El joven Octavio Paz |
Hacia
los años 30, el artista adolescente Octavio Paz, amén de lidiar con sus
fantasmas personales, se debatía entre la poesía intimista y la poesía
social, buscaba identificar los rasgos de la tradición literaria y la
identidad cultural mexicana y se preguntaba sobre la situación del
artista en el mundo moderno. Este tipo de tribulaciones podría parecer excesivo en una época
como la actual, en que el aspirante a escritor encuentra un entramado
institucional de la cultura ya construido y dispone de una serie de
opciones profesionales mucho más claramente trazadas y delimitadas.
Sin embargo, en la década en que Paz surgió a la escena pública,
las aspiraciones y responsabilidades del intelectual eran tan amplias como
difusas. En
efecto, a lo largo del siglo XX, el intelectual adquirió un papel
especialmente relevante en la vida pública.[1]
Acaso la importancia creciente de la opinión pública, el crecimiento de
la educación universitaria y el prestigio que la letra y las ideas
brindan al poder propiciaron un auge de la figura del intelectual en
Occidente.[2]
El intelectual analizaba la vida social, postulaba valores
generales, proponía modelos de moral y de conducta y resultaba un punto
de referencia de los deseos y las aspiraciones de la sociedad en su
conjunto.
En
el caso de Hispanoamérica, la participación del intelectual en la vida pública
ha sido una tradición largamente arraigada.
Por un lado, el sentimiento de urgencia cívica que provoca la
accidentada historia de la formación de nacionalidades o el desarrollo
tardío de la vida académica y de los cuadros especializados, impulsaron
a muchos artistas e intelectuales a ejercer tareas de interpretación de
la historia, de análisis y crítica de la sociedad y de liderazgo político.
La división estricta entre la naturaleza y función del hombre de
letras, el académico o el político, constituye un fenómeno reciente y,
hasta hace unas cuantas décadas, estos papeles no solían distinguirse
con claridad. Por
otro lado, la recurrente sensación de aislamiento y retraso con respecto
al tiempo metropolitano que marca las actitudes de las élites
intelectuales hispanoamericanas a menudo funcionó como un reactivo para
suscitar la curiosidad, el afán de actualidad y la ambición intelectual,
que ha llevado a algunos de los intelectuales más dotados a trastocar las
jerarquías y las formas de la República Mundial de las Letras.[3] |
Octavio Paz es uno de los exponentes más destacados de una genealogía hispanoamericana de intelectuales Andrés Bello, José Martí, Domingo Sarmiento, José Enrique Rodó, Pedro Henríquez Ureña, Ezequiel Martínez Estrada, José Vasconcelos y Alfonso Reyes, entre otros¾ que con su vigor y versatilidad, sustituían las carencias de una sociedad invertebrada y buscaban interpretar y superar la percepción de atraso y subdesarrollo. Como señala Gabriel Zaid: |
No
es lo mismo escribir en un país que se da por hecho, en una cultura
habitable sin la menor duda, en un proyecto de vida que puede acomodarse a
inserciones socialmente establecidas, sintiendo que la creación es parte
de una carrera especializada, que escribir sintiendo la urgencia de
crearlo o recrearlo todo: el lenguaje, la cultura, la vida, la propia
inserción en la construcción nacional, todo lo que puede ser obra en el
más amplio sentido creador. Las tentativas prometéicas de Vasconcelos,
Reyes y Paz, más que una desmesura individual (abarcar muchas cosas que
en otras partes son obra de especialistas), parecen cumplir una necesidad
histórica, una urgencia nacional, de la cual se sienten responsables:
apoderarse de toda la cultura, expropiarla, recrearla, modificarla,
hacerla nuestra en forma viva; ser sujetos actuantes, no sólo
contemplados, de la cultura universal. [4]
Además
de que sus antecedentes familiares lo vinculaban inevitablemente con la
vida pública, Paz creció inmerso en un clima de cambio social y
cultural, propicio para la interrogación y el debate intelectuales.
[5]
Acontecimientos históricos, como la Revolución Mexicana, la
Primera Guerra Mundial, la Revolución Rusa, la Gran Depresión o la
Guerra Civil Española se percibían como crepúsculo de la civilización
occidental y alba de una nueva sociedad. Ante las crisis económicas del
capitalismo se reivindicaban las promesas de éxito de la economía
socialista; ante el pesimismo en torno a la capacidad de Occidente para
superar las guerras y la decadencia cultural, se apelaba a la construcción
de un nuevo hombre en la sociedad socialista; ante el escepticismo de
muchos intelectuales europeos en torno al humanismo liberal, se mencionaba
la posibilidad de regenerar la cultura en latitudes distintas a Occidente,
como en América Latina. [6] La
revolución mexicana, si bien considerada como premoderna en la teoría
marxista, permitía descubrir fuerzas y pasiones sociales recurrentes y
pensar la nacionalidad de un modo renovadamente optimista, al tiempo que
invitaba a diseñar una vía propia hacia el desarrollo y la modernidad.[7] Para conseguir este
objetivo era necesario emprender un proceso de ingeniería social, que
transformara no sólo las bases económicas del país, sino también los
valores y actitudes de sus ciudadanos. El trabajo de integrar las raíces
históricas con los nuevos valores surgidos de la revolución para crear
una conciencia y una identidad propias era una tarea que demandaba la
inteligencia, la creatividad y la elocuencia de los intelectuales. Por
eso, pese a que las condiciones (universo de lectores, existencia de
medios de comunicación e industrias culturales, libertad de expresión)
no eran ideales para el florecimiento de la vida intelectual, acaso
estemos hablando de un periodo idílico en el que numerosos hombres de
letras e ideas son convocados a la tarea de forjar patria y el pensamiento
adquiere una inusual proyección social y política.
El intelectual, a su vez, considera que su participación pública
es indispensable para frenar la barbarie, ordenar el caos social y
encauzar la violencia en un
movimiento auténticamente civilizador: “Del arielismo (y del darwinismo
social) se extrae el esquema de una minoría selecta, aristocracia del mérito
que, una vez comprobadas su idoneidad moral y sus cualidades superiores de
clase dirigente (virtud, carácter y espíritu), guiará los destinos del
país” [8]
Los
cuadros de la vida cultural y administrativa del país se renuevan; se
apuesta por la educación no sólo como mecanismo de movilidad social,
sino de evangelización y conciliación nacional; se crean nuevas
instituciones y legislaciones; se construye una apología del servicio público
y se cultiva, con el vasconcelismo, la utopía de un gobierno de los
sabios. El programa
vasconcelista incluye la incorporación del indígena a la nación
moderna, mediante el combate al analfabetismo y la escuela rural; la
exaltación del pasado indígena y la promoción de la cultura popular; la
difusión de las bellas artes hacia el
pueblo y la proyección de la cultura nacional al ámbito
hispanoamericano. Se supone que la vindicación de la cultura nacional,
particularmente del elemento indígena, erige una alternativa a la
decadencia de Occidente; permite resistir la influencia de la civilización
materialista de Estados Unidos; traduce el cambio social en
enriquecimiento espiritual y, sobre todo, revela al propio mexicano un
alma y unas raíces históricas de las que se encontraba divorciado.
El
nacionalismo encuentra su expresión más nítida en las artes plásticas
y el muralismo establece una nueva simbología patria cargada de pedagogía
radical. Aunque el muralismo
constituye su faceta más dinámica y atractiva, el afán de crear un arte
revolucionario que revele el ser nacional
se extiende a otros campos del arte: en la literatura, la novela de
la revolución, si bien pesimista, brinda legitimidad al habla popular y a
la denuncia social y contribuye a crear la épica del movimiento
revolucionario; la poesía estridentista busca conjugar la vanguardia poética
con el radicalismo político, mientras que los agoristas promueven una
arte espartano que resulte útil para la educación y el progreso del
pueblo; en la música se reviven instrumentos y tradiciones precolombinas
y, en general, las artes rescatan los motivos del folklor y de la herencia
indígena. [9]
Con
todo, no puede hablarse de una actitud unánime de la intelectualidad y,
en unos años, las actitudes pasan del entusiasmo inicial y el sentimiento
de responsabilidad con la revolución mexicana de la generación de 1915,
al desencanto y el apartamiento de la generación de “Contemporáneos”
y al nuevo fervor revolucionario, ahora de índole filo-marxista, que
inflama a la generación de Paz. Luis Villoro describe un primer estado de ánimo intelectual posterior a la
revolución, pleno de optimismo y energía, que es el descubrimiento del
mundo circundante, el reconocimiento de los orígenes y la identificación
entusiasta con los conceptos de raza y pueblo, que se advierte en la
cruzada educativa, en el indigenismo, en la filosofía de Vasconcelos o en
el muralismo. Las rencillas políticas, la corrupción imperante y el
fracaso del vasconcelismo frenan el entusiasmo inicial de los
intelectuales y van dejando el nacionalismo como una retórica vacía, de
uso exclusivamente oficial. Esto va acompañado por el asentamiento de una
nueva generación y de una nueva sensibilidad
más introspectiva, lírica y cosmopolita, menos grandilocuente y más
escéptica en torno al papel social de las artes.
