Gombrowiczidas 

Witold, Irena, Jerzy y Janusz Gombrowicz
Juan Carlos Gómez

La transformación que sufre Gombrowicz respecto a la idea de familia es menos clara que la que sufre respecto a la idea de Dios y a la idea de patria, pues atraviesa toda su vida casi sin cambios. Son admirables la nobleza y la discreción con las que Gombrowicz habla de sus padres y de sus hermanos hasta el final de sus días. Sin embargo, las contrariedades que tenía con la familia fueron las primeras, y el origen de todas las otras contrariedades.

"(...) Al volver a Varsovia escribí algunos folletines sobre mi estancia en la región de Poznan, pero estaba tan cargado de una extraña ira y guardaba todavía desde mi infancia tanto rencor hacia las mansiones del campo de lo terratenientes, empezando por la mía propia, que no pude evitar hacer ciertos comentarios maliciosos (...)"

Bodzechow

Aunque Gombrowicz no era indiferente a la vida difícil de los pobres, mientras vivió en Polonia, tuvo una vida fácil sin necesidades materiales. La familia, las institutrices y el servicio doméstico lo mantuvieron alejado de la parte dura de la existencia. Las cosas cambiaron brutalmente cuando llegó a la Argentina, el mundo doble y acolchado de ese noble burgués se derrumbó y Gombrowicz tuvo que enfrentar el hambre, la humillación y toda la variedad de las penurias materiales que produce la miseria.

Este cambio fatal de las circunstancias acentuaron el rechazo que siempre había tenido por los artificios, el idealismo y las ilusiones al punto que se obligó a definir de una manera drástica su axiología.

"¿El vacío? ¿Lo absurdo de la existencia? ¿La nada? ¡No exageremos! No se necesita de un Dios o unos ideales para descubrir el valor supremo (...)"

"Basta permanecer tres días sin comer para que un mendrugo adquiera ese valor; nuestras necesidades son la base de nuestros valores, del sentido y del orden de nuestra vida"

Todas las historias que conciernen a los hombres tienen un principio y un fin, veamos entonces un poco de cómo empezó la historia de Gombrowicz.

En el tiempo en que Onufry Gombrowicz, el abuelo de Gombrowicz, es obligado a vender sus propiedades en Lituania y a trasladarse a Polonia se sintió injustamente puesto fuera de su clase, se mostró hostil a su nuevo medio y se quedó orgullosamente apartado en su clan cerrado.

Su hijo, Jan Onufry, a la muerte de su padre, abandona sus estudios, compra una propiedad en Maloszyce y contrae matrimonio con Marcelina Antonina Kotkowska, una hermosa mujer que le da cuatro hijos; Janusz 1884, Jerzy 1885, Irena 1899 y Witold 1904.

Cuando Gombrowicz tenía un año se mudaron de Maloszyce a Bodzechow, y a los siete años terminó viviendo en Varsovia. El viejo castillo de Bodzechow, rodeado de un vasto parque, era un lugar lleno de misterios. La familia de Marcelina Antonina se hallaba establecida en la región de Bodzechow, y fue en ese viejo castillo donde a Gombrowicz le aparecieron los primeros síntomas de la sangre enfermiza de los Kotkowski.
De este ambiente lúgubre y de locos Gombrowicz sacó inspiración para muchas de sus narraciones. Los estilos agonizantes de las formas polacas que se remataban como a un animal enfermo, fueron una verdadera ganga para Gombrowicz en los tiempos que escribía "Ferdydurke". Rena era de un temperamento más fuerte y de un espíritu más lógico que el de los otros tres hermanos.

Gustaw Kotkowski

Las representantes del bello sexo amigas de Rena que frecuentaban la casa se caracterizaban más por sus virtudes que por su coquetería, se dedicaban a actividades filantrópicas y no se mostraban dispuestas al flirteo, razón por la que Janusz y Jerzy, sus hermanos mayores, se sentían perjudicados. Su actitud hacia esas amigas y hacia los principios que ellas practicaban era hostil y maligna.

El catolicismo de la madre de Gombrowicz era espontáneo, natural y despreocupado, cuando abordaba cuestiones teológicas lo hacía con indolencia y sin preparación. Era católica ferviente de la misma forma que era polaca y nacida de terratenientes. La fe de Rena era, en cambio, complicada, fruto del esfuerzo y la concentración, un catolicismo que podríamos calificar de existencialista.

