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Gombrowiczidas

Witold Gombrowicz y los huesos
Juan Carlos Gómez


“La generación a la cual yo pertenecía se encontraba en una situación poco habitual para las generaciones polacas, entrábamos a la vida en una Polonia libre e independiente, un idilio que iba a durar veinte años completos. Se generalizó entre nosotros un gran pudor respecto a la noción de patria, en ese sentido mis colegas se parecían a mí, les resultaba cada vez más difícil volcar su efusiones patrióticas en prosa o en verso (...)”

“Defendían su sensibilidad con cinismo, preferían bromear antes que declamar. Esta Polonia recién creada se apartaba de los grandes descubrimientos en la filosofía, en la ciencia, en el arte, nosotros estábamos condenados al papel del discípulo, cuyo mayor mérito podía ser asimilar cuanto antes los logros ajenos, y esa desesperante calidad de ser secundarios nos imposibilitaba acceder a la vida y a la realidad (...)” 

Witold Gombrowicz en la última morada de Val-Clair, Vence


“En medio de esta realidad polaca yo luchaba con mis cuentos. Ocultaba esos tesoros en un cajón cerrado, puesto que era muy púdico en todo lo que se refería a mi literatura incipiente. Mis cuentos eran cada vez más audaces en cuanto a la técnica, me atrevía con todo mi ardor a escribir de una forma no solamente fantástica, sino totalmente despegada de la realidad (...)”

“En poco tiempo recogí bastante material para hacer un libro, en total eran siete cuentos, algunos de ellos, sin duda alguna, me salieron diferentes a lo que se escribía por aquel entonces en Polonia. Pero yo me encontraba en esa época muy lejos de considerarme un innovador. Algunos amigos me animaron a editarlos, aunque en realidad la idea no me divertía en absoluto (...)”

“La veía como una operación muy desagradable, que sin embargo no podía eludir, ya que era una consecuencia inevitable del hecho de escribir. Me obstiné en ponerle al volumen el título de ‘Memorias del tiempo de la inmadurez.’. Pensaba que un título así podía despertar curiosidad, demostrando a la par que yo mismo no consideraba esos cuentos como un logro definitivo (...)” 

“En aquel momento se decidió la orientación de toda mi literatura ulterior, porque mi modestia e ingenuidad se vengaron de mí cruelmente. Los críticos me atormentaron con esa inmadurez hasta tal grado, que llegó a ser el punto de partida de mi libro siguiente, ‘Ferdydurke’. De esta forma me fui convirtiendo poco a poco en un especialista de la inmadurez y en su sacerdote”

“La publicación de ‘Memorias del tiempo de la inmadurez’, junto a esas críticas y notas de la prensa no significaban todavía que hubiera entrado en el mundillo literario de Varsovia y que hubiese echado raíces en él. Sin embargo, poco a poco, empezaban a aparecer personas con las que iba a unirme el momento del debut por la comunidad de destinos literarios (...)” 

“Ser artista no es nada serio, no es una profesión ni una posición social, además, una obra de arte, posee casi siempre un carácter confidencial, es en cierto modo una especie de confesión, lo cual hace difícil que pueda ser asimilada por los familiares y amigos del autor. Aparte de eso, un artista incipiente siempre resulta un fenómeno bastante pretencioso (...)” 

“Es un poco como si alguien propusiese su propia candidatura para ser un gran hombre. Por otra parte mis cuentos no eran unos cuentos corrientes, escritos según el modelo del género, sino algo que huía de la norma. La verdad es que yo mismo, siendo el autor, tampoco sabía lo que había escrito”. Cuando entregó un ejemplar de “Memorias del tiempo de la inmadurez” a su respetable familia se sintió raro. 

Los hermanos lo recibieron con una reserva que no auguraba nada bueno: “Ah, sabes, acabo de terminar tu libro. Tal vez sea un poco demasiado moderno, pero es interesante... me ha gustado, ya veremos qué dice la crítica. Supongo que si hubiera entrado a formar parte de un ballet y me hubiera puesto a saltar medio desnudo delante del público, mi familia no se hubiera sentido más incómoda (...)”

“Era una familia respetable que no sabía a causa de qué pecados tenía que sufrir semejante vergüenza”. Cuando Gombrowicz publica “Memorias del tiempo de la inmadurez” por primera vez le parece que se había excedido demasiado en originalidad, entonces escribe un prefacio para la primera edición que no aparece en las ediciones siguientes. 

“En lo tocante al elemento sexual, en particular, su preponderancia resultó del espíritu de la época que, desgraciadamente, pone cada vez con más frecuencia el énfasis en la relación de la esfera erótica con la del espíritu; por otra parte, la preponderancia de la crueldad y de la repulsión resulta, a mi entender, del hecho de que su papel en la vida sobrepasa a nuestra imaginación más audaz (...)”

