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Gombrowiczidas 
 

Witold Gombrowicz y Roland Barthes
Juan Carlos Gómez

Roland Barthes

Sea por el temperamento, sea por razones históricas, o sea por lo que fuere, a los polacos les gusta protestar. Gombrowicz conocía a un polaco que solía sumirse en profundas meditaciones. Luego, al volver en sí, decía: –Lameculos, cerdos, cerdas, comemierdas, todos son la misma porquería; –¿En qué piensas?; –En los polacos.

Desde el mismo momento en que Gombrowicz empezó a escribir se dedicó a destruir a alguien para salvarse a sí mismo. En “Ferdydurke” atacó a los críticos para distanciarse del sistema de la episteme occidental. Sus ataques a los poetas, a los pintores, a los poetas y a París también estaban dictados por la necesidad de apartarse de esa episteme.

“Me moría de vergüenza al pensar que sería un artista como ellos, que me convertiría en un ciudadano de esta ridícula república de almas ingenuas, en un engranaje de esta terrible maquinaria, en un miembro de este clan”

Pero a medida que pasan los años sus palabras escritas se fueron distanciando de Gombrowicz, y él mismo y sus rebeliones, poco a poco, se convirtieron en literatura. La ley que formuló tardíamente: cuanto más inteligencia, más estupidez, se le podía aplicar entonces perfectamente a él también.

No podía agarrar a la episteme por la garganta y luchar contra ella pues su rebelión sería absorbida fatalmente por su mecanismo; no hay nadie, al fin de cuentas, que aún consciente de su absurdidad, no forme parte a pesar de todo de la episteme. Esta impotencia de Gombrowicz para divorciarse de una episteme que había inventado Platón con el propósito de distinguir la opinión simple de la fundada, lo lleva a hacer declaraciones drásticas.

“Posiblemente sea injusto y algo cruel que mi alta vocación haya estado marcada por una falta de ilusiones tan terrible, por una lucidez tan implacable. La ira que me acomete cuando pienso en artistas como Tuwin, D’Annunzio o incluso Gide, ¿no estará relacionada con el hecho de que ellos, a pesar de todo, eran capaces de leerle a alguien un texto suyo sin esa desesperante sospecha de estar aburriendo? También pienso que un poco de conciencia de lo que llamamos la importancia social del artista me hubiera sido más conveniente que esta certeza mía de ser socialmente un cero, un marginal”

La estupidez del sistema de comunicación que reemplaza a la comprensión por los malentendidos originados en el refinamiento del lenguaje, y la estupidez que produce la erudición por la falta de un lenguaje que le permita a la gente expresar los conocimientos incompletos, es decir la ignorancia, llevaron a Gombrowicz al descubrimiento de que cuanto más tiende nuestro espíritu a liberarse de la estupidez y a dominarla, más parece pegarse la estupidez a la condición humana.

El esfuerzo del pensamiento por purificarse de la estupidez está, entonces, en contradicción con la organización interna del género humano, y la episteme occidental es incapaz de contestar a la estupidez porque la estupidez le parece insolente.

¿Pero de dónde le sale a Gombrowicz este brote epistemológico? Después de leer “Lecciones preliminares de filosofía” de Manuel García Morente Gombrowicz adquirió la costumbre de decirle a sus amigos que la filosofía se había acabado, que el profesor García Morente lo aclaraba todo, que no había ya ningún misterio desde Platón hasta Husserl, y que sin misterios no existe la filosofía.

En las primeras páginas de esa obra, tan importante en aquella época para los estudiantes argentinos, aparece una palabra que le resulta atrayente, episteme, un vocablo al que recurría con cierta frecuencia en nuestras conversaciones del café Rex, no tanto porque lo fascinara el significado que tiene, sino por su sonido.

“Esta duplicidad de sentido en la palabra ‘saber’ responde a la distinción entre la simple opinión y el conocimiento bien fundado racionalmente. Con esta distinción entre la simple opinión y el conocimiento fundado inicia Platón su filosofía. Distingue entre lo que llama doxa, opinión, un saber que tenemos sin haberlo buscado, y la episteme, la ciencia, que es el saber que tenemos porque lo hemos buscado”

La episteme, seguramente, le quedó zumbando en la cabeza a Gombrowicz, y muchos años después vuelve a ella en los diarios.

