Gombrowiczidas 

Witold Gombrowicz y Piotr Sommer
Juan Carlos Gómez

“En nuestro país la inteligencia, la sutileza, la razón, el talento, están indefensos ante toda clase de inferioridad proveniente de los bajos fondos de la sociedad, la miseria, las extravagancias, el salvajismo, las desviaciones y desenfrenos, el embrutecimiento y la brutalidad; por eso a quien llamamos intelectual ha estado siempre y sigue estando algo atemorizado... Lo único que quizás haya cambiado es que hoy en día esa violencia del inferior sobre el superior está mejor organizada...”

Yo no sé si será por estas palabras que Gombrowicz escribió hace medio siglo, o por alguna otra razón, la cosa es que cuando pienso en Polonia tengo un poco de miedo aunque, lo reconozco, no esté amenazado por sus bajos fondos. Sobre el parecido entre los argentinos y los polacos Gombrowicz hizo reflexiones muy atinadas que pondremos en juego en este gombrowiczidas

Piotr Sommer

“Literatura na swiecie” es una revista literaria dirigida por el Lenteja. Esta publicación compite con “Twórczosc”, los jóvenes se inclinan por la lectura de la primera revista y los más añosos por la lectura de la segunda. Ambas editoriales son prestigiosas y representan el pensamiento más evolucionado de Polonia.

El Lenteja, después de haber tenido encerradas en el cajón del escritorio durante más de tres años dos de las cartas que me había escrito el Príncipe Bastardo, se puso en contacto conmigo y me prometió publicarlas junto con una nota sobre mí que había escrito el Pequeño K, promesa que cumplió sólo en parte..

“Acerca de su tercer deseo lo lamento mucho pero no podemos satisfacerlo. Por el conocimiento que tenemos del contexto de la literatura de Polonia debo decirle que la publicación de la nota de Rajmund Kalicki en “Literatura na swiecie”, así como está, podría ser perjudicial para el mismo Mr Kalicki, inclusive también para usted, y seguramente dañaría la reputación de nuestra revista”

En ese número de “Literatura na swiecie” se produjo un milagro, el Lenteja consiguió la autorización de la Vaca Sagrada para publicar en versión polaca trece de las cartas que Gombrowicz me había escrito.

Fue el Lenteja entonces el que publicó en “Literatura na swiecie” esas trece cartas, no son las mejores cartas pero no ciertamente por la responsabilidad del Lenteja, la Vaca Sagrada actuó de filtro, hacía ya tiempo que había manifestado una preocupación religiosa y quería proteger la memoria de su esposo haciendo todo lo posible por no ofender a la Santa Iglesia Católica..

En la foto que forma parte de este gombrowiczidas aparece el Lenteja con un talante que es difícil definir, tiene algo de argentino y algo de polaco, un parecido sobre el que Gombrowicz se había especializado.

La Argentina es un país que se preocupa más por el fútbol que por las ideas, es por esto un país inmaduro. Pero el infantilismo argentino es menos peligroso que el infantilismo de la gente fanática la que, en nombre de alguna teoría, está dispuesta a pasar por el cuchillo a la mitad de la humanidad.

El hombre argentino, relajado, elástico e incapaz de asimilar teoría alguna es, precisamente por esta razón, el hombre del futuro, en todo caso, un hombre existencialista, porque el existencialismo se pone en la vereda de enfrente de los esquemas, de las abstracciones y de las teorías. Existe un parentesco entre el polaco y el argentino, no sólo por la alergia que le tienen a las ideologías sino por la situación que tienen sus naciones respecto al mundo.

No son potencias y en consecuencia no están interesadas en crear una fuerza colectiva, en el seno de las naciones menores es posible vivir con más naturalidad pues sus destinos históricos están sometidos a menos tensiones. El existencialismo sabe muy bien que ninguna idea y ninguna teoría pueden esclarecer el sentido de la vida, no es extraño que la Argentina sea entonces un país existencial pues aquí reina el sosiego en medio de espacios enormes ocupados por poca gente y con poca historia, aquí el hombre puede crear para sí mismo su propia vida.