[10]
Los “Contemporáneos” se insertan en la burocracia y en la vida
cultural y realizan una tarea de creación y promoción que difiere, en
ocasiones de manera más evidente que otras, del nacionalismo y el arte
para el pueblo que preconizan la retórica oficial y los segmentos
intelectuales más radicales. Este
grupo crea revistas elitistas, como La Falange, Examen y Contemporáneos;
difunde los nuevos autores europeos; promueve géneros como el teatro de
vanguardia o el cine; utiliza el ensayo, la crítica y el periodismo como
método de difusión y debate intelectual y, en general, busca mantener el
diálogo y ser parte activa y actual de la cultura de Occidente. Las diferentes concepciones de la naturaleza y
misión de la cultura no se suceden una a otra sino que conviven con
beligerancia. Además, el espectro cultural no se reduce al eje
nacionalismo-cosmopolitismo sino que congrega expresiones híbridas que
van del más acendrado conservadurismo al mayor radicalismo. Las
posiciones tampoco son fijas: se establecen alianzas oportunistas entre
bandos aparentemente irreconciliables; los protagonistas cambian de
bandera, y los partidos pasan rápidamente del auge a la desgracia. Con
todo, entre quienes encomian la colectividad y se suman al proyecto de
crear una cultura nacional que destaque los momentos históricos, los
rasgos culturales y las figuras ejemplares capaces de generar el
sentimiento patriótico y de lealtad a la nación y entre quienes eligen
el individualismo y el apego a la tradición de la cultura europea hay un
horizonte común, un ánimo forjador de valores e instituciones que los
lleva a coincidir en temas e inquietudes. Dominan
algunos núcleos temáticos: la identidad del mexicano; el rumbo de la
educación; la naturaleza y función del intelectual; el compromiso del
artista con el cambio social o la conciliación entre lo nacional y lo
universal. El hecho de que el régimen revolucionario mexicano no
respondiera, como en el caso de la Revolución Rusa, a una ideología rígida
y uniforme permitió una mayor libertad en el debate cultural. De ahí la
vitalidad de ciertos litigios fundadores que, hacia finales de los años
20 y durante los 30, contribuyeron a legitimar posiciones y actitudes típicas
de la modernidad artística, como son la autonomía del arte con respecto
a imperativos políticos y económicos; cierta liberalidad de las
costumbres o la libre enseñanza.
Así, Jorge Cuesta consigue ser exonerado del juicio por la publicación
en Examen de fragmentos de una novela de Rubén Salázar Mallén
juzgada obscena y logra un triunfo sin precedentes de la libertad de
expresión artística. Vicente
Lombardo Toledano, quien pugna por la instauración de una doctrina
marxista y de compromiso social de la universidad, y Antonio Caso, quien
defiende el humanismo liberal y la libre enseñanza, se trenzan en un
debate. Jorge Cuesta, en las
páginas de los diarios, fustiga el nacionalismo y argumenta que la
cultura mexicana se ha forjado como una apuesta contra la particularidad.
Alfonso Reyes establece una correspondencia con Héctor Pérez Martínez
en torno a este mismo tema, que se convierte en un diálogo paradigmático.
Debido
a su juventud, Paz no fue un
participante destacado en estos debates; sin embargo, es indudable que los
términos y los protagonistas de dichos debates marcaron de manera
permanente su trayectoria. El
joven escritor se concebía naturalmente involucrado en la vida activa y
asumía la tarea creativa indisolublemente vinculada a la transformación
del mundo. Como muchos jóvenes ilustrados de la época, Paz recibió la
influencia de las diversas formas de pensamiento revolucionario, entre
ellas el marxismo-leninismo, y abrazó las causas que pugnaban por un
cambio social. Su deseo de combinar la vocación intelectual y pública se
manifiesta por medio de su temprana participación en diversas empresas
editoriales o actividades militantes. Las influencias que pueden
rastrearse, y que el propio autor admite, son múltiples y, a veces,
contradictorias: el culto al individuo excepcional y a la soledad derivado
del romanticismo; el interés en la colectividad y el cambio
revolucionario derivado de las lecturas marxistas; el descubrimiento de
una geografía hispanoamericana y la dialéctica del individuo y su
circunstancia derivados de Ortega y Gasset.
Desde su más temprana juventud, Paz se define fundamentalmente
como un poeta y su empresa consistirá en elaborar y representar un modelo
intelectual que permita armonizar la esfera estética con la vida activa;
conjugar la contemplación, la inspiración y la acción; conciliar la
escisión entre el dominio estético, el intelecto y la moral; forjar
patria, sin sacrificar la libertad e independencia del artista.[11] El
rescate bibliográfico que se emprendió en Primeras letras, aun
asumiendo que se trata de una selección parcial, ofrece una perspectiva
de la educación sentimental y la evolución intelectual de Paz. En Itinerario,
el propio poeta rememora sus ciclos de convicción, desilusión e
incertidumbre: las lecturas e influencias juveniles ¾el
marxismo, el anarquismo, la fenomenología, el psicoanálisis¾,
así como los vínculos con las ideas y la estética contemporánea.
Consigna también la escisión, común a muchos espíritus, entre el gusto
estético y el ideario político, así como el ambiente de efervescencia
social e intolerancia partidista en que se vivía.
Este es, a trazos gruesos, el recuento oficial de los ritos de
iniciación del escritor: la adolescencia exaltada, el abandono de los
estudios y del seno familiar, el periodo de apostolado en Yucatán como
maestro rural y el viaje a España. La Guerra Civil Española y la amenaza
del fascismo constituyen puntos climáticos en la militancia del joven
Paz, quien apoya la política de los Frentes Populares en el mundo y el
bando Republicano en España. El Pacto entre Alemania y la URSS marca el
comienzo de la duda sistemática y el asesinato de León Trostky
constituye una revelación. Empieza el alejamiento ideológico, los
rompimientos personales, el ostracismo, las tímidas tomas de posición
anti-ídeológicas. Viene el
exilio benéfico, la posibilidad de respirar aires intelectuales nuevos y
el encuentro, en una época de oscuridad, de nuevas figuras tutelares (George
Orwell, Andre Breton, Raymond Aron, Albert Camus, Kostas Papaioannou), que
reafirman la vocación libertaria y brindan un ejemplo de equilibrio analítico
e integridad intelectual al joven Paz.[12] Hay
algunos detalles de estas páginas autobiográficas que parecen demasiado
idílicos y que no concuerdan con el escrutinio puntilloso de la biografía
política del escritor. [13] Sin
embargo, el itinerario ideológico y político que recorre Paz durante
su juventud, y que sin duda es un drama personal experimentado por
numerosos intelectuales de la época, culmina en un doble proceso: por un
lado, su convicción en la autonomía del arte respecto a la política y
su reivindicación de la poesía como una forma específica de expresión,
conocimiento y crítica; por el otro, el conocido sentimiento de
desencanto y el alejamiento de la izquierda. Ambos procesos comienzan a
cristalizarse en acciones y obras hacia los años 50.
Son varios los ámbitos en los que pueden observarse estos
procesos: la poesía y la poética; la interpretación del ser del
mexicano y la actitud hacia la política. De la poética a la
política
Tal vez no se equivoca quien piensa que la vida literaria es un gran campo de batalla, en el que sólo sobreviven los más fuertes. El alimento del artista es el reconocimiento, por lo que no es extraño que en el entarimado literario la mayoría de los protagonistas luchen por este bien escaso y, en esa lucha, busquen imponerse a sus contemporáneos y a sus antecesores. La escritura y la acumulación de saber son medios de formación personal, pero también de ascenso social, por lo que el escritor busca promover el aprecio y la dignidad pública de su oficio y de su obra. Es cierto que algunos autores permanecen ajenos o indiferentes al destino de su escritura; sin embargo, más allá de la imagen romántica del artista desinteresado e incomprendido, muy probablemente la mayoría de los escritores desean sentirse leídos y escuchados, influir en sus conciudadanos y ser respetados por sus obras, ideas y actitudes. Por eso, el reconocimiento no es un fenómeno aleatorio que corresponda a la posteridad, sino un bien apetecido y perseguido como parte integral del oficio literario. La notable ascendencia cultural y la influencia en la vida pública que ejerció Paz son fruto tanto de la calidad y amplitud de su trabajo intelectual, como de un ánimo deliberado por conferirle autoridad y prestigio a su obra. Desde la adolescencia, transcurrida en los años 30, Paz intentó darle resonancia a su trabajo literario y buscó proyectar socialmente su papel como poeta. Para ello, fundó o participó en revistas, publicó libros tempranos, colaboró en la preparación de antologías, abrazó causas políticas, escribió artículos y panfletos y cultivó la amistad de escritores ilustres. Este ritmo casi frenético de producción literaria y de actividad social se mantuvo a lo largo de toda su vida y, amén de la realización de una obra monumental, Paz estableció una gran red de relaciones y ejerció un indiscutible liderazgo intelectual. Paz adopta, y ya nunca abandona, el oficio de poeta, que será su carta intelectual y social, su laboratorio de ideas, su prisma para estudiar la realidad y su forma de legitimar su participación pública. A lo largo de su trayectoria, Paz busca proyectar el papel social del poeta: ya como reformador social y militante, ya como sacerdote visionario, ya como conciencia crítica. Si bien la evolución del perfil intelectual de Paz y su labor en la vida literaria de la segunda mitad de los 30 y la primera de los 40 aún están por escribirse, es posible establecer ciertos momentos representativos en los que Paz se inserta en la tradición y asume una posición pública como poeta. Por supuesto, este tránsito es oscilante: la poética juvenil de Paz es variable, militante en lo social pero con muchos rasgos conservadores en la práctica poética, cruzada por destellos de intolerancia (condenas al arte puro de las generaciones anteriores, apresurados juicios contra las vanguardias); sin embargo, puede percibirse el esfuerzo intelectual, la tensión moral por avenir términos aparentemente contradictorios. [14] En su primer ensayo, “Etica del artista”, de 1931, el joven Paz expresa su desconfianza al arte puro y las