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Gombrowiczidas

Witold Gombrowicz y la vergüenza polaca
Juan Carlos Gómez

“En los polacos que vienen de Polonia se observan las contradicciones de siempre: el comunismo nos sofoca, el país está en la miseria, no hay libertad de expresión. Y también: tenemos nuestra gran literatura, nuestras bicicletas y motocicletas, nuestros sellos de Correos, unos de los más bellos del mundo. O lo uno o lo otro. O la literatura está sofocada o es grande (...)”

“¿Por qué esa vergüenza que nos impide reconocer lo que somos con esa manía de nuestro aplomo? Un polaco capaz de confesar lo que es enseguida se convierte en un europeo, y de gran clase. Un polaco que disimula, que siente vergüenza, se identifica con su miseria”. Ninguno de los hombres de letras del club de gombrowiczidas le da a su propio país la importancia que le dio Gombrowicz a Polonia. 

La empresa literaria de Gombrowicz de mayor alcance fue el “Diario”, unas narraciones que empiezan y terminan con asuntos de Polonia, peripecias en su mayor parte escritas en la Argentina que concluyen en Francia. Inmediatamente después de los cuatro yo que mete al comienzo de esta obra nos cuenta la impresión que le produce la lectura de los periódicos de su país. 

Es como si le hablaran de unas aventuras que corriera alguien muy próximo a él en una tierra extraña. El alguien ya no es próximo pero le queda con la persona conocida una identidad diluida. La presencia del tiempo en las páginas de esos periódicos es tan fuerte que se le despierta el deseo de un contacto directo con ese alguien, aunque sea para vivir y relacionarse de una manera imperfecta.

Witold Gombrowicz


“Pero la vida queda como detrás de un cristal, alejada; parece como si ya no nos perteneciera y lo observáramos todo desde un tren”. Esa distancia que produce la memoria y la vergüenza de los polacos que les impide ser sinceros ablandaban a Polonia y la volvían virtuosa. “No éramos tan virtuosos cuando nos teníamos mejor en pie. No me fío de la virtud de los que han fracasado (...)”

“Esa virtud nacida de la vergüenza y de la desgracia, y toda esa moralidad me recuerda a Nietzsche: ‘La moderación de nuestras costumbres es una consecuencia de nuestro debilitamiento’”. Los encuentros que Gombrowicz tenía con algunos polacos que venían de visita a la Argentina le permitían formarse una idea de cómo andaban las cosas por la Polonia Popular.

“¿El señor Gombrowicz?; –Sí; –Soy un periodista, vengo de Polonia, ¿podría charlar con usted?; –Por supuesto; –¿Y podría concederme una entrevista?; –No, prefiero que nuestra conversación sea privada”. Esta reticencia en darle la entrevista no era caprichosa. En camino al café de la Avenida de Mayo donde lo había citado meditaba en los encuentros que había tenido con intelectuales y artistas polacos desde el final de la guerra.

Sus conversaciones, a medida que pasaba el tiempo, se habían vuelto cada vez más difíciles y encendidas. “Pero aquí está mi periodista. Le veo sentado a una mesa. Es alto, ligeramente encorvado, de rasgos atractivos, pero obeso, con cara abotargada y la mirada –eso le ocurre a menudo a los polacos–, algo turbia... Nos saludamos con afecto, pero de entrada hay algo que empieza a no gustarme (...)” 

“Pido café, él un vodka. Vaya, ¿vodka a las cinco de la tarde?”. Al cabo de media hora Gombrowicz se da cuenta de que lo estaba tratando, si no con hostilidad, con cierta irritación ofensiva, se vuelve cada vez más frío. Lo que le disgusta en el periodista es su falta de soltura, no es que pese sobre él el fantasma de la policía política, le tiene confianza a Gombrowicz.

