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Gombrowiczidas

Witold Gombrowicz y la ciencia
Juan Carlos Gómez

“Observemos a esos hombres del futuro, a los hombres de ciencia, que hoy tampoco faltan y se multiplican cada vez más. Hay una cosa repugnante en esos científicos: su sonriente impotencia, su apacible perplejidad. Se parecen a un tubo que dejase pasar el alimento sin digerirlo; jamás esa saber suyo llega a ser en ellos personal; son, de pies a cabeza, sólo herramientas, sólo instrumentos (...)”

“No hablen ninguna lengua. El científico traiciona el lenguaje humano común en provecho del lenguaje científico, pero tampoco dominan este lenguaje, es el lenguaje que lo domina a él. Las fórmulas se formulan solas, en el terreno hermético del Abracadabra. Mientras se mantuvo la interpretación mecanicista de los fenómenos, la ciencia era un mal relativamente menor (...)”

“Pero hoy en día, cuando el mecanicismo ya no nos satisface y pretendemos abarcar una totalidad que no se deja dividir en partes, cuando el funcionalismo, el finalismo y las distintas correlaciones fascinan el pensamiento científico, los enunciados del campo de la biología o la psicología son enigmáticos, peligrosos y nada mejores que los de la física, los de las matemáticas o la filosofía (...)”

Witold Gombrowicz y Juan Carlos Gómez en la última cena

“La coacción para expresar lo inexpresable se vuelve, en las últimas fases del desarrollo de la ciencia, tan omnipotente, que sus enunciados adoptan apariencias de formulaciones filosóficas. La inteligencia mediocre ama estas anteojeras que facilitan un trato igualitario; pero la inteligencia más aguda y más viva deseará la incertidumbre, el riesgo, un juego de fuerzas más traidoras e inasibles donde se viva (...)” 

“Donde se pueda conservar la fantasía, el orgullo, el honor, la confesión, la fascinación, el juego, la lucha”. Gombrowicz supo desde joven que tenía que blasfemar. Navegaba por el mundo en medio de opiniones incomprensibles y cada vez que tropezaba con un sentimiento misterioso, fuera la virtud o la familia, la fe o la patria, sentía la necesidad de cometer una villanía. Una de las blasfemias más célebres la pronuncia contra la ciencia. 

“Y si a Sócrates se le hubiera aparecido Casandra con la siguiente profecía: –¡Oh, mortales! ¡Oh, estirpe humana! Mas os valdría no alcanzar a ver el lejano futuro que será diligente, escrupuloso, laborioso, liso, llano, miserable... Ojalá las mujeres dejasen de parir, pues todo lo que nazca nacerá al revés: la grandeza engendrará la pequeñez, la fuerza la debilidad, y de vuestra razón procederá vuestra estupidez (...)”

“¡Oh, ojalá las mujeres diesen muerte a sus recién nacidos...!, porque tendréis funcionarios por jefes y héroes, y los buenazos serán vuestros titanes. Se os privará de belleza, de pasión y de placer... Os esperan tiempos fríos y tediosos. Y todo eso será obra de vuestra propia Sabiduría, que se despegará de vosotros y se volverá incomprensible y feroz. ¡Y ni siquiera podréis llorar, puesto que vuestra desgracia estará ocurriendo fuera de vosotros! (...)”

“¿Será esto una blasfemia contra nuestro Supremo Hacedor? ¿Nuestro Creador de hoy? (Naturalmente me estoy refiriendo a la ciencia) ¡Quién se atrevería! También yo me postro ante la más joven de las Fuerzas Creativas, también yo me prosterno, hosanna, pues esta profecía canta precisamente al triunfo de la omnipotente Minerva sobre su enemigo, el hombre”

Los científicos son unos especialistas que manipulan nuestros genes, se inmiscuyen en nuestros sueños, modifican el cosmos y manosean nuestros órganos íntimos. La ciencia tiene un carácter abominable, es como un cuerpo extraño introducido en la razón, que la razón lleva como una carga con el sudor de su frente. Es como un veneno, y cuanto más débil es la razón tantos menos antídotos encuentra y tanto más fácilmente sucumbe.

