Sentido filosófico – cultural del discurso de Justo Sierra
por Dra. Rosa Idalia Guajardo Bernal

Entre los grandes  méritos de la obra educativa de Justo Sierra, está  el sentido filosófico cultural de su discurso. Cualidad que le sirve de sustento  para concebir la educación como formación humana, y evadir incluso algunos presupuestos de su filosofía positivista evolucionista. Es que la humanidad del hombre conduce inexorablemente a aterrizar sus ideas en la praxis real, y al mismo tiempo poner todas sus fuerzas intelectivas a resolver los problemas sociales e individuales y cotidianos que sufre el pueblo. Él fue un hombre de pensamiento, pero también de acción, además caracterizado por una sorprendente sensibilidad humana. Y su obra, un producto de la actividad, concretado en la cultura. Por eso sus programas educativos, tienen un fuerte asidero cultural. 

Es que la cultura adviene, funciona y se desarrolla como ser esencial humano. La humanidad, la sensibilidad, son  momentos determinantes de ella, y del sentido cultural de todo discurso humanista y con propósitos constructivos en pos del ser humano, sus necesidades e intereses[1].

Según  Ernest Cassirer,  “la característica sobresaliente y distintiva del hombre, no es una naturaleza metafísica o física, sino su obra. Es esta obra, el sistema de las actividades humanas, lo que define y determina el circulo de su humanidad”.[2] 

Etimológicamente, el  término cultura proviene del latín cultus, forma de supino del verbo colere, que inicialmente significaba cultivar. Así, los términos agricultura, piscicultura, o viticultura, por ejemplo, significan cultivo del campo, cultivo de peces o cultivo de la vid. A su vez, cultus significaba el estado de un campo cultivado. En tanto que el cultivo de un campo precisa de un constante esfuerzo, el sustantivo cultus adquirió, por una parte, el significado de cuidado y pasó a significar culto en el sentido religioso (por el cuidado o «culto» constante de los dioses realizado por los sacerdotes) y, por otra parte, pasó a considerarse culto todo ser humano que cultivase su espíritu. En este segundo sentido, se seguía la metáfora, ya existente en la Grecia de la época sofista, consistente en considerar el espíritu como un campo. El hombre inculto sería, pues, como un campo sin cultivar, mientras que el hombre culto sería aquél que tendría cuidado de su espíritu. En este sentido, el término cultura se entiende aplicado al ámbito del individuo, y en este ámbito mantiene una cierta relación con el término griego paideia.

En los siglos XVII y XVIII el concepto se amplía, entendiéndose por cultura aquello que el hombre añade a la naturaleza, sea en sí mismo (cultivo de su espíritu), sea en otros objetos, tales como utensilios, herramientas, procesos técnicos, etc., (de donde surge la idea de bienes culturales o de cultura material, de manera que la cultura se entiende como la intervención consciente del hombre frente a la naturaleza. Esta ampliación se efectúa, especialmente, durante la Ilustración y Kant la define como “la producción en un ser racional de la capacidad de escoger sus propios fines”[3], en el sentido de otorgar fines superiores a los que puede proporcionar la naturaleza misma.

Por otra parte,  en ciertos ámbitos, la noción de «cultura» pasó a ser sinónimo de actividad propia de las clases sociales adineradas: lectura de libros “cultos”, audiciones musicales, actividades artísticas, etc.

Finalmente, en Alemania el término Kultur adopta el carácter de acentuación de las características, particularidades y virtudes de una nación, lo que emparienta esta noción con la de tradición (que procede del latín tradere, transmisión, y que recalca la necesidad de transmisión para que pueda existir la cultura), mientras que en Francia y Gran Bretaña se prefería, en este sentido, el término civilización.

En fin, podemos notar varios  momentos en la evolución del concepto de cultura: 1) inicialmente se entendía como el cultivo del espíritu en un sentido individual; 2) posteriormente, especialmente a partir del siglo XVII, se confronta la cultura con la natura (la noción antigua de cultura como cultivo del espíritu no tiene por qué contraponer cultura a naturaleza) y se añade el aspecto de actividad consciente, con lo que el término cultura se asocia solamente a la actividad humana; 3) a ello se añade la dimensión social de la cultura, que cristaliza en la noción de bienes culturales o de cultura material, y que presupone una acción colectiva, es decir, la colaboración de muchos en la comunidad humana; 4) por último se asocia, aún de manera elitista, a una situación social privilegiada. Además, se crea la confrontación con el término civilización y se relaciona con el término tradición.

Según la enciclopedia universal Encarta de donde hemos extraído algunas ideas relacionadas con el origen y evolución del término cultura, sus diferentes usos, la definición actual de cultura brindada por la Antropología cultural, sintetiza todos estos momentos, en tanto, es precisamente, la cultura, su objeto de estudio. En este sentido, cuando desde la Antropología se trabaja la definición de cultura, esta se refiere al conjunto de los diversos aspectos de la conducta humana que son aprendidos y que se transmiten a lo largo de la historia por aprendizaje social.

