mundo nos ofrece esta paradoja:

Varios emos estaban reunidos debajo de la estructura metálica de la línea 2 del Metrobús [... ] Allí vienen los punketos —un emo descubrió a los miembros de una tribu rival que invadía su territorio [. ] Los emos se lanzaron al ataque. Los punketos huyeron [. ] En ese momento un comando de policías con chalecos antibalas y tatuajes en los brazos empezó a disparar [. ] bloquearon las salidas para que los emos y los punketos no pudieran escapar [. ] dispararon a diestra y siniestra, alcanzando a algunas personas que pasaban por la plaza [. ] se fueron los policías, pero llegaron los granaderos con garrotes y escudos para tundir a los caídos [. ] no eran policías, eran sicarios disfrazados. Se equivocaron, vinieron por los miembros de una banda rival [.] en eso irrumpieron los Hare Krishnas con cantos y bailes. (69-71)

En la cita anterior, que verdaderamente es sinecdótica de las novelas, vemos que se nos presenta una sociedad organizada. Sin embargo, tanto policías como civiles se comportan de manera que hace imposible imaginar la supervivencia de dicha sociedad. La novela no se cuestiona quien, como podría hacerlo el lector, opera el metrobús o construye las estructuras metálicas y las plazas si todo mundo se encuentra en guerra perpetua, robando, secuestrando, traficando drogas o personas, etcétera.

Esta aporía que observo en estas novelas de Aridjis, sugerida como la condición actual de la vida en México, va más allá de la ficción, pues ha sido ya registrada por algunos observadores de nuestra realidad. Escribía Carlos Monsiváis en Los rituales del caos: “México, ciudad post-apocalíptica. Lo peor ya ocurrió [. . .] y sin embargo la ciudad funciona de modo que a la mayoría le parece inexplicable” (21). En este pasaje se hace referencia al problema específico de la sobrepoblación del Distrito Federal, pero quiero subrayar que lo que está de fondo es una reflexión sobre los excesos, es decir, sobre una situación de vida que desafía la lógica, ya que supera los límites de lo posible.

Esta aporía de lo posible en México que nos presentan las novelas de Aridjis se resuelve recurriendo a las teorizaciones sobre la condición de la existencia al traspasar los límites del fin de los tiempos. En particular, al concepto lacaniano de la segunda muerte apropiado por Zizek en El sublime objeto de la ideología en donde distingue entre: “la muerte natural, que es parte del ciclo natural de generación y corrupción, de la transformación continua de la naturaleza, y la muerte absoluta —la destrucción [o] la erradicación del ciclo, que entonces libera a la naturaleza de sus propias leyes y abre el camino a la creación de nuevas formas de vida ex nihilo” (180). Esta diferenciación permite reflexionar sobre las manifestaciones artísticas que representan la vida después del fin, lugar, dice Zizek, habitado por “monstruos aterradores” (181).

El México absurdo e inviable de las novelas de Aridjis no representa, por lo tanto, los dos estadios clásicos del imaginario sobre la nación: no nos ofrece a la civilización en pugna con la barbarie, que sería el modelo tradicional de concebir un país en formación, sino el otro extremo: el de la nación en su decadencia final, que no es otra cosa que una representación del excedente de vida una vez que se ha destruido la continuidad del ciclo. En la nación posapocalíptica de Aridjis, todos los habitantes, lo sepan o no, son seres monstruosos, o usando la misma nomenclatura de Ciudad de zombis: “muertos en vida”, “zombis” o “vivos muertos” que habitan un contrato social que no puede ser más que un cascarón que ha dejado de tener significado como contrato y es sólo una ruina que se presta para permitir ese excedente de vida en espera de su inevitable aniquilación total.

Esta imagen del posapocalipsis como un plus ultra, como lo que queda de vida después del fin, puede observarse cuando en la novela Ciudad de Zombis México es invadido por los Estados Unidos a la vez que el gran señor del crimen de Misteca, Carlos Bokor, el Señor de los zombis, ha sucumbido, presuntamente, ante las fuerzas del orden. En ese momento se nos narra una manifestación ciudadana:

creí que eran estudiantes que se oponían a la invasión norteamericana, pero no, eran meseras, teiboleras, colegialas, empleadas de comercios y oficinas, amas de casa, reinas de belleza, y hasta niñas, con playeras, pantaloncillos, gorras y zapatos blancos protestando por la muerte del Señor de los Zombis [...]. Acompañadas de música de banda y de tambora, y de pancartas. Un zombi vivo muerto mostraba un letrero: Misteka no te ekivokes aun muerto soy tu dueño: Carlos Bokor. Una chica con sudadera roja agitaba una cartulina: Bokor, te amo, hazme un bebé. Portaba un cartel un niño enmascarado: Bokor, yo kiero ser sikario. Dos mujeres topless expresaban: Bokor es un asesino, pero es nuestro asesino. Una pancarta decía: Vivan nuestros narkos y tiranosaurios que mantienen prósperos nuestros picaderos y burdeles, amamos sus jeringas y sus armas largas, sus coches y sus putas último modelo. (4443-4457)

Las ocupaciones de algunos de estos manifestantes remiten a actividades propias de una sociedad organizada en torno a un contrato social: meseras, colegialas, empleados de ventas, que requieren a su vez, restaurantes, escuelas y comercio, pero también es evidente por lo que se exige en las pancartas que este grupo heterogéneo se manifiesta —actividad, paradójicamente y sea dicho de paso, sólo posible, dentro de un contrato social— para declararse a favor de un estado anti-social, o estado natural hobbesiano.

