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Gombrowiczidas 

 

Witold Gombrowicz y Jean Paul Sartre
Juan Carlos Gómez

"(...) Como si fuera poco, usted, en vez de mandarme noticias, trata, según parece, de enseñarme la filosofía de Sartre en cinco carillas. ¡Jua, jua, jua! Lo de que el dolor o el placer cobran valor dentro de la perspectiva del existente, de su mundo, de su situación, de su finalidad, de su futuro, de su proyecto, esto lo sabe cualquier niño. Lo que no saben algunos adultos recién iniciados es que en Sartre (como en todo el cartesianismo) el ser se funda en la conciencia, es decir, que si usted es consciente de este vaso, el vaso es (aunque no procurara placer ni dolor). Esto es lo que yo condeno, tarado, pues lo sé hondamente que la existencia no es una relación suelta, tranquila, sino una relación convulsa –y no una libertad (no importa en qué sentido) sino una tensión. Todas las estupideces de Sartre provienen del hecho que se relacionó con el dolor de una manera tranquila y doctoral típica de los cartesianos. No comprendió el cuerpo, ni el dolor. Por lo tanto le sugiero, Goma, amistosamente, que les diga a todos los amigos que lo considero a usted bastante tarado (...)"

La mirada y la responsabilidad eran cuestiones que acercaban y separaban continuamente a Gombrowicz de Sartre, en ese orden. Gombrowicz tenía problemas para sostener la mirada del otro, la vergüenza lo obligaba a espiar más que a mirar. La mirada se convirtió, tanto para Sastre como para Gombrowicz, en un problema fundamental, posiblemente por sus tempranos

Jean Paul Sartre

complejos de inferioridad, podríamos decir que Sartre quería superar su propia fealdad mientras Gombrowicz quería superar su inferioridad, es decir, la inferioridad de su situación personal y nacional tal como él la sentía. El camino de la interioridad pasa a través de la otra persona, la otra persona sólo es interesante para mí en la medida en que me refleja, vale decir, en la medida en que yo soy un objeto para ella. Dado que soy un objeto tan solo en cuanto existo para el otro, tengo que obtener su reconocimiento de mi ser.

El otro es el mediador entre yo y yo mismo. Por su propia naturaleza, la vergüenza es entonces un reconocimiento, yo reconozco que soy como el otro me ve. Todas las relaciones entre diferentes personas son las tentativas que cada uno hace para subyugar o poseer la libertad del otro. Tan pronto existo, establezco un límite de hecho a la libertad del otro. Yo soy ese límite, y cada uno de mis proyectos traza ese límite en torno del otro ser, el respeto por la libertad del otro es pues una palabra vana. Satán es, básicamente, el símbolo de los niños desobedientes y obstinados, que demandan ser petrificados en su peculiar esencia por la mirada de sus padres.

Un poco antes que Sartre, Erskine Caldwell había dado algunas vueltas alrededor del problema de la mirada en una narración memorable.

Agnes era una linda muchacha que vivía en un pueblecito norteamericano. Su padre la puso en un autobús, le dio unos pesos y le prometió enviarle mensualmente la misma cantidad durante algún tiempo. Estaba convencido de que su hija iría a Birmingham de Alabama para estudiar taquigrafía en un colegio comercial.

Pero la joven no llegó jamás a tomar esas lecciones, convirtiéndose, en cambio, en la manicura de una peluquería de segunda categoría.
Los hombres llegaban, deslizaban sus manos por su escote, y la apretaban. Pronto estaba ganando más dinero fuera de horario que en su mesa de trabajo. Toda su familia sabía que vivía en un hotelucho y que no era una taquígrafa. Pero cuando la muchacha iba a su casa todos los años, para Navidad, no le decían nada, simplemente se sentaban y se quedaban mirándola.

La muchacha llega a la histeria: –Se sientan y me miran, pero no me dicen nada sobre eso, sólo dicen que me están mirando.

Esta narración nos da una idea del inexorable sentimiento de culpa y vergüenza que la mirada de los otros puede producir en nosotros. Más recientemente el mismísimo Pato Criollo aborda el problema de la mirada en una novela cuya acción transcurre en Coronel Pringles, su lugar de nacimiento. En cierto momento se produce una gran revolución en el cementerio, los muertos salen de las tumbas y atacan al pueblo. Le abren la cabeza a los vecinos y le chupan las endorfinas, los zombis resultan invencibles.