Evidentemente, con esta definición de cultura podemos estar de acuerdo. Es indudable que cuando hablamos de cultura, nos referimos a un proceso de asimilación- internalización de modos de hacer y pensar que son trasmitidos de generación a generación, y aprehendidos gracias a una socialización.

Sin embargo, esta no es la única definición de cultura. Existe un sinnúmero de definiciones, no se sabe el número exacto. Lo que sí se sabe, en lo que sí se ponen de acuerdo los estudiosos del tema, es que esto se debe a la complejidad y dimensión que este fenómeno abarca, pues está presente en todas las esferas de la vida social. Es por ello, que existen un conjunto de ciencias, que casi de manera obligada, se ven precisadas a definir qué es cultura, entre las que más se destacan, están, la Historia, la Sociología, la Antropología, la Etnografía, la Psicología y, por supuesto, la Filosofía.

Desde la perspectiva filosófica, se destacan dos modos tradicionales de asumir la cultura. Uno, la define, a partir, de lo que se suele llamar, un enfoque estrecho y, la otra, a partir de una interpretación amplia de su contenido. La interpretación más usual de cultura, es precisamente la que se corresponde con la  concepción estrecha, ella opera, por regla general, en el pensamiento común y es la que tiende a identificarla sólo, con la vida espiritual de una sociedad.

Sin embargo, reducir la cultura  sólo a  esta esfera de la vida social, es desconocer, una determinación esencial de la actividad humana, del sujeto como ente creador y transformador. En éste sentido, podemos hablar entonces, de una cultural no sólo espiritual, sino también una cultura material. Aquí, estamos de hecho manejando, lo que se conoce en el ámbito académico, como concepción amplia de cultura.

Para  Jacobo Muñoz: “La raíz latina de la palabra cultura, como se mencionó anteriormente, es colere, expresión que abarca desde el cultivo de la tierra para hacerla fértil a la protección o salvaguardia de un territorio determinado. En sus Tusculanae Disputationes, Cicerón hace eco de este significado cuando compara el proceder cultural y filosófico con la siembra y cultivo de los campos. Este significado de cultura como educación, formación, desarrollo o perfeccionamiento de las facultades intelectuales y morales del hombre ya recoge el matiz de la humanización en oposición al mundo natural o animal”.[4]

Como puede observarse, la palabra cultura hace referencia a aquello que deriva de la acción del hombre, como lo consideraban los antiguos, ya que  se relacionaba estrechamente con todo aquello que formaba parte de su vida diaria y que hacía referencia a su forma de pensar, de alimentarse, de convivir, del desarrollo de la comunidad, etc.

Ese significado de cultura como zona educativa (paideia), es de suma importancia, especialmente a lo largo de los siglos, ya que cada pueblo irá agregando algún elemento que tenga que ver con su forma de pensar y de actuar, así como aquello que de algún modo sea característico a su gente o producido por ella.

En la obra de Sierra, si bien el concepto cultura, en tanto tal, no es desarrollado en toda su magnitud conceptual, sí lo abordó desde el punto de vista de su significación humana. En esta dirección sigue la herencia griega, es decir, concibe la cultura ante todo como producción humana que incluye tanto lo material como lo espiritual, es decir, como un espacio que forma y construye. Algo así como la función de la paideia griega.

Por eso,  Justo Sierra nos  aclara que el ser no puede ser cerrado en sí mismo. Se requiere de apertura, tanto en el diálogo como el intercambio de formas de desenvolverse en ese ambiente en el que cada ser humano se encuentra,  y a pesar de la presión que ejerció el grupo católico mexicano, al no aceptar los planteamientos de carácter darwinista y spenceriano, realizados en sus primeros pliegos, Sierra corrigió y suprimió, al parecer, algunas de sus afirmaciones, pero siguió en su línea evolucionista, en pos de la cultura y el mejoramiento humano.

