Gombrowiczidas

Witold Gombrowicz y Miguel de Cervantes Saavedra
Juan Carlos Gómez

En el año 1935 Gombrowicz publica un artículo entusiasta sobre Don Quijote, un libro que en adelante será para él una fuente inagotable de inspiración. El humanismo y el humor de Don Quijote y la teatralidad de Hamlet fueron modelos que Gombrowicz siguió para ordenar su tendencia a la creación anárquica.

“En cuanto a mí, nunca más, yo soy (...) yo soy mí problema más importante y posiblemente el único, el único de todos mis héroes que realmente me interesa. Comenzar a crearme a mí mismo y hacer de Gombrowicz un personaje como Hamlet o Don Quijote”
A medida que fui conociendo a Gombrowicz y a su “Ferdydurke” me di cuenta que era muy cierto lo que después supe leyendo sus diarios. 

Él quería hacer de sí mismo un personaje como Hamlet o como Don Quijote mientras andaba detrás de las siete llaves para abrir el arcón de los conocimientos más importantes y fundamentales. La historia argentina de “Ferdydurke” empezó cuando el maestro Paulino Frydman, director de la sala de ajedrez del café Rex, consiguió milagrosamente traer desde Polonia un ejemplar del libro a la Argentina.
Pero ni Piñera ni las otras personas que ayudaron a Gombrowicz a poner en español a “Ferdydurke” pudieron comparar las dos versiones pues no sabían polaco. Los polacos hispanohablantes observaron después que Gombrowicz había creado una versión más fácil de la novela para atraer la atención del lector al contenido de un libro que a primera vista se presentaba como complicado. 

Él quería hacer de sí mismo un personaje como Hamlet o como Don Quijote mientras andaba detrás de las siete llaves para abrir el arcón de los conocimientos más importantes y fundamentales. La historia argentina de “Ferdydurke” empezó cuando el maestro Paulino Frydman, director de la sala de ajedrez del café Rex, consiguió milagrosamente traer desde Polonia un ejemplar del libro a la Argentina.
Pero ni Piñera ni las otras personas que ayudaron a Gombrowicz a poner en español a “Ferdydurke” pudieron comparar las dos versiones pues no sabían polaco. Los polacos hispanohablantes observaron después que Gombrowicz había creado una versión más fácil de la novela para atraer la atención del lector al contenido de un libro que a primera vista se presentaba como complicado. 

Por medio de la eliminación de las partes difíciles y estilísticamente más extrañas, reemplazadas por un breve sumario del sentido del fragmento faltante, los autores de la traducción se propusieron no desalentar a los lectores en el mismo comienzo de la obra. 
Por otro lado, los traductores de Gombrowicz, jugando con una mezcla de estilos y variaciones del castellano y sin atender demasiado a la corrección, crearon un lenguaje tan fuera de lo convencional que irritaron a los puristas. 
El lector no sabía descifrar muy bien a “Ferdydurke”, pues no sabía en qué grado el lenguaje dependía de las licencias poéticas del autor o de la traducción misma. Por eso no podía juzgar adecuadamente el trabajo de los traductores, ni aún el mismo libro. El motivo general del rechazo a “Ferdydurke” no fueron sin embargo las cuestiones lingüísticas, sino la inmadurez por parte de los lectores para entender el aspecto filosófico del libro.

Virgilio Piñera define a la obra como la realización de un análisis espectral, como un examen de conciencia que todavía hacía falta en la cultura. Ve a “Ferdydurke” como una sátira y la compara con Don Quijote. Según Piñera, a través de lo grotesco y lo absurdo Gombrowicz muestra los mecanismos de la forma, y gracias a su madurez en el oficio, no cae en la trampa de la pura dialéctica que mataría la poesía de la obra.
La costumbre que tenía Gombrowicz de desacreditar la postura, las ideas y el lenguaje de los demás no pocas veces le trajo inconvenientes. El comunista español que me lo había presentado en el café Rex como un gran jugador de ajedrez y un escritor polaco quiso desparramarle mierda en la cara cuando Gombrowicz lo examinó en mi presencia sobre la naturaleza del materialismo dialéctico y puso al descubierto que no conocía ni siquiera el título de un libro de Hegel.

Alicia Giangrade organizaba reuniones literarias en su casa de Hurlingham con temas elegidos de antemano. Había preparado en su quinta una mesa redonda a la que dio en llamar: “La influencia nefasta de Gutenberg en la literatura de nuestro tiempo”. Los invitados principales eran Gombrowicz y Sabato, pero también estaban González Lanuza, Julio Payro, Guillermo de Torre y otros más. Gombrowicz, como no podía ser de otra manera, empezó a provocar a los asistentes. 
“Ustedes hablan de literatura sin parar pero en realidad ninguno ha leído a Shakespeare ni a Cervantes; –¿Pero qué barbaridades está diciendo usted?; –Bueno, está bien, pero aunque los hayan leído es seguro que no los han comprendido bien pues sólo un genio puede comprender a otro genio”

“Vea, Goma, yo tengo la inteligencia certificada como la tienen Shakespeare y Cervantes. No sea temerario, no ponga en cuestión mi inteligencia en presencia de otras personas. Usted tiene que realizar un esfuerzo mayor que el mío para ser reconocido como inteligente. Evite hacer esfuerzos innecesarios, trate de imaginar que la razón la tengo yo”
A mí me aplicaba el principio de jerarquía, uno de los principios más difundidos en el mundo, por el cual sabemos que Shakespeare y Cervantes son los mejores, aunque no los hayamos leído, o habiéndolos leído no hayamos comprendido gran cosa. Es una malicia confundir el principio de jerarquía con la ley del gallinero, pues mientras el principio apunta al valor más alto, la ley apunta al poder más grande. 