vanguardias, a las que asocia con la decadencia de Occidente, y promulga una poesía de tesis que promueva la transformación social y el vigor cultural de América. Posteriormente, en “Vigilias”, de 1935, Paz introduce matices a la visión de la poesía como mero instrumento de educación y cambio social y busca combinarla con la utopía liberadora: la poesía, al conectar al hombre con el amor y el erotismo, propone la reconciliación con la naturaleza y le permite trascender la contingencia histórica. Hacia la segunda mitad de los 30, con motivo de la Guerra Civil española, Paz cultiva transitoriamente una poesía ligada a referentes históricos o explícitamente política y con la publicación de “No pasarán”, en 1936, es visible que “el sentido de trascendencia y reconciliación del yo con el mundo que antes sólo se alcanzaba mediante el amor y el erotismo, ahora también incluye la solidaridad humana y la defensa de un sistema social”. [15] La etapa de poesía militante dura poco tiempo; con la derrota de la República Española y el paulatino desencanto político, Paz se sumerge en una época de reordenamiento de sus ideas y, ya por los primeros años 40, aparece como un adversario de una poesía social que responda a fines políticos circunstanciales, como lo refleja su virulenta polémica con Pablo Neruda. En “Razón de ser”, un texto publicado como editorial de la revista Taller en 1939, Paz hace, a la vez, un reconocimiento y un deslinde con el grupo de “Contemporáneos” , a quienes reconocía el valor y el rigor de su experimentación artística, aunque reprochaba su pasividad social y su incomprensión hacia los imperativos de la historia y proponía como la búsqueda de su propia generación la reconciliación de ambos aspectos. Esta combinación de visión profética, sentido social y rigor estético se resume en “Poesía de soledad, poesía de comunión”, de 1943, que reivindica al poeta como un ser visionario, subversivo y disidente, que opone la espiritualidad de su búsqueda al mundo de los fines. Estamos hartos de la sinceridad inepta tanto como de la literatura disfrazada de poesía. Queremos una forma superior, digna, de la sinceridad: la autenticidad. En el siglo pasado un grupo de poetas, que representan la parte hermética del romanticismo: Novalis, Nerval, Baudelaire, Lautréamont, Poe, nos muestran el camino. Todos ellos son los desterrados de la poesía, los que padecen la nostalgia de un estado perdido, en donde el hombre es uno con el mundo y con sus creaciones. A veces de esa nostalgia surge el presentimiento de un estado futuro, de una edad inocente. Poetas originales no tanto, como dice Chesterton, por la novedad, sino porque descienden a los orígenes. [16] Así pues, para Paz, como señala Leonardo Martínez Carrizales, “El poeta es un sacerdote sin iglesia que devuelve su sentido sagrado al mundo, que aspira a subvertir el mundo establecido, que recuerda y mantiene viva la aspiración a un hombre nuevo y a una sociedad nueva. Un revolucionario”.[17] Para esta época, los rasgos fundamentales de la poética y el poeta público de Paz ya están trazados, aunque habrán de enriquecerse con nuevas influencias. Tal vez la más importante de estas nuevas influencias sea el surrealismo que, al intentar fundir el arte con la vida y reconciliar al hombre con sus orígenes, se vuelve símbolo de una rebelión genérica contra la modernidad. Por eso, ante las promesas incumplidas de la revolución social, el poeta surrealista es la representación más acabada de una rebeldía arcaica, de una facultad visionaria, que busca la restitución de lo humano en la vida contemporánea. Con el fin de acreditar el carácter visionario del artista, en El arco y la lira Paz afina la figura del poeta. Para Paz, frente al tiempo lineal de la historia, se erige el tiempo cíclico de la poesía y el mito, que permite al artista ver esa otra cara de las cosas, escuchar esa otra voz y promover, durante el instante de encuentro entre el lector y el poema, una reconciliación, una vuelta al tiempo primigenio del mito. La poesía es histórica, pues su creación se opera en una circunstancia social específica, pero trasciende y niega la historia al conectar con el tiempo mítico. Esta visión enfrenta al poeta, y en general al artista, con la historia, pero también le da una legitimidad a su tarea estética y crítica, pues esa marginalidad obligada brinda al poeta una perspectiva distinta, acaso más amplia y certera sobre los problemas de la polis. Con su capacidad de introspección, con su aptitud para manejar imágenes o descubrir el alma de la lengua, el poeta entra en contacto con los arquetipos que subyacen en la conciencia colectiva, mientras que con su conocimiento intuitivo aprehende las correspondencias y el pulso irregular de la historia. De esta manera se justifica una suerte de autoridad poética que el escritor y el artista pueden y deben ejercer en la vida pública. Aun con la incorporación del bagaje estructuralista, a lo largo de la evolución de la perspectiva poética de Paz, no hay una ruptura sino una actualización de su concepción del poeta como una suerte de profeta social, que le permite reforzar su sistema crítico y su prestigio como intérprete. La poesía no sólo está presente en la fundación de una figura intelectual, sino en el estilo crítico de Paz, ya que sus formas de argumentación y escritura, tienen que ver más con el procedimiento analógico de la poesía, que con los métodos habituales de la crítica literaria o las ciencias sociales. En suma, el joven Octavio Paz es un autor que, de acuerdo con las tendencias de la época, pregona la responsabilidad social de la poesía; aunque contrariamente a su credo, hasta antes de 1936, cultiva una lírica intimista y hermética, casi conservadora, inspirada en la poesía española del Siglo de Oro y de la Generación del 27. La Guerra Civil española le lleva a escribir varios poemas sociales; empero, con la derrota de la República y el desencanto político, Paz reafirma su perspectiva del poeta ¾y en general del intelectual¾ como un ser marginal que, pese a esta marginalidad o precisamente por ella, desempeña un papel central en la vida pública al ejercer las diversas formas de la crítica. Así, la conexión de la estética con la política es permanente en Paz que, del compromiso con una literatura conservadora y de índole política pasa, sobre todo con la experiencia del exilio, a una audaz formulación experimental y a la reivindicación de la autonomía de la literatura. La enmienda de la
tradición
A la par de la definición de su arquetipo poético del intelectual, Paz inicia un trabajo de relectura de la tradición literaria mexicana. Paz no quiere dejar a los especialistas la tarea de establecer tradiciones y jerarquías con un criterio meramente taxonómico, sino que busca imponer una lectura acorde con su concepción del arte y del artista. De ahí su actitud beligerante contra los que considera los estamentos establecidos de la crítica. Como dice Agustín Pastén: “En los ensayos críticos de Paz, los críticos literarios parecen quedarse siempre cortos; nunca están lo suficientemente preparados, nunca muestran la sensibilidad necesaria para entender un texto, la literatura se les escapa cada vez. Por un lado está lo que dice Paz, por el otro todo lo que han dicho todos los demás críticos”.[18] La crítica literaria de Paz no se adhiere a una escuela o a una corriente e incluso en sus estudios más serios practica una lectura ecléctica y asistemática en la que un autor y un texto son el motivo para referirse de manera más amplia al conjunto de la esfera cultural y social, para abordar diversas disciplinas y para indagar la relación entre arte y moral. Para el joven Paz, el poeta debe ser un hombre orquesta que, con una suerte de inocencia primordial, explore las correspondencias y analogías entre los distintos ámbitos del saber y de la realidad, sin circunscribirse a fronteras metodológicas y disciplinarias. Al respecto, escribe: Con los presocráticos nace la filosofía, pero también, y esto es quizá lo más importante, nacen los filósofos: ese tipo humano que tiene por vocación la generalidad y por objeto de estudio al hombre mismo. Volver a ellos es intentar la reconquista de esa perdida unidad de visión que permite contemplar al mundo con ojos humanos, de poeta filósofo y no de miope especialista.[19] Así, el joven Paz busca proyectar la figura de un visionario intelectual, de un agitador de las ideas que subvierte las costumbres literarias y que somete a escrutinio permanente la estrechez de la academia, las simulaciones del medio literario y la grosería de la doxa. A partir de esta figura, ya en los años 40, los ensayos de Paz, a contrapelo de su modestia retórica, adquieren un carácter más teórico y ambicioso e intentan fijar una preceptiva y una tradición en las cuales sea posible incorporar su propia obra. Tanto en sus ensayos, como en su participación en la preparación de antologías o en su labor editorial, Paz comienza a elaborar una nueva interpretación de la literatura mexicana, particularmente de la poesía. [20] La incursión de Paz en la institución de un nuevo panteón de la poesía mexicana comienza con su participación en la elaboración de Laurel, pasa por el prólogo a la antología de poesía mexicana de la UNESCO, por la respuesta beligerante a la antología de Castro Leal, por Las peras del olmo y se consolida en el prólogo a Poesía en movimiento. En su aproximación a la poesía mexicana, Paz pasa de una crítica coyuntural y emotiva, a una aproximación histórica más vasta, que establece su relación con las diversas tradiciones poéticas, particularmente con la poesía española; que señala el papel de la religión y la historia mexicana en la orientación poética y que analiza la forma en que diversos autores contribuyen a crear una identidad de la poesía mexicana. En este proceso de registro, catalogación e interpretación de la tradición poética mexicana no siempre se disimula la intención de otorgarse, a él mismo y a su generación, un lugar prominente. Igualmente, Paz, como sugiere Medina, consolida su inclinación a proyectarse y legitimarse en el cuerpo de su crítica y a utilizar figuras intelectuales (Sor Juana, López Velarde, Villaurrutia) para reflejar sus propios dilemas. [21] Tras su salida de México, y particularmente tras su instalación en París como diplomático, Paz ¾señala Rubén Medina¾ intensifica la acumulación de renombre y autoridad, merced al despliegue de una obra fundamental, pero también a “estrategias