Es el hombre el que humaniza el entorno, no el animal que no se sabe ahí y que no es capaz de reflexionar. Por ello es que el ser humano se estimula a través de los problemas que va viviendo cada día, y del mismo modo corre riesgos en cada una de sus acciones, y sobre todo va detectando entre las señales observadas, aquello que requiera  de la toma de decisiones que le llevarán a una acción transformadora de su entorno y por lo tanto de su persona. Por eso, Sierra, advertía en relación al hombre y su evolución en la sociedad:

“Si el hombre no puede tener derechos absolutos, sí tiene que conformarse y de hecho se conforma, a pesar de todas las declamaciones de los metafísicos, a las necesidades del medio social en que vive, en cambio, su evolución a través de la historia ha tenido estos dos caracteres: la tendencia de la sociedad a organizarse mejor, la tendencia del individuo a ensanchar su actividad: estos dos movimientos coinciden tan íntimamente que son como dos fases de uno solo. La una fase es lo que llamamos los evolucionistas la integración, la otra es la diferenciación.[5]

Ernesto Rocha comenta: “Una breve definición sería: “cultura es la parte del ambiente creada por el hombre”. En esta definición va implícito el reconocimiento de que la vida del hombre transcurre en dos escenarios: el natural o (hábitat) y el social o (ambiente social). La definición implica también que la cultura es más que un fenómeno biológico: abarca todos los conocimientos que el hombre ha adquirido consciente o inconscientemente”[6]. Naturalmente, no sólo conocimiento, sino valores, praxis, comunicación, en sus momentos material y espiritual, y como siempre enfatiza el Dr. Pupo, es al mismo tiempo, medida de ascensión humana.

En una idea parecida a la de Justo Sierra, Rocha, nos hace ver que ese ambiente que es creado por el hombre, es a lo que se llama cultura, y definitivamente el hombre lo va creando con su acción diaria, acción en la que reflexiona sobre lo que vive, sobre lo que es, sobre lo que desea alcanzar, sobre lo que merece como ser humano y sobre todo aquello que desea que le trascienda.

Es necesario que la cultura se entienda como algo diferente al fenómeno biológico y que se tomen en cuenta todos los conocimientos que el hombre ha adquirido, tanto de manera consciente como inconsciente, pero lo realmente importante en ello, es que reflexione sobre esos conocimientos y saberes, y descubra lo que es necesario cambiar para mejorar, y posteriormente sus ideas las lleve a la praxis para alcanzar sus metas.

Salvando las distancias, en el espacio y en el tiempo, Justo Sierra, coincide en afirmar que “la sociedad, que es un organismo, obedece a la ley que da lugar a la integración y a la diferenciación. La civilización, afirma, (...) marcha en el sentido del individualismo en constante y creciente armonía con la sociedad (...) Es para mí, fuera de duda, que la sociedad es un organismo, que aunque distintos de los demás, por lo que Spencer le llama un superorganismo, tiene sus analogías innegables con todos los órganos vivos. Yo encuentro (...) que el sistema de Spencer, que equipara la industria, el comercio y el gobierno, a los órganos de nutrición, de circulación y de relación con los animales superiores, es verdadero (...) Lo que ya está fuera de debate (...) es que la sociedad, como todo organismo, está sujeta a las leyes necesarias de la evolución; que éstas en su parte esencial consisten en un doble movimiento de integración y de diferenciación, en una marcha de lo homogéneo a lo heterogéneo, de lo incoherente a lo coherente, de lo indefinido a lo definido. Es decir, que en todo cuerpo, que en todo organismo, a medida que se unifica o se integra más, sus partes más se diferencian, más se especializan, y en este doble movimiento consiste el perfeccionamiento del organismo, lo que en las sociedades se llama progreso”[7].

Es entonces que la cultura es ese ambiente que el hombre va creando y transformando de acuerdo  sus necesidades, tanto materiales, espirituales, individuales como grupales, en donde el ser humano no puede verse como algo aislado, sino en relación con los demás, tal como dice Sierra, “lo que en las sociedades se llama progreso”. El progreso, en él rebasa los límites de la cosmovisión positivista evolucionista, pues le impregna sentido cultural, es decir,  humano.

En otras palabras, de Justo Sierra, encontramos unas líneas que fortalecen en gran medida los anteriores comentarios, ya que en su proyecto social le concede al hombre un importante papel. “El hombre, afirma, es, por excelencia, un animal político y la educación tiene la tarea de orientarlo para que dé sus mejores frutos”.[8] En su obra: “Evolución política del pueblo mexicano”, después de un acertado análisis de la situación mexicana indica la necesidad de que el mexicano sea capaz de lograr una evolución social y política con sentido cultural, a través de su propia actividad.

Puesto que los hombres se humanizan en sociedad, en la actividad conjunta, juntos también van escribiendo su historia y en ese mundo en el que viven van logrando la mediación de conciencias que se coexisten en torno a la libertad. La libertad que se va alcanzando en la medida en que cada uno de los hombres puede hacer una reflexión de su entorno y va pensando en la manera de mejorarlo[9].

El ser humano logrará mejorar el mundo en el que se desenvuelve, siempre con la ayuda de los demás, con el apoyo de otros, en el aporte de las diferentes habilidades y características del grupo, y es entonces que ese grupo logra una transformación que los hará sentir más libres.

