Gombrowiczidas 

Witold Gombrowicz y Herman Melville
Juan Carlos Gómez

Los hombres de letras, más aún cuando desempeñan funciones de críticos literarios, suelen buscar parecidos entre los escritores con menor o mayor fortuna, ni siquiera Gombrowicz le ha escapado a esta suerte.
"Aún hoy en día sigo sin saber gran cosa de Ionesco y de Beckett porque confieso, tanto sin vanidad como sin rubor, que soy un autor de teatro que no asiste a representaciones desde hace veinticinco años y que, salvo de Shakespeare, no leo teatro (...)"

"Me gustaría saber hasta cuando esos dos nombres malditos devorarán toda la sustancia de las críticas dedicadas al teatro que escribo; hasta cuando han de servir de pantalla a mi modesto teatro de aficionado. Que no es teatro del absurdo, sino teatro de ideas, con sus medios propios, sus propios objetivos, su clima particular y un mundo personal"

 

Herman Melville

En el año 1934 Gombrowicz ignoraba la existencia de Joyce y de Kafka, conocía muy poco del surrealismo y tenía unas nociones vagas sobre Freud, captaba lo que estaba en el aire, en las conversaciones y hasta en los chistes. El aparato formal que había puesto en movimiento era pues, en buena parte, de su propia cosecha.

"(...) Estoy en el punto donde se desencadena la lucha por defender el Yo, donde ese Yo tiende a afirmarse e intensificarse, en busca de la Inmortalidad (...) Como ustedes habrán advertido ya, aquí no están Proust ni Joyce ni Kafka ni nada de lo que se está haciendo ahora. Me apoyo en autores que los precedieron porque ellos medían al hombre con una vara más alta"

Encontrarle parecidos a Gombrowicz no es una tarea fácil pues no tiene un estilo que se pueda ubicar recurriendo a los antecedentes, es más fácil encontrárselos a Kafka.

"Yo era culpable, abominable e intolerablemente culpable, sin causa y sin motivo... Yo no sabía en realidad en qué consistía mi pecado, pero la ignorancia no impedía que fuera presa de un intenso sentimiento de culpa.... Un día escribí una carta de súplica al desconocido autor de mis sufrimientos, al Acusador, para pedirle que me dijera qué crimen había cometido, pero no supe adónde enviarla y la destruí"

Esta forma estilística de Kafka a la que podríamos clasificar como la forma de la postergación infinita ha alimentado la imaginación de muchos escritores, entre otros a la de nuestro Pato Criollo. A pesar de la desenvoltura con la que escribe y la facilidad con la que consigue que le publiquen lo que escribe, el Pato Criollo conoce perfectamente bien las contrariedades que padecen muchos de sus colegas.

En una de sus novelas narra las desventuras de un joven escritor cuyo destino queda ligado a la conducta contradictoria de un editor. El editor recibe con entusiasmo la primera novela del autor, una historia que le parece genial, y le promete la firma del contrato en no más de dos semanas, pero las cosas no suceden así.

Los contactos entre el escritor y el editor se van haciendo cada vez menos frecuentes, de semanas pasan a meses y de meses a años, sin embargo, el entusiasmo y la delicadeza con los que el editor trata al autor aumentan con el transcurso del tiempo.

Pero es justamente el transcurso del tiempo el que hace pasar al escritor de la condición de joven promesa a la de autor entrado en años y, como si esto fuera poco, también de escritor malogrado, una historia con el marcado aire kafkiano de "Un artista del hambre".

Kafka narra en este cuento los infortunios de un hombre que ayuna por falta de apetito y que es exhibido en público como una rareza llamativa. Al final del relato ya nadie se interesaba por él, y lo barren junto a la basura, un final que surgiere un cierto parentesco entre este faquir y los escritores malogrados.

Un gombrowiczida muy afamado que pasa buena parte de su tiempo buscando parentescos entre los escritores es el Orate Blaguer. En "Bartleby y compañía" ejercitó esta habilidad que en sus manos se convierte en maestría, y así como nuestro Cortázar inventó los cronopios, un término que llegó a convertirse en una especie de tratamiento honorífico, el Orate Blaguer inventó los bartlebys, vocablo con el que designa a los escritores malogrados que sea por la razón que fuere renuncian a seguir escribiendo.

Hay quienes han encontrado parecidos entre Gombrowicz y el creador de la inmortal "Moby Dick", esa alegoría sobre la naturaleza de dos males en pugna, el de una ballena que ataca y destruye todo lo que se le pone en el camino, y la maldad absurda y obstinada del capitán Ahab, que sostiene una venganza personal y arrastra a una muerte inútil a muchos inocentes.