Sin embargo, en un momento determinado una señora anciana mira y reconoce a uno de los muertos que se le está viniendo encima: –Pero si éste es el colorado Pereira. Los viejos comienzan a mirarlos e identificarlos a uno por uno y los zombis, mirados y derrotados, vuelven a las tumbas.

Para Gombrowicz la persona es el resultado de una organización colectiva, imprevisible e indomable y, en consecuencia, se forma independientemente de su voluntad en forma más o menos irresponsable. Esta dilución galopante de la responsabilidad tiene una contrapartida muy evidente en Sartre para el que la responsabilidad se concentra ad infinitum.

El psicoanálisis existencial no puede ser considerado como una terapia mental, porque le ofrece al hombre la angustia, a diferencia del psicoanálisis empírico que en muchos casos se propone deliberadamente, y a veces lo consigue, liberar al hombre de la angustia. Podría pensarse en el psicoanálisis existencial como una terapia moral, que se propone curar al hombre de la enfermedad infantil de la inautenticidad conduciéndolo a la edad de la razón donde podrá quedarse solo, apto para asumir su libertad, su autonomía y las responsabilidades derivadas de ella.

En un estudio realizado por una psiquiatra ginebrina se cuenta como la doctora escuchó de la boca de una de sus pacientes relatos en los que sus experiencias mentales coincidían en muchos aspectos con las que describen los existecialistas y, especialmente, con las vividas por ciertos héroes de las novelas de Sartre.

"El menor gesto se extiende a todo el universo. La piedra que arrojé al agua hace un momento en este río rebotó en la superficie y dejó atrás una estela de ondas; siento que puede ser la causa remota de un naufragio en el océano. En consecuencia, yo seré la causa de ese naufragio, y tendré que asumir la responsabilidad total... ¡Soy culpable de todo, absolutamente de todo!... Por mi mera existencia soy culpable y complico al mundo entero en mi ignominia... ¡Qué terrible es esta carga eterna sobre nuestros hombros humanos! No estar segura de nada, no poder confiar en nada, y no obstante verse obligada a comprometerse siempre de manera total..."

La paciente, que verdadera y sinceramente intentó vivir según los rigurosos principios existencialistas del compromiso y la responsabilidad, finalmente, perdió por completo la razón. Imaginemos por un momento que en el mismo instituto psiquiátrico en el que se encontraba internada la paciente, hubiera estado también internado Gombrowicz, asunto nada improbable pues durante buena parte de su vida le anduvo dando vueltas por la cabeza la idea de que estaba loco. ¿Qué hubiera estado haciendo nuestro amigo?, hubiera estado tirando piedras al agua, seguramente..

Gombrowicz no soportaba el compromiso y la responsabilidad existencialistas, los consideraba una enfermedad que producía una deformación en el hombre, era una carga muy pesada para la naturaleza humana.

La idea de una conciencia cada vez más profunda para alcanzar la existencia auténtica debía conducir a la locura. El existecialismo no venía por una parte del hombre, venía por todo el hombre, por la razón, por la conciencia y por la vida. Ésta ya no era una teoría sino un intento de anexión que no se podía responder con argumentos sino viviendo de una manera radicalmente diferente a la que ellos proponían, de un modo suficientemente antagónico como para que nuestra vida les resultara impenetrable.

El compromiso y la responsabilidad tientan al hombre a resolver con su propia cabeza los problemas del mundo, una tentación que, por lo general, produce resultados catastróficos. Gombrowicz comienza entonces a tirar piedras en el agua, se presenta como un paseante pequeño burgués que sólo por azar y jugueteando se pone en contacto con causas supremas y poderosas.

Él es un representante ejemplar de una vida que huye del compromiso y la responsabilidad, esas categorías que condujeron a la paciente a la locura, la metafísica de Gombrowicz intenta soportar a todos los hombres, en cualquier escala, en cualquier nivel, su metafísica debe abarcar a todos los tipos de existencia.

