Sobre la Kabanga de un amor y otras actitudes poéticas
Mainor González Calvo

La poesía de Adriano Corrales se puede insertar, si se toma en cuenta la edad del escritor, dentro de la generación poética costarricense de los años ochenta del siglo pasado; sin embargo, su trabajo artístico comienza a conocerse a finales de los años noventa. Poemarios como La suerte del andariego (1999), Tranvía negro (2001), Profesión u oficio (2002) y Caza del poeta (2004) nos evidencian muchas similitudes ideológicas entre el yo lírico de este escritor sancarleño y muchos textos poéticos de esta generación anteriormente citada, sobre todo, en temas como el desencanto de la Guerra Fría y la denuncia, debido al absoluto dominio en la actualidad, por parte de las transnacionales y los emporios económicos.

 

En esta ocasión, se dan a conocer dos nuevos poemarios de este escritor costarricense. Uno de ellos es Hacha encendida, trabajo que fue divulgado por primera vez en la revista Fronteras en el 2000 y, en Venezuela, gracias a la Editorial El pez soluble en el año 2002.

 

Hacha encendida constituye una poética del amor, cuyo símbolo más elocuente es, precisamente, su título. El hacha que quema y se evapora, aunque reviva o se mantenga siempre fulgurante, a pesar de los años y de las vicisitudes. Es un símbolo amatorio supremo, de la mujer, del sujeto que se añora y se desea, de la necesidad de un ser en quien depositar la llama de la existencia. No en balde el poemario está dedicado a una mujer, Leda.

 

Consta este trabajo poético de veintitrés poemas, en donde, como se dijo en el párrafo anterior, su tema predominante es el amor, esa flama que nos hace vivir y nos saca de la tierra baldía de la cotidianidad. Este amor se nos presenta como una premisa necesaria, urgente, como un desprendimiento hacia el otro y en el otro, con esa extraña sensación de entregarse y de sentirse útil y necesitado. Es el amor la conclusión de un estado de búsqueda incansable, que sólo termina cuando se reconoce en el otro la otra parte de uno que, pensamos, nos hacía falta. Es ese estado de tranquilidad y de plena satisfacción con uno mismo. Ejemplo de ello lo constituyen los poemas 7, 8, 10 y 13, sólo para mencionar algunos.

 

También, en dicho texto, se plantea el amor sin remordimiento, como ese sacrificio que, después de entregarlo todo, nos exime de culpa y desagravios. “Pues al perderme tú a mí, tú fuiste la que más perdió”, como nos lo dijo hace tiempo el vate nicaragüense Ernesto Cardenal en uno de sus epigramas. No puede entenderse el amor sin la entrega desinteresada, sin esa sensación de haber dado lo mejor, a pesar de que no fue correspondido nuestro sacrificio y nuestro goce. Así lo deja entrever el yo lírico en el poema que cierra el libro.

 

Poesía amatoria, no con ese tono ya caduco y desudado en donde quien ama se extingue por la no correspondencia de su amor o se derrite porque ha encontrado el mito de la media naranja. Más bien es poesía amatoria que muestra la necesidad de querer, ser querido y de entregar lo mejor en esa urgente plataforma que le da sentido al mundo que nos rodea, y sin lo cual el ser humano, como especie, ya hubiera fenecido en este universo.

 

Por otro lado, Adriano Corrales también nos presenta su poemario Kabanga. Es un trabajo muy diferente de las anteriores entregas poéticas del autor, sobre todo, en el campo formal y en el uso del lenguaje. Explico a continuación.

 

Kabanga lleva una nueva forma de enfrentarse a las palabras. Ya no aparece el yo lírico tratando de deslumbrarnos con sus juegos semánticos ni con aliteraciones que pueden sonar falsas. Se nota que en este texto Corrales fue más sincero en la escritura; no pretendió capturar la atención de quien lo lee a partir de recovecos lingüísticos, sino que posee una nueva actitud hacia el lenguaje. El poemario es una nueva confrontación con el verbo, más sincera, más directa y menos adornada. Las palabras brotan con la verdad de su dureza, para indicarnos la aseveración de las sentencias, las ambigüedades del amor o los fracasos y éxitos de los bardos que nos han antecedido y nos han legado el duro oficio de la literatura.

 

El poemario se divide en cuatro partes. La primera de ellas consta de poemas cortos o sentencias líricas, como especies de aforismos sobre la existencia y el arte. La segunda, para mí la mejor lograda, está constituida por poemas de tinte amatorio. En ellos se evidencia la ambigüedad del amor y los cambios y las actitudes que suscita cuando se presenta ante nosotros. También hace su aparición ese sujeto incomparable llamado mujer, como una moneda imprevista, un oleaje sereno o como alfiler que desgarra el pecho y los pulmones, ya que se debe sufrir cuando se ama sin condiciones.

 

La tercera parte de Kabanga se distingue por ser un intertexto, bien logrado, con la herencia de la gran poesía latinoamericana del siglo XX. El tono confesional nos recuerda a Jaime Sabines; la sátira nos rememora a Roque Dalton y al Baudelaire nicaragüense Carlos Martínez Rivas. Esta sección retoma algunas características de la poesis adrianesca, como la crítica al sistema multinacional y la burla hacia la oficialidad y los “falsos poetas malditos”. Como se dijo anteriormente, es poesía directa, sin entronques ni trucos fáciles, en donde el legado latinoamericano se plantea desde una visión muy particular y muy bien lograda formalmente.

 

La cuarta parte del poemario está constituida por conversaciones con autores importantes para el yo lírico. Son trabajos que dialogan con nombres de trascendencia literaria, tales como Fernando Pessoa, Ezra Pound y José Coronel Urtecho, en los cuales se busca mostrar la importancia de estos escritores y su legado artístico y subversivo.

 

Para terminar, debo decir que estamos en presencia de los mejores trabajos poéticos de Adriano Corrales Arias y, en el caso particular de Kabanga, sin lugar a dudas, ante un trabajo lírico que no debería pasar inadvertido en nuestro país, a pesar de que no haya ganado ningún premio oneroso ni de que no haya aparecido como finalista de un concurso literario. De cualquier forma, el texto está ahí para que se lo confronte, y estoy seguro de que seducirá al lector, a pesar de la cabanga que pueda propiciar entre sus páginas.

Mainor González Calvo
Poeta y profesor de la Universidad de Costa Rica, Sede de Guanacaste

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