“El mundo artístico me atraía por su libertad y su resplandor, pero me repudiaba física y moralmente”. Kierkegaard, de la misma manera que Gombrowicz, era enemigo del disimulo y las mentiras, quería llevar una vida auténtica en el reino de la fe cristiana y luchar contra la mala fe de los que fingían tenerla sin vivir al nivel de los severos y austeros principios del cristianismo verdadero. 

Quiso ponerse a prueba él mismo y eligió romper su compromiso con la hermosa Regina Olsen que lo adoraba. Es una conducta que utilizó desvergonzadamente en sus libros describiendo a la mujer como el eterno enemigo del espíritu, como el diablo que arrastra a los jóvenes a sus trampas, exaltando en forma inauténtica el valor de la virginidad. 

Pero todas estas actitudes con las justificaciones respectivas eran mentiras, mentiras al mundo y mentiras a sí mismo. La auténtica razón de su ruptura con la joven Regina Olsen fue su impotencia sexual, contra la cual buscó ayuda médica sin resultado. Los analistas de la psique postularon después que un conflicto mental de toda la vida puede ser localizado como proveniente de alguna inferioridad orgánica. 

Gombrowicz le entreabría las puertas a la fe de Kierkegaard pero se las cerraba a su angustia. Es muy difícil encontrar en la obra de Gombrowicz menciones directas a los órganos y a las funciones sexuales pero desbordan en referencias indirectas, echaba mano a esta estrategia para que la atracción y la excitación se hicieran presentes con más intensidad. 

Una historia que acostumbraba a contarnos, en la que combinaba en proporciones armoniosas la mundología y la sexualidad, era la de una fiesta en la que dos primos suyos estaban sentados en el pasto, al lado de una prima que también estaba sentada. Cada primo, sin saber nada de lo que estaba haciendo el otro, empezó a acariciar a la prima por debajo de la falda cuidándose de que su acción pasara inadvertida. 

La prima, que estaba cambiando de color debido a la excitación, también disimulaba como podía. La cosa es que los dedos de los primos empezaron a tocarse; por un momento dudaron sobre cuál era la actitud que debían tomar para zafar de una situación tan embarazosa: recordaron que ambos eran caballeros, se dieron la mano por debajo de la falda de la prima, saludaron a la prima, se levantaron y se fueron.

“Los primeros escritos que me procuraron alguna satisfacción fueron: ‘El bailarín del abogado Kraykowski’, ‘El diario de Stefan Carniecki’, ‘La virginidad’ y ‘Crimen premeditado’. Escribí estos cuentos a los veinticuatro y veinticinco años, pero ya me venía ejercitando en la escritura desde los dieciséis años. Una cruel disparidad de nivel caracteriza estos comienzos (...)”

“Esos primeros escritos eran ingenuos y torpes, cuando yo mismo ya no era tan ingenuo ni tan torpe, la pluma me traicionaba y eso me hacía sufrir. Transcurridos algunos años escribí ‘El bailarín del abogado Kraykowski’, un cuento que parecía bueno, eso ya era literatura, a partir de entonces empecé a practicar la escritura en serio. ¿Por qué adopté desde el principio un tono tan fantástico, tan excéntrico, tan extravagante? (...)”

“¿Por qué corté de inmediato con la realidad normal, para entregarme a la manía, a la locura, al absurdo? Es cierto que me había formado en ello en el curso de mis discusiones con mi madre, pero ésta no podía ser la única razón, y sin duda la forma aristocrática de los cuentos, aferrada a su propio esplendor, iba unida a mis miserias personales, vergonzosas, miserias crueles y angustiosas (...)”

“Yo buscaba el estilo del pensamiento fundamental, el estilo de una sensibilidad para llegar al fondo de las cosas, así como a la independencia, a la libertad, a la sinceridad. Devoraba el estilo, el modo de expresarse, el tono, la manera de ser de esas personas importantes, con la avidez de un hambriento. A fin de poder seguir viviendo del dinero paterno, realicé un período de prácticas sin sueldo en los tribunales de Varsovia (...)” 

“Fue entonces que escribí esos primeros cuatro cuentos a los que completé con otros cuatro: ‘El festín de la condesa Kotlubaj’, ‘Aventuras’, ‘En la escalera de servicio’ y ‘Acerca de lo que ocurrió a bordo de la goleta Banbury’. Estas ocho novelas cortas aparecieron en el año 1933 con el título de ‘Memorias del tiempo de la inmadurez’, una obrita que aspiraba a ser brillante, un artificio reverberante de fantasía (...)”

“Después escribí los dos ‘Filifor’, ‘La rata’ y ‘El banquete’, más logrados desde el punto de vista técnico, pero que no diferían esencialmente de los cuentos anteriores. Por entonces me daba mucha vergüenza escribir, me escondía, ocultaba mis papeles cuando alguien entraba a mi habitación, y todavía hoy la desfachatez de los escritores noveles con su yo soy poeta, me fastidia (...)” 