Por otra parte no le oculta que forma parte de la oposición al partido de gobierno, aunque probablemente esa oposición, piensa Gombrowicz, se limite a las malas caras, al sarcasmo y a los chistes contados mientras se vacía una botella. Su falta de soltura se manifiesta en el hecho de que a cada momento él se siente una persona distinta: “¿Aquí vais de dictadura en dictadura, eh? ¡Claro! ¡Ya se sabe, América del Sur!”

Se olvida de que es polaco y de que en su casa también tienen dictaduras, se expresa como un europeo, está orgulloso de ser europeo porque ha llegado aquí vía París y Londres: “¿Y cómo estáis de coches en Polonia?; –Tenemos modelos propios, nada caros y muy bonitos”.

Gombrowicz le muestra la Avenida de Mayo, a esa hora completamente abarrotada de coches.

“Pero atascamientos como estos no los tenéis en Varsovia; –¿Qué piensa, que nosotros no tenemos coches? Usted vive con los recuerdos de 1939, aquello ha cambiado mucho, no nos faltan coches, hay casi tantos como aquí; –¿Qué? ¿Lo dice en serio? ¿Qué en Varsovia hay tanta circulación de coches como en Buenos Aires?; –¡Por supuesto!”. Hasta hacía un momento nada más el periodista le contaba que en Polonia había pobreza y miseria.

De repente el periodista, empieza a inventar historias nuevas, comportándose como si fuera un ferviente admirador del gobierno comunista, declamando mentiras monumentales y decididamente irritantes. Se ha producido una metamorfosis, y se ha producido porque el periodista no distingue bien al partido de la nación y, en consecuencia, confunde las responsabilidades. 

Responsabiliza al comunismo de la miseria polaca, de modo que puede, sin sentirse humillado, reconocer que el país estaba en bancarrota pues él no era comunista. Pero cuando se empieza a hablar de la producción nacional se siente orgulloso del éxito, como si fuera mérito de la nación y no del partido. “Olvidando que el país está bajo el mando de los comunistas, se sintió orgulloso de aquellos coches (...)” 

“Eso le excitó, quiso impresionarme con el progreso, la modernización y la civilización polacas, y al tropezar con mi desconfianza se excedió, como cualquier soñador y cuentista. ¿Estaba orgulloso de esa Polonia que sabía que no era suya sino de los comunistas, o estaba tan ligado a ella que a pesar de todo se identificaba con el país, ocultando sus miserias e inventado triunfos?”

Los polacos tienen vergüenza, no son capaces de hablar tranquilamente y con naturalidad porque tienen vergüenza, vergüenza del orgullo nacional malherido, de la dignidad ofendida, de la envidia y de un sentimiento de inferioridad. Los intelectuales que llegaban de Polonia estaban llenos de complejos y por eso resultaban imprevisibles, Gombrowicz nunca sabía lo que iba a surgir de ellos. 

No estaban preparados para el contacto con el mundo que estaba fuera de Polonia. “Son personas que no se han planteado su situación en el mundo ni han reflexionado sobre ello. Se manifiesta en ellos su falta de equilibrio, de tranquilidad, de seguridad en sí mismos, de auto conciencia, de naturalidad, de algo que es capaz de adquirir hasta un preso, hasta el último de los mendigos, con la condición de que se comprendan a sí mismos (...)” 

“Su actitud ante Polonia cambia continuamente, lo cual hace que su actitud ante el mundo también sea fantástica e imprevisible. En mi opinión, nuestra literatura contemporánea no carece, en ese aspecto, de culpa, al no haber sabido educar a la nación”. Los polacos que escribieron después de la guerra fueron culpables, según lo veía Gombrowicz, de no haber sabido educar a la nación en una conducta más natural y menos fantástica. 

Pero los que habían escrito antes de la guerra también fueron culpables. En la relación de los polacos con el mundo de antes de la guerra había algo de malo y de alterado, si por su situación geográfica y por su historia Polonia se veía condenada a estar eternamente desgarrada, entonces había que cambiar algo en los polacos para salvar su verdadera humanidad.

