Enrique Loncán. El planteo ético

María González Rouco

La intención de formar por medio del arte es una constante en las obras de todos los tiempos; el escritor, consternado ante los defectos que advierte en la sociedad, siente la imperiosa necesidad de marcar un camino, de señalar la senda de lo correcto. Así, surgen relatos como el de Enrique Loncán, en el que se observa la irónica evocación del Buenos Aires de la primera mitad del siglo XX, signado ya por la decadencia en las costumbres y la pérdida de los valores tradicionales.

Todo artista tiene una deuda con su tiempo y con su país, una deuda espiritual que se evidencia en su creación. De este modo, el hecho artístico se encontrará ligado a una sociedad y, dentro de ella, a un estrato. La obra de Loncán se halla relacionada con la clase alta, la elite de educación anglofrancesa; su visión será la de un intelectual surgido en el marco de dicho estamento. Porque –como afirman Wellek y Warren- "El escritor, inevitablemente, expresa su experiencia y concepto total de la vida; pero sería manifiestamente contrario a la verdad decir que expresa cabal y exhaustivamente la totalidad de la vida, o incluso la vida toda de una época dada". Esta es una aclaración que debe tenerse en cuenta al analizar la obra de Loncán, ya que su postura ética va a ser la de un aristócrata, que añora un pasado mejor.

El cuentista nació en Buenos Aires en 1892. Pertenece -a criterio de Jorge B. Rivera y Eduardo Romano- al grupo de costumbristas y humoristas que realiza su labor entre 1920 y 1940. Entre estos escritores se destacan Roberto Gache, E. Méndez Calzada y Arturo Cancela. Al igual que otros literatos de su época, desempeñó varios cargos públicos: ocupó una banca como diputado nacional, fue ministro en una intervención federal y consejero en la Embajada en París. Ejerció también la docencia, siendo catedrático de Derecho Político de la Universidad de Buenos Aires. Colaboró, con su firma o con el seudónimo "Americus", en el diario La Nación y en las revistas El Hogar, Caras y Caretas y Nosotros.

José Barcia lo recuerda con estas palabras: "Fue un observador sagaz de las flaquezas humanas, la fatuidad, el afán de ostentación, el mimetismo para aparentar, y, en fin, la ancha gama de recursos más inocentes que vituperables. Esta es la veta inagotable de que se sirve el auténtico humorista".

Loncán puso fin a sus días el 30 de septiembre de 1940. Se lo considera continuador de la corriente literaria genuinamente argentina de Miguel Cané, Eduardo Wilde y Lucio V. Mansilla. Rivera y Romano advierten en él resonancias de la obra de Lucio V. López y, entre los extranjeros, Anatole France, Eça de Queirós y Thackeray.

Cicerón, inmigrante

El problema ético es una preocupación constante que se hace presente en cada una de sus narraciones. Nos ocuparemos de este tema en uno de los cuentos más interesantes, creado en los años de madurez.

"La conquista de Buenos Aires" fue publicado en 1936, incluido en el volumen homónimo. En este cuento se evocan las andanzas de Cicerón en Buenos Aires durante la tercera década de nuestro siglo. El romano fue resucitado por las deidades en el siglo XX y emprendió un largo viaje -del que se arrepentirá amargamente- que lo trajo hasta nuestras costas, en las que desembarcó expectante.

Estas palabras lo impulsaron a realizar la travesía: "más allá del Atlante existe una ciudad nueva, maravillosa, pletórica de esperanzas. Es la tierra prometida de los inmigrantes, la meta de los destinos fantásticos y las riquezas fabulosas. Se cuentan por millares los hijos del Lacio que en Buenos Aires hicieron fortuna... ¿Por qué no la harías tú también, Marco Tulio Cicerón, que llevas en tu sangre lo más puro de la raza latina y en tu mente todo el genio de la estirpe inmortal?"

Cicerón es el símbolo del hombre culto, del intelectual versado y, a la vez, probo en sus actos. Según parece demostrarlo el cuentista, ya no hay lugar aquí para un hombre de esos valores; la sociedad argentina de los años 30 está ocupada en otros problemas, persigue fines bastante menos desinteresados. Para mostrar el estado en que se encuentra la comunidad espléndida de antaño, Loncán hace que el protagonista deambule por las calles, trabe relación con el hombre común y saque sus propias conclusiones.

A lo largo del cuento se conjugan dos niveles temporales –presente y pasado-, sin alterar ninguno de ellos. Un primer momento corresponde a la cronología de la Antigua Roma: Cicerón menciona su tierra, Circeii, recuerda a su familia y comenta su labor de defensor de Quinctius, Fonteyo y Cecina. El segundo plano temporal se refiere al año 1932, poco tiempo antes de escribirse el texto.

Es evidente en el escritor la intención de mostrar a Cicerón haciendo la vida de un legítimo romano, caminando por las zonas más concurridas de nuestra ciudad con su paso parsimonioso y tranquilo. Todo cuanto observa le trae recuerdos, inclusive el estadio de River Plate, que le hizo pensar en el anfiteatro de Tusculum. Busca diversos empleos para procurarse el sustento; ninguno de ellos cuadra a sus condiciones, pues no logra reunir los requisitos mínimos. Por otra parte, su concepción de vida es diametralmente opuesta a la del porteño; este contraste se evidencia con gran claridad en la escena protagonizada por el romano en la Sociedad Rural, donde fue contratado como rematador de cerdos.

La comparación entre Cicerón y los porteños no es meramente anecdótica; responde a un propósito determinado. A través de ella se realiza una crítica, que no por risueña deja de ser punzante. El latino, hombre íntegro, ya no pertenece a nuestra sociedad. Su idealismo, su riqueza espiritual, le impiden adaptarse a una forma de vida pragmática y materialista, dominada por el dinero.

El hombre educado según los cánones clásicos sólo encontrará sufrimiento en la Argentina del siglo XX; es por eso que Cicerón, desesperanzado, dice a la Nereida que lo resucitó: "Si hubieras respetado mi sueño en la tierra del Lacio que regué con mis lágrimas cuando mi pobre hija Tulia murió, hubieses impedido esta tragedia de vivir a destiempo, sin haber hecho la América, sin haber podido realizar la conquista de Buenos Aires, miserablemente, lejos de la patria, de la familia, de los amigos y de la gloria". En estas palabras se resume el sentimiento que el autor experimentaba ante una sociedad en constante avance, pero no por ello más completa.

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Como vemos, Loncán se está refiriendo a un personaje ideal, en el que encarna los más altos valores del ser humano. Cicerón no consigue lo que sí lograron muchos de los que llegaron, fatigados y pobremente vestidos, al puerto de Buenos Aires, a "hacer la América". Por tanto, este cuento nos da indicios acerca de la opinión que Loncán tenía sobre el aluvión inmigratorio.

María González Rouco

Lic. en Letras UNBA, Periodista

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