“Me fastidia tanto como el ostentoso despliegue de sus colas de pavo real al que se entregan los poetas consagrados y glorificados”. Gombrowicz piensa que a la literatura le resulta indispensable una moral, que sin moral no existiría la literatura, que la moral es el sex appeal de la literatura puesto que la inmoralidad es repulsiva y el arte debe ser atrayente. 

La moralidad en sus obras se manifiesta con mucha intensidad, es más fuerte que Gombrowicz. Él no busca la moralidad, pero ella lo busca a él y lo gobierna. La posguerra trajo una ola moralizadora en la literatura a caballo de los comunistas, los existencialistas y los católicos, pero en esta literatura resulta casi imposible separar la moral de las comodidades. 

Desgraciadamente, el lujo parece acompañar a esta moralidad también en un sentido concreto. Gracias a este tipo de moralidad Sartre, Camus, Mauriac, Aragon, Neruda… tuvieron una gran influencia en las jóvenes generaciones, fueron premiados con el Nobel y con la Academia, y consiguieron de un sistema capitalista inmoral riquezas, honores y amor. 

Con la moral el artista seduce a los demás y embellece a sus obras, es su sex appel, en consecuencia debería tratarla con la mayor delicadeza. El arte explícitamente moralizador era para Gombrowicz un fenómeno falso e irritante. Que el escritor sea moral, pero que hable de otra cosa, que la moral nazca de sí misma al margen de la obra. 

Gombrowicz se propuso debilitar en sus escritos todas las construcciones de la moral premeditada con el fin de que nuestro reflejo moral espontáneo pudiera manifestarse libremente. La locura era un asunto que preocupaba realmente a Gombrowicz, la sangre enfermiza de los Kotkowski que había heredado de su madre pesaba sobre él como una amenaza de posibles perturbaciones psíquicas. 

Ese temor fue más intenso en los años en que su imaginación estaba desbocada y oscilaba entre la neurosis y la psicosis. La neurosis estaba radicada en la zona consciente de sus complejos a los que transformaba en un valor cultural escribiendo. La esfera de la psicosis le ocultaba, en cambio, sus trastornos psíquicos y el control era menor. 

Debemos clasificar a “La virginidad” como perteneciendo a esta segunda clase de sus creaciones. Algunos detalles insignificantes y aparentemente incoherentes introducen a una pareja inocente en las más oscura entraña de la sexualidad. Es un relato donde el erotismo más refinado se entrevera y confunde con la obscenidad total. Las descripciones que hacen los jóvenes de algunas partes del cuerpo son artificiosas. 

La boca es una cereza, los senos son botones de rosa. Alicia era hija de un mayor retirado y estaba educada por una madre que la adoraba. Como las demás jóvenes de vez en cuando se acariciaba el codo y enterraba los pies en la arena. La vida de una muchacha en flor es distinta a la de un abogado o una madre. Debe ser difícil proteger a una joven cuya razón de existir es seducir a los demás. 

Pero Alicia estaba protegida por el canario Fifí, por el perrito Bibí y por la madre. Una tarde paseaba por los senderos del jardín y un vagabundo, acostado sobre el muro que rodeaba al jardín, le arrojó un ladrillo que le dio de pleno en la espalda, la muchacha trastabilló y estuvo a punto de caer. Sin embargo, sonrió con unos labios que le temblaban de dolor. 

Mientras el vagabundo bajaba del muro y desaparecía Alicia se repetía a sí misma que había sonreído. Cuando llegó a la casa entró en un estado de ensoñación y medio distraída le preguntó a la madre mientras tomaban el té por qué los hombres usaban pantalones, tenían cabello corto y se afeitaban. La joven escondió en la manga la cucharita de plata con la que había tomado el té. 

Salió al jardín, se dijo a sí misma que la había robado y la enterró al pie de un árbol. Volviendo a casa pensaba que si el vagabundo no le hubiera arrojado el ladrillo ella no hubiera robado la cucharita; el padre le dijo que el día siguiente su prometido regresaba de China, el compromiso se había realizado cuatro años atrás cuando Alicia cumplía los diecisiete años.

El día en que el novio le pidió la mano Alicia le respondió que sí, que deseaba ser su prometida pero no quería desprenderse de un miembro de su cuerpo. Pablo era un muchacho encantador que estaba enamoradísimo de su inocencia. La mayor virtud, según pensaba él, residía en la virginidad, este valor condicionaba su espíritu y en torno a él se situaban sus instintos superiores.