Ni el exceso de organización ni la ciencia se han convertido todavía en la Argentina en ese monstruo que devora la humanidad del hombre, el existencialismo argentino es pues natural, el de los polacos será, en cambio, el que surja de la reacción del individuo contra su deformación.

El defecto de organización y de fanatismo, a juicio de Gombrowicz, emparentaba a los argentinos y a los polacos y los protegía de un exceso que llevó a los alemanes, y con ellos a la humanidad, a una catástrofe que ensangrentó al mundo. Hitler se armó de una enorme audacia para alcanzar el límite del terror, y creció con el miedo ajeno.

Aplicó el principio de que ganaría el que tuviera menos miedo, y que el secreto del poder consiste en dar un paso más, en aterrorizar al otro y aplastarlo, tanto que el otro sea una persona o una nación; ese paso más frente al que los demás exclaman: –No lo doy. Quiso que una vida extremadamente cruel fuera la prueba definitiva de su capacidad de vivir, y quiso también alcanzar la heroicidad luchando contra su propio miedo.

Se prohibió la debilidad y se cortó la retirada, una estrategia absolutamente distinta a la de Gombrowicz. Es muy útil descomponer el ascenso de la forma desde  la persona hasta la historia siguiendo el camino de Hitler. Primero se unió a un conjunto pequeño de individuos y se hizo líder de ese grupo reducido a partir de sus cualidades personales, y en esta primera fase del proceso la idea era el instrumento para conseguir el sometimiento del otro.

Hasta aquí, tanto el líder como sus subalternos estaban situados en un terreno humano, podían renunciar. Aquí empieza a aparecer un factor decisivo: el aumento de la cantidad cambia la dimensión, se hace inaccesible para un solo individuo. La forma demasiado pesada y maciza empezaba a vivir su propia vida.

Un poco de fe en cada obediente se multiplicó por la cantidad y se convirtió en una carga de fe peligrosa, porque cada uno de ellos ya no podía saber cómo reaccionarían los demás, a los que no conocía, si se le ocurriera decir: –Renuncio. Hitler, reforzado por la cantidad y por la fe, había crecido, pero todavía no había nada en su naturaleza privada ni en la de los otros que les impidiera tomar la palabra, y decir: –Paso.

La forma creció por su propia ley general y transfirió a una esfera superior la acción de la conciencia individual. Hitler dejó de actuar con su propia energía y utilizó la fuerza de la masa, superior a la suya propia. El grado de excitación entre el líder y sus subordinados creció en audacia y alcanzó tal estado de ebullición que el conjunto se volvió terrible y superó la capacidad de cada uno de sus miembros.

En este continuo ascenso de la forma, el terror se apoderó de todos, también del jefe, que entró en una dimensión extrahumana; ya nadie podía retroceder, porque sus conductas habían sido transferidas de la región humana a la interhumana. Gombrowicz introduce la idea teatral del artificio, una idea que denota todo su mundo, para explicar este fenómeno.

Hitler finge ser más valiente de lo que es para forzar a los demás en esta carrera enloquecida del crecimiento de la forma, pero de este artificio nació una realidad que produjo hechos. Las masas no pudieron sentir el carácter teatral de la actuación de su líder, y una nación de millones de habitantes retrocedió aterrorizada ante la aplastante voluntad de su jefe.

El jefe se vuelve grande con una grandeza extraña cuyo rasgo característico es que se crea desde el exterior.

Hitler se había partido en dos: un Hitler privado con pensamientos y sentimientos simples estaba en manos del Gran Hitler, que se le imponía desde afuera.

Una vez que estas transformaciones entraron en la esfera inter-humana, la idea ya no funcionó, porque no era necesaria, era una apariencia detrás de la cual el hombre se posesionó del hombre.

Una mano blanda que no hacía tanto tiempo tomaba un pincel para hacer trazos sobre una tela se convirtió en una maza con la que se golpeó a la historia.

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Juan Carlos Gómez

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