José
Martí, heredero de una tradición cultural de lectores que tiene en La
Habana del siglo XIX notables ejemplos como, Félix Varela, José Antonio
Saco, José María Heredia, Antonio Bachiller y Morales, José de
la Luz
y Caballero y su propio maestro Rafael María de Mendive, entre otros
destacadísimos intelectuales; había creado una concepción muy aguda
sobre el valor del libro como soporte de información y cultura.
Lo había probado en sí mismo,
inteligente y audaz en sus lecturas casi clandestinas en la biblioteca de
los Valdés Domínguez, en sus traducciones tempranas y en la copia
necesaria del libro que no puede comprar. Él conoce el valor de la
lectura, por ella y con ella crece y por esta razón valora la
necesidad de “ser culto como el único modo de ser libre”
“Un libro nuevo es siempre un motivo de alegría, una verdad que nos
sale al paso, un amigo que nos espera, la eternidad que se nos adelanta,
una ráfaga divina que viene a posarse en nuestra frente. Tendemos
involuntariamente las manos hacia toda obra que nos es desconocida, como
involuntariamente tendemos siempre el alma en busca inquieta de la gran
verdad. Nos parece que cada libro es una respuesta a nuestras ansias, un
paso más adelante hacia el cumplimiento final de nuestros incógnitos
destinos. Como que al tender las manos a él vamos a empujar un poco más
la puerta que nos separa del misterioso mundo donde se cumplen entre
tinieblas las maravillosas revoluciones de lo eterno”[1]
Con esa valoración que sobre los libros y
la lectura no es difícil comprender su admiración por Antonio
Bachiller y Morales, considerado el padre de la bibliografía cubana y a
quien conoció ya muy anciano en 1889, cuando venerable y curioso registraba
los puestos de vendedores de libros de uso:
“Luego
de escribir bajaba a pie, revolviendo despacio las mesas de los librovejeros[2],
por si hallaba un “tomo de Spencer que no valiera mucho” o de
Darwin, “que de ningún modo le parece bien”, o de un Caselles
que anda por ahí (…) Un día compraba un “Millevoye” de Ladweat
(…) Otro día llegaba dichoso al término del viaje, que era la librería
de su yerno Ponce de León, porque en un mismo estante había encontrado
la edición de Lardy de Derecho Internacional de Blüntschli y
la Fascinación
de Gula donde cuenta los mitos semejantes a los indios de Haití el
nacimiento y población de los cielos escandinavos (…)[3]
Nótese la forma de llamar al
vendedor de libros de uso, y la exaltación del placer del sabio
en este encuentro con el conocimiento nuevo que le brinda el descubrir,
lo no leído o la nueva versión de lo conocido, placer compartido por
el Apóstol cubano, quien no escatimó ocasión para expresar su opinión
sobre el libro como vehículo de cultura:
“(…) Bien es que entre los
libros, porque no hay serie de objetos inanimados que no refleje las
leyes y órdenes de la naturaleza viva, hay insectos: y se conoce el
libro león, el libro ardilla, el libro escorpión, el libro sierpe. Y
hay libros de cabello rojo y lúgubre mirada (…)[4]
Comenta con admiración la calidad y abundancia de los libros franceses
y expresa la esperanza de que se difundieran por
la América
hispana ese afán de publicar y leer, “(…) y hay derecho a
esperar que creciendo el interés ya despertado, pronto serán
obras, vulgares las que sobre ciencias, lenguas, letras y artes lo son
en Europa y en algunas repúblicas latinas, y a nosotros y a otros
pueblos nos parecen aún obras llenas de misterios y maravillas”[5]
Más adelante expresa: “Los
libros consuelan, calman, preparan, enriquecen y redimen (…).- Leer es
una manera de crecer, de mejorar la fortuna, de mejorar el alma (…)”[6]
Al referirse a los fines de la
publicación francesa “
La Revista
”, dedicada a la reseña de libros, el Apóstol cubano define a
los libros como la “armadura” del hombre moderno y los califica de
“inmortales”
En la revista
La América
de Nueva York, noviembre de 1883, aparece un artículo de José Martí
en el que reseña el modo de imprimir un libro, el valor que para la
cultura y la educación tienen los mismos y todo el mundo fabril y
humano que late de forma anónima detrás de la impresión del mismo:
“Pero antes de que lo lleve la fortuna a manos piadosa o brutales, ¡cuántas
manos, y cuán diestras y beneméritas, pone sus artes en el libro! ¡Qué
séquito de inventos! ¡Qué lujo de máquinas, estos obreros de hierro!
¡Qué minuciosos y artísticos cuidados del formador, del preparador,
del prensista, del obrero hombre, máquina por ninguna otra vencida!
