Babilonia chica, por Mito Sela. Buenos Aires, Milá, 2006. 112 pp. (Imaginaria).
por María González Rouco

“Moshé (Mito) Sela nació en Buenos Aires en 1933. Pasó su infancia en la ciudad de San Martín, en el barrio de la industria textil. Desde temprana edad fue miembro del movimiento juvenil Dror Habonim. En 1955 emigró a Israel. Desde entonces es miembro del kibutz Nir Am, en el Neguev. Casado, con cinco hijos y ocho nietos. Trabajó en la mayoría de las tareas del kibutz y paralelamente asumió distintos cargos directivos en la vida comunal. En 1964 fue enviado a la Argentina como sheliaj de la Agencia Judía. Completó sus estudios académicos en Efal (seminario de los Kibutzim). Actualmente jubilado, dedica su tiempo como voluntario en la absorción de nuevos emigrantes y en escribir recuerdos y vivencias”. La edición de Babilonia chica, su primer libro, fue patrocinada por el Fondo Familiar Mishpajat Goler Parasol.    

Desde su madurez, y desde Israel, Mito Sela evoca un tiempo entrañable. Los padres, la hermana, las tías, los compañeros y maestros de escuela pública y de escuela judía, los vecinos, son los personajes de estas memorias que tienen por objeto rescatar hechos y situaciones: “Las imágenes surgen ocasionalmente cuando los recuerdos se agudizan y se detienen en alguien o en algo que, supongo ahora, tuvieron influencia en ese período de mi vida y, a pesar del tiempo, como si lo hiciera con un simple soplido, disperso el polvo que cubre esos recuerdos que, como si fuese hoy, continúan intactos. Por eso me apresuro a escribirlos, antes que la memoria me traicione”.  

Aunque vive en Israel desde hace décadas, su libro está escrito en castellano: “Me preguntan hijos y nietos, me pregunto yo: ¿por qué en castellano? No lo puedo explicar. Es posible un argumento del subconsciente: recuerdos de la niñez se puedan relatar en el idioma materno. Además, en estos últimos años el castellano me tiene atrapado. Y me resulta más cómodo dejarme atrapar”.

Rinde homenaje a una época: “No me autoengaño idealizando el pasado. Pero quiero ser sincero: lo extraño. Extraño la risa de los niños de entonces. Los de hoy son excitados, irritables y pálidos. Antes se estimulaba leer la enciclopedia. Hoy se vanaglorian los conocimientos de la cibernética”. El pasado es visto con sus luces y sus sombras por este escritor que no deja de destacar, en todo momento, el cariño y la contención que le brindaba su familia, inserta en el marco de la inmigración que llegó a la Argentina huyendo de guerras y hambre, y se afincó, entre otras muchas localidades, en el barrio en el que vivió Sela, en el que día y noche se escuchaban los telares. Otros capítulos se refieren a sucesos que tuvieron lugar años después, pero son los recuerdos de estos primeros años los que resaltan con mayor fuerza. No es casual que el autor haya elegido ese título, privilegiando así una parte de la obra.

La evocación es realizada con espíritu crítico, desde el adulto que es hoy. Destaca las virtudes de muchos y los defectos de algunos, sean judíos o no. Todo con un sostenido tono nostálgico, que alcanza su clímax cuando el autor vuelve temporariamente a la Argentina y va a ver su casa: “Una nostalgia inexplicable me llevó a visitar mi antigua casa. Me acompañó la familia. Al llegar a la calle Liniers, la distinguí desde lejos. Avancé apresurado. Quise aislarme. Cuando llegué a la vieja puerta, la encontré cerrada con una gruesa cadena. Traté de introducir mi mirada por las rajaduras y sólo alcancé a ver una imagen, quise creer que era la higuera abandonada. No sirvió mi edad, la madurez y la experiencia. Volví a ser niño por segunda vez, y no pude detener las lágrimas”.

Para quienes vivieron esos años, y para quienes nada saben de ellos, este libro es un testimonio valioso sobre la vida cotidiana de una familia judía de esa época, en una tierra que adoptaron como propia (“Argentina no fue un refugio pasajero –afirma-, fue un hogar, fue una cultura, fue una esperanza”). Es, además, una demostración de que el ser humano puede, si se lo propone, vencer todos los obstáculos. La trayectoria de Sela así lo demuestra.

“Entre esos dos extremos –destaca Moshé Goler-, desde la infancia argentina a la madurez israelí, está toda una vida, de un joven que eligió el trayecto jalutziano, fue educador en el Movimiento Juvenil Jalutziano en Argentina, hizo aliá y formó su familia y vive hasta hoy en el kibutz Nir Am cercano a Gaza, donde la historia de esta tierra tan peleada y llorada se sigue haciendo, filmando, grabando y transmitiendo a todo el mundo en estos días. Al lado de la Historia con mayúscula, están surgiendo los nuevos relatos que Mito escribe en su intimidad”.

Completan el volumen numerosas fotos acerca de la infancia argentina y el presente israelí.

María González Rouco

Lic. en Letras UNBA, Periodista

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