Gombrowiczidas 

Witold Gombrowicz y Laura Estrin
Juan Carlos Gómez

La Francotiradora es una profesora de literaturas eslavas de la Universidad de Buenos Aires como también lo fue el Porcus Hungaricus, hasta que los catalanes se hartaron de su estilo insustancial, pero en la Universidad de Barcelona.

No es tan fácil encontrarle flancos débiles a los profesores de literaturas eslavas, sin embargo, debo decir que el talón de Aquiles de la Francotiradora es el de que admira al Mentecato, y esto le ocurre porque además de profesora de literaturas eslavas también es poeta. Para marcar bien el territorio de su sangre de vez en cuando me hace llegar los aires eslavos de sus padres rusos.

“En una especie de biografía de la infancia y juventud Lem escribe: ‘El Arte no coacciona a nadie; nos transporta sólo si consentimos que nos transporte (...)” 

Laura Estrin

Milita Molina

“Consecuentemente, es el elemento de mutuo consuelo, es el elogio que revierte en elogio, es el ‘hoy por ti y mañana por mí’ y por tanto es el fraude y la prevaricación colectiva. Gombrowtiz nos abrió los ojos al respecto’ (...)”

Cuando en el gombrowiczidas al que di en llamar “Carrozas de Fuego” hice una referencia a Elías Canetti le picó la eslava que lleva adentro.

“(...) Lo del saber como el salto es también certero, hace años lo sigo con los rusos, los formalistas: la tradición pasa de tío a sobrino, o como el salto del caballo de ajedrez… Shklovski abunda sobre esto y es tan preciso ese movimiento…(...)”

Y otras veces me hace llegar sus aires argentinos, por momentos apasionados y por momentos destructivos.

“¿Por qué los (algunos, diría yo) escritores argentinos no saben hablar de Gombrowitz?... Creo que porque no leen solos, libres, porque no leen sueltos, porque hay miedo fuera de las estructuras, porque no leen con amor, es decir, con la terrible identificación con que hay que leer… como vos en parte hacés con estos correos…Y por esa misma forma de leer atada quedan afuera autores y otros, sesgados, irreconocibles, entran al canon sordo y ciego… Por último, igual, Aira lee libre en su propia obra, ese es su mayor realismo, su perfecto, enloquecedor, desparpajo literario”

Un día en el que me referí a ciertas trivialidades que escribió Gombrowicz en los diarios sobre los zapatos de Ostende le toqué otra vez sin querer la cuerda eslava, yo estaba afirmando que era lector de una obra única.

“(...) dice Milita –Milita que sabe bien– que vos no escribís estos textos pensando en lectores como nosotras… pero este asunto del Diario me hace pensar que los autores grandes escriben todo igual, con la misma voz, con la misma potencia de existencia y, por eso, no hay ‘trivialidades’. Hay cuerpo que sostiene la obra, ‘autor de una sola obra’–como dice Milita que escribió Osvaldo Lamborghini. Autores de frases –que son las menores partes en que pueden descomponerse los buenos discursos. Los autores no pueden no escribir, escriben obra, escriben Cuadernos, todo igual. Pero hay pocos que saben leer todo igual, todo con la misma potencia y ahí está el asunto, este pequeño asunto que me conmueve. Los zapatos amarillos, un color eslavo si lo hay, son enormes piezas, queridas piezas, pedazos de Gombrowitz: autor-obra, sin solución de continuidad (....)”

“Intratable asunto para los que se tranquilizan con los géneros, con las formas diferentes y se amparan de la mayor gran soledad en que nos pone la gran obra literaria” 

Mis encuentros con la Francotiradora y la Flauta Traversa siempre me dejan alguna enseñanza. Una tarde en el café Gardel estábamos hablando de que el Pato Criollo había desaparecido, ellas pensaban que sí, que había desaparecido, que se escondía detrás del infantilismo y las naderías. 

Ambas fueron hace años admiradoras del Pato Criollo, pero en los tiempos que corren se les presentaba el dilema de si leerlo o no leerlo.

Cuando empezamos a hablar de leer o no leer yo les recordé que Gombrowicz le tenía desconfianza a la lectura al punto de que para saber cuánto había de cierto en nuestra afirmación de que habíamos leído “Ferdydurke” nos preguntaba en qué capítulo asesinaban al conejo.

La Francotiradora me dice que esa no era una pregunta adecuada para averiguarlo pues así como aparecen gorriones ahorcados en “Cosmos” bien podrían aparecer también conejos asesinados en otras narraciones de Gombrowicz. 

