Obediencia, y desobediencia militar legitimada
V/V
Agenor González Valencia

1.6 Desobediencia militar legitimada

 

Al hacer el estudio de los conceptos diferentes de legalidad y legitimidad, sostenemos que la legalidad es la estricta aplicación de la ley vigente; pero que ésta para ser legítima, no le basta la vigencia normológica, porque para ello urge además de vigencia sociológica.

 

Sostenemos además que la legalidad constituye el sistema positivo de un país, y que la legitimidad es el conjunto de principios éticos sustentados en el consenso mayoritario de un pueblo. Así pues, la legitimidad entraña criterios valorativos, es el espíritu de la justicia en su sentido universal y permanente y que la axiolgía coloca por encima de la ley positiva. Es el consenso social. Es la conciencia colectiva aprobando acciones basadas en principios éticos sociales de observancia universal y permanente.

 

Una acción puede ser legal, pero  no legítima, si carece de aceptación social. O al revés: una acción puede ser legítima si cuenta con la aprobación de la conciencia colectiva; pero puede ser ilegal si su ejercicio viola la ley vigente. O bien: una acción que se funda en la ley vigente y que además goza del consenso social es legal y legítima.

 

En el derecho militar el soldado está obligado a obedecer las órdenes del superior, excepto cuando la orden constituya un delito. Y es que la disciplina en las Fuerzas Armadas es la norma a la que los militares deben ajustar su conducta, por lo que la obediencia es una de las bases de la disciplina militar.

 

Sin embargo, puede acontecer que la orden recibida por el soldado entrañe una acción no referente a delitos comunes, sino que racionalmente el obedecerla vulnere principios éticos sociales de observancia universal y permanente, que lo hagan cómplice de un acto que aunque legal, sea ilegítimo. En este caso, si la desobediencia cuenta con el consenso de la sociedad, si cuenta con la aprobación de la conciencia colectiva, es legítima. Está legitimada por la voz popular, cuyo juicio en la escala axiológica se encuentra por encima del derecho positivo.

 

Veamos un caso excepcional por su actitud heroica de desobediencia militar legitimada. Nos referimos al Batallón de San Patricio:

 

En sesión solemne el 28 de octubre de 1999, fue inscrito con letras de oro en el Muro de Honor de la Cámara de Diputados el nombre “Defensores de la Patria 1846-1848. Batallón de San Patricio”. Con ello se rindió homenaje y se legitimó la desobediencia militar de los extranjeros que lucharon en la defensa de la nación mexicana durante la Guerra de Intervención norteamericana, simbolizados en la figuras del Coronel John O’Reilly y su batallón irlandés de San Patricio.

 

La historia señala que los integrantes del Batallón de San Patricio fueron reclutados en Estados Unidos, en su calidad de inmigrantes procedentes de Irlanda, para enfrentarlos dentro del Ejército de los Estados Unidos contra México; pero al percatarse de que sus enemigos practicaban la misma religión que ellos y que además eran objeto de una guerra injusta, decidieron abandonar las filas norteamericanas y combatir entonces al lado de las tropas mexicanas, en un acto heroico en el que sobre una orden invasora e inmoral, hicieron prevalecer con su actitud principios éticos-sociales de observancia universal y permanente: luchar a favor de la justicia.

 

El Batallón de San Patricio combatió unido a los mexicanos en Churubusco, Padierna y otros frentes, mereciendo por ello la gratitud y reconocimiento del pueblo de México, por su conducta heroica y justiciera.

 

Esa guerra de 1846-1848, constituye una de las más graves violaciones al derecho internacional y a la convivencia pacífica entre los pueblos, así como la culminación de un proceso de expansión de Estados Unidos hacia México.[1]

 

Fue una guerra sin ley, sin ningún respaldo moral o político, así como injusta porque “nos despojó de casi la mitad del territorio”.[2]

 

A los integrantes del Batallón de San Patricio que fueron aprehendidos, un tribunal militar del Ejército de Estados Unidos los sometió a juicio como desertores.

 

En una memorable crónica intemporal, Carlos Martínez Assad escribe:

 

“La noche anterior llovió, como suele suceder en México hasta nuestros días, y aunque han pasado 152 años sabemos que la mañana del 10 de septiembre de 1847 fue soleada. Treinta y dos de los combatientes del Batallón de San Patricio fueron conducidos a la Plaza San Jacinto, después de haber sido sometidos a proceso de guerra en San Angel. Dieciséis fueron detenidos debajo de un gran andamio, mientras los demás eran atados a los árboles frente a la parroquia. Los castigos comenzaron a aplicarse sobre sus espaldas desnudas, 50 latigazos. Las placas de hierro con la letra D, de “desertor”, se pusieron al fuego para estar listas para herrar a los San Patricio, unos en la cadera y otros en la mejilla derecha, justo debajo del ojo. Un soldado marcó a O’reilly con la letra al revés, por lo cual se le ordenó repetir la operación en la otra mejilla.

 

“El aire olía a carne chamuscada como en los tiempos de la Inquisición y, sin embargo, no fueron esos los castigos duros. Dieciséis lazos pendían de una viga sosteniendo los cadáveres de los irlandeses que fueron condenados a la horca. Aunque solamente siete confesaron y recibieron la extremaunción, todos eran católicos.

 

“Sus cuerpos fueron llevados al camposanto, ubicado en la Iglesia de Tlacopac, donde los que habían sufrido los latigazos y las quemaduras fueron obligados a cavar las tumbas. Después, los sobrevivientes, con yugo de cuatro kilos de hierro en el cuello, serían conducidos a prisión. Allí fueron fusilados”.[3]

 

Todavía no hay acuerdo entre historiadores estadounidenses respecto a la calificativa que deba adjudicarse a los integrantes del Batallón de San Patricio. Sin embargo, la decisión heroica que tuvieron de pelear en las filas mexicanas, no sólo fue de índole religiosa, se negaron a luchar contra un pueblo católico al igual que ellos. Sino también de índole moral: era injusta esa guerra decidida de manera unilateral por los Estados Unidos, cuya ambición expansionista fue el motivo de la ocupación militar. Contra esa guerra se levantaron en el congreso de los Estados Unidos las voces de los senadores Thomas Ckorwl y Daniel Webster quienes desde la tribuna parlamentaria censuraron esa innecesaria y violenta demostración de fuerza militar en desigualdad de condiciones con el ejército del pueblo invadido. En términos similares se pronunció el nuevo senador Abraham Lincoln y John Quincy Adams, ex presidente y diputado durante 17 años, quien se opuso abiertamente a la guerra, votando en contra de la ley mediante la cual se declaraba esta injusta expresión del más fuerte. Cuando estalló la guerra, el mismo ex presidente Adams, externó su esperanza de que los oficiales renunciaran a sus comisiones y que los soldados desertasen para no participar en esa tan injusta guerra.[4]

 

La desobediencia militar del Batallón de San Patricio ha sido legitimada por el pueblo de México y se inscribe en los anales de su historia como relevante capítulo de sacrificio heroico en defensa de la justicia y de los principios éticos-sociales de observancia general y permanente.

 


Referencias:

 

[1] Gilberto López y Rivas: En su intervención en el Congreso, en el homenaje rendido al Batallón de San Patricio. Nota de Francisco Arroyo, El Universal, Nación, octubre de 1999, p. A11.

[2] Loc. cit.

[3] Carlos Martínez Assad, “El Batallón de San Patricio”, El Universal, Nación, octubre de 1999, p. A29.

[4] Pablo Marentes, “Una irlandesa en México”, El Universal, primera sección, abril 10 de 1999, p. 6.

Dr. Agenor González Valencia

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