de poder que despliega en sus ensayos” y en su actividad extra-literaria. En particular, Paz aspira a promover la modernización de la cultura mexicana, a difundir su acervo personal de autores y a convertirse en un intermediario entre Hispanoamérica y el Occidente moderno. Por su preparación, elocuencia y posición estratégica en las metrópolis: “Desde la segunda mitad de los años cuarenta, ningún otro intelectual mexicano asume tan eficazmente este papel de intermediario y autoridad cultural como Octavio Paz.” [22] Además, en una época de descolonización y autopunición del Occidente de entreguerras y posguerra, Paz cuenta con un ambiente especialmente propicio para ser atendido y apreciado por el público europeo. Paz no se conforma con moldear el panteón literario mexicano, sino que, en El arco y la lira, emprende una interrogación sobre la naturaleza y la situación de la poesía, en la que, desde los aspectos técnicos hasta la relación de la poesía con la religión, ofrece una extensa perspectiva del fenómeno poético y de la posición del artista en la modernidad. Cuando Paz propone una tradición, él mismo ubica su obra poética: en el plano universal, como un integrante de esa estirpe de poetas modernos cuya labor creativa es indisoluble de la crítica; en el ámbito local, como la de aquel que consolida la conciencia moderna y universalista del mexicano. De este modo, Paz “no sólo ofrece lecturas sugerentes y a menudo brillantes de varios autores y movimientos literarios, sino que por medio de los ensayos reconstruye y defiende constantemente su poética, ofrece claves de interpretación a su poesía y proporciona un contexto universal a su obra”. [23] A medida que avanza el tiempo, la obra poética y crítica adquiere una evidente unidad y Paz abandona su posición marginal para convertirse en uno de los arquitectos y voceros más destacados de un nuevo orden cultural y literario. Como dice Pastén, Paz recorre un largo trayecto que pasa por su lectura beligerante de la tradición poética mexicana se traslada al ámbito de la poesía hispanoamericana y culmina con el ambicioso intento de trazar un panorama no sólo de la poesía moderna, sino de la modernidad y sus derroteros, que incluso se anticipa a las discusiones sobre la llamada posmodernidad. En este tránsito, Paz también evoluciona de la crítica literaria como afición a la crítica como profesión: pasa de ser un comentarista marginal y a veces intransigente a convertirse en una suerte de institución beligerante. [24] La influencia del poeta no se limita a la literatura. Por ejemplo, Paz traspone su visión poética a la pintura y la vuelve un espacio de reconciliación del hombre con lo primigenio, como lo muestran sus ensayos sobre Rufino Tamayo, Juan Soriano y otros pintores mexicanos. Para Paz, la Revolución Mexicana revela el ser nacional pero no construye una filosofía de ahí la necesidad de algunos artistas de adherirse a visiones globales, como lo hicieron los pintores marxistas, quienes representan una elaboración del nacionalismo que, por su sacrificio de la libertad a la doctrina, hace poca justicia al arte y terminan en una crítica petrificada. Contra ellos, se erige un arte basado en la búsqueda individual que resulta más actual y profundo que el nacionalismo postizo. Este arte, al liberar la pintura de su carga ideológica, lleva implícita una renovación y una crítica no sólo pictórica sino política. Encontramos, pues, que los elementos de interpretación poética de Paz son aplicados a otras artes y constituyen una visión amplia y esclarecedora, pero también profundamente militante, que contribuye al predominio de nuevos paradigmas artísticos y culturales. En el caso de su crítica de arte, Paz no sólo impulsa a pintores contemporáneos y amigos suyos, sino que, al aplicar su visión poética al fenómeno pictórico, se convierte en portavoz de la renovación plástica, crea una tradición paralela de la literatura y la pintura y fortalece su figura como crítico global y renovador de la cultura. El explorador de la
identidad
Paz
no sólo se convierte en un intermediario entre las artes mexicanas y la
escena cultural europea, sino que, en El laberinto de la soledad,
con un método que ahora se llamaría interdisciplinario, replantea y
brinda sentido universal y prestigio literario al tópico de la identidad.
[25]
El
tema de la identidad acompaña a los países hispanoamericanos desde antes
de su independencia y da origen a un género de
interpretación
histórica, moral y psicológica de los pueblos que suele criticar las
costumbres y denunciar vicios del entendimiento o carencias psicológicas,
con el fin de hacerlas conscientes y propiciar su terapia. A dicho género
pertenecen obras como el Ariel de José Enrique Rodó, el Facundo
de Domingo Faustino Sarmiento; La radiografía de la pampa de
Ezequiel Martínez, La expresión americana de José Lezama Lima o
los textos sobre la
argentinidad de Jorge Luis Borges.[26] En
México, el tema de la identidad nacional adquiere mayor relevancia después
de la revolución mexicana y se encuentra estrechamente ligado a la
empresa ideológica de forjar una nueva nación. Aunque las referencias a la identidad nacional son
habituales en los años 30, el libro que aborda este tema de manera más
unitaria y sistemática es El perfil del hombre y la cultura en México
de Samuel Ramos, que, editado por primera vez en 1934, aborda la
personalidad del mexicano enfocándose en lo que considera uno de sus
rasgos distintivos, el complejo de inferioridad. Los
rasgos del carácter y las actitudes recurrentes de los mexicanos son un
tema recurrente en el joven Paz y muchos de los motivos de El
Laberinto… ya aparecen en sus colaboraciones periodísticas más
tempranas. El divorcio con el pasado, el desconocimiento de los mitos que
habitan en la colectividad, la falta de figuras arquetípicas que orienten
los afanes sociales y el papel del poeta en la restitución de los mitos
sociales son inquietudes características del joven Paz.
Para Paz, el mito es la poesía de la colectividad, un ideal que
revela las más profundas aspiraciones del hombre. En
“Poesía y mitología”, el escritor señala que el mito es una
representación que ofrece solución a los conflictos humanos, mediante un
héroe arquetípico y, si bien el teatro griego representa la máxima
comunión entre el mito artístico y el pueblo, la necesidad mítica no ha
desaparecido de la vida actual. El artista contemporáneo cumple la función
de crear mitos que expresan las expectativas y deseos de su pueblo; sin
embargo, en México no ha habido quien desempeñe dicha función: “No es
una falta de capacidad sino una falta de relación viva, orgánica y
natural, la que ha impedido al poeta condensar en una novela la atmósfera
mágica de México y todos los secretos e invisibles conflictos que mueven
a la nación” [27] Para
Santi, los temas y claves analíticas de El laberinto… pueden
rastrearse muchos años antes de su publicación: a mediados de los 30,
cuando Paz elabora una bitácora de su viaje a Yucatán, que es una
observación de las costumbres, la desigualdad social, el disimulo, el
racismo, la presencia extensiva de lo indígena y la contraposición entre
lo moderno y lo arcaico o, a principios de los 40, cuando en un puñado de
artículos publicados en Novedades, Paz ejerce una feroz crítica
social a medio camino entre la misantropía y la ironía, que denuncia el
doblez y el disimulo como síntomas de la orfandad histórica.[28]
Para el Paz desencantado de la época, la revelación del ser
propiciada por la Revolución había sido tergiversada por la corrupción
política y moral de los políticos.
“Ellos hicieron hermético, insensible, al pueblo mexicano que,
por primera vez en su historia, había despertado. Ahora todos hemos
vuelto a la soledad y el diálogo está roto, como están rotos y
quebrados todos los hombres”.[29] Sin
embargo, la maduración de El Laberinto… se realiza en el exilio,
con la ventaja de la distancia y el aprovechamiento de nuevas fuentes
intelectuales. A decir de Santí, Paz sigue a Freud, Nietzche y Marx en su
inquisición de diversas fases de la conciencia¾la
inautenticidad de los valores sociales, los traumas disimulados, las
escisiones, las heridas históricas¾,
a fin de demostrar su falsedad y proponer su curación.
Santí menciona también la influencia del surrealismo, de la
naciente antropología francesa y, sobre todo, la de heterodoxos, como
Roger Callois y Georges
Bataille quienes, después de abjurar del surrealismo, se dedicaron a
estudiar el mito y lo sagrado a fin de demostrar que el destierro de estos
elementos y la victoria de lo profano en el mundo contemporáneo eran
causantes de la acedia moderna. En particular,
“Del estudio de Callois derivarán tres conceptos clave: la noción
de mito como cifra de conflictos psíquicos; la proyección de estos
conflictos hacia el héroe mítico ´cuya acción pueda llevarlos a su
desenlace´y la necesidad de recrear, para llevar a cabo esta resolución,
´una atmósfera mítica´ en forma de ritos colectivos, como las
fiestas” .[30] Como en el ensayo de Samuel Ramos, El laberinto… de Paz comienza analizando algunos síntomas y conductas privativos del mexicano que denotan una suerte de malestar de la cultura; sin embargo, su diagnóstico de dicho malestar rebasa el enfoque de índole psicológica y propone buscar una respuesta en la interpretación de los mitos y la historia mexicana. A diferencia de Ramos, para Paz el conflicto distintivo del mexicano no es el complejo de inferioridad, sino la forma en que asume el hecho, consustancial a todos los hombres, de la soledad. En los diversos capítulos descriptivos de los personajes y las costumbres, Paz analiza las diversas formas (el ocultamiento, el ninguneo, la explosión de la fiesta) en las que el mexicano manifiesta su conflicto interior. Sin embargo, estos rasgos de una personalidad escindida se muestran de manera privilegiada y adquieren sentido en el fondo mítico de la historia mexicana. Si
la identidad nacional ¾supone
Paz¾
está constituida por mitos y metáforas, la indagación en estas imágenes
puede brindar luz sobre las fuentes secretas de los rasgos característicos
de una sociedad. Esta perquisición
tiene un propósito moral y curativo, pues el conocimiento de los mundos y
significaciones sepultados por la historia, de aquellos mitos originales a
menudo disfrazados por ideologías laicas y aparentemente novedosas,
reconcilia los opuestos y enriquece las perspectivas al acercar posiciones
y valores aparentemente inconciliables.