“Finalmente tengo que formular (pues veo que nadie lo hará en mi lugar) el problema fundamental de nuestro tiempo, aquel que domina por entero toda la espisteme occidental. No es el problema de la Historia, ni el de la Existencia, ni el de la Praxis, o de la Estructura, o del Cogito, o del Psiquismo, ni ninguno de los otros problemas que han ocupado el campo de nuestra visión (...)”

“El problema capital es: cuanto más inteligencia, más estupidez. Vuelvo a este problema, aunque ya lo he abordado en muchas ocasiones... La estupidez que experimento –cada vez más y de manera cada vez más humillante–, que me agobia y me consume, ha aumentado mucho desde que me acerqué a París, la ciudad más estupidizante del mundo”

Todo lo que concierne a la naturaleza del hombre, salvo los misterios trinos, suele dividirse en dos: el cuerpo y el alma, la tierra y el cielo... Gombrowicz, siguiendo él también la línea binaria del pensamiento, eligió la inmadurez y la forma. En su visión del mundo irreverente y libertaria la cultura y las ideas juegan un papel paradójico pues lo ponen al hombre en el camino de la inmadurez en vez de hacerlo crecer.

No son las ideas las que mueven a las personas sino las funciones, un pensamiento fundamental del estructuralismo que apareció bastante después de que Gombrowicz empezara a darle vueltas a esta nueva manera de ver las cosas.

Antes de observar cómo Gombrowicz pasa de la episteme al estructuralismo vamos a recordar que el término estructura suele traducir al vocablo alemán Gestalt y por ello se habla de gestaltismo lo mismo que de estructuralismo.

La noción de estructura está muy vinculada a las nociones de forma y configuración por lo que no resulta nada extraño que, aunque no fuese nada más que por razones morfológicas, las ideas de Gombrowicz estén vinculadas al estructuralismo. Cuando conocí a Gombrowicz en el Rex asistí a varias discusiones en las que el Alemán lo acusaba de que sus concepciones de la forma estaban copiadas de la Gestalt.

A Gombrowicz no le disgustaba esta analogía pero le respondía que su concepción de la forma era más bien asimilable, en el campo lógico, a una contraposición entre el método analítico y el método sintético de descomposición y recomposición de elementos, y le ponía como ejemplo el “Filifor forrado de niño”, una historia en la que luchan dos partes antitéticas alrededor de un eje central en la que triunfa la función sobre la idea.
El estructuralismo es una teoría común a varias ciencias humanas, como la lingüística, la antropología social y la psicología que concibe cada objeto de estudio como un todo cuyos miembros se determinan entre sí, tanto en su naturaleza como en sus funciones, en virtud de leyes generales. Antes de que surgiera la moda del estructuralismo Marx ya había intentado establecer científicamente las condiciones de la estructura social que, según su concepción materialista, estaba determinada por el modo de producción y por las relaciones entre las clases sociales sobre la que se apoya la superestuctura institucional, jurídica, moral e ideológica de la sociedad.

Y Freud había elaborado un modelo estructural para el inconsciente reprimido con su sistema del yo, del ello y del super yo.

Y, también, antes de la moda estructuralista, Saussure diferencia en sus estudios sobre lingüística a la “lengua” del “habla”, considerando a la lengua como un sistema de signos independiente del uso que de él hace el individuo, habiendo sido esta idea la inspiradora del estructuralismo. Durante las décadas del 40 y el 50, la escena filosófica francesa se caracterizó por el existencialismo, fundamentalmente a través de Sartre, aparecen también la fenomenología, el retorno a Hegel y la filosofía de la ciencia. Pero hay algo que cambia en la década del 60 cuando Sartre se orienta hacia el marxismo y surge una nueva moda, el estructuralismo. Strauss en la etnología, Lacan en el psicoanálisis, Althusser en el marxismo y Foucault en la epistemología, por decir algo, aunque él no se reconocía como estructuralista.

Gombrowicz afirma que él era estructuralista treinta años antes de que apareciera el estructuralismo. Puntualiza que afirmaciones tales como: “ya no se actúa, uno es actuado, ya no se habla, uno es hablado”, características del estructuralismo, son equivalentes a las de “El casamiento”: “No somos nosotros quienes decimos las palabras, son las palabras las que nos dicen a nosotros”, y que esta coincidencia no es incidental, toda su obra tiene sus raíces en el drama de la forma. Si en afirmaciones como: “Tal como yo lo veo, el hombre es creado por la forma, creador de la forma y su infatigable productor”, cambiamos el vocablo forma por estructura, queda demostrado lo que había que demostrar.

