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Sólo una leyenda…

Agenor González Valencia

Era que se era uno de aquellos reinos del pasado. Sus pobladores, como en todos los reinos, se dedicaban alegremente al trabajo. La gente soñaba, sonreía, miraba con optimismo hacia el futuro. El rey se había granjeado el afecto de sus súbditos. Le gustaba convivir con sus gobernados. Daba calor humano. Recorría de norte a sur y de oriente a poniente las riberas, las aldeas, los lugares más alejados del reino, comprometiéndose en los mítines populares a realizar las obras necesarias en esos poblados. El tiempo transcurría. Las horas iban cayendo y los días para el monarca se iban haciendo mínimos. Bien sabía el rey que todo es efímero; todo cambia, nada es permanente y por eso se preparaba para la entrega del mando a su sucesor. Era el momento ya, de la desesperación. Los grupos políticos, vivientes de su propia realidad, pugnaban por satisfacer intereses personales en la egregia figura de quien sería en esa monarquíademocrática el nuevo mandatario. 

Habría que jugar al acertijo. Los videntes eran consultados por los presurosos. Los augures tenían clientela suficiente. Los aedos preparaban himnos de bienvenida. Los profetas vaticinaban con cautela. En todos lados en que esos grupos tenían adeptos, se jugaba a la baraja con distintos nombres de posibles ascendentes. En ese lapso los oportunistas se daban a la tarea de adquirir incienso y mirra para ofrecer con alabanzas su apoyo incondicional al posible elegido.

Pasa el tiempo. El rey se siente presionado por los grupos forjados en el quehacer político, maniático, de ese pequeño territorio. Imposible manifestar en ese juego el nombre del incierto elegido. Por ello, ante la duda, se guardaba discreción o silencio frente a los sugerentes pronunciamientos. 

El sabio rey ensimismado pensaba en la solución que aplacaría indecisiones, rumores o prematuras frustraciones de aquellos que afanados en su propio porvenir, acicateaban la fecha de cambio de mando. 

¡Por fin!, el rey encontró en su mente la forma de resolver el problema: llamó a su presencia al escultor oficial solicitándole que, en secreto, esculpiese en mármol atractiva figura del personaje que ya, en su conciencia, había elegido, para plantarla en el parque más populoso del reino. Transcurren los días, el artista cumple su compromiso. La estatua era espléndida, tenía plenamente expresados rasgos, rostro y cuerpo del personaje encarnado en mármol. Maravillado ante esa obra, el rey ordenó a íntimos súbditos que, amparados por la oscuridad de la noche se dieran a la tarea de colocar esa efigie en el lugar señalado por el rey, cubierta con el manto sagrado de la bandera oficial. Al día siguiente convocó a los voceadores del reino para que anunciaran día y hora en que sería develada aquella escultura, con el propósito que todos conocieran el nombre y personalidad del favorito.

Llegado el momento, la muchedumbre acudió a la invitación del rey. Pero, ¡oh!, sorpresa: antes que el rey comenzara la tarea de la develación, el pueblo al unísono coreó, anticipadamente, el nombre del futuro monarca. El rey enmudeció, con tristeza corrió el hilo develador. 

¡Antes de ese acto todos sabían el nombre del sucesor!

Dr. Agenor González Valencia
http://agenortabasco.blogspot.com/  
agenor15@hotmail.com  

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