Con esta hermenéutica mítica, Paz aborda fenómenos de alienación
y negación del pasado histórico que desgarran al individuo y a la nación
mexicana. Para Paz, la historia de México es una superposición de “voluntades unitarias” que ignoran el pasado. Así, el ánimo unificador azteca acalla las voces de otros pueblos indígenas; la conquista española somete la herencia azteca; el liberalismo criollo y el porfirismo desdeñan las herencias hispana e indígena e importan sucesivos modelos hasta que la Revolución “desnuda de doctrinas previas” apunta a reintegrar y reconciliar las distintas herencias. No obstante, la hegemonía de una sola de sus vertientes, el carrancismo, abre la puerta a nuevos cercenamientos históricos y simulaciones. Este proceso de perpetua reconstitución y negación implica el acallamiento de identidades y legados culturales y provoca el surgimiento de actitudes sociales patológicas. Por eso, la terapia consiste en una restitución, en la memoria y en la vida política y cultural, de la multiplicidad de pasados que componen el acervo de la experiencia mexicana. Así, como señala Pascale Casanova, Paz propone una reconciliación con el presente: En El laberinto de la soledad Octavio Paz intentó, en los años 50, ennoblecer y fundar la identidad nacional mexicana restableciendo una continuidad perdida entre todos los legados históricos, y en particular reconciliando el legado precolombino con la historia de la colonización española y las estructuras sociales que dejó. En este libro, convertido en un clásico nacional de México, intentó sobre todo introducir a su país en la modernidad política y cultural, al proclamar su continuidad histórica y su deber de crítica sobre ese legado político.[31] La negación del pasado, la alienación y el desarraigo no son ¾sugiere Paz¾ experiencias privativas de un individuo o una nación, sino que son características de la modernidad que identifican y vuelven contemporáneos a todos los hombres. La resolución de los conflictos y desgarramientos que subsisten en la cultura mexicana también pasa por el reconocimiento de su carácter universal, pues el pasado y el proyecto histórico de una nación adquieren sentido en el diálogo con el mundo. Paz plantea que, para encontrar una vía propia a la modernidad es necesaria la mezcla cultural, la asimilación de los pasados incómodos, la conciencia de la universalidad de los dilemas. En este sentido, El laberinto… al concentrarse en una característica inherente a la condición humana, al destacar que el mestizaje cultural o el sentimiento de orfandad son características que comparten diversas culturas, busca rebasar la discusión provinciana en torno a la esencia de los pueblos y se convierte en estandarte de una perspectiva más cosmopolita en torno a la identidad que, al mismo tiempo, contribuya a la modernización de las costumbres en los países en desarrollo y abra las fronteras de las metrópolis. El disidente político
En sus años formativos Paz no sólo formula su versión a la vez heroica y crítica del poeta y la aplica a la historia literaria y a la interpretación de la identidad, sino que resuelve su dilema entre literatura y compromiso a favor de la autonomía del arte y la independencia del artista. Como en los casos anteriores, se trata de un proceso accidentado y gradual, que pasa por distintas etapas. Esta elección lo alejará de los extremos políticos y, al mismo tiempo, será la base de su larga querella con la izquierda. Hacia los años 20 y 30, el sentimiento de un cambio de raíz en la vida social, el convencimiento de la inviabilidad del capitalismo, así como la aspiración revolucionaria, se encuentran presentes en muchos círculos intelectuales y los vehículos de transformación van desde el comunismo hasta el fascismo. Por un lado, el marxismo-leninismo se ha convertido en una doctrina totalizante que ofrece respuestas amplias, que impulsa la revolución en un país, la URSS, y que ejerce, como ya advertía tempranamente Jorge Cuesta, un influjo religioso sobre sus creyentes. El nuevo prestigio de la URSS coincide con el episodio de fracaso y condena del liberalismo económico, por lo que la economía planificada del socialismo constituye una esperanza, incluso para muchos liberales.[32] El fascismo también es una ideología atractiva que fusiona la revolución con la nación. El fascismo le da una nueva dimensión de derecha al socialismo y permite buscar la fraternidad y la igualdad no a través del Estado proletario, sino de la reivindicación nacionalista de una comunidad. El fascismo y el comunismo se reputan como los renovadores del humanismo liberal en este siglo y, con su promesa de cambio y redención moral, atraen el interés de numerosos intelectuales. Las pasiones oscilan entre estos bandos antagónicos y se caracterizan, en general, por su subestimación del liberalismo y la democracia formal y por el odio a la figura del burgués. [33] En el México que vive el joven Paz, el clima es de ebullición izquierdista: amén de la influencia del comunismo internacional, el nacionalismo se confunde con el realismo social y la cultura de la revolución quiere volverse cultura proletaria; los artistas de izquierda se aglutinan en organizaciones militantes y la retórica izquierdista se patrocina desde el gobierno. Paz, adolescente que proviene de una familia politizada, manifiesta su simpatía por el cambio social; se mueve en los círculos políticos de izquierda; participa en actividades y experimentos sociales; adquiere conciencia y se solidariza con la situación de los oprimidos, cultiva efímeramente una poesía social e internacionaliza su militancia. Por ejemplo, el Paz bachiller participa en la gran huelga estudiantil de 1929, milita en agrupaciones como la “Unión de Estudiante Pro Obreros y Campesinos”, que participa en la educación y adoctrinamiento de obreros; reside algunos meses en Yucatán para fundar una escuela para hijos de obreros y campesinos y viaja a España al Congreso de Intelectuales Antifascistas. Muy probablemente, los momentos de militancia más intensa constituyan el principio del desencanto, como es el caso del viaje a España. En ese momento, de acuerdo al propio Paz, surgen pequeñas revelaciones sobre el dogmatismo y la intolerancia militantes y sobre el absurdo de la violencia como medio de cambio social. Es un hecho, por otro lado, que la integración de Paz a la izquierda intelectual resulta problemática y, por las razones que sean, el escritor permanece al margen de los organismos que aglutinan a los artistas revolucionarios. Si nos atenemos a las páginas autobiográficas, Paz nunca fue un ejemplo de disciplina militante y sus actitudes heterodoxas le granjearon diversas desconfianzas en los círculos ortodoxos. [34] Ciertamente, en los alegatos políticos del joven Paz, puede advertirse una vehemencia anticapitalista y un difuso ánimo revolucionario, incluso cierto resentimiento y frustración personales, pero no hay una asunción del marxismo como marco teórico para el cambio social. Así, Paz no sólo evita afiliarse a ningún partido de izquierda, sino que se aparta de su fraseología: su discurso público y político es áspero y desafiante contra el estatus, pero heterodoxo y poco concreto. Probablemente, Paz apela al socialismo más como una metáfora de una sociedad orgánica en donde se realice la reconciliación del hombre consigo mismo, más como un ideal romántico que se opone al orden burgués, que como un programa político y social. Aunque el Pacto de Stalin con Hitler, el asesinato de Trostky y las crecientes revelaciones sobre la represión interna en la URSS matizan las simpatías de muchos intelectuales, la creación de una gran efervescencia izquierdizante promovida por el régimen de Lázaro Cárdenas y la incorporación de la inmigración republicana española propician la vigencia de la izquierda y el significativo apoyo a Stalin en los círculos intelectuales. A su regreso a México, tras su aventura en España, Paz se aproxima al Partido Popular, agrupación que, acorde con el clima cardenista, pugna por una transición gradual al socialismo mediante reformas y alianzas con los sindicatos y las fuerzas políticas progresistas; Paz también publica en el diario El Popular, cercano al partido del mismo nombre y practicante de una línea de izquierda estalinista. En los escritos de Paz de esa época se percibe cierta afinidad con el espíritu cardenista, particularmente con la política de fortalecer la alianza con los sectores sociales y reforzar la capacidad económica del Estado. Sin embargo, de acuerdo al propio Paz, luego de su etapa de exaltación, ya hacia los años 40, el escritor experimenta un creciente escepticismo hacia las encarnaciones del ideal comunista y sus emulaciones locales y comienzan a definirse los términos de su problemática relación con el conjunto de la izquierda. Según Paz, el alejamiento paulatino de la órbita izquierdista en los 40 le atrae hostilidad y rompimientos, de los cuales el más notorio es el enfrentamiento con Pablo Neruda.[35] Por supuesto, aún hay muchos claroscuros en la forma en que Paz navega en el confuso mercado de las ideologías de la época: los recuentos oficiales y autobiográficos son bastante ambiguos con respecto a hechos que pudieran lesionar la imagen granítica que Paz construyó después de 1968. Por ejemplo, Rubén Medina señala que los reflejos críticos de Paz no son tan rápidos como suele pensarse, y una muestra es la etapa de El Popular: Empieza a colaborar con El Popular en julio de 1937. A pesar de que un grupo de redactores renuncia por el Pacto de Munich (1938), Paz sigue colaborando en el diario. Tampoco rompe con éste a causa del pacto germano-soviético (23 de agosto de 1939) y el apoyo del diario a la política de la Unión Soviética. Paz permanece en el diario aún después de la muerte de Trostky (1940). Los últimos artículos de Paz aparecen en octubre de 1941. La actitud crítica en cuanto a su colaboración con El Popular, es una actitud dilatada.[36] Con todo y las zonas grises, el distanciamiento de Paz con la izquierda es indudable. Después de 1943, cuando Paz inicia su largo exilio, el alejamiento físico del país y el formar parte, aunque sea en un puesto modesto, del gobierno mexicano, provocan una aparente tregua política. Muy probablemente, el conocimiento directo, desde el interior de la diplomacia, de la política real soviética y las revelaciones paulatinas sobre la represión en la URSS disminuyeron todavía más las simpatías comunistas de Paz. Ya para la publicación de El Laberinto de la Soledad, Paz advierte la transfiguración de la URSS en un fenómeno histórico radicalmente distinto al ideal socialista. De acuerdo al propio Paz, el rompimiento prácticamente definitivo con la izquierda se produce cuando el escritor publica, con una nota suya, los testimonios de la denuncia de David Rousset sobre los campos de concentración en la URSS, que habían desatado un escándalo en Francia.[37] Paz recopiló los testimonios de la polémica y los acompañó de un texto en el que señalaba que los campos de concentración no sólo eran producto de aberraciones morales o necesidades políticas, sino que tenían una función económica para la construcción del Estado socialista. Esto implicaba que la virtual esclavitud que se producía en los campos de concentración soviéticos, no era únicamente una expresión de la política de una dirigencia o de un gobierno en particular, sino un reflejo de una naciente estructura social, que contradecía las previsiones de la teoría marxista, pervertía los ideales socialistas y mostraba la incapacidad del comunismo soviético para superar las antiguas contradicciones sociales, creando, en su lugar, nuevas y más lacerantes segmentaciones. [38] Si se da una dimensión más justa a los hechos, se observará que la denuncia de Paz recicló un material ya divulgado y utilizó el recurso ¾muy frecuentado posteriormente por la propia izquierda¾ de condenar un régimen, salvaguardando la vigencia y validez del ideal socialista. Pero incluso este gesto relativamente tímido de denuncia, pudo apartar a Paz de los círculos atados a la doctrina estalinista. Así pues, Paz, sin renunciar a su identificación con un ideal socialista “auténtico”, comienza a participar en el proceso de percepción y progresiva racionalización del fenómeno totalitario y su actitud pasará del silencio y la denuncia acotada al enfrentamiento directo. Ciertamente, habría que valorar más detenidamente la originalidad teórica de sus argumentos y sus antecedentes; sin embargo, Paz aportó en el análisis y la batalla contra el socialismo real un singular talento polémico y una gran capacidad de difusión. [39]