(...)”[7]
Es su homenaje al obrero que imprime, al hombre que hace posible que
esta maravilla de conocimiento legue a nuestras manos y con el cual se
siente muy identificado, años después, en plena labor revolucionaria
será el alma de su periódico “Patria”, escrito, revisado y
preparado por él junto a los cajistas y tipógrafos, sus hermanos de
esfuerzos por abrir caminos, por eso dice: “¡Se llena el pecho de
amor viendo a tantos hombres trabajar en el pensamiento”[8]
A los libros dedica buena parte de
sus trabajos periodísticos, desde la revista “
La América
” de Nueva York, en la que colabora de forma asidua; se propone
reseñar obras que fueran importantes para los pueblos
hispanoamericanos, “(…) hablamos de esos libros que recogen
nuestras memorias, estudian nuestra composición, aconsejan el cuerdo
empleo de nuestras fuerzas, fían en el definitivo establecimiento de un
formidable y luciente país espiritual americano, y tiende a la
saludable producción del hombre trabajador e independiente en un país
pacífico, próspero y artístico(...)[9]
Martí se contenta con el triunfo
alcanzado por el científico cubano Felipe Poey con su libro sobre la
ictiología de Las Antillas, premiado en Europa y elogiado en Norteamérica.
Levanta con su palabras un
monumento a Antonio Bachiller y Morales, un enciclopedista cubano, al
que no duda en calificar de, “Americano apasionado, cronista
ejemplar, filólogo experto, arqueólogo famoso, filósofo asiduo,
maestro amable, literato diligente (…) orgullo de Cuba (…) y ornato
de la raza”[10]
Muchos otros autores cubanos e
hispanoamericanos son reseñados por él, cuando aparecen sus libros que
considera de utilidad pública o va cumplir un rol social importante.
Algo similar hará con los libros
impresos en los Estados Unidos o de Europa, países que elogia por
la gran cantidad y calidad de libros que producen, señalando como
un mérito para las editoriales norteamericanas por sobre las europeas
el hecho de publicar un mayor número de libros de ciencias, “prácticos
y útiles que expanden el conocimiento”.
Agudo en su juicio no se dejar
seducir por la novedad, ni el gigantismo de la sociedad estadounidense y
sus artículos sobre libros los dirige a su modesta América, necesitada
de un mayor impulso en su desarrollo y el reencontrarse con sus raíces
preteridas.
“Cada libro nuevo, es
piedra nueva en el altar de nuestra raza. Libros hay sin meollo, o de
mero reflejo, que en estilo y propósito son simple exhibición en
lengua de Castilla de sistemas inmaduros, extranjeros, e introducción
desdicha en nuestras tierras nuevas, ingenuas, aún virtuosas y
fragantes(…)”[11]
Sus valoraciones del libro como
fuentes de conocimiento, las comparte con las revistas que aparecen a
fines del siglo XIX en los Estados Unidos y Europa, no como prensa
literaria propia de poesía u otras formas de la literatura , sino como
vehículo de divulgación científica y cultural en general:
“Leer una buena revista
es como leer decenas de buenos libros: cada estudio es fruto de
investigaciones cuidadosas, ordenados extractos y composición hábil de
libros diversos (…)”[12]
Así vio Martí al libro, factor
importante en la expansión de la cultura, que él creyó necesario
hacerla llegar a todas las capas sociales, primero alfabetizando a los más
humildes y luego incentivando la aparición de bibliotecas públicas con
horarios nocturnos para permitir que “(…) vayan, como a un hogar
de alma y cuerpo en que ambos reciben amparo del frío (…)”[13]
Sus ideas en cuanto al uso del
libro para el mejoramiento humano sientan las bases para la concepción
actuales de desarrollar la cultura general integral que se impulsa en
Cuba.
Sus preocupaciones porque la
información más avanzada llegue a los pueblos de América Latina y de
que fuera el libro el vehículo de transmisión cultural más
importante, no ha perdido vigencia y amerita meditar sobre este soporte
de conocimiento que parece ceder ante las nuevas tecnologías y el que
siempre tendrá un espacio en la cultura humana, tenga la forma que
tenga.
Notas:
[1]
Obras Completas de José Martí, Tomo XV: 189-190. La Habana, 1975
[2]
Palabra que designa al vendedor de libros viejos y que parece un
neologismo de Martí
[3]
Obras Completas de José Martí. Tomo V: 150, La Habana 1975
[4]
Obras Completas de José Martí. Tomo XIII: 420, La Habana 1975
[5]
Obras Completas de José Martí, Tomo XV: 189-190. La Habana, 1975
[7]
Obras Completas de José Martí. Tomo XIII: 420, La Habana 1975
[9]
Obras Completas de José Martí. Tomo VIII: 314, La Habana 1975
[10]
Obras Completas de José Martí. Tomo V: 96, La Habana 1975
[11]
Obras Completas de José Martí. Tomo VIII: 313, La Habana 1975
[12]
Obras Completas de José Martí. Tomo XIII: 437, La Habana 1975
[13]
Obras Completas de José Martí. Tomo IV: 239, La Habana 1975
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