Los artistas y los intelectuales polacos de antes de la guerra fueron entonces también responsables de no ajustar las cuentas con ese pedazo de tierra creado por las condiciones de su existencia histórica y por su situación especial en el mundo, de modo que la leyenda polaca del romanticismo y del idealismo se extinguiera. En el “Diario” le recuerda a los polacos el olvido de que Polonia era un país ocupado.

Una nación tan ocupada como lo estaba siendo Checoslovaquia después de la entrada del ejército soviético. En la prensa de la emigración habían aparecido protestas valientes que Gombrowicz comparte mereciéndole todo su respeto, pero también aquí aparece la vergüenza polaca que les impide a los polacos ser sinceros. “Hay un detalle que me da que pensar, un detalle casi freudiano (....)” 

“Su indignación casi infantil parece olvidarse que Polonia ha sufrido de la misma violencia. Al fin y al cabo, Polonia es desde hace años un país ocupado, exactamente como lo es hoy Checoslovaquia. Si dijeran ‘Para mí la violencia es un acto cotidiano, sé lo que es, por eso condeno la invasión rusa’, todo estaría claro. Pero se les ha olvidado..., incluso a quienes viven en el extranjero (...)” 

“Consternados por Checoslovaquia por vergüenza han olvidado su propio destino”. Gombrowicz sentía a Polonia como mirándola a través de un cristal, y a él como un pasajero de un tren que la miraba desde lejos. La falta de foco para mirar a Polonia lo ponía frecuentemente a él mismo fuera de foco, especialmente en la cuestión de la vergüenza y del comunismo. 

La actividad de escribir le proporciona a los hombres de letras una mayor facilidad de la que tienen los hombres que no escriben para darle distintos aspectos a lo que son y a lo que les ocurre, siendo Gombrowicz un buen ejemplo de todo esto. “Escuchadme, hipopótamos: yo no me quejo de que vuestra estupidez profesional o articulista haya difamado sin cesar mi trabajo literario, que como se ha comprobado hoy, tiene algún valor (...)” 

“Hicisteis lo que pudisteis por fastidiarme la vida y en parte lo conseguisteis. Si no fuera por vuestra mezquindad, vuestra superficialidad, vuestra mediocridad, tal vez no hubiera pasado hambre durante años en la Argentina, y también otras humillaciones me hubieran sido ahorradas. Os interpusisteis entre yo y el mundo, banda de infalibles maestros de escuela y periodistas (...)” 

“Habéis deformando, tergiversando, falseando los valores y las proporciones. Bien, al diablo con vosotros, ¡os perdono! Y no espero que ninguno balbucee hoy algo parecido a unas tímidas disculpas, sé demasiado bien qué es lo que se puede esperar de unos pillos como vosotros. Pero ¿cómo perdonaros el que hayáis logrado vencerme en mi victoria final sobre vosotros? Sí. Alegraos (...)”

“Habéis ganado en vuestra derrota. Porque habéis hecho que mi éxito haya llegado demasiado tarde..., diez, veinte años más tarde..., cuando ya estoy demasiado cerca de la muerte y ella contamina de derrota hasta mis triunfos...; ¿sabéis?, ya no soy lo suficientemente vigoroso para poder disfrutar de mi desquite, ¿Triunfo? ¿Megalómano? ¿Presumido? (...)”

“Pero si hasta de esto me habéis privado, no puedo gozar ni de mi ascensión ni de vuestra derrota, ¿cómo voy a perdonarlo?”. Este es un reproche amargo que Gombrowicz le hace a una buena parte de la inteligencia polaca. Sin embargo, a pesar de lo que dice Gombrowicz, no se puede hacer responsable a esa inteligencia de todas las humillaciones que padeció en la Argentina.

Los argentinos empezaron a pasarlo de mano en mano: Gálvez se lo pasó a Capdevila, Capdevila a su hija Chinchiana, Chinchina a sus amigas. En el año mortal de 1940 Gombrowicz flirteaba con esas chicas que lo llevaban a los museos, lo invitaban con masas, mientras él les retribuía con charlas que armaba sobre el amor europeo. En ese año fatídico Roger Pla le había presentado a Antonio Berni.