Gombrowicz, poco a poco, se fue deshumanizado en Europa y, por consiguiente, perdiendo su parte de Don Quijote. El legado que nos había dejado, la libertad interior y la amistad, era el que nos ligaba a él cuando se fue. La libertad de Gombrowicz era como la de Don Quijote, una rebelión contra la falsedad, la crueldad y las infamias, y la amistad era la que respirábamos en nuestros encuentros de café y en la atención que le prestaba al dolor ajeno.
Es difícil resumir en pocas palabras el proceso de deshumanización que se manifiesta en sus diarios, pero hay dos cosas que se pueden comprobar sin lugar a ninguna duda: la desaparición de su inclinación a humanizar lo que no es humano y la declinación de su capacidad para formar el pensamiento dejándose tomar por las cosas..

Todo ocurre como si se hubiera alejado de esa libertad con la que descubría zonas enteras de la cultura que el pensamiento crítico había dejado vírgenes, y como si se hubiera quedado sin fuerzas para seguir derribando tabúes, pero esta característica era para nosotros, precisamente, lo más sobresaliente de su humanidad. La enfermedad jugó un papel importante en la deshumanización, pero el cambio de escenario fue decisivo.
Tuvo que reemplazar sus conversaciones del café Rex por un mundo muy distinto: editores, ediciones, profesores, directores, funcionarios, artistas, entrevistas, reuniones, escritores, escritores y escritores… y la administración de su gloria, un mundo diferente al que le había perdido la costumbre durante los veinticuatro años de su estada en la Argentina. 

Es claro que Gombrowicz no perdió sus características humanas, y mucho menos aquellas que están relacionadas con el dolor, pero yo empecé a sentir que nos estaba retirando su legado, y a esto me refiero cuando hablo de la deshumanización de Gombrowicz en Europa. Los valores de Kierkegaard están cerca de Dios y de la fe. Los de Sartre más cerca de la política y de la ausencia de Dios. 
Y los de Gombrowicz están cerca de Kirkegaard en su guerra con las teorías, y de Sartre en su búsqueda de libertad, pero también de Don Quijote, ese ilustre caballero español que cabalgaba su Rocinante buscando justicia.
Miguel de Cervantes Saavedra es considerado la máxima figura de la literatura española. 

Es universalmente conocido, sobre todo por haber escrito “El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha”, que muchos críticos han descrito como la primera novela moderna y una de las mejores obras de la literatura universal. Se le ha dado el sobrenombre de Príncipe de los Ingenios.
En un principio, la pretensión de Cervantes fue combatir el auge que habían alcanzado los libros de caballerías, satirizándolos con la historia de un hidalgo manchego que perdió la cordura por leerlos, creyéndose caballero andante.
A pesar de ello, a medida que iba avanzando el propósito inicial fue superado, y llegó a construir una obra que reflejaba la sociedad de su tiempo y el comportamiento humano universal.

Para los polacos ilustrados era una obra fundamentalmente cómica y de lectura no sólo agradable, sino también útil por su crítica a las perniciosas para la sensatez novelas de caballerías. La figura del caballero se encuentra en la obra de sus grandes poetas románticos: Adam Mickiewicz, Juliusz Slowacki y Zygmunt Krasinski.
Para Ortega, el Quijote es un llamamiento a los españoles para que domestiquen la sensualidad anárquica inherente a su cultura y reivindiquen su herencia teutónica: la meditación, en un sentido lato del término. La alucinación de Don Quijote, que toma por gigantes los prosaicos molinos de viento del campo de Montiel, simboliza el eterno esfuerzo en el que se debate la cultura por dar claridad y seguridad al hombre en el caos existencial en que se halla metido. 

Al enfrentar el plano del mito, propio del género épico, con el plano de la tosca realidad, vinculado con la comedia, Cervantes define la misión de la cultura en el mundo moderno y el tema del género híbrido encargado de expresar su visión del mundo: la novela. Esa misión consiste en proclamar un nuevo valor, distinto a las verdades absolutas o a las consabidas tradiciones milenarias: la vida, radicada en el yo de cada ser humano. 
De esta manera, el lector percibe que la alucinación de don Quijote simboliza el voluntarismo autocreador en que consiste la existencia humana, obligada a alzar el vuelo del plano cotidiano hacia un más allá de ideales subjetivos. 
Existe una analogía en los propósitos iniciales de Cervantes y de Gombrowicz cuando empiezan a escribir sus obras maestras. 

En un principio Gombrowicz quería probar sus alcances como artista y sabía que no tenía que medir sus fuerzas por sus intenciones sino sus intenciones por sus fuerzas. Se propuso escribir una sátira que le permitiera sobresalir por el humor, pero la obra se le inclinó hacia lo grotesco y le empezó a nacer un estilo que iba a absorber sus sufrimientos y sus rebeliones más esenciales.
En el medio de un mundo de hombres paralizados a Gombrowicz se le ocurre ponerse en contra del lema del romanticismo polaco que convocaba a los jóvenes a medir las fuerzas por las intenciones y no las intenciones por las fuerzas, y escribe “Ferdydurke” con un propósito restringido, pero la obra se la va de las manos, le sale el tiro por la culata y se pone en línea con la “Oda a la juventud” de Adam Mickiewicz.

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Juan Carlos Gómez

 

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