La sabiduría que menos soportaba era la de la ciencia, con la ciencia nos estamos encaminando a una raza de pigmeos de cabezas hinchadas y de delantales blancos, el crecimiento del cientificismo terminó por estimularle a Gombrowicz su naturaleza profética y blasfema. Los diarios que escribe en las postrimerías del año 1961 tienen un pasaje de género ligero que caracteriza la lucha entre la ciencia y el arte.

Gombrowicz le hace crecer a un hombre una segunda cabeza en el trasero mediante un procedimiento científico. “Al verlo pierdes la cabeza y ya no sabes cuál de esas cabezas es tu cabeza verdadera; no te quedará más remedio que gritar de horror, de rebeldía, de protesta, de desesperación...¡gritar que no estás de acuerdo! Ese grito encontrará a su poeta... y atestiguará que sigues siendo todavía el que eras ayer (...)”

“Cuando a mi mesa, en un café, se sienta un estudiante de ciencias exactas para observarme con lástima, porque hablo sin decir nada, para despreciarme, porque es una tomadura de pelo, para bostezar, porque eso no se puede comprobar experimentalmente, no trato en absoluto de convencerle. Espero que lo invada una ola de lasitud y saturación”. Gombrowicz hacía experimentos buscando inspiración para darle vuelo a sus narraciones. 

El medio natural para realizar estos experimentos era el “Diario” y también las conversaciones que mantenía con los contertulios en los cafés. En la época en la que ya había empezado a darle vueltas a “Cosmos”, la ciencia física se había convertido en su obsesión predominante a la que apoyaba con la lectura de “Panorama de las ideas contemporáneas”. 

La cuestión que habría que dilucidar es si los desbordes enfermizos que padecía la imaginación de Gombrowicz desacreditan en parte la seriedad de los contenidos del “Diario”. Yo creo que la seriedad de las consecuencias que saca de estos experimentos no depende en absoluto de la existencia de los hechos sino de la existencia de una estructura que se presenta como lógica. 

Lo que sí es cierto es que para fines de 1961 y comienzos de 1962 Gombrowicz había concentrado la mayor parte de su atención en las concepciones de Ernst Mach. “Vista imprevista de Siegrist, que reside actualmente en Nueva York después de haber pasado los dos últimos años entre Yale y Cambridge. Ha venido con Juan Carlos Gómez. Siegrist me pareció como enfriado (...)” 

“En este hombre eminente se ha apagado la llama que ardía en él en los tiempos de La Troya. De acuerdo con su costumbre se puso a dibujar unas figuritas sobre el papel que yo el acerqué cortésmente. Ambos afirman, pero es sobre todo la opinión de Siegrist, que la disminución del ritmo del desarrollo de la física más moderna se debe a circunstancias un tanto paradójicas (...)”

“No tiene origen en el agotamiento de las posibilidades intelectuales en el terreno de las contradicciones fundamentales y fecundas tales como continuidad y discontinuidad, macrocosmos y microcosmos, teoría ondulatoria y corpuscular, campo gravitacional y electromagnético, sino en el hecho de que la física ha sido víctima de cierto sistema de interpretación (...)”

“Se ha creado en la relación intelectual de los científicos, en la discusión. Se refieren a las polémicas del tipo Bohr y Einstein, Heinsenberg y Bohr, a todas las opiniones emitidas sobre el efecto Compton, a la relación entre cerebros como Broglie, Planck, Schrödinger, a todo ese diálogo que ha determinado la dirección general de la problemática y sus puntos centrales, y ha impuesto una línea determinada de desarrollo (...)” 