La
consagración del intelectual independiente
En lo que Pascale Casanova considera un movimiento reflejo de los grandes escritores de los países emergentes, a principios de los 40 Paz rechaza el orden literario mexicano, parte a una suerte de exilio y consolida su obra en otro ambiente y otro aparato cultural. Faltan aproximaciones sobre el itinerario intelectual del exilio paziano que valoren más minuciosamente el cúmulo de influencias ¾la poesía en lengua inglesa, el surrealismo, el pensamiento liberal y libertario europeo, el existencialismo y el estructuralismo¾ que modulan y afinan el proyecto literario de Paz. Con todo, es posible afirmar que la distancia física de México constituye una experiencia que, por un lado, afianza la profesión de fe en la autonomía del arte y el rechazo a los nacionalismos excluyentes y, por el otro, propicia una extensa labor de intermediación cultural y permite la acumulación de un prestigio y un crédito internacionales. [40] Paz practica un intercambio dinámico: importa y exporta, traduce a la vanguardia y da a conocer el pasado mexicano; asimila el surrealismo y difunde la mitología azteca; se adhiere a las vanguardias artísticas y reescribe la tradición mexicana. La red de contactos que establece Paz en Europa y su participación en las empresas para el reconocimiento de tradiciones hasta entonces consideradas periféricas, su propuesta de una reivindicación global de la literatura hispanoamericana se transforman en un valioso capital cultural. Paz
aprovecha el ambiente propicio para ser atendido por el público europeo,
se erige como un abogado del afán modernizador de las naciones en
desarrollo y como un interlocutor entre éstas y las metrópolis. Paz no
busca únicamente traducir en un prestigio literario doméstico
su conocimiento de las últimas tendencias creativas, sino que
participa en un movimiento sincrónico de creación de una tradición
cultural mexicana y a la vez de internacionalización de dicha tradición;
es decir, Paz crea un mapa de la cultura mexicana no para aislarlo sino
para insertarlo en una geografía mundial. Esto no sólo representa un
gesto casi inédito en un autor mexicano (sólo Alfonso Reyes había
intentado algo similar), sino que también representa un rasgo innovador
en un panorama cultural metropolitano, fragmentado por las Guerras y la
tendencia al enclaustramiento de las literaturas en estancos nacionales.
En este sentido, las operaciones de política literaria de Paz en
los años 40 y 50, su contribución a los debates en torno a la comunicación
intercultural, su reivindicación de tradiciones periféricas y su
participación más amplia en la escena internacional de las letras, aún
están por documentarse y escribirse. [41] El
Paz parisino no sólo es un
artista brillante, sino un poeta crítico que crea su propio espacio
cultural, un descubridor de una nueva dimensión de la cultura
hispanoamericana ante el mundo y el gestor de un nuevo pacto de
entendimiento intercultural. [42]
Paz ha madurado, enriquecido y matizado sus inquietudes juveniles y es un
escritor moderno y atendible;
un escritor a la vez idealista y pragmático que, proviniendo de la
periferia, cultiva un pensamiento universalista capaz de reivindicar la
diferencia cultural sin erigirla en fetiche; que reconoce la
responsabilidad política del intelectual pero rechaza las filosofías unívocas
de la historia. Paz
consolida igualmente un estilo inconfundible que le brinda un gran poder
de seducción a su escritura. En el estilo de Paz puede encontrarse interés anecdótico, pues aborda temas que atañen un público
amplio; argumentación sólida,
ya que su variada cultura y su curiosidad le permite manejar y combinar
con soltura conceptos provenientes de diversos campos del
conocimiento; carácter, pues no
emprende exposiciones asépticas sino que practica aproximaciones
profundamente personales y emotivas a
los temas que trata; gracia estilística,
ya que su escritura tiene ritmo interno, claridad, sazón y amenidad y espectáculo,
pues su estilo argumentativo gusta del color y el señalamiento directo,
sin desdeñar la sátira y la injuria. En
su ánimo de convertirse en un punto de referencia de la modernización
cultural, Paz se involucra en una batalla en todos los órdenes. Paz
establece correspondencias entre diversas disciplinas especializadas,
vincula ideas aisladas y propone síntesis y modelos de reconciliación
para los grandes temas sociales y estéticos de su tiempo.
Por supuesto, esta visión renovadora no surge de la nada y Paz
acude a diversas herencias culturales y recoge numerosas opiniones e
intuiciones que flotan en el ambiente. No es raro que, en parte por la
liberalidad de su estilo ensayístico, en parte por la intención de
destacar su papel como pionero, Paz utilice un número mínimo de citas y
referencias que, en ocasiones, oscurecen la genealogía y el contexto de
su pensamiento. [43] Cuando
Paz regresa a México en 1953, para permanecer hasta 1958, ya ha definido
las pautas y márgenes de su obra posterior y ha sentado las bases de su
profunda influencia cultural en el ámbito de la literatura, el
pensamiento y las artes plásticas. Libertad
bajo palabra y ¿Aguila o sol?, por ejemplo, constituyen una
lectura de la tradición poética hispanoamericana y una asimilación de
diversas técnicas y tonos de la modernidad poética.
El arco y la lira, por su parte, representa un aparato
interpretativo que intenta identificar el papel de la poesía y del poeta
en la modernidad; definir genealogías y tradiciones universales y situar
a la poesía hispanoamericana en la corriente mundial.
A su vez, El laberinto
de la soledad,
aventura una exploración de la identidad y la historia nacional, que
plasma la inclinación de la época hacia temas
como la universalidad del mexicano y la relación del país con lo
moderno. Con la publicación de estos libros, así como con su activa
agenda cultural, Paz puede reputarse como un modernizador de las formas
literarias y artísticas; como el creador de un aparato crítico para
ordenar y proyectar universalmente la cultura mexicana y como un intérprete
de la identidad y la historia nacional. Paz se convierte en un punto de
referencia para las nuevas generaciones de escritores y artistas y renueva
su círculo social e influencia.[44] Pero
Paz no sólo ha adquirido una influencia notable, sino que ha
perfeccionado su arquetipo intelectual, con nuevas fuentes y ejemplos. Si
la idea de marginalidad del poeta era un tanto abstracta, ahora adquiere
una nueva concreción con la promulgación de la autonomía de la obra de
arte y de la independencia de las ideologías. De este modo, el poeta
marginal del joven Paz se convierte paulatinamente, con la influencia de
Benda, Camus y Aron, en el intelectual independiente que tiene la
responsabilidad de preservar la verdad por encima de los velos de las
ideologías.[45]
Así, para Paz el intelectual independiente está llamado a
representar la autonomía de la cultura frente al imperio de los
prejuicios tribales, la ideología y la razón de Estado; a representar el
equilibrio analítico ante las pasiones colectivas y las modas
intelectuales. Este tipo de intelectual puede impulsar la crítica y el
progreso espiritual de las sociedades y su concurso como guía y arbitro
de los asuntos públicos es particularmente importante en los países que
no han experimentado el proceso de modernidad económica y social.
[46] Hacia los años 60 el ascendiente intelectual de Paz ya resulta indudable; sin embargo, su participación en la vida pública y en el debate político es marginal hasta antes de 1968, en parte por sus intereses primordialmente artísticos, en parte por su posición laboral como diplomático al servicio del gobierno mexicano. De este modo, la conversión del escritor vanguardista en una presencia polémica, aunque tiene raíces en la biografía y la historia intelectual de Paz, resulta incomprensible si no se alude a la coyuntura de 1968. Los sucesos de ese año exigen a Paz ratificar en los hechos la independencia de criterio que pedía del hombre de ideas y encabezar un arquetipo intelectual que desempeñaría un papel sumamente influyente en el debate nacional e internacional durante las próximas tres décadas.[47] El siguiente capítulo, se ocupa del surgimiento de este fenómeno cívico e intelectual con el que crecieron las últimas generaciones, definiéndose a favor o en contra; aquel que, después de 1968, se convirtió ya en un incómodo latiguillo moral, ya en un chocante pontífice y que, a través de su opinión y sus empresas culturales, animó y orientó el debate mexicano.
Referencias: [1]
La definición operativa del intelectual puede ser muy amplia.
En el caso de este ensayo, el término intelectual identifica a
aquellos artistas, escritores y profesionistas de las áreas de
ciencias sociales y humanidades (aunque también admite a ciertos técnicos
y científicos), que por su formación y vocación sean capaces de
intervenir en el debate público.
[2]
Aunque los protagonistas de la Ilustración anticipan el papel del
intelectual contemporáneo, muchos historiadores coinciden en
localizar el momento de la consolidación del intelectual en la vida pública
en el caso Dreyfus. En
esta coyuntura: “El compromiso masivo y espontáneo de profesores y
escritores daba brillantemente fe de que ya era imposible gobernar a
los hombres contra las leyes del espíritu.