“Vemos, pues, que la virginidad asciende del ser más bajo en la escala biológica y llega al hombre, y del hombre salta a los ángeles y de los ángeles a Dios, para perderse en el infinito. Dios mismo es un gran solitario en el universo, es la eterna juventud del Cosmos”. De una pequeña particularidad puramente corporal nace el inmenso mar del idealismo y de los milagros, en evidente contraste con nuestra triste realidad”

Pablo amaba a Alicia por su virginidad inocente y estaba convencido de que quien desee adorar dignamente a una virgen él mismo debía ser virgen e ignorante, de otra manera el idilio sería una trampa. Habían transcurrido cuatro años y nuevamente pasea con su prometida por los senderos del jardín. Pablo la recrimina porque ha cambiado mucho, pero ella, distraídamente, le dice que lo ama como siempre. 

El joven insiste, protesta otra vez porque en otra época no hubiera usado la frase impúdica de que lo amaba, que ahora la veía inquieta y excitada. Alicia, con toda la calma, le pide que le explique lo que era el amor y lo que era ella, pero con seriedad y sin reírse. Pablo le cuenta cómo los hombres habían perdido el Paraíso al probar del fruto del árbol del conocimiento tentados por Satanás. 

Le suplicaron al Todopoderoso que les concediera un poco del candor y la inocencia perdidos, entonces Dios creó la virgen, el recipiente de la inocencia, la selló y la envió a vivir entre los hombres que sintieron de inmediato una nostálgica languidez.. Cuando Alicia le pregunta por las casadas le responde que son una patraña, una botella abierta y evaporada.

Alicia no entiende por qué, siendo ella virgen, el vagabundo le había arrojado un ladrillo, y por qué, luego, ella había sonreído a pesar de que le había dolido mucho. De regreso a casa Pablo pensaba que la virginidad y el misterio son una y la misma cosa y que había que cuidarse de no desgarrar el sagrado velo de la virginidad para proteger ese misterio. 

Al día siguiente la joven le dice que se extasiaba contemplando su codo, que tenía unos deseos realmente locos, y entonces Pablo le responde que adoraba su candor irracional. Alicia le pregunta si había robado alguna vez, y Pablo le contesta que no, que ella no podría amar a un hombre sin dignidad. La joven estaba confundida y le sigue haciendo preguntas a Pablo.

Le pregunta si había engañado, mordido o golpeado a alguien alguna vez, si había caminado desnudo o comido inmundicias. Pablo le pregunta si acaso se había vuelto loca y le ruega que reflexione. Para entonces la joven había empezado a temer que las vírgenes eran educadas en la inocencia para que después todo les resultara más perturbador. 

Regresaron a casa y ya en la cocina Alicia señala un hueso que, seguramente, había abandonado Bibí. En el momento que Pablo le dice que hay muchos olores de cocina y que es mejor irse de allí, ella le observa que Bibí no ha terminado de roerlo, ambos pronuncian unas palabras cariñosas, y entonces la joven le manifiesta que le gustaría mucho que royesen el hueso juntos. 

Al mismo tiempo que lo abraza y le pide que no la mire de ese modo. Le implora que lo haga porque, de lo contrario, morirá joven. Pablo se había inmovilizado por el terror, qué importancia podía tener un hueso para ella, si por lo menos fuera un hueso limpio, un hueso de caldo, pero Alicia gritó con impaciencia que quería roerlo a escondidas de la cocinera. 

Entonces se produce un altercado, él le reprocha que le esté pidiendo inmundicias y ella le replica que las inmundicias le producen apetito, e insiste en que lo roan y lo coman juntos sin que nadie los vea. Pablo le pregunta si era posible que el ladrillazo le hubiera despertado ese deseo malsano de roer un hueso, que ése no podía ser el instinto de una joven virgen, que no eran más que patrañas insensatas. 

Alicia le dice que todos roen los huesos, todos lo hacen salvo ellos, que eso es realmente el amor. Pablo, abrumado por tanta locura, empieza a pelearse con Alicia por el hueso. En un momento de la pelea se oyen detrás del muro un golpe y un lamento pronunciado. Alicia y Pablo se asoman encima de los rosales y ven a una joven descalza lamiéndose una rodilla. 

Cuando se estaban preguntando qué cosa habría ocurrido, una piedra silba en el aire y golpea la espalda de la muchacha, a lo lejos alguien vocifera que era una ladrona. “¿Lo has visto?; –¿Qué sucedió?; –Apedrean a las muchachas, las apedrean para divertirse, sólo por placer; –¡No, no,… no es posible!; –Tú mismo lo has visto... Ven, que el hueso nos espera, volvamos a nuestro hueso, lo roeremos juntos… ¡Quieres?... ¡Juntos! ¡Yo contigo, tú conmigo! Mira, lo tengo ya en la boca. ¡Ahora te toca a ti! ¡Tómalo!”

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Juan Carlos Gómez

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