El catolicismo moderno del temperamento más fuerte de los hermanos, era un espíritu lógico atraído por la objetividad científica, con una fe sentimental y razonada a la vez, que estudiaba matemáticas y que tenía un actitud desprovista de alegría.

Witold Gombrowicz con sus hermanos

La severidad y la frialdad propias de la hermana se iban convirtiendo en el rasgo característico de la generación de Gombrowicz, un presagio del nacimiento de tiempos nuevos y más duros.

Los hermanos se burlaban de las exageraciones de Rena y de sus amigas mostrándoles que eran el fruto de un refinamiento burgués y de las comodidades aseguradas por pertenecer a una clase social superior. Estas objeciones no llegaban a la conciencia de la madre que las rechazaba por proceder de la incredulidad y de la malicia..

Pero en jóvenes como la hermana sí encontraban resonancia porque sabían que fuera de su mundo se ocultaba otro más brutal que no se podía evitar. Se sentían culpables: –No es culpa mía que haya nacido en un medio acomodado, cada uno tiene que vivir allí donde lo puso Dios, replicaba Rena; –Vamos, dime, ¿no es lógico?

Actuó toda su vida de acuerdo a esa lógica, era trabajadora, escrupulosa, disciplinada, silenciosa y modesta. Pero estas católicas más modernas se encontraban limitadas por el peso de la tradición, por los lugares comunes de las madres y de las tías contra las que no querían rebelarse demasiado.

Polonia era por aquel entonces un país de estilos agonizantes, uno de los alimentos principales de los que dispuso Gombrowicz para la concepción de "Ferdydurke".

Los diez años de diferencia que tenía con su hermano Janusz bastaban para mostrar con qué rapidez se producían los cambios. Janusz aún pertenecía a la juventud dorada, en vías de desaparición, era del campo, elegante, caminaba balanceando el bastón y se daba vuelta cuando se le cruzaba una mujer, con cara de tenorio. En el teatro se le veía siempre en las primeras filas conservando el porte de la nobleza terrateniente. Aunque no tuviera nada en el bolsillo, llegaba siempre a uno de los cafés más distinguidos de Varsovia en un coche elegante que, cuando ya estaba en las últimas, tomaba en la esquina más cercana sólo para descender en el café con su gala correspondiente.

Gombrowicz no usaba bastón, a duras penas se ponía el cuello duro, no frecuentaba lugares de moda, no tenía asuntos de honor, no asistía ni a comilonas ni a borracheras, andaba en bicicleta en el campo y en la ciudad en tranvía, para escándalo de sus familiares y parientes higalguillos.

Gombrowicz no tenía demasiada confianza en la cultura de los miembros de su propia familia, por lo menos no la tenía respecto a su hermano Janusz: –No estaría mal construir una acera para no hundirse en el barro cuando vamos al granero o a los establos; –¡Tonterías!; –¿Por qué?; –Porque el fango es el fango, si hago la acera se la llevan en tres días, mientras el fango no se destruye, ¡el fango es el fango!; –¡Pero el fango es el fango solamente en este país!, ¡en otras partes no es así!, saben arreglárselas, lo que pasa es que nuestro fango es un fango que con el fango...; –¡No seas tonto!, no son más que quimeras, hay que pensar con realismo, nuestras condiciones son diferentes.

Janusz se preocupaba más por el honor de los comerciantes que por el honor de los nobles, en su visión del mundo la economía jugaba un papel más importante que las tradiciones y la carga hereditaria de las antiguas castas.

Excluido de la complicidad que se había establecido entre los hermanos y el padre, se vio dominado por ellos, especialmente por su hermano Jerzy, el favorito de la familia, que lo hacía víctima de bromas continuas. Gombrowicz estaba subyugado y trataba de imitarlos, pero cuánto más crecía su admiración más humillado se sentía.

El gusto que tenía Gombrowicz por decir tonterías le hacia decir a su hermano Jerzy: –cuando voy de visita con mis hermanos lo único que temo es que Janusz se acueste y que Witek se ponga a contar tonterías.

Contar tonterías constituía en la época de su juventud una de las ocupaciones que más lo absorbía pero nunca se censuró esta actividad idiota. El desorden, la confusión y la torpeza de una existencia que elegía la idiotez para relacionarse con los demás fueron para él la mejor escuela en la se formó y que le permitió más adelante sobresalir y entrar en el gran mundo.