El pensamiento también tomaba conciencia de que era un poder
dentro de la democracia” Pierre
Miquel, El caso Dreyfus, México, Fondo de Cultura Económica,
1988, p 10.
[3]
Para
Pascale Casanova, la condición periférica agudiza la conciencia de
la modernidad de los intelectuales y produce ambiciones y obras
revolucionarias que buscan compensar la sensación de atraso. Es el
caso de escritores como Joyce, Borges, Cioran y Paz, quienes, de
diversas formas, asimilan la cultura occidental e insertan su propia
lectura en el escenario internacional de las letras. Véase Pascale
Casanova La República
mundial de las Letras, Barcelona, Anagrama, 2001. Especialmente el
cap. 3
[4]
Gabriel Zaid, “Octavio Paz y la emancipación cultural” edición
especial de “El Angel” dedicada a Octavio Paz, Reforma, 24
de marzo de 1994, p.6.
[5]
La vocación por la vida activa era una tradición familiar de la que
Paz siempre se mostró orgulloso.
Su abuelo, Irineo Paz, un liberal que luchó al lado de
Porfirio Diaz, y su padre, Octavio Paz Solórzano, que devino
militante zapatista, habían participado de manera destacada en la política
de su tiempo. Una semblanza de Octavio Paz Solórzano se encuentra en Hoguera
que fue, México, UAM, 1986, compilación de artículos de Paz Solórzano
y testimonios sobre su vida realizada por Felipe Gálvez.
Igualmente, se dispone de las memorias de Irineo Paz, Algunas
campañas, México, Fondo de Cultura Económica, 1997. 2 vols.
[6]
Furet hace una descripción de este clima de desesperanza hacia el
futuro capitalista y de fe casi religiosa en el cambio social que se
extendió en la clase intelectual de la época. Francois Furet, El
pasado de una ilusión, México, Fondo de Cultura Económica,
1996, cap. I.
[7]
Intelectuales de tendencia marxista como Narciso Bassols, Jesus Silva
Herzog y Vicente Lombardo Toledano consideraban, con diversos matices,
que la revolución mexicana era un movimiento burgués que había
rebasado a sus iniciadores y que había incorporado demandas sociales
amplias y un sentimiento nacionalista, los cuales no anulaban pero
si regulaban la propiedad privada. Por eso, sin negar sus
limitaciones burguesas, la revolución constituía un paso en la
transición al socialismo y podían encontrarse múltiples paralelos
con la revolución rusa. A
partir de este razonamiento, que marcarían la historia de la
izquierda en México, estos intelectuales ocuparon puestos públicos
de importancia en los gobiernos revolucionarios, encabezaron
movimientos sociales y se convirtieron alternativamente en partidarios
y críticos del rumbo posrevolucionario.
Al
respecto véase, Sheldon B. Liss, “Marxist Thinkers in Mexico: Each
to his Own Revolution” en Roderic Ai. Camp,
Charles A. Hale y Josefina Zoraida Vázquez (eds.),
Los intelectuales y el poder en México, México, El
Colegio de México-UCLA, 1991, pp. 359-376.
[8]
Carlos Monsiváis, “Notas sobre la cultura mexicana del siglo XX”
en Historia General de México, 3ra ed., Tomo 2, México, El
Colegio de México, 1981, pp.
1411-1412.
[9]
Si bien existía un fermento social para el sentimiento nacionalista
espontáneo, tampoco debe olvidarse el impulso que, desde el Estado,
se dio al discurso nacionalista.
Como señala Guillermo Sheridan, en México el nacionalismo ha
sido una metáfora unitiva, a menudo excluyente de ciertas realidades
para privilegiar otras que correspondan a los intereses políticos del
momento. También ha sido un producto de exportación que produce híbridos
humorísticos y mucho cinismo. Al respecto, Sheridan documenta
jocosamente algunos excesos: “…capítulo importante para la
historia del jicarismo de exportación sería la fastuosa revista
musical Upa y apa, que, con financiamiento estatal, trató (en vano)
de conquistar Nueva York en 1937, y en cuya elaboración plástica,
musical y dramatúrgica colaboraron Contemporáneos y nacionalistas
por igual. Se trataba de una revista en nueve cuadros que ilustrarían
otras tantas escenas del old
Mexico. Hasta donde sé la obra se estrenó en Nueva York y México.
Hay fotografías en las que, sobre un escenario ´azteca´, se ven
decenas de tehuanas…con faldas cortas”. Guillermo Sheridan, México
en 1932: la polémica nacionalista,
México, Fondo de Cultura Económica, 1999, p. 83.
[10]
Luis Villoro, “La cultura mexicana de 1910 a 1960” en En México,
entre libros. Pensadores del siglo XX, México, Fondo de Cultura Económica-El Colegio Nacional,
1999, pp. 9-38.
[11]
En particular, en la época en que Paz comenzó a descollar dominaban
el horizonte hispanoamericano dos tipos intelectuales: “El hombre de
letras´(entendido a la manera francesa, el escritor que representa el
conjunto de su cultura a través del ejercicio de todos los géneros
literarios, y de la dramatización del escritor como profesional del
logos), y el ´Maestro de la juventud´o la ´Conciencia Nacional´,
situación típicamente latinoamericana, el escritor que es el punto
de vista dirigido al lector y a la conciencia del lector, a su
estructura moral”. Véase
Carlos Monsiváis, “Octavio Paz en sus ensayos”, edición
especial de “El Angel” dedicada a Octavio Paz, Reforma, 24
de marzo de 1994, p. 12.
[12]Octavio
Paz, Itinerario, México, Fondo de Cultura Económica, 1993.
[13] Véase al respecto el libro de Rubén Medina, Autor, autoridad y autorización. Escritura y poética de Octavio Paz, México, El Colegio de México, 1999. En este documentado ensayo, Medina analiza el interés de Paz por crear, junto con su obra, una autoridad literaria y la manera en que el escritor utiliza su labor ensayística para definir, justificar e interpretar su propia obra. Igualmente, refuta la interpretación oficial de Paz y de sus biógrafos más cercanos, como Santí, con respecto a la juventud del escritor e introduce una serie de datos que muestran las tribulaciones y contradicciones del joven Paz.
[14]
Para observar y cotejar dos lecturas de la juventud poética de Paz, véanse
“El joven Paz (1931-1943)” en Rubén Medina, op. cit., pp.
77-134 y de Manuel Ulacia, “Primera instancia” en El árbol
milenario, un recorrido por la obra de Octavio Paz, Barcelona, Círculo
de Lectores, 1999, pp. 19-93.
[15]
Medina, op. cit., p.104.
[16] Octavio Paz, Primeras Letras, México, Vuelta, 1993, p. 303
[17]
Véase “Octavio Paz. El ´temple´ religioso de los años treinta”
en Leonardo Martínez Carrizales, La gracia pública de las letras.
Tradición y reforma de la institución literaria en México,
Colibrí-Secretaría de Cultura de Puebla, 1999, p. 93.
[18]
Agustín Pastén, Octavio Paz: crítico practicante en busca de una
poética, Madrid, Editorial Pliegos, 1999, p 28.
[19]
Paz, Primeras letras, p. 248.
[20]
Sobre el papel de las antologías en la formación del canon y la
participación de Paz en selecciones como Laurel y Poesía
en movimiento, véase Anthony Stanton, Inventores de tradición:
ensayos sobre poesía mexicana moderna, México, Fondo de Cultura
Económica, 1998.
[21] Medina, op. cit., pp. 41-47.
[22]
Ibid., p. 94.
[24]
Pastén, op. cit., pp.
141-157.
[25]
Pese
a que, en rigor, El laberinto... tal como se conoce ahora
estuvo redondeado hasta la segunda edición de 1959, en el año de su
primera publicación este libro implicaba un proceso de interrogación
de la historia que tocaba fibras sensibles del comportamiento
nacional. Con todo, a decir de Santí, la recepción fue fría (sólo
se publicaron nueve reseñas principalmente descriptivas, entre ellas
una de José Vasconcelos) y, curiosamente, el libro no fue reseñado
por ninguno de los filósofos que por entonces emprendían el proyecto
de analizar el ser del mexicano. En 1959, El laberinto... se
publicó en francés y se reeditó en español. En esta segunda edición
el libro tuvo una verdadera recepción y asimilación, recibió
numerosas reseñas y provocó polémicas.
La más destacada fue la que protagonizaron Emmanuel Carballo,
Rubén Salazar Mallén y Octavio Paz. En Francia, el libro también
recibió numerosos comentarios y, por primera vez, se convirtió en
blanco de la crítica de la izquierda, en una reseña que lo acusaba
de encarnar una idea romántica de la revolución, que le impedía
comprender la experiencia de países como China y la URSS.
La polémica con Carballo y Salazar Mallén se desarrolló en
los números 552, 561, 563, 569 y 570 del suplemento “México en la
Cultura” entre octubre de 1959 y febrero de 1960.
El comentario en Francia pertenece a Hubert Juin y fue publicado en
noviembre de 1959 en la revista Lettres Francaises. La
referencia es citada por Fernando Vizcaíno,
“De la desacralización del mito a la consagración del
escritor” en La Gaceta del Fondo de Cultura Económica, n.
241, enero 1991, pp. 51-55.
[26]
Sobre las fuentes e historia del ensayo en torno a la identidad
nacional en hispanoamérica, véase
Enrico Mario Santi, ”Introducción a ´El laberinto de la soledad´”,
en El acto de las palabras. Estudios y diálogos con Octavio Paz,
México, Fondo de Cultura Económica, 1997 pp. 123-225 y José
Miguel Oviedo, Breve historia del ensayo hispanoamericano,
México, Alianza Editorial, 1992.
[27]
Paz, Primeras letras, p. 287.
[28]
Santí, op. cit., pp. 127-143.
[29]
Primeras letras, p. 260.