Diez años después en 1889, Sierra, publica México social y político. En este estudio se advierte su desconfianza y su crítica inteligente, orientadas ambas hacia el régimen porfirista. Plantea ciertos lineamientos políticos que más tarde, en 1892, conformarían el programa político del nuevo partido “Unión Liberal”, al que más tarde se le llamaría, en un sentido burlón el “partido de los Científicos”.[10]

Esa conciencia del mundo, que Sierra preconiza, enraizada en el pueblo mexicano, no deviene cuando miramos la realidad como un espectáculo, es decir, cuando el ser humano se convierte en un espectador y no realiza ni una sola de las acciones que ahí se toman, ni siquiera participa en las decisiones y por lo tanto no es partícipe de la praxis.

Vinculado a lo anterior, Sierra afirma: “Convertir al terrígena en un valor social (y sólo por nuestra apatía no lo es), convertirlo en el principal colono de una tierra intensivamente cultivada; identificar su espíritu y el nuestro por medio de la unidad del idioma, de aspiraciones, de amores y de odios, de criterio moral; encender ante él el ideal divino de una patria para todos, de una patria grande y feliz; crear, en suma, el alma nacional, esta es la meta asignada al esfuerzo del porvenir, ese es el programa de la educación nacional (…), todo obstáculo que tienda a retardarlo o desvirtuarlo es casi una infidencia, es una obra mala, es el enemigo”.[11]

La síntesis cultural no niega las diferencias que existen entre una y otra visión, sino por el contrario, se sustenta en ellas. Lo que sí niega es la invasión de una por la otra. Lo que afirma es el aporte indiscutible que da una a la otra. Es indudable la presencia en el pensador mexicano de una rica visión filosófica y cultural en torno al hombre, la historia, la cultura y sus mediaciones. En varios momentos, adelantándose a su tiempo, más que filosófica, la trasciende, para reflejar una visión socio-cultural integradora del hombre, en su devenir histórico – cultural[12].

La condición humana, adquiere un estatus especial en Justo Sierra. Esto se corrobora en sus propias palabras cuando se aferra a la búsqueda de la felicidad humana: “(...) la maravillosa máquina preparada con tantos años de labor y de lágrimas y de sacrificios, si ha podido producir el progreso, no ha podido producir la felicidad (...) Pertenezco señores, a un grupo que no sabe, que no puede, que no debe eludir responsabilidades”.[13]

Su discurso, tanto en prosa como en verso, se sustenta en la cultura, y todo lo que analiza, siempre lo hace desde el hombre y su actividad. He ahí el sentido cultural de su discurso filosófico pedagógico.

Referencias:

[1] Sobre esto ver de Pupo, R.  “La cultura y sus mediaciones. Libro inédito.

[2] Cassirer, E. Antropología filosófica, Fondo de Cultura Económica, México, 1994 , p. 108

[3] Kant, I. Crítica del juicio, Pág. 83.

[4]  Muñoz, Jacobo. (2003).  Diccionario de Filosofía. Editorial Espasa. Madrid. Pág. 299.

[5] Ibídem, p. 82.

[6]Rocha Ruiz, Ernesto. (1996). Pragmática de la comunicación verbal y no verbal. UANL. Ed. Arbor. México. Pág. 110.

[7] Sierra, j. Obras.: V. p.  238-239.

[8] Ibíd.: 240.

[9] Ver de Rivas, A.  La filosofía de Paulo Freire y su concreción en la educación Tesis doctoral defendida en la Universidad de La Habana, 2008, donde la autora, apoyándose en el pensamiento del filósofo brasileño desarrolla momentos esenciales de la formación cultural del hombre.

[10] El Dr. Leopoldo Zea en su obra (1975: 426)), guía inmejorable de investigación para estudios posteriores, nos dice en relación a lo expuesto: “Díaz no podía permitir se estableciese frente a él otro poder, tal como pretendía establecerlo nuestra burguesía independizando el poder judicial, controlando el poder legislativo y la opinión pública. Estaba dispuesto a concederle todo género de ventajas económicas y materiales... pero no a dividir el poder... La única libertad que Porfirio Díaz estaba dispuesto a conceder a la burguesía era... la libertad para el enriquecimiento... Una vez reelegido por tercera vez, Porfirio Díaz se negaría a realizar el programa propuesto por ‘Unión Liberal’”.

[11]Sierra, Justo. Obras. “Evolución política del pueblo mexicano” (Fragmento) 1962.

[12] [12] Ver de Rivas, A.  La filosofía de Paulo Freire y su concreción en la educación Tesis doctoral defendida en la Universidad de La Habana, 2008.

[13] Ibíd.: 169-170.

 

por Dra. Rosa Idalia Guajardo Bernal

 

 

Ver, además:

 

 

                      Justo Sierra  en Letras Uruguay

 

 

                                                  Dra. Rosa Idalia Guajardo Bernal en Letras Uruguay

 

 

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