De este rechazo que hace Gombrowicz del compromiso y la responsabilidad excesivos nacen algunos reproches que se le hacen a su falta de sinceridad y a su histrionismo. Sin embargo, el bufón que todos llevamos dentro nos habla muy claramente de las ganas que tenemos de divertirnos y del deseo de una mayor flexibilidad y de una forma menos definida. Si alguna cosa en el mundo, sea la cosa fuere, no le permite al hombre pensar y sentir libremente, puede que no alcance para volverlo loco, pero lo pone en el camino de la locura.

 

Simone de Beauvoir y Jean Paul Sartre en el Café de Flore

 

Gombrowicz no fue existencialista pero toda su vida anduvo dando vueltas alrededor de esta filosofía. El hecho de que la falta de seriedad fuera, a su juicio, tan importante para el hombre como la seriedad explica el porqué, a pesar de su conflicto tan agudo entre la vida y la conciencia, no se refugió en ninguno de los existencialismos contemporáneos. La autenticidad y la falta de autenticidad de la vida le resultaban igualmente preciosas y por eso la insuficiencia y el subdesarrollo tenía para él la misma importancia que las categorías del existencialismo..
"La juventud se me apareció como el más alto y más absoluto valor de la vida... Pero este valor tenía una característica inventada seguramente por el mismísimo diablo: estaba por debajo de cualquier otro valor"

Aunque no como las de Plutarco también se pueden establecer vidas paralelas entre Gombrowicz y Sartre. Sartre nació en Francia en 1905, Gombrowicz en Polonia en 1904. Sartre proviene de una familia de clase media, Gombrowicz de la nobleza terrateniente. Sartre, de una familia protestante por parte de la madre y católica por parte del padre, Gombrowicz de una católica solamente. El padre de Sartre era un ingeniero naval, el de Gombrowicz un propietario de tierras y un gerente de grandes empresas. Sartre se graduó en filosofía, Gombrowicz en derecho. Sartre publicó su primera novela en 1938, Gombrowicz la suya en 1937. Sartre tenía una constitución física débil y era feo, Gombrowicz no era feo. Sartre fue prisionero de los alemanes y miembro de la resistencia, Gombrowicz no participó en la guerra. Ambos fueron alumnos incompetentes en matemática. Ambos pertenecieron a la generación de la alforja vacía, educada después de la primera guerra mundial, cuando todos los valores tradicionales se derrumbaron el Europa. Ambos buscaron la grandeza. Y ambos fueron adictos a los cafés.

Si el objetivo de la superioridad y de la grandeza es una compensación de un complejo de inferioridad, podríamos decir que Sartre quería compensar su fealdad, mientras Gombrowicz quería compensar su propia inferioridad, es decir, la inferioridad de su situación personal y nacional tal como él la sentía.

Sartre pasa gran parte de su vida y escribe la mayoría de sus obras en la atmósfera impersonal del humo del cigarrillo, el olor de café, el entrechocar de tazas, los fragmentos de conversaciones, y el ir y venir de un café parisiense. El Cafe de Flore y el Cafe Pont Royal se convirtieron con el tiempo en la Meca de la filosofía existencialista. La atmósfera del café está tan arraigada en la mente de Sartre que incluso explica teorías metafísicas en el más erudito de sus libros con ejemplos tomados de la vida de café.

Doscientos años antes ya decían que en París sabían cómo preparar esa bebida de tal manera que engendrara el ingenio en aquellos que la tomaban. Por lo menos cuando salían de allí, todos ellos se consideraban cuatro veces más inteligentes que cuando entraban. Sartre se mostraba todos los días en el Café de Flore, publicaba sus escritos y sus piezas de teatro eran representadas en el París ocupado por las tropas de Hitler.

"Frecuentar un café puede convertirse en un vicio, igual que el del vodka. Para un verdadero adicto, el no acudir a su café a una hora determinada significa sencillamente sentirse enfermo. En poco tiempo llegué a ser tan maniático que renuncié a todas las demás ocupaciones de las tardes, como el teatro, el cine y la vida mundana. Mi actitud en el café Ziemianska se caracterizaba por una desenvoltura que demostraba claramente que no tenía necesidad de ganarme la vida con la pluma ni apresurar nerviosamente mi carrera de escritor (...)"