[30]
Santí op. cit., p. 137.
[31] Pascale Casanova, op. cit., p. 314.
[32]
El éxito económico y la fascinación por la planificación racional
hacen que intelectuales
liberales como H.G. Wells o socialistas reformistas como G. Bernard
Shaw, miren con simpatía a la URSS. Furet,
op. cit., p. 174.
[33]
A decir de Furet, la militancia en los extremos políticos de muchos
artistas e intelectuales fue una de las manifestaciones de la rabia
antiburguesa. Una vez destruido el antiguo orden, el burgués resulta
el hombre que se inventa a sí mismo en un marco mínimo de ligaduras
y obligaciones sociales: su única forma de diferenciación y ascenso es la creación de riqueza, lo que implica que tras la
prescripción de igualdad de la Revolución Francesa, este ser pasivo
e hipócrita promueve activamente la desigualdad. La mala fe de origen
de esta actitud produce ejemplares humanos repulsivos que se
convierten en motivo de escarnio de la literatura del siglo XIX y XX.
“No hay mejor ilustración de ese déficit político y moral que
aflige al burgués por todas partes que su humillación estética: el
burgués comienza en el siglo XIX su gran carrera simbólica como la
antítesis del artista. Mezquino, feo, avaro, limitado, hogareño,
mientras que el artista es grande, bello, generoso, genial,
bohemio”. Ibid.,
p. 26.
[34]
La conciliación de las ideas personales con los dictados del partido
y las necesidades de la lucha revolucionaria constituyen uno de los
dilemas morales más importantes que enfrentaron los intelectuales de
este siglo. El drama de
esta conciencia escindida es visible en figuras como Lukacs y Sartre.
En México, José Revueltas es quien representa con mayor intensidad
este conflicto. Al respecto, véase el libro de Alvaro
Ruiz Abreu Los muros de la utopía,
México, Cal y Arena, 1993.
[35]
Pablo Neruda y Octavio Paz ya habían tenido una diferencia personal,
que posteriormente se transformó en una polémica literaria.
Antes de retirarse como Consul de México, Neruda hizo algunas
declaraciones incendiarias al señalar que “los agrónomos y los
pintores son lo mejor del México actual” y que “en poesía hay
una absoluta desorientación y una falta de moral civil que realmente
impresiona”. Paz elaboró
una violenta “Respuesta a un Cónsul” , en la que deploraba la
capacidad de juicio crítico de Neruda, descreía de la poesía
comprometida y negaba la representatividad política del escritor
chileno. Véase Letras
de México, Año VII. Vol I n. 8 , 15 de agosto, 1943. p.5
Para el relato de su diferendo, narrado por el propio Paz, véase
la entrevista con Miguel Reyes Razo en Excélsior, 7 de
diciembre de 1990, pp. 1 y 41.
[36]
Medina op. cit., p. 116.
[37]
David Rousset, conocido militante antifascista que había padecido los
campos de concentración alemanes y que había publicado dos libros en
torno a la represión fascista, denunció en 1950 el problema de la
tortura estalinista. Su
denuncia causó gran irritación entre la izquierda francesa y desató
una controversia, que culmino en un litigio jurídico entre Lettres
Francaises, la revista que representaba la posición de la
izquierda, y David Rousset, quien era acusado de presentar falsos
testimonios. Finalmente,
Rousset fue absuelto de los cargos de que se le acusaba y el semanario
fue castigado. Este episodio se encuentra bien descrito en Fernando
Vizcaino, loc. cit., p. 55.
[38]
La publicación de estos testimonios se realizó en la revista
argentina Sur de abril de 1951.
[39]
En México, autores como Jorge Cuesta ya habían anticipado lúcidas
intuiciones en torno al fenómeno totalitario y José Revueltas, en Los
días terrenales, había realizado una cruda reconstrucción
literaria de la vida interna del comunismo y de la intolerancia de sus
feligreses, de la cual tuvo que abjurar posteriormente.
[40]
Para
Pascale Casanova, en la escena internacional de las letras se
enfrentan dos posiciones: una, que afirma la existencia de una jerarquía
y valores literarios de índole universal y, otra, generalmente
encabezada por las naciones que se sienten excluidas, que exalta la
lengua, las costumbres y la cultura nativa. Esta dialéctica entre lo
nacional y lo universal, entre lo general y lo particular, se
reproduce al interior de cada nación y las querellas y debates
literarios oscilan entre el nacionalismo y el cosmopolitismo, entre la
autonomía de las artes y su vínculación a motivos sociales o políticos.
En cada país, el polo cosmopolita y autónomo se independiza
acudiendo a la metrópoli mundial y aludiendo a los valores
universales del arte. De este modo, la idea de universalidad se nutre
de una membresía multinacional que fortalece sus recursos y su
legitimidad. Casanova, op. cit., cap. 3.
[41]
Si bien es deseable evitar el estereotipo del héroe cultural, la
labor de mediación cultural que han realizado figuras como Reyes Paz
o Fuentes no puede reducirse a la promoción personal:
la incorporación, aunque sea a empujones, al banquete de la
cultura requiere un ejercicio de definición de identidad, de
conocimiento, crítica y enmienda de las tradiciones que, aunque
genere sus propios mitos, contribuye
al autoconocimiento y a
la renovación cultural.
[42]
Quizá podría aplicarse a Paz este certero párrafo que se escribe a
propósito de Alfonso Reyes: “En la ecuación mexicano universal se
concentran también una estrategia y una política culturales, una
concepción del escritor y de sus públicos. Pedro Henríquez Ureña ¾ese
esterilizador que no maestro, advierte Alfonso Caso¾
había tenido a bien aconsejar
a su amigo paralelo: el éxito de un escritor en nuestros países
dependía del talento y de algo más: saber presentarse bien como
mexicano entre los extranjeros y cosmopolita entre los paisanos”,
Adolfo Castañón, Alfonso Reyes: caballero de la voz errante,
3ra ed, México, UNAM, 1997, p. 45.
[43]
Piénsese en pensadores como Jorge Cuesta, cuyo legado
no siempre es explícitamente reconocido por Paz.
Véase Jorge Volpi, “Octavio Paz y Jorge Cuesta. Notas sobre
un olvido intencional” en Periódico de Poesía, n. 5, Nueva
época, Primavera de 1994, pp. 21-23.
[44]
A propósito de su ingreso al Colegio Nacional en 1967, Carlos Monsiváis,
a la sazón uno de los escritores más jóvenes e iconoclastas escribía:
“Y eso nos conduce de nuevo a la gran vigencia actual de Octavio
Paz: ser, como lo han sido ya otros, versión mexicana de la Cultura
de Occidente, pero además empezar a ser el gran intérprete
latinoamericano de la cultura oriental y el representante de una
tendencia disidente, del afán de experimentarlo todo, de registrarlo
todo, de exigirle al lenguaje su máximo rigor, vivir con intensidad
la preocupación crítica, advertir con generosidad el movimiento
cultural de un país, estar al día, adelantarse, convertirse en el más
riguroso, y el más contemporáneo de los escritores de un país…”
Carlos Monsiváis “El escritor vivo”, citado por Xavier Rodríguez
Ledezma, El pensamiento político de Octavio Paz. Las Trampas de la
fe, México, Plaza y Valdés, 1996, pp. 81-82.
[45]
Al respecto, dice Medina: “Paz ve la modernidad como producto de una
minoría de individuos (intelectuales, escritores y artistas),
dedicados a la ordenación de símbolos y producción de significados.
Es un modelo cultural vertical y jerárquico, que opera con
base en una distinción clave entre alta cultura y cultura popular. De
ahí que su gran preocupación respecto a la sociedad mexicana, como
se advierte en sus ensayos, es la de separar a la minoría pensante
del estado, a fin de cumplir la ´normalidad histórica´, como en las
sociedades europeas. Paz
estima que en las metrópolis los intelectuales y artistas viven
separados de los centros de poder, y ejercen efectivamente su crítica
desde el margen”, Medina, op. cit., p.
147.
[46]
La perspectiva de Paz con respecto al papel social del artista no es
inmutable: si bien muy
frecuentemente Paz adopta, con distintos matices la idea
del artista como crítico designado de la modernidad; hacia los
80 llega a esgrimir la idea, más a tono con la tradición liberal
anglosajona, de que el artista no está llamado a representar ninguna
función especial en la sociedad y su compromiso se reduce a su propia
tarea creativa. Para un
esbozo de las concepciones pacianas del papel intelectual, véase Yvon
Grenier, “La crítica al intelectual y la democracia” en Anuario
de la Fundación Octavio Paz 2001, México, Fondo de Cultura Económica,
Fundación Octavio Paz, 2001, pp. 186-194.
[47] Ya en la segunda edición de El laberinto de la soledad, Paz señalaba que el hecho de que el intelectual hubiera adquirido un papel fundamental en la construcción del país le había impedido guardar una distancia suficiente para ejercer la crítica del poder. En este sentido, Paz reconocía sólo unos cuantos precursores, entre ellos el más importante, Daniel Cosío Villegas, quien representaba para Paz uno de los paradigmas más acabados de una independencia que no significaba aislamiento de la vida social, sino valor civil y equilibrio analítico. Octavio Paz, “Las ilusiones y las convicciones: Daniel Cosío Villegas” en El peregrino en su patria, obras completas, Tomo 8, México, Fondo de Cultura Económica, 1997, p. 351-365. |
Armando González Torres
Las guerras culturales de Octavio Paz - Año 2002
Editado por el editor de Letras Uruguay
Email: echinope@gmail.com
Twitter: https://twitter.com/echinope
facebook: https://www.facebook.com/carlos.echinopearce
Linkedin: https://www.linkedin.com/in/carlos-echinope-arce-1a628a35/
Métodos para apoyar la labor cultural de Letras-Uruguay
Ir a índice de Ensayo |
Ir a índice de Armando González Torres |
Ir a página inicio |
Ir a índice de autores |