Jerzy manifestaba durante el tiempo de su carrera universitaria, un gran gusto por todo el ritual y todo el protocolo solemne utilizados en los asuntos del honor, sin embargo, no los tomaba en serio. El benjamín de los Gombrowicz en cambio estaba completamente desprovisto de honor, en esa materia era un salvaje incapaz de distinguir las jerarquías de las partes del cuerpo y comprender por qué una bofetada era algo más terrible que un golpe en la oreja.

El deporte que más practicaba con su hermano Jerzy era el de arrastrar a la madre a discusiones absurdas, una de las primeras iniciaciones en el ejercicio de la dialéctica que tuvo Gombrowicz, unas conversaciones que escandalizaban a las empleadas domésticas que tomaban partido por la pobre madre.

¡Otro divorcio en la familia!; –¿Qué estás diciendo?, ¿otro divorcio en la familia?, ¡no es posible!; –Te lo aseguro, me lo contó la tía Rosa, parece que ella se enamoró de su peluquero; –Cielos, qué escándalo. Al final de esta conversación teatral entre Jerzy y Witold aparecía la madre temblando de indignación: –¡Si la mujer de Henryk es tan desvergonzada no volveremos a recibirla!: –Pero, ¿por qué?, la tía Ela se divorció dos veces y ahora juega al bridge con sus tres maridos, dice que forman un equipo perfecto y que gracias a sus divorcios sus hijos tenían el doble de parientes.

La caricatura es la forma grotesca de una persona o cosa, Gombrowicz era un especialista en hacer caricaturas y su hermano Jerzy también lo era. Gombrowicz cuenta que ese hermano suyo era un personaje con alma de artista.

Un cómico y un bromista nato dotado de un gran sentido del efecto y de una notable invención en materia de dichos y expresiones algunos de los cuales fueron siendo utilizados por Gombrowicz cometiendo, como él mismo lo dice, un miserable plagio.

Gombrowicz ajustó cuentas con los miembros de su familia en todas sus obras, pero sin mencionarlos por su nombre. En "Historia" en cambio, una pieza de teatro que no llegó a ver la luz del día en vida de Gombrowicz, los pasa por las armas a todos. Intervienen como personajes el mismísimo Gombrowicz y el resto de la parentela, el padre, la madre y sus tres hermanos, con sus verdaderos nombres.

A medida que se desarrolla la acción estos fantasmas se van transformando en personajes históricos de las cortes europeas de principios del siglo XX.

Gombrowicz se mueve como un enviado especial que se pasea descalzo invitando a los reyes a que hagan lo mismo. Se propone liberar a los hombres pidiéndole a los emperadores que dejen de representar sus papeles y se quiten los zapatos.

Gombrowicz entra descalzo a su casa junto con el hijo del portero. A partir de ese momento la familia se convierte en un jurado que examina esta confraternización entre clases y se pregunta si Gombrowicz sería capaz de graduarse de bachiller debido a esta circunstancia. De junta examinadora la familia se transforma en un tribunal militar y, de delirio en delirio, llega hasta la corte del zar Nicolás II, a las puertas de la primera Guerra Mundial.

Yo llegué a conocer a un miembro de la familia de Gombrowicz. Cuando me encontré con la Vaca Sagrada en Buenos Aires en el año 1973 el inefable Gustaw Kotkowski, primo de Gombrowicz, nos hizo de partenaire.

Es difícil encontrar una persona tan amable y cordial como Gustaw Kotkowski, sin embargo Gombrowicz en el café Rex lo trataba en forma desconsiderada. Nos contaba que su primo tenía propensión a dormirse, que se dormía en cualquier lugar, que un día lo había encontrado dormido de pie en una estación de subterráneo apoyado en una pared.

Kotkowski visitaba a Gombrowicz en el café Rex una vez por mes para charlar y llevarle un paquete con ropa. Cuando nos retirábamos Kotkowski era el que abría la puerta del ascensor. Gombrowicz entraba primero con el paquete debajo del brazo sin decir ni siquiera gracias. Cuando le preguntábamos por qué era tan descortés con una persona tan amable como su primo decía con tono displicente: –Vean, sucede que está preestablecido, nuestras familias son casi iguales, pero la mía es levemente superior a la de él.

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Juan Carlos Gómez

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