Gombrowicz consideraba que en cierto modo era estructuralista del mismo modo que era existencialista, que se hallaba ligado al estructuralismo por la afirmación de la forma.

Si la personalidad se crea entre los hombres, en el marco humano que la define, entonces es natural que sea una función de un sistema de dependencias cercano a lo que llamamos estructura. Pero el mundo de los estructuralistas, si bien tiene analogías con el suyo, es también su contrario. El estructuralismo tiene sus raíces en la etnología, la lingüística, las matemáticas, y en una acepción más amplia como la de Foucault, en la epistemología, mientras que el estructuralismo de Gombrowicz es artístico, procede de la calle y de la realidad de todos los días, es práctico, y por ser práctico se halla cercado por la angustia y la pasión.

La literatura de Gombrowicz no era un derivado del estructuralismo, una derivación muy común en esa época, en forma independiente había llegado a conclusiones similares a partir de un estado de ánimo diferente, de otras experiencias, en otro plano. Lo que los separaba contaba más que lo que los ligaba.

“Yo, individuo privado y concreto, odio las estructuras, y si descubro la Forma a mi manera, es precisamente para defenderme de ella”
Una fórmula no pude ser más que una fórmula y el agujero que atraviesa el razonamiento de los estructuralistas terminará por engullirlos. En la ciencias exactas se puede razonar en contra de la más evidente realidad cotidiana y personal, pero en las ciencias humanas no ocurre lo mismo.

“Admiro la ciencia puesto que soy ignorante (como ustedes, señores, y como Sócrates), pero me temo que esa pequeña palabra llamada ‘yo’ no se va a dejar eliminar tan fácilmente, porque nos ha sido impuesta con demasiada brutalidad”

El estructuralismo de Roland Barthes ejerció una influencia nefasta sobre el Esperpento que pasó así de la filosofía del yo de Fichte a la semiótica, este cambio en cierto modo malogró su amistad con Gombrowicz.

Los conceptos propuestos por Barthes para el análisis semiológico van derivando a una especificidad mayor que permite avanzar por el entonces poco transitado camino de la Semiótica. Desde unos orígenes claramente sartrianos desarrolló después una investigación propiamente semiológica, con un interés especial por la lingüística.

Sí, en París se hablaba del existencialismo, de la música de Schönberg o de teorías físicas que sobrepasaban las posibilidades de comprensión de los burgueses parisinos. París es más culto que Santiago del Estero, pero precisamente por eso, más tonto.

La episteme occidental no puede solucionar los problemas del sistema comunicativo, ni siquiera puede registrarlo porque está por debajo de su nivel. Roland Barthes le sale al cruce a Gombrowicz y se pone a favor de la episteme.

“La escritura no es más que un lenguaje, un sistema formal (una verdad que lo anima); en un cierto momento (que puede ser el de nuestras crisis profundas, sin otro fin que cambiar de ritmo lo que decimos) este lenguaje siempre puede ser hablado en otro lenguaje; escribir (a lo largo del tiempo) es tratar de descubrir el mejor lenguaje, el que es la forma de todos los otros”

Gombrowicz piensa que a Barthes y a muchos otros escritores no les falta descaro, no se asustan de ninguna escalada verbal, siempre que no les produzca vértigo.

Para poner las cosas en su lugar Gombrowicz relata lo que en su juventud le había contado una amiga: –Mientras estábamos merendando en la terraza apareció el tío Szymon; –¿Pero, cómo?, si Szymon hace cinco años que yace bajo tierra; –Exacto, vino del cementerio con el mismo traje con que lo enterramos, saludó a todos los presentes, se sentó, tomó un té, charló un poco sobre las cosechas y se volvió al cementerio; –¿Cómo? ¿Y vosotros qué hicisteis?; –Nada, qué puede hacerse, querido, ante semejante insolencia.

“He aquí por qué la episteme occidental no es capaz de replicar: ¡es algo insolentemente estúpido!”

El carácter abstracto del sistema de signos elaborado por Barthes absorbió totalmente la actividad intelectual del Esperpento y sus conversaciones con Gombrowicz se hicieron por esta razón cada vez más difíciles. Llegaron al punto que cuando el Esperpento iba a la casa de Venezuela a visitar a la señora Schultze era incapaz de entrar a la pieza de Gombrowicz para saludarlo.

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Juan Carlos Gómez

 

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