"Supongo que la cantidad de tonterías, absurdos e idioteces proferidos por mí en el Ziemianska debería alcanzar unas cifras astronómicas y, sin embargo, a través de todas esas locuras, se trasparentaba mi natural sentido común y esta lucidez y este realismo que siempre ha estado alerta en mí"

Sastre y Gombrowicz nacieron en una época que sucedía a otra anterior en la que había triunfado el intelecto con una violenta ofensiva en todos los campos, parecía entonces que la ignorancia podía ser erradicada por el esfuerzo tenaz de la razón.

Este impulso intelectual creció hasta alcanzar su apogeo después de la segunda guerra mundial, cuando el marxismo y el existencialismo se desparramaron por toda Europa ampliando explosivamente los horizontes de los hombres dedicados al pensamiento.

Gombrowicz empieza a darse cuenta de que, si bien la vieja ignorancia estaba desapareciendo, aparecía una nueva engendrada, justamente, por el intelecto, una estupidez desgraciadamente intelectual. La vieja visión del mundo que descansaba en la autoridad, sobre todo la de la iglesia, estaba siendo remplazada por otra, en la que cada uno tenía que pensar el mundo y la vida por cuenta propia, porque ya no existía la vieja autoridad.
El mundo del pensamiento empezó a caracterizarse por una extraordinaria ingenuidad, a la que animaba una juventud sorprendente, los intelectuales exhortaban a los hombres a que pensaran por ellos mismos, con su propia cabeza, algo parecido a lo que había hecho Lutero con su protestantismo, un giro del pensamiento al que Nietzsche calificó de revolución provinciana.

Las ideas podían tener un salvoconducto si se las comprendía personalmente, y no sólo eso, había que experimentarlas en la propia vida, había que tomarlas en serio y alimentarlas con la propia sangre. El aumento de este exceso de responsabilidad tuvo consecuencias paradójicas: el conocimiento y la verdad dejaron de ser la preocupación principal del intelectual, una preocupación que fue remplazada por otra, por la preocupación de que descubrieran su ignorancia.

El intelectual, atiborrado de conocimientos que no terminaba de asimilar, andaba con rodeos para no dejarse pescar, entonces empezó a tomar algunas medidas de precaución realmente ingeniosas: enmascaró la formulación de los pensamientos utilizando nociones sin desarrollar, dando por sentado que eran perfectamente conocidas por todo el mundo, y todo esto lo hacía para ocultar su ignorancia.

La omnipresencia de Sartre en la segunda mitad del siglo XX termina por cerrarle el cerco a los intelectuales, Sartre les exige que se comprometan y que elijan, que se pongan en pro o en contra.

Cuando expone los postulados de su exhortación en "Situations", los pobres burgueses pensantes toman conciencia de que para entender la idea de la libertad, había que leer antes la setecientas páginas de "El ser y la nada", y también toman conciencia de que, como el fundamento de esta obra es una ontología fenomenológica, había que leer antes a Husserl...., y antes a Hegel..., y antes a Kant.

Sartre va acumulando poco a poco toda la patología de nuestra época, pone en crisis la grandeza de la literatura y la convierte en una literatura funcional.

La voz más categórica de su espíritu desciende al terreno llano para desempeñar el papel de un maestro pedante y moralista. Como no consigue unir el dominio de la verdad esencial con los asuntos cotidianos, le asigna al escritor una función social. Sus instrucciones positivas sobre el papel del escritor en la sociedad contienen todas las debilidades propias de los sermones, sean religiosos o marxistas, y son ajenas a los filósofos más antiguos, menos producidos y más naturales.

Gombrowicz no estaba para nada de acuerdo con la exigencia de Sartre, ésa que exhortaba a los intelectuales a tomar partido por la izquierda, por el proletariado y por el marxismo, la única forma de ejercitar la libertad según creía el filósofo. Pero como la libertad de Sartre es una idea que los buenos burgueses pensantes no podían asimilar sin una preparación filosófica que no tenían, empezaron a desarrollar una destreza particular para ocultar su ignorancia.