Mientras la Flauta Traversa insiste en que Gombrowicz no sentía ninguna culpa por sus deserciones ni por su homosexualidad, la Francotiradora empieza a cascotear a los escritores y a los editores en forma sistemática y destructiva.. 

Una de las especialidades en la que las mujeres han desarrollado una gran destreza es en la de dar celos. En uno de los accidentes de la conversación empiezan a decir que Flor de Quilombo había sido el mejor amigo de Gombrowicz mientras yo me ponía verde y trataba de demostrarles con argumentos que eso no era cierto, pero ellas me miraban con una sonrisa desdeñosa.

Estas dos escritoras y profesoras de literatura en la Facultad de Filosofía y Letras, admiradoras de Nicolás Rosa y de Lamborghini, son dos actrices consumadas de familias originarias en la pampa húmeda y en las estepas rusas. Además de ser inteligentes son ágiles como las liebres y yo ya estoy un poco viejo para andar a los saltos detrás de ellas. Ambas me recriminaban la costumbre que tengo de meter a Sartre en las cuestiones de Gombrowicz, y palabra va palabra viene terminamos hablando de la culpa. 

Mientras que la de la pampa húmeda con su aire apodíctico y burlón parece nacida sin culpa y sin pecado original, la de las estepas rusas se considera culpable de todo. Las categorías que más cuadran a los talantes de la Flauta Traversa y de la Francotiradora son la eventualidad y la eternidad, son categorías que se ponen ellas mismas en el mismo orden en que las nombro.

Celosas de la Hierática cuando hablo de su belleza, ambas me exigieron que deje de meter a Sartre en los gombrowiczidas y en las conversaciones porque es berreta. Me pareció oportuno entonces hacer un giro hacia el padre del existencialismo para retomar el tema de la culpa y empecé a hablar de la impotencia sexual de Kierkegaard y de las ideas que tenía sobre la virginidad, pero tampoco encontré para ese tema aires favorables, especialmente por las intervenciones al bies que me hacía la Flauta Traversa, totalmente cautivada por el petimetre danés, y por los bostezos de la Francotiradora que caían sobre la mesa.

Ninguna de estas dos mujeres tenía un comportamiento normal pues son precisamente las mujeres las que han adquirido a través de los siglos una gran especialidad para comprender los sentimientos de culpa.

“No me hacía ilusiones respecto a mi propia persona, sabía que era una especie de minusválido psíquico, para quien una existencia normal era inaccesible y me veía obligado a buscar mi propio camino. Mi sensibilidad, mi imaginación, mis complejos, mis temores, mis obsesiones, mis culpas, cuanto más disimulados, con más fuerza me perseguían, y si estaba tan mal, era precisamente porque parecía un ser bastante sano y contento de sí mismo (...)” 

“Pero lo cierto es que no existía para mí un camino recto y normal, y sabía que si no me justificaba ante mí mismo y ante los demás con alguna obra de orden superior, no me quedaría otra remedio que hundirme y convertirme en un loco y en un simple degenerado”

Los problemas de la culpa y de la mirada son asuntos muy destacados en el existencialismo de Sartre. El camino de la interioridad pasa a través de la otra persona. La otra persona sólo es interesante para mí en la medida en que me refleja, en la medida en que yo soy un objeto para ella. Dado que soy un objeto tan solo en cuanto existo para el otro, tengo que obtener del otro el reconocimiento de mi ser. El otro es el mediador entre yo y yo mismo. Por su naturaleza misma, la vergüenza es entonces un reconocimiento, yo reconozco que soy como el otro me ve. Todas las relaciones entre diferentes personas, son las tentativas que cada uno hace para subyugar o poseer la libertad del otro. Tan pronto existo, establezco un límite de hecho a la libertad del otro. Yo soy ese límite, y cada uno de mis proyectos traza ese límite en torno del otro ser, el respeto de la libertad del otro es pues una palabra vana.

Sartre creó lugares más o menos amplios para la conciencia, la culpa, y hasta el pecado, a pesar de su ateísmo.

“Estamos arrojados en el mundo, cara a cara con la otra persona; nuestra manera de surgir es una libre limitación de la libertad de la otra persona... La noción de culpa y de pecado se origina en esta extraña situación. Soy culpable frente a la otra persona”

Franz Kafka, más aún que Sartre, se convirtió en el campeón de los campeones en la especialidad del sentimiento de culpa.