“Esto se ha producido por sí solo como consecuencia de la necesidad de precisar: –Son las tristes consecuencias de un charlatanería excesiva –comentó Gómez– Han dicho un poco demasiado... Me permití llamar la atención sobre la escrupulosidad insólita de la mayoría de esos científicos en el control de su sistema interpretativo y en la determinación de su papel y de sus límites cognoscitivos (...)” 

“Cuando puse como ejemplo a Einstein, advertí que Siegrist anotaba algo en el papel. Era, escrita con grandes letras, la palabrita ‘Mach’. Y añadió: –Las acciones bajan”. Hecha la salvedad de que Siegrist no era ese hombre de ciencia al que Gombrowicz alude, sino el agente comercial de unas acciones que tenía colocadas en la bolsa de Buenos Aires, debemos destacar que Ernst Mach, sí fue un destacado físico austriaco. 

Sus trabajos acerca de la mecánica newtoniana tuvieron una gran importancia ya que con ellos rebatió en parte dicha teoría. Ernst Mach consideró al espacio y al tiempo absolutos como resabios antropomórficos de una etapa que había sido superada de la ciencia. Sus tesis, despertaron dudas acerca de algunas proposiciones fundamentales de la física clásica en el espíritu de Einstein.

Le indicaron el camino que lo llevaría paulatinamente a la formulación de la teoría de la relatividad. Las diferencias fundamentales entre la ciencia y el arte no son muy evidentes, pero se podría decir que mientras la ciencia intenta resolver los misterios del mundo, el arte, en gran medida, vive de ellos. La costumbre de encontrarle parecidos a los productos que resultan de la actividad de escribir está muy difundida.

Agrupar a los hombres de letras en familias y en especies es el procedimiento científico por excelencia. En efecto, la ciencia trata de reducir la diversidad de los fenómenos a la mínima cantidad de elementos encontrándoles algún parecido: los átomos, el genoma... Algo muy distinto ocurre en el arte, cada creador quiere ser diferente, se enfurruñan y se ponen a cacarear cuando les encuentran algún parecido.

Si bien es cierto que las teorías físicas del siglo XX le dan una cierto lugar al subjetivismo, la ciencia es, fundamentalmente, un conocimiento objetivo. Gombrowicz piensa que, según sea el temperamento del hombre, frío o ardiente, tomará partido por el objetivismo o por el subjetivismo respectivamente. El existencialismo, esto está claro, rechaza la actitud racional y fría y se pone a favor de la exaltación de la pasión. 

Hasta que el existencialismo apareció en el mundo de manera más o menos definida, el pensamiento era un instrumento que funcionaba hacia fuera con el propósito de dominar el mundo de las cosas en el que nos movemos, pero desde el advenimiento de la nueva manera de ver las cosas, el pensamiento se convirtió en un acto gracias al actual el hombre se crea a sí mismo. 

Los razonamientos abstractos y objetivos son precedidos por una libre elección, primero elegimos el mundo y después buscamos argumentos para justificar la elección. Esta posición de la conciencia pone, de manera evidente, a la abstracción y a la ciencia en la vereda de enfrente, y lo hace en nombre de una verdad interior, de una verdad subjetiva. Sin embargo, Gombrowicz tiene diferencias profundas con el existencialismo.

El pensamiento abstracto tiene un valor inmenso, gracias a la ciencia podemos formular las leyes del universo con las que dominamos a la naturaleza, un dominio que ejerce una enorme influencia en nuestras vidas. Pero si el hombre quiere saber algo de su propia existencia concreta, las fórmulas científicas por más seductoras que sean en verdad no le sirven para nada. 

La ciencia es un sistema general construido para estudiar los caracteres similares de los fenómenos y sus relaciones, siendo algunos de sus productos de una gran utilidad. Ninguna persona en su sano juicio puede prescindir de ellos pero hay que tratar de que no se conviertan en un alimento único. La ciencia es, entonces, un conocimiento verificable, racional y útil.