La ficción posapocalíptica mexicana como la que observamos en estas dos novelas no es optimista: no propone al final una reorganización social, ni siquiera intenta señalar los males del país con la esperanza de que estos se corrijan, sino que ofrece una mirada cínica y fatalista de este mundo. La visión posapocalíptica de estas novelas, y otras muchas obras similares de ficción en México tanto literarias como cinematográficas, surge de preocupaciones que son distintas a las de los textos occidentales de este género, preocupados en su mayoría por lo que Zizek ha denominado los cuatro jinetes del apocalipsis contemporáneo, a saber, “la crisis ecológica, las consecuencias de la revolución biogenética, los desequilibrios dentro del propio sistema [...] y el explosivo crecimiento de las divisiones y exclusiones sociales” (Viviendo 8).

A diferencia de la ficción tradicional de este género, la ficción posapocalíptica mexicana no se imagina escenarios apocalípticos como ficciones, como amenazas o advertencias, sino que retrata las condiciones de vida existentes como si ya fuesen las condiciones de un mundo verdaderamente posapocalíptico. Es decir, como un hecho. El apocalipsis ya sucedió: lo inventamos como sociedad justo en el momento en el que decidimos tener a la mano en nuestro imaginario tal evento para permitirnos justificar el fracaso de nuestra nación según los estándares más aceptados. Por ejemplo, en su libro De la conquista a la independencia Fernando Benítez parece ubicar este apocalipsis en la conquista y la colonia: “Las veinte colonias que fueron [de España] se debaten hoy en la mayor crisis de su historia. Abrumados de desigualdades heredadas de España sufren incontables problemas; sus cincuenta o sesenta millones de indios son aún los condenados de la tierra. La censura, la inquisición, la rapiña, la falta de educación política, el cacicazgo, los cuartelazos, los modos de sujeción siguen vigentes: son la herencia viva del colonialismo” (Benítez 16). Así, desde esta visión, posapocalípticos que somos los mexicanos, muertos vivientes, no podemos sino seguir con nuestro excedente de vida en un estado natural sobre un contrato social sin vigencia, pues de nada sirve reorganizarse socialmente si solo se espera el exterminio final y absoluto que viene con la segunda muerte.

Bibliografía:

Aridjis, Homero. Ciudad de zombis. México: Alfagura, 2014. Edición Kindle.

                  _. Los perros del fin del mundo. México: Alfaguara, 2012.

Benítez, Fernando. De la Conquista a la independencia. México: Ediciones Era, 2012.

Boucher, David y Paul Keller. “The Social Contract and its Critics. An Overview” The Social Contract from Hobbes to Rawls. Eds. David Boucher y Paul Keller. London: Routledge, 1994. 1-34.

Curtis, Claire P. Postapocalyptic Fiction and the Social Contract: We'll Not Go Home Again. New York: Lexington Books, 2010. Edición Kindle.

Forsyth, Murray. “Hobbes Contractarianism: A Comaprative Analysis”. The Social Contract from Hobbes to Rawls. Eds. David Boucher y Paul Keller. London: Routledge, 1994. 35-50.

Hobbes, Thomas. Leviathan: Or, the Matter, Forme & Power of a Commonwealth, Ecclesiasticalland Civill. Ed. A. R. Waller. Cambridge: Cambridge UP, 1904.

Martin, Rex. “Economic Justice. Contractarianism and Rawls's difference principle”. The Social Contract from Hobbes to Rawls. Eds. David Boucher y Paul Keller. London: Routledge, 1994. 245-266.

Monsiváis, Carlos. Los rituales del caos. México: Ediciones Era, 2014.

Waldron. “Social Contract Versus Political Anthropology”. The Social Contractfrom Hobbes to Rawls. Eds. David Boucher y Paul Keller. London: Routledge, 1994. 51-72

Zizek, Slavoj. El sublime objeto de la ideología. Trad. Isabel Vericat Nuñez. Buenos Aires: Siglo XXI Editores, 2003.

                _. Viviendo en el final de los tiempos. Trad. José María Amoroto Salido. Madrid: Akal, 2012.

 

Ensayo de Aurelio Iván Guerra Félix
Universidad de Sonora

 

Publicado, originalmente, en: Memorias del Coloquio Internacional de Literatura Mexicana e Hispanoamericana Número 1 II Diciembre 2015 II 89-94

Memorias del Coloquio Internacional de Literatura Mexicana e Hispanoamericana es una publicación bianual, editada por la

Universidad de Sonora, a través del Departamento de Letras y Lingüística.

Link del texto: http://www.memoriasdelcoloquio.uson.mx/memorias/memoriasdelcoloquio2015.pdf#%5B%7B%22num%22%3A135%2C%22gen%22%3A0%7D%2C%7B%22name%22%3A%22XYZ%22%7D%2C82%2C706%2C0%5D

 

Ver, además:

Homero Aridjis en Letras Uruguay

 

Editado por el editor de Letras Uruguay

Email: echinope@gmail.com

Twitter: https://twitter.com/echinope

facebook: https://www.facebook.com/carlos.echinopearce

Linkedin: https://www.linkedin.com/in/carlos-echinope-arce-1a628a35/ 

 

Métodos para apoyar la labor cultural de Letras-Uruguay

 

Ir a índice de ensayo

Ir a índice de Aurelio Iván Guerra Félix

Ir a página inicio

Ir a índice de autores