Los resultados no fueron buenos, la función social del escritor se hizo irresistible y el pensamiento se degradó. Una de las manías del existencialismo es la de darle a la nada y a la angustia, que vendría a ser algo así como el miedo a la nada, un lugar fundamental en la cultura. Gombrowicz piensa que debe controlarse esta sobreactividad de la razón porque no se corresponde con la realidad del hombre, el hombre es un ser intermedio que tiene necesidad de temperaturas medias.

"Pertenezco a la escuela de Montaigne y estoy a favor de una actitud más moderada, no hay que sucumbir a las teorías, conviene saber que los sistemas tienen una vida muy corta y no hay que dejarse impresionar por ello"

En un pasaje memorable de los diarios Gombrowicz decide cancelar sus cuentas pendientes con Sastre, y para alcanzar este propósito inventa un relato que podría haberle hecho un francés recién llegado de París, un francés inventado que conoce muy bien al filósofo.

Este personaje imaginado por Gombrowicz le cuenta que Sartre, cuando todavía era muy joven, acostumbraba a pasear por la avenue l’Opéra a las siete de la tarde, la hora de más tráfico. Sartre le había dicho que la percepción del hombre a una distancia tan corta actúa como una amenaza física.

Debido a la gran cantidad de hombres que también paseaban, el hombre le resultaba enormemente próximo y terriblemente lejano. Esta apretujada masa no humana de hombres condicionaba el pensamiento del joven Sartre, entonces empieza a buscar un sistema solitario para la actividad de su conciencia y se refugia en sí mismo, se aísla herméticamente de los demás, cerrando la puerta del propio yo. Paradójicamente, esta soledad había nacido de la multitud.

Cuando la idea de la soledad se instaló en él, advirtió que su soledad iba a encontrar resonancia en miles de otras almas. La cantidad parecía seguir formando parte de la idea que derivaba de ella: la soledad.

Pero la filosofía y la cantidad son antinómicas, la conciencia y el hombre concreto no pueden alimentarse con la cantidad, sin embargo, se estaban alimentando con ella. El sistema de Sartre en su fase inicial proclama sencillamente que yo soy yo de manera impenetrable para los otros, como una lata de sardinas; los otros no existen.

El miedo que le produce esta idea no está solo, lo ve multiplicado por la cantidad de aquellos a los que puede haber convencido con la idea.

No podía seguir adelante con este pensamiento que se comía la cola, debía pues volver a reconocer, mejor dicho, a construir al otro, pero cuando termina de construirlo empieza a sentir sobre él la mirada de ese otro.

Y ese otro, determinado y construido por él, no tenía nada que ver con el hombre concreto, ese otro al que tenía que reconocerle la libertad, era al mismo tiempo un objeto. Sartre se encuentra cara a cara con la cantidad en toda su plenitud, con todos los hombres posibles, con el hombre en general, y él, que de joven se había asustado de la multitud parisina, se las está viendo ahora con todos los individuos. Estaba solo frente a todos.

A pesar de este panorama terrible no se asusta y se pone sobre los hombros la responsabilidad por todos los hombres.

Pero esta plenitud se le viene a mezclar nuevamente con una cantidad relacionada ahora con su obra. La cantidad de ediciones, de ejemplares, de lectores, de comentarios, de ideas derivadas de sus ideas, y variantes de estas variantes.

"Entonces, me dice, lo vi acercarse a un cristal empañado y escribir con el dedo: Nec Hercules contra plures".

La bancarrota era completa, Hércules no puede contra todos, pero como esa bancarrota estaba dividida por millones a causa de la cantidad, se empequeñecía justamente gracias a ella, en medio del caos y de la confusión donde nadie sabe nada, nadie entiende nada, donde se parlotea y se habla sin ton ni son, y donde todo acaba en nada.

Los hombres se las arreglan bastante bien con las limitaciones, o Dios hizo el menos malo de los mundos posibles, o el hombre elige los valores menos malos en un mundo que ya existe. Los valores de Kierkegaard están cerca de Dios y de la fe. Los de Sartre más cerca de la política y de la ausencia de Dios. Y los de Gombrowicz están cerca de Kirkegaard en su guerra con las teorías, y de Sartre en su búsqueda de la libertad.

 

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Juan Carlos Gómez

 

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