El arte es, en cambio, un orden gratuito que busca la distracción y el goce estético. Aunque pudiera parecer lo contrario los objetos detrás de los cuales van la ciencia y el arte pueden manifestarse como deseos simultáneos y vehementes en una misma cabeza. Al hombre de ciencia le es ajena la rebeldía, está dispuesto a diluirse en su objetividad, no está llamado a vivir la disonancia entre el hombre y su forma. 

El artista, en cambio, quiere ser él mismo, y aunque una fuerza enorme lo aplaste seguirá sufriendo y luchando contra ella. “Admiro la ciencia puesto que soy ignorante (como ustedes, señores, y como también lo es Sócrates), pero me temo que esa pequeña palabrita llamada ‘yo’ no se va a dejar eliminar con tanta facilidad, porque nos ha sido impuesta con demasiada brutalidad” 

Gombrowicz perteneció a una época que sucedía a otra anterior en la que había triunfado el intelecto con una violenta ofensiva en todos los campos, parecía entonces que la ignorancia podía ser erradicada por el esfuerzo tenaz de la razón. Este impulso intelectual creció hasta alcanzar su apogeo después de la segunda guerra mundial, cuando el marxismo y el existencialismo se desparramaron por toda Europa. 

Estas ideas ampliaron explosivamente los horizontes de los hombres dedicados al pensamiento en toda Europa. Gombrowicz empieza a darse cuenta de que, si bien la vieja ignorancia estaba desapareciendo poco a poco, aparecía una nueva ignorancia engendrada, justamente, por el intelecto, y por una nueva estupidez desgraciadamente intelectual muy vinculada al desarrollo de la ciencia.

La vieja visión del mundo que descansaba en la autoridad, sobre todo la de la Iglesia, estaba siendo remplazada por otra, en la que cada uno tenía que pensar el mundo y la vida por cuenta propia, porque ya no existía la vieja autoridad. El mundo del pensamiento empezó a caracterizarse por una extraordinaria ingenuidad, los intelectuales exhortaban a los hombres a que pensaran por ellos mismos, con su propia cabeza.

Más que sobre la ciencia, Gombrowicz escribe sobre los hombres de ciencia y protesta porque el saber de ellos no es personal, ellos son tan sólo instrumentos de un conocimiento general que nos desnaturaliza. Su tesis: La ciencia atonta. La ciencia achica. La ciencia desfigura. La ciencia deforma. El arte debería aprender a defenderse de la cien-cia si es que no quiere ser absorbido por las relaciones de oferta, demanda, producción, lectores. 

El arte no fabrica novelas para lecto-res, es una comunión espiritual intensa y completamente diferente de la ciencia. Si bien es cierto que la ciencia ofrece más garantías que el arte, también es cierto que actúa en un terreno más limitado; las certezas que ofrece atentan contra la fantasía y la lucha. La batalla entre la ciencia y el arte se tendrá que volver abierta, y cada parte tendrá plena conciencia de su propia razón.

Gombrowicz afirma que la ciencia se vale del camuflaje utilizando al existencialismo y a la fenomenología. Podría pa-recer que el existencialismo acude en ayuda del arte, podría parecer que hay en él una aspiración intensa por lo concreto y por la personalidad, pero el existencialismo inevitablemente es un esquema conceptual. El existen-cialismo es entonces una trampa. 

Esta característica de ladrón que tie-ne el existencialismo, pues actúa como un corsario enarbolando las banderas del enemigo, le producía una irritación especial. Para darle calabazas al existencialismo, Gombrowicz había amagado con echarse en los brazos de la fenomenología, porque la fenomenología es más pura como forma, pero enseguida se echó atrás. 

La fenomenología quiere poner entre paréntesis la creencia en la realidad del mundo natural y las proposiciones a que dé lugar esa creencia. No presupone nada: ni el mundo natural ni el sentido común ni las proposiciones de la ciencia ni las experiencias psico-1ógicas. Se coloca antes de toda creencia y de todo juicio para explo-rar simplemente lo dado, es un positivismo absoluto. 