Pero el parecido de Gombrowicz con Melville se lo encuentran en "Bartleby, el escribiente", uno de los más célebres relatos breves de la literatura universal. Ha sido considerado un relato precursor del existencialismo y de la literatura del absurdo. Bartleby anticipa algunos temas comunes en obras de Kafka, como "El proceso" o "Un artista del hambre", aunque es improbable que el autor de "La metamorfosis" conociera el relato de Melville.

El Asiriobabilónico Metafísico, tan poco propenso a admirar, adoraba a este relato breve porque según su idea, Melville parece querer dar a entender en Bartleby que si un solo hombre es irracional, es suficiente para que el universo completo lo sea.

Gombrowicz y Melville son navegantes aventureros, pero mientras el polaco sólo emprende aventuras interiores a bordo de embarcaciones imaginarias en "Aventuras" y "Acerca de lo que ocurrió a bordo de la goleta Banbury", el americano las emprende a bordo de buques reales que lo llevan hasta los Mares del Sur y a vivir durante un tiempo entre caníbales.

A pesar de la advertencia que hace Gombrowicz de que a él no le gustaba parecerse a nadie, para no desairar a los hombre de letras que le han encontrado algún parecido con Melville, me puse a pensar y encontré un aire familiar entre algunos de sus cuentos y "Bartleby, el escribiente"

Un abogado tiene su oficina en el Wall Street de Nueva York. En la tranquilidad de un apacible retiro, trabaja cómodamente con los títulos de propiedad de los hombres ricos, con hipotecas y con obligaciones.

Tiene tres empleados, dos son copistas o escribientes y el otro es un cadete para los mandados. Las actividades del abogado habían aumentado en forma considerable cuando fue nombrado agregado de la Suprema Corte.

Desde entonces los dos escribientes no fueron suficientes para hacer el trabajo de la oficina y es por esta razón que el abogado contrata a Bartleby. Su figura es descripta como pálidamente pulcra, lamentablemente respetable e incurablemente solitaria. El abogado le asigna a Bartleby un lugar junto a la ventana.

Al principio Bartleby realiza un gran cantidad de trabajos de copista, sin embargo, cuando el abogado le solicita que coteje con él una de las copias que había hecho con el original respectivo, Bartleby responde: –Preferiría no hacerlo.

A partir de entonces a cada requerimiento del empleador para examinar y cotejar su propio trabajo con los originales Bartleby contestaba con total serenidad pero siempre de la misma manera: –Preferiría no hacerlo, aunque continuaba trabajando como copista con la misma eficiencia de siempre.

El abogado descubre que Bartleby no abandona nunca la oficina, y que en realidad se había quedado a vivir allí. Cuando le pregunta si le gustaría hablar de asuntos que no estuvieran relacionados con el trabajo Bartleby le responde con la consabida frase: –Preferiría no hacerlo.

Un día Bartleby decide no trabajar más ni siquiera como copista y entonces al abogado no le queda más remedio que despedirlo, pero él se niega a irse y continúa viviendo en la oficina. Sintiéndose incapaz de expulsarlo por la fuerza, un poco por piedad y otro poco por cariño, el abogado decide mudar su bufete.

Bartleby permanece en la antigua oficina y los nuevos inquilinos le presentan quejas formales al abogado quien intenta convencerlo sin ningún resultado. Finalmente, Bartleby es detenido por vagabundo y encerrado en la cárcel, donde termina sus día dejándose morir de hambre.

El abogado queda muy consternado por el fin que ha tenido su pobre empleado y busca a ciegas una explicación.

"Bartleby había sido un empleado subalterno en la Oficina de Cartas no Reclamadas de Wáshington, del que fue bruscamente despedido por un cambio en la administración. Cuando pienso en este rumor; apenas puedo expresar la emoción que me embargó. ¡Cartas no Reclamadas!, ¿no se parece esto a hombres muertos?

Conciban ustedes un hombre por naturaleza y por desdicha propenso a una pálida desesperanza. ¿Qué ejercicio puede aumentar más esa desesperanza como el de manejar continuamente esas cartas muertas y clasificarlas para las llamas? Pues a carradas las queman todos los años. A veces, el pálido funcionario saca de los dobleces del papel un anillo –el dedo al que iba destinado, tal vez ya se corrompe en la tumba–; un billete de Banco remitido en urgente caridad a quien ya no come, ni puede ya sentir hambre; perdón para quienes murieron desesperados; esperanza para los que murieron sin esperanza, buenas noticias para quienes murieron sofocados por insoportables calamidades. Con mensajes de vida, estas cartas se apresuran hacia la muerte.. ¡Oh Bartleby! ¡Oh humanidad!"

Juan Carlos Gómez

Ir a índice de América

Ir a índice de Gómez, Juan Carlos

Ir a página inicio

Ir a mapa del sitio