En el sopor de la tarde
Agenor González Valencia

El sopor de la tarde invita a meditar. Días estos plenos de calor en los que quisiéramos acunarnos en el refugio del hogar. Dormir la siesta para algunos es un ritual, para otros es un intento fallido de conciliar el sueño, mientras gruesas gotas de sudor se encadenan, mojan la frente y como sierpes transitan libremente por el rostro.

En estas tardes, en las que el vaho del pavimento sube en espesor y provoca que las calles se encuentren desiertas, era costumbre que las adolescentes de las calles del centro se sentaran frente al piano a practicar sus lecciones. Nos llena de añoranzas traer en el recuerdo aquellas melodías que se escapaban de las teclas y vagaban en el silencio de la modorra, haciendo de Mozart, de Chopin, del mismo Agustín Lara, la vehemente alegría de una juventud cuya pequeña jaula confinaba los momentos de sopor y esperaba la moderación del calor, para hacer los preparativos de la retreta en Plaza de Armas.

La provincia tiene sus encantos y uno de ellos es precisamente el refugio del hogar en estas tardes calurosas.

Cuando el oro del crepúsculo esconde el flamígero fuego en los arcones del cielo, una suave presencia del viento hace ondular los árboles. Era el momento de sacar sillones a la puerta para desgranar en la pequeña reunión formada en la banqueta, la plática intrascendente del comentario cotidiano. 

Así vemos pasar el tiempo, transcurrir los años, recordar aquellas horas entre el ir y venir de familias conocidas que saludaban con la sonrisa a flor de labios en tanto se diluía a lo lejos el colorido de los vestidos o el aroma de un perfume que matizaba los ensueños del alma.

La Plaza de Armas, el Parque de la Paz, el Parque Juárez, tenían su propia personalidad y público asistente.

En el Parque de la Paz, se concentraban pequeños grupos frente a la iglesia de La Santa Cruz que con sus puertas abiertas, hasta hoy, deja llegar al exterior los misterios de la misa y el sacrificio de la redención. Época hubo en la que el kiosco central lo ocupaban menores conjuntos musicales, en tanto que las parejas circulando unas y sentadas otras, intercambiaban apasionadas frases de amor.

El Parque Juárez, ¡ha sido infinitas veces remodelado! Ha perdido su fisonomía propia. 

La Plaza de armas ya no volverá a ser lo que fue ayer. Gurría Urgell le dedicó uno de sus más bellos romances. Sin embargo, la modernización acabó con la costumbre de la juventud villahermosina de frecuentarla los domingos, como principal centro de reunión provinciano.

El malecón se antojaba en el frescor de la tarde. Era un paseo bellísimo que la falta de mantenimiento acabó con las instalaciones de música en sus postes de luz. No obstante, la algarabía de las aves silvestres ocupando su sitio en los almendros sembrados a lo largo de su trayecto, llenaba el espíritu de mensajes de vida.

El boga rema con la lentitud de un día que agoniza con la tarde. El cielo despejado exhibe en rojo el disco admirable del sol.

Estamos en los meses de marzo y abril que Pellicer traduce en Guayacán y Macuilís.

Las copas de los árboles derraman cual espuma sus colores y una alfombra de amarillo y de rojo florecidos, señalan optimismo de un pueblo que vence adversidades, unido por un sólo ideal: hacer de la esperanza realidades.

Dr. Agenor González Valencia
http://agenortabasco.blogspot.com/
agenor15@hotmail.com

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