Otro camuflaje, la fenomenología es más cartesiana que el existencialismo, nacida del espíritu científico, es fría como el hielo. Y entonces, ¿cómo habría que hacer para movilizarse contra la cien-cia, cómo se la podría despreciar? Si nos entregamos a la razón debe-mos despedirnos de nosotros mismos para toda la eternidad, porque de allí no se retorna, piensa Gombrowicz.

Después de algunas idas y vueltas, Gombrowicz nos incita a darle una patada a la ciencia, no para que el profesor sienta haberla recibido, sino para que el artista sienta haberla dado. Gombrowicz anda a la bús-queda de algún método para agredir a los científicos, para que sientan la hostilidad, para que comprendan que no los queremos, que la utili-dad de su función y de la mercadería que reparten no nos pondrá de ro-dillas. 

“Os contaré lo que pasó con un repartidor mío. Estaba muy con-tento de sí mismo, su función, la de repartidor de pan, era socialmen-te positiva, todos lo apreciaban; creía, pues, que se podía permitir cierto retorcimiento de la silueta, una facha plana, una mirada aburri-da, y en conjunto un aspecto mediocre y gris, un tanto confuso y frag-mentario, una actitud que a mí me irritaba (...)” 

“Tuve que herirle de veras una y otra vez, hasta llegar a la carne viva, para que sintiera que es más importante lo que se es que lo que se hace”. Al hombre de ciencia le es ajena la rebeldía, está dispuesto a diluirse en su objetividad, no está llamado a vivir la disonancia entre el hombre y su forma. El artista, en cambio, quiere ser él mismo, y aunque una fuerza lo aplaste seguirá sufriendo y luchan-do contra ella.

¿Y el existencialismo? En tanto que productos exclusivos de la razón, los sistemas de Descartes y de Kant eran tolerables, se los podía apropiar como productos para alimentar un poder del hombre, la facultad de razonar, co-mo una expansión de una función vital; venían por una parte del hombre. Pero el existencialismo no viene por una parte, viene por todo el hom-bre, por la razón, por la conciencia, por la vida. 

Esto ya no es una teoría sino un intento de anexión que no se puede responder con argu-mentos sino viviendo de una manera radicalmente diferente a la que ellos proponen, de un modo suficientemente categórico como para que nuestra vida se les vuelva impenetrable. El desarrollo de la ciencia tiene mucho de ligero y capri-choso, a pesar de que el imperialismo de la razón es terrible, de que se ex-tiende como una serpiente y devora todo lo que puede. 

Gombrowicz pien-sa que la razón no sabe controlarse a sí misma, que debe ser controla-da desde afuera. Durante mucho tiempo Dios se las arregló para que la razón funcio-nara libremente, sin causar muchos contratiempos. Podríamos decir que desde Aristóteles hasta Heidegger, la razón se comportó como un animal extraño. Primero se comió todo lo que encontraba sobre la mesa, hasta que vino Kant. 

Kant trajo algunas instrucciones derivadas del conocimiento científico, y le puso límites al animal: por acá se puede comer, más allá, hic sunt leones. Algún día la historia nos explicará si este pa-so decisivo del pensamiento fue dado en la buena dirección o en la ma-la. La cosa es que a partir de Kant la razón se escindió, y con la evo-lución de esta anomalía fueron apareciendo unos monstruos.

La más reciente mutación de esos monstruos está representada por los científicos y los existencialistas, siendo esta última especie un producto híbrido: mitad científico y mitad ar-tista. Y puesto en trance de elegir, Gombrowicz se queda con el híbrido, utiliza su conocimiento, es el mejor conocimiento del que dis-pone. Los artistas por sí mismos no pueden resolver los problemas que se derivaron de la razón escindida

Esto lo sabe muy bien Gombrowicz, mientras tanto, les propone a los artis-tas que confíen en su instinto, que golpeen a los científicos y a los existencialistas. Él creía que algo bueno podía salir de todo esto pues, al fin y al cabo, el hombre es uno solo.

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