“Yo era culpable, abominable e intolerablemente culpable, sin causa y sin motivo... Yo no sabía en realidad en qué consistía mi pecado, pero la ignorancia no impedía que fuera presa de un intenso sentimiento de culpa (...)”

“Un día escribí una carta de súplica al desconocido autor de mis sufrimientos, al Acusador, para pedirle que me dijera qué crimen había cometido, pero no supe adónde enviarla y la destruí”

Sartre intenta arrebatarle el primer puesto a Kafka en este concurso de esquizofrenia, pero no puede hacerlo.

“El conflicto es el sentido original del ser-para-otros, porque cada uno de nuestros proyectos limita la libertad del otro. De esto surge el concepto de culpa. Por mi mera existencia en un mundo donde existen otras personas, soy culpable hacia el otro... El pecado original es mi aparición en un mundo donde existe el otro, y cualesquiera que lleguen a ser mis relaciones con él, no serán sino variantes del tema original de mi culpa”

Después del bombardeo sostenido al que someto a los miembros del club con mis gombrowiczidas pareciera que fuera justo hasta cierto punto que yo lea también algunos de sus escritos, pero llegados a este punto se me presentan dos inconvenientes.

El primero de ellos consiste en que yo soy lector de un libro único, y el segundo tiene que ver con el conflicto sartriano del reconocimiento del otro.

En efecto, mis cavilaciones actuales andan dando vueltas alrededor de la verdadera naturaleza de los escritores frente a los que hay que tomar precauciones especiales, no tanto por su condición de seres ambiciosos, irritables y absortos en su propia grandeza, sino por otra razón. Cuando el hombre desempeña actividades relacionadas con el arte de escribir se vuelve muy peligroso porque se le pone en la cabeza que algún editor lo tiene que publicar y que algunos lectores lo tienen que leer. 

Por lo demás, son mansos, la gran mayoría de ellos no son hombres de acción y hasta pueden resultar simpáticos. Mis aventuras con los hombres de letras siguen en general un curso descendente, empiezan con un gran entusiasmo pero no resisten el paso del tiempo. Como la Francotiradora no podía ser una excepción me mandó un libro de poemas para que lo leyera, de modo que en forma inmediata le pedí ayuda a la Flauta Traversa.

“La Francotiradora me está mandando “Alles Ding”, un libro suyo de poemas. Ahora bien, el antitalento que tengo yo para leer poesía es proverbial, en general no entiendo lo que el poeta quiere decir, de qué habla, entonces me pierdo. Sé buenita, adelantame en un par de líneas de qué se trata, así puedo escribirle a la Francotiradora algo atinado. Tengo miedo de leer “Alles Ding”, en general los hombres cuando escriben se visten, en cambio las mujeres cuando escriben se desvisten”

“En cuanto a lo de Laura, a mí me pasa lo mismo con los poetas y a buen puerto fue por agua, Goma. Mire Goma , no me haga lío con eso de ‘se buenita’, porque yo soy buena pero en este caso no sé cómo ayudarlo. Lo que sí puedo decirle es que los versitos breves de Laura son como estampitas o pinceladas producto de una observación minuciosa y obsesiva del mundo de la pequeñez, el detalle, lo cotidiano, lo que se mira al bies pero concentradamente, un mundo íntimo y monótono donde los días no parecen pasar, un mundo cerrado sobre pequeñas cositas que efectivamente desvisten a Laura y ella lo sabe. Culpa y sufrimiento de todo, también, aunque se valora la alegría. No sea haragán, con mi escueto comentario y su lectura mientras toma el primer sorbo de café ya está su carta atadita y con moñito”

“Laura, ya sabés que tengo antitalento para comprender la poesía, no me pierdo tanto con los versos clásicos, pero con los modernos me pierdo. ‘Miento,/ como un impresionista/ con ese saber deslizarse,/ hacerse espuma de dulzura,/ mantener los hilos ocultos en la mano/ y orientar todo como un buen cochero/ –pero, ahí, Pissarro habla de comercio’. Estos versos me gustan porque los entiendo bien, en general te voy a decir que tu inspiración me parece guiada a menudo por cosas poco importantes, hasta mediocres, pero sagradas por la insistencia con la que las consagrás con tu alma. El tono y el color de tus poemas, efectivamente, se parecen a los de un cuadro impresionista”

ver La identificación de los apodos y de la actividad

Juan Carlos Gómez

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