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El grito estéril |
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¡Rosas!... ¡Rosas! El pregón se adelgaza hasta convertirse en queja, en lamento, en tristeza infinita y amargura. La humilde mujer, sentada en el hueco de un muro, estira la mano hambrienta y ofrece, suplica: ¡Rosas!..., ¡Rosas! La gente pasa de prisa, como siempre. Nadie se detiene y nadie se conduele. Ella de vez en cuando mira a su niño, a ese manojo de vida tierna al que apenas puede sostener entre sus brazos. ¡Rosas!..., ¡Rosas! |
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En vano la queja. En vano el lamento. Suenan las campanas de la catedral
y la prisa por escuchar el rosario se hace más intensa.
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Agenor González Valencia
- Puebla de los ángeles
http://agenortabasco.blogspot.com/
agenor15@hotmail.com
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