En la casa del pintor dio una charla sobre el por qué y el cómo Europa había sentido el deseo del salvajismo, y de cómo esta inclinación enfermiza del espíritu europeo podía aprovecharse para la revisión de la cultura demasiado alejada de sus propias bases. Pero le falló el estilo, de la vergüenza que lo asaltó salieron unas palabras que resultaron mediocres y Pla le reprochó el tono sentimental de unos razonamientos ingenuos. 

Sin embargo, dos meses después del derrumbe que había sufrido en la casa de Berni, se anima a dar otra conferencia que resultó famosa por el escándalo que se armó con los polacos. Decidió rehabilitarse de su fracaso anterior e insistió con el tema: “Regresión cultural en la Europa menos conocida”, la dio en el Teatro del Pueblo invitado especialmente por su director, el escritor Leónidas Barletta. 

Le adelantaron que era un teatro de primera clase, frecuentado por la flor y nata del ambiente cultural de Buenos Aires, en vista de lo cual decidió preparar un texto del más alto nivel intelectual. Gombrowicz planteó otra vez la cuestión de cómo la ola de barbarie que había invadido a Europa central y oriental podía aprovecharse para revisar los fundamentos de la cultura. 

Leyó el texto, lo aplaudieron y bastante contento volvió al palco reservado para él donde se encontró con una joven bailarina y admiradora, muy escotada y con unos collares de monedas. Cuando estaba por retirarse con la bailarina observa que alguien se sube al estrado y empieza a vociferar, lo único que puede distinguir con claridad es la palabra Polonia, la excitación y los aplausos. 

Acto seguido sube otra persona, pronuncia un discurso agitando los brazos mientras el público empieza a chillar. Gombrowicz no entiende nada pero estaba contento de que su conferencia hubiera despertado tanta animación. Pero, de repente, los miembros de la Legación de Polonia abandonan la sala, parece que algo andaba mal. Un escándalo, resulta que la conferencia fue aprovechada por los comunistas allí presentes para atacar a Polonia. 

Una parte de la elite intelectual argentina era medio comunistoide y no exactamente la flor y nata de la intelectualidad de Buenos Aires, de modo que su ataque a la Polonia fascista no se distinguió precisamente por su buen gusto. Barletta, igual que Gombrowicz, no podía digerir al Asiriobabilónico Metafísico, se refería a él en forma despectiva. ...:“Cachafaz… Fracasado… El pobre Borges (...)” 

“Vate criollo y vate septuagenario… Buscador de puestitos… Pergeñador de cuentos persas... y lávese de toda esa mugre metafísica.”. Esta comunidad de opiniones respecto al Asiriobabilónico Metafísico le encantaba a Gombrowicz y quizá debido a esto pasó por alto que Barletta era también un hombre de izquierdas. Sería injusto hacer responsable a Barletta de lo que ocurrió ese día en el Teatro del Pueblo. 

Hay que decir sin embargo que Gombrowicz se las vio mal y pasó verdaderos apuros. Al día siguiente de la conferencia que había dado en el Teatro del Pueblo Gombrowicz, lleno de vergüenza, fue a la Legación de Polonia donde lo recibieron en forma fría, como si fuera un verdadero traidor. En vano les explicó que el director del teatro, el señor Barletta, no le había informado que era costumbre seguir las conferencias con un debate.

Que, por otra parte, no podía considerar como comunista a ese señor pues él mismo se hacía pasar por un ciudadano honrado, ilustrado, progresista, adversario de los imperialistas y amigo del pueblo. Pero lo peor fue lo de la bailarina: su colorete, sus polvos, su escote pronunciado y el collar de monedas hicieron aparecer a Gombrowicz como un cínico en un momento en el que Polonia ardía en llamas. Hasta la prensa polaca de Estados Unidos se puso verde con esta metida de pata.

ver La identificación de los apodos y de la